La hora en que Libia debía bajar del avión, llegó y apenas y llevaba una maleta. Esa era su oportunidad de oro, con ese trato iba a hacer que su tía, al fin, la tomara en cuenta, a través de eso, verían que no era una muchachita tonta.
—Buenas tardes —saludó al guardia del aeropuerto.
Ella esperó con paciencia que le entregaran su equipaje. Luego de tener las cosas listas, la chica salió del aeropuerto y abordó un taxi, su hotel la esperaba.
Al llegar al hostal, se presentó ante la recepcionista.
—Soy Libia Musso, hice una reservación hace cuatro días.
—Identificación, y número de folio que se le proporcionó a la hora de realizar el pago.
La chica sacó de su pequeño bolso su DNI, y buscó en su móvil el correo que le habían mandado al reservar el hospedaje. No era un sitio de cinco estrellas, de hecho, era lo más económico que logró conseguir, todo por llegar a la cita con Tiodor Lison, cerrar el trato y mostrar que tenía lo suficiente para hacerse cargo de las empresas de su padre.
—¿Me puede repetir el número? —preguntó la recepcionista.
Libia salió de sus pensamientos.
—Sí…
Luego de quince minutos, al fin pudo recostarse en la cama individual de su habitación.
En su cabeza tenía la imagen del cruel y aterrador señor Lison, un brasileño de casi dos metros, con la piel morena clara y ojos cafés, tan imponentes que la hacían temblar de solo recordarlo, el tipo tendría cuando mucho treinta años y era el CEO de una prestigiosa empresa textilera de Brasil.
—Tranquila, solo vas a firmar esos papeles y todo estará bien —se dijo a sí misma.
«Incompetente, mocosa, mimada» fueron las palabras que le dedicó el señor Lison, al conocerla. Bueno, sí, había confundido la fecha de la reunión que tenía con su tía Elena, y como él se lo gritó, lo hizo perder el tiempo. Pero esa no fue su intención, solo se distrajo y las cosas salieron mal.
Libia cerró los ojos y se quedó dormida.
A la mañana siguiente, la chica se levantó de golpe de la cama, recordó su cita con el señor Lison y se metió al baño, salió y se arregló lo mejor que pudo, maquilló su rostro y se puso la ropa más formal que tenía.
Se fue del hotel, dirigiéndose al lugar donde se quedó de ver con el señor Lison. Era un lujoso restaurante en São Paulo.
La muchacha abordó su transporte y repasó todos los puntos a tratar en el dichoso contrato.
Cuando llegó a su destino, se bajó del automóvil. Soltó una bocanada de aire, se miró en su pequeño espejo de bolsillo, lucía horrible; parecía una niña que acababa de robarle el maquillaje a su madre. Libia negó con la cabeza, dejó de darle más vueltas al asunto y entró al restaurante.
Avisó a uno de los mozos que se había quedado de ver con alguien allí, su portugués dejaba mucho que desear, pero el hombre le entendió. Ella dio el nombre de su tía y la mujer que recibía a los comensales, buscó en su lista.
—Elena Musso —pronunció la encargada.
—Sí —respondió Libia. Bueno, esa no era ella; pero al menos el apellido sí que era suyo.
La mujer le dio indicaciones y la llevó hasta su lugar. En la mesa de al lado se encontraba una familia, compuesta por una feliz pareja y sus dos adorables hijos que no rondaban ni los cinco años. El hombre sostenía la mano de su mujer, mientras que los niños no paraban de jugar con unos pequeños osos de peluche.
«¡Qué hermoso!».
De nuevo ese deseo rondando su cabeza, el sueño de una familia feliz, encontrar el hombre perfecto y tener hermosos bebitos…
Libia empezó a recordar unas vacaciones en las que sus padres habían propuesto visitar Brasil. La melancolía invadió a la muchacha, su familia le hacía tanta falta, y tratando de llenar ese enorme hueco que dejó su pérdida. La chica se había enredado con uno que otro imbécil, desde su profesor casado de literatura en la universidad, hasta uno de los socios de la empresa Musso que le doblaba la edad. Era un imán para tipos de mierda.
Uno de los mozos le preguntó si quería ordenar algo.
—No, gracias —respondió mirando su reloj de pulsera. Ya habían pasado veinte minutos y el señor Lison no llegaba.
Libia echó un vistazo a su correo desde el móvil, para cerciorarse de que no hubiera cambio de planes. Refrescó su bandeja de email una y otra vez. Nada.
Revisó de nuevo su reloj; ahora habían pasado cuarenta minutos. La chica tuvo el atrevimiento de enviarle un correo al señor Lison. Según ella, ese era su email directo.
Cinco minutos después, al no recibir respuesta, se levantó de la mesa y salió abochornada del restaurante.
—Idiota —masculló, sintiendo que nada iba bien.
Su tía le había quitado la oportunidad de dirigir las empresas de su padre, su vida amorosa era un desastre, y su patética apariencia que la hacía ver como si tuviera dieciocho años cuando ya estaba por cumplir los veintitrés.
Nada podía salir peor.
Excepto la furgoneta negra estacionada en una esquina de la calle.
En ese momento la muchacha recordó las películas de secuestros, pero eso solo era ficción, así que caminó despreocupada. La furgoneta comenzó a avanzar hasta quedar cerca de la joven.
Libia se repetía en su cabeza que no pasaba nada, así debían ser las personas de Brasil, veía cosas que no eran, hasta que dos jóvenes bajaron de la camioneta. De reojo, la chica pudo ver que iban vestidos de negro y con gafas oscuras.
Libia siguió su camino. Ningún taxi pasaba por ahí. Fue entonces que uno de los hombres la sujetó con fuerza por la espalda, poniendo una de sus manos en la boca, evitando así que gritara.
En menos de un minuto la habían subido a la furgoneta negra, sin escándalos . Libia, heredera de las empresas Textiles Musso, fue secuestrada.
…
Todo era oscuro, pusieron sobre ella una especie de bolsa. Tenía miedo. Su cuerpo tiritaba, sus bragas estaban mojadas, pues se orinó del susto. Su boca atada, y en su mente la idea de que en cualquier momento el hombre que la secuestró, podía salir de su escondite, asesinarla y nadie sabría nada, ya que no le dio su ubicación exacta a ningún conocido. Solo le comentó a medias a una de sus amigas sobre su viaje a Brasil.
La muchacha escuchó el sonido de la puerta de la furgoneta abrirse. Sintió dos manos que la sujetaron por los hombros, y la arrastraron con brusquedad fuera del vehículo. Luego de eso, la llevaron a quién sabe dónde.
No podía parar de llorar.
En eso, la dejaron tendida en el suelo, boca abajo.
A lo lejos, escuchó una voz masculina.
Alguien le quitó la capucha y la desató. Entonces, su mirada se posó enfrente y lo vio. Sus ojos cafés eran inconfundibles.
—¡Señor Lison, gracias al cielo que lo veo, debemos salir! —exclamó ella. Acto seguido, se puso de rodillas.
—¿¡Qué haces aquí, estúpida, mocosa, incompetente!? —cuestionó él, apretando los dientes. En su mano derecha sostenía un bastón de madera.
En ese momento, Libia cayó en cuenta de que el señor Lison no era una víctima más de los secuestradores, mucho menos un héroe que había ido a salvarla. Más bien, parecía ser el perpetrador de dicho crimen.
Ella se tendió con la cara en el suelo.
—Si me deja ir, no diré nada, lo juro —imploró.
Lison resopló, molesto y asqueado de las estupideces de la chica.