—¿Entendido? —preguntó Edgar mientras apretaba el cuello de Desmond, impidiéndole hablar. Si seguía apretando, podría romperle el cuello. ¿Qué parte de esto era ser civil?
Desmond asintió rápidamente con la cabeza. —Bien —dijo Edgar empujándolo y soltando su cuello—. Mírate, todo desaliñado. —Arregló la camisa de Desmond alisando las partes arrugadas.
Desmond mantuvo la cabeza agachada soportando los fuertes golpeteos de Edgar en sus hombros para arreglar su ropa. Nunca en su vida se había sentido tan avergonzado de que alguien entrara a su casa tratándolo como si no fuera el dueño.
—No espero que seas mi suegro. Hay tanto por lo que tendría que matarte, pero como eres amado por tu hija por alguna razón, te dejaré vivir. ¿Entiendes lo que quiero decir, barón? Si el amor de Alessandra por ti se acaba, consideraré matarte —dijo Edgar, agarrando el cuello del Barón, indiferente a la multitud que observaba cada uno de sus movimientos.
—Entiendo, Duque Edgar —respondió Desmond.