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Chapter 4 - Cuarto Capítulo: Dante II

Dante: Los hombres no lloran

—Me refiero al café, ¿no tiene ya suficiente tiempo?— respondió intentando ocultar su furia.

Giró nuevamente hacia la estufa dejando la greca sobre esta y colocando cerca el plato blanco de plástico. —A pesar de que nos preparamos para almorzar, ¿qué tal una taza con un par de galletas?— puso el fuego lo más bajo posible sin que se diera cuenta, aunque gracias a que Dante abrió solo un poco la válvula el fuego permanecía medio alto. 

—Dios, me había olvidado de él— para alivio de Leyla, la Señora Setvil se levantó, al parecer buscando las anteriormente mencionadas galletas, dejando en el desayunador el cucharón.

El chico no le quitaba los ojos de encima a Leyla, no sabía si sentirse decepcionado con ella por dejarlo de lado o con él mismo por esperar de más.

Julian estaba a punto de echarse a chillar como lo que era, un niño pequeño, sin embargo, el dedo en los labios de la morena pedía silencio. Aunque ella no lo notó, el de castaño abrió con sorpresa sus hinchados ojos y acató en silencio el pedido, asintiendo con lentitud. Leyla aprovechó la atención y le señaló la puerta, al chico le dio tiempo de arrastrarse cerca de ella sin hacer ruido.

—Por fin las encontré, encargate de servir— anunció Setvil al sacar de uno de los cajones un paquete de galletas, para sentarse luego en el desayunador. Demasiada ocupada como para fijarse en Julian.

—Pues apagaré el café, ¿hacia que lado era?— al momento, Leyla colocó el plato lo suficientemente cerca de la hornilla como para quemarlo y subió aún más el fuego. 

El plato comenzó a arder inmediatamente, generando una gran cantidad de humo negro.

—¡Oh Dios mío!— gritó Leyla y se alejó de la estufa, mirando hacia atrás por el rabillo del ojo.

—¿Qué pasó?— preguntó la señora que no miraba otra cosa que las galletas en la funda —¡Fuego!, ¡te dije que apagaras la estufa y terminas queriendo prender la cocina!— gritó al tiempo que saltaba de donde estaba sentada, con prisa empujó a Leyla hacia atrás y apagó la estufa.

Mientras la Sra. Setvil entraba en pánico por la gran cantidad de humo que se estaba acumulando, Leyla giró hacia la puerta donde Dante ayudaba a Julian a subirse a su espalda.

—¿Eres estúpida?— cuestionó la mayor exasperada luego de intentar poner el plato en el fregadero, no sin antes quemarse los dedos de paso.

Varias mujeres minutos después entraron a la cocina tosiendo por el humo.

Los niños ya se habían ido.

—¿Qué está pasando?— preguntó Miranda, una rubia de ojos azules, jefa de cocina —¿Y todo este humo?

—Pues nuestra querida Leyla quería incendiar el orfanato— expuso Setvil a las demás.

—¿Leyla?— la Señora Sunha, directora del orfanato desde la puerta se mantuvo observando. 

—Lo siento tanto. Fue un accidente, pero ya todo está resuelto— respondió Leyla, intentando sonar apenada pues no se imaginaba que la directora pasara por ahí. 

—Si, yo lo resolví. Ya apagué lo que se quemaba. ¡Abran las ventanas! No soporto este hedor— espetó la raquítica, con notoria incomodidad, al momento Miranda y otra más abrieron todas las ventanas de la cocina.

La Señora Sunha al ver que no había problema alguno, despachó a las demás para que sigan con su respectivos trabajos. 

Prontamente la cocina quedó vacía.

Leyla también salió de allí, cierto es que el humo era molesto.

Anteriormente, cuando discutía con Dante lo que harían, acordaron verse en la enfermería, así que se dirigió para allá.

A pesar de que el orfanato tenía una pinta espeluznante, no era pequeño, ni mucho menos carente. Gracias a personas adineradas como la Sra. Setvil, el orfanato contaba con un ala para los dormitorios con espacio para 100 niños a la izquierda, un ala de aulas a la derecha, salón principal, comedor, biblioteca y otros espacios disponibles. A pesar de contar con 20 personas locales y más de 10 voluntarios, todos los días era un gran revuelo.

Del otro lado del orfanato, Dante se encontraba cargando a Julian por los pasillos hacia la enfermería.

Una gran molestia en su pecho fue creciendo al sentir como Julian temblaba mientras lo llevaba en su espalda, los quejidos que escuchaba con cada paso que daba le causaban punzadas en el corazón, pero en ese momento no podía demostrar su angustia al chiquillo. ¿No era ya lo suficientemente agobiante lo que el más joven estaba pasando? 

No quería, no, no debía preocuparlo más.

En la enfermería, una mujer de cabello negro y uniforme blanco estaba sentada en su escritorio cuando escuchó que llamaban a la puerta, por poco y no lo escucha, ya que la voz que llamaba era extrañamente baja.

Se colocó los lentes y se levantó curiosa, al abrir la puerta se topó con un Dante cabizbajo quien al momento se dio la vuelta. Catherine se sorprendió al ver a Julian con la espalda tan herida.

—¡Julian!— Catherine con prisa tomó en sus brazos al menor, teniendo cuidado de no lastimarlo.

—Por favor, sane su dolor— rogó Dante cerrando la puerta del lugar, en un susurro que con pesar llegó a los oídos de la doctora.

Minutos después, otra persona entró al lugar.

—Catherine— llamó Leyla al abrir la puerta de la amplia enfermería, sin esperar toparse con un Dante sentado abrazando sus rodillas en el suelo a un lado de esta. 

—Leyla, llegaste en buen momento— Catherine ya estaba colocándole la camisa a Julian por él, quien estaba sentado en una de las tantas camillas.

Por si los golpes habían afectado algún músculo, la doctora movía con lentitud los hombros y brazos del muchacho esperando alguna reacción. El chico poco se quejó, gracias a eso los presentes se aliviaron.

Al terminar, Catherine se sentó en su escritorio.

—Aparte del daño en la piel, no hay nada más de qué preocuparnos— avisó al tiempo que se arreglaba los lentes y escribía algunas indicaciones en un papel —La pomada dos veces al día y los analgésicos cada 4 horas. Igual, ya lo escribí aquí— Del estante al lado del escritorio sacó un frasco y una tira de pastillas, las dejó en el escritorio junto con el papel. 

Leyla quien caminó hacia la camilla para cargar a Julian adormilado atendió a la voz de Catherine hasta que esta terminó, Dante no fue la excepción.

—Ya debería irme— dijo el moreno, levantándose de dónde estaba —Alguien debe ayudar a la Señora Miranda ahora que los voluntarios no están— se excusó sin levantar la mirada.

Nadie objetó ni preguntó nada.

Antes de desaparecer tras la puerta dedicó un segundo para dirigirle una sonrisa a Julian quien a pesar de estar somnoliento por los analgésicos le devolvió el gesto con gratitud dando como resultado una tierna sonrisa.

Al cerrar la puerta, Dante sintió cómo un escalofrío recorría su cuerpo. Caminó unos cuantos pasos hasta entrar al almacén de la enfermería a un lado. Aún con la mano en el manubrio cayó arrodillado pues sus fuerzas lo estaban abandonando, causando que la puerta cerrara de golpe. Sus manos ahora frías empezaron a temblar, soltando su agarre y sin querer las lágrimas comenzaron a salir.

"¿Cuán asustado estuvo Julian? No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado antes de que llegara. ¿Habrá sufrido mucho? Era muy injusto, ¿Qué había hecho el pequeño para merecer tal castigo?"

Su cabeza estaba llena de pensamientos que sin duda alguna lo hacían sentir tan impotente y lleno de rabia.

Sin embargo, no tenía tiempo para ser consumido por esos pensamientos frustrantes, ahora debía recomponerse pues aún tenía cosas que hacer, así que con esfuerzo y apoyándose de la pared se levantó.

—Los hombres no lloran— se repetía a sí mismo como un especie de amargo consuelo, no obstante, sus sollozos se intensificaron hasta el punto de dificultarle la respiración. 

Anteriormente estaba tan sumergido en sus pensamientos que al caer en cuenta de su estado se asustó, no había notado que su respiración estaba muy agitada, sumando que de un momento a otro se sentía asfixiado, tuvo que hacer un gran esfuerzo por no volver a caer. 

Un recuerdo golpeó con fuerza su mente, vaya que lo había enterrado en lo profundo de su ser, cuánto se lamentaba el que haya salido a flote.

En este, un grupo de siluetas lo acorralaban en una esquina mientras lo señalaban con burla.

—¡Ya lo han dicho tantas veces!— susurró molesto —Lo sé, sé que no luzco como un hombre, no camino como uno, no actúo como uno, ¡lo sé!— declaró, colocando con fuerza sus manos en su cabeza —Entonces, ¿qué hacen los hombres?

Cubrió su rostro con sus manos, buscando calmar primero su respiración lo cual no logró.

Comenzó a sumergirse en la desesperación, temía que su corazón se detuviese allí mismo pues la presión que sentía no era para menos. Su cabeza comenzó a dar vueltas, entonces no tuvo otra opción más que chocar contra uno de los estantes de madera lleno de medicamentos y deslizarse hasta quedar en el suelo, sentía que se ahogaba en la oscuridad que lo rodeaba.

Su condición habría empeorado si no hubiera sido por un sonido que se reprodujo en su mente: Las risas divertidas de los niños correteando por todo el jardín, sus rostros contentos pudieron reemplazar la densa desesperación que experimentaba por una sensación nostálgica de calidez, la necesidad de volver a ver la dulce sonrisa de Julian terminó de abrazar su temeroso corazón, que poco a poco dejó de latir con ansiedad.

Respiró profundo varias veces, con lentitud se puso de pie y secó sus lágrimas antes de abrir la puerta de aquel oscuro almacén.