No me cabe la menor duda que cuando estás enamorado de alguien es imposible ver sus defectos a la luz del día. Ya la vida se había encargado de demostrármelo el día que me puso a un rubio y hermoso Robe frente a mí. Lo que nunca imaginé fue que estaría entrando en un campo tan peligroso con él, hasta que lo llevó demasiado lejos.
Con Pregonés era distinto, no veía defectos en él porque en su interior existía más luz que oscuridad. Pero no, tampoco era perfecto, dije que había más luz que oscuridad pero al final todos siempre cargamos un pasado, aún así seguía siendo luz en mi camino y la vida también se encargó de demostrármelo.
Lo único malo en él era todo el dolor que no conseguía sanar ni con el paso del tiempo, aunado a la culpa de no haber estado ahí cuando todo eso sucedió, pero no podía culparse.
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Aún así cargaba con ese peso encima y con el temor constante de verse envuelto en otra situación similar.
"No podría, no sé si lo resistiría" decía.
Su ansiedad lo atormentaba por las noches haciéndole dormir de madrugada y levantarse a primera hora de la mañana. Su rutina comenzaba con un licuado de plátano, avena, miel y vainilla a las cuatro con cinco minutos, luego salía a correr por la manzana escuchando una Play List de música urbana durante una hora y volvía a casa para recargar su energía con un huevo frito sobre pan tostado y medio aguacate que acompañaba con el jugo de vegetales que preparaba su hermana Raquel, el cuál siempre le era recompensado con un beso en la frente.
Diez minutos más tarde aparecía Josué con su manía de rascarse el oído y Pablo Pregonés se despedía de él con una palmada en el hombro antes de irse a la ducha y prepararse para ir a clases.
Y así supongo que fue esa mañana en que todo comenzó.