Linnea no disfrutaba matar inocentes, pero no tenía otra opción. La fama era una espada de doble filo y ahora estaba apuntándole a su garganta.
Sus imágenes todavía colgaban en las paredes de todos los establecimientos decentes entre los criminales más buscados y la recompensa que el Maestro había puesto en su cabeza hacía que los lugares no tan decentes fueran aún más peligrosos.
La única razón por la que había tomado el riesgo de venir a la Jarra Espumosa era que le habían prometido un pasaje seguro fuera de la Región de Orthan y una nueva identidad.
Salir de la ciudad con magia dimensional era fácil, pero ¿y después? Linnea no podía soportar la idea de pasar los años que le quedaban como una criminal insignificante, comiendo comida basura y durmiendo en posadas baratas si no lo hacía en el desierto.
—Preferiría morir a vivir como una plebeya, escondiendo mi talento para la magia y nunca llamando la atención—. Ella pensó.
