Dos días después, Tiodor apareció de nuevo en la habitación de Libia. La chica se quitó el pijama, pero luego de un par de minutos, el hombre salió del cuarto.
La muchacha quedó desconcertada. Sí, organizó un plan para escaparse de todo eso, pero creyó que al menos podría divertirse un poco con su captor. Aunque el sujeto siempre era confuso.
Por su parte, Tiodor no se sentía de buen humor. El poco avance que tenía lo que lo hacía enojar. Ya habían pasado casi ocho años de la muerte de Jamie y él, peor que cuando comenzó. Eso no podía quedar impune, se negaba a aceptar que esa bruja se saldría con la suya.
Luego estaba el asunto de Libia. Cada vez que abría la boca era como si una caricatura infantil se hubiera mezclado con algún reality basura, el cerebro de la chica no coordinaba bien, lo que hacía que él sintiera jaqueca. Así que su plan de conquista-manipulación tenía que ser ya, o si no terminaría por lanzarse del último piso de su empresa.
Mientras tanto, Libia repasó su plan de escape. Cada tercer día, Ron se encargaba de sacar la basura, eso le daba como diez minutos sin supervisión. Lo único que tenía que hacer era correr con todas sus fuerzas del otro lado del patio y esconderse. Justo cuando Ron entrara, ella le iba a dar un golpe tan fuerte con una roca que lo iba a noquear y así salir a toda prisa por la puerta principal tratando de encontrar ayuda.
—Fácil —dijo en voz alta.
Pensamientos no tan optimistas llegaron a su mente. ¿Qué pasaría si las cosas no salían bien? ¿Qué tal si Ron, no quedaba noqueado y, en lugar de eso, sacaba su arma y le disparaba sin miramientos?
«Mierda», pensó.
También estaba la posibilidad de que tipos peores la encontraran en el camino y ellos sí que le hicieran mucho daño. Su corazón se aceleró, y comenzó a sentir un nudo en la garganta.
—Tal vez, deba planear otra cosa—se dijo a sí misma, mientras que la idea de volver a su casa se le hacía más lejana.
Al día siguiente, Libia miró por la ventana el muro que separaba el fuerte de su captor con el exterior.
«Quizá si escalo, pueda llegar al otro lado». Ese pensamiento lo interrumpió la voz de la razón. Era una casa lujosa, por lógica tendría un muy buen equipo de seguridad, aparte de Ron, una cerca electrificada, y quién sabe qué más.
—Toda mi vida estaré en esta casa —se lamentó la chica.
En otro lugar de São Paulo, se encontraba Tiodor. Esa noche tenía una cena con Emily Dubois, su exesposa. La mujer contó con lujo de detalles cómo se sentía, ahora que había sido tomada en cuenta para una importante obra de teatro.
—¿Me estás escuchando? —cuestionó Dubois, frunciendo el ceño, luego de ver que el hombre no dejaba de lado su celular.
—La verdad no me interesa, tengo mejores asuntos en los que ocupar mi mente.
La mirada afilada de Emily lo decía todo.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —dijo con la mandíbula tensa. Él siempre la sacaba de sus casillas.
—Cenando —respondió con simpleza, picando la comida con su tenedor.
—Eres el hombre más egocéntrico que he conocido.
—Gracias. —Las palabras de Emily le daban igual.
—Me alegro de estar divorciada de ti.
—No tanto como yo.
—¿Puedes al menos fingir un poco de interés? —cuestionó ella, con una pequeña sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—No es obligatorio que lo haga, solo dime cuánto dinero necesitas y te lo daré —habló con aburrimiento, mientras seguía respondiendo un mensaje de texto en su teléfono.
Emily mandó al carajo la cordialidad y le dijo la cantidad. El hombre le hizo una transferencia. Luego de eso, ambos fueron a un lugar más privado y ahí, entre sábanas, mostraron lo único para lo que eran afines: sexo.
A las tres de la mañana, Tiodor se levantó de la cama, se metió al baño y se dio una ducha. Ese sería un día lleno de ocupaciones. Cada noche que pasaba con Emily era un recordatorio de que la decisión más estúpida que había hecho en su vida fue casarse.
—Adiós, mi amor —se burló la mujer.
—Hasta luego —respondió él, sabiendo que en cuanto necesitara más dinero lo buscaría.
Lison fue a su casa, no a donde tenía a su presa, sino más bien a una muy cercana a su empresa. Allí mandó a la mierda el plan que ideó con Sara. La niñata no era tan compleja, solo quería una polla para satisfacer su necesidad de atención, y ya está. Así que esa noche iba a acelerar el proceso.
En el transcurso del día, se mantuvo ocupado en sus negocios y agradeció la intervención de Sarah, pues era una empleada bastante eficaz.
Cuando al fin llegó la noche, Tiodor estaba listo y necesitaba dar el siguiente paso. Iba a estar con Libia y la iba a dejar hacer sus cursilerías, para después convencerla de que cediera la empresa.
Así que salió de su oficina, se subió a su auto y fue hasta donde tenía a la muchacha.
Libia estuvo llorando toda la tarde, su mente era su peor enemiga. Tanto tiempo lejos de casa y nadie parecía extrañarla. Cuando Tiodor abrió la puerta, se encontró con la joven sentada en la cama con la cabeza sobre las rodillas.
El hombre se desabrochó la camisa. Libia, al escuchar ruido, levantó la vista.
—¿Me extrañaste? —cuestionó él en tono frío.
En ese instante, la muchacha creía que un pedazo de excremento valía más que su vida. Solo tenía a un atractivo y cruel brasileño delante de ella y no dudó en tomarlo.
—Sí. —Se levantó de la cama y, sin dar alguna explicación, le plantó un beso en los labios. No quería sexo, solo necesitaba sentir calor humano.
Tiodor la desvistió con brusquedad, luego la tomó como si de un animal salvaje se tratara. Libia se dejó poseer por él, por su rudeza, al menos era sincero, era un hijo de puta, y se comportaba como tal.
Al finalizar, los dos se quedaron recostados boca arriba en la cama.
—Bien, Libia —dijo Tiodor—, es hora de que me cuentes algunas cosas de Elena.
La muchacha volvió su vista a él, así que al fin sabría el motivo por el cual el tipo la mantenía secuestrada.
—¿Qué cosas? —interrogó ella con genuina curiosidad.
—Lo que creas que me pueda interesar.
La joven se sentó sobre su trasero.
—No hay mucho que yo sepa —reconoció agachando la mirada.
—Has estado toda una vida con ella y no sabes cosas importantes —inquirió Tiodor, sentándose en la cama.
—Para mi tía Elena no he sido más que un estorbo.
El hombre miró a la muchacha, buscando algún rastro de mentira.
—¿Hay algo más que sepas y no me hayas dicho?
—Nada. — La chica comenzó a llorar.
«Levántate, da media vuelta y sal de la maldita habitación», se dijo Tiodor a sí mismo.
—¿Qué pasa? —al final no pudo evitar hacer esa pregunta.
—En retrospectiva, mi vida es una mierda —declaró Libia—, las únicas personas que alguna vez me amaron están muertas.
El hombre resopló, no existía algo más fastidioso que ver a una mujer lloriquear.
»Tía Elena se la ha pasado diciéndome que soy una buena para nada, me llama su asistente y le llevo café cada mañana, saco copias y luego me exhibe tal pedazo de carne ante sus socios, ¿de verdad cree que yo sé algo relevante? Papá siempre me dijo que era su princesa, pero me doy cuenta de que soy un ser desechable.
Lison estuvo a punto de irse, eso no aportaba nada a su plan. Entonces, se detuvo a ver los ojos de la chiquilla, era excelente para descifrar miradas, y pudo ver que no se trataba de un simple berrinche, de verdad esa chica estaba sufriendo. Se acercó a ella y con su mano derecha le dio unos suaves golpecitos en la cabeza.
—Este es el mundo real. —Seguía observando a la chica.
—Lo sé —respondió la muchacha, luego su boca fue aprisionada por los labios de Tiodor.
En ese momento era como si ese hueco en su interior, fuese llenado por el tipo más cruel que alguna vez conoció. Sentirse reconfortada por él estaba mal, no podía estar tan cómoda entre sus brazos. La calidez de su aliento, la fuerza de sus caderas.
En esa ocasión, cuando todo terminó, Lison no se fue de ahí, incluso dejó que la muchacha se recostara por unos minutos en su pecho. Libia no tardó en quedarse dormida, todavía seguía con esa tristeza en el corazón.