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Chapter 4 - Un viaje al inicio de todo

Capítulo 1

Catarina no había dejado de alardear sobre la primer fiesta de bienvenida que organizaban los chicos de ultimo año al inicio del año escolar, incluso se había vuelto su principal tema de conversación durante el verano. Este año nosotros éramos los chicos de ultimo año y ella era la organizadora.

Se había visto al espejo alrededor de veinte veces la ultima media hora sin dejar de pellizcarse los diminutos abscesos en su rostro.

–Creo que voy a pedir botox en los labios para mi próximo cumpleaños.–Cata es acreedora de una piel tostada brillante y ojos del color de una aceituna; grandes como una muñeca my'scene de colección. No exagero respecto a su belleza, pero está obsesionada con adquirir todos los productos que promocionan sus Beauty blogger favoritas en redes sociales, los principales causantes de su problema de acné en grado uno que la aqueja, pero a pesar de saberlo se empeña en ignorar los conocimientos de su dermatóloga antes que dejar de usarlos. Además de que nunca está satisfecha con su persona, justo así es ella, tan linda como exagerada.

Su madre subió a la habitación para ofrecernos un vaso de leche y galletas de vainilla recién horneadas. Camila Hamms es una mujer a punto de terminar sus cuarenta años, pasa el día entero haciéndose cargo de su hogar, al menos desde que se divorció dos años atrás y ahora su única preocupación es recibir la generosa pensión que le da su ex marido; socio de una marca refresquera en las afueras de la ciudad que cuando se dió cuenta que su trabajo era más importante que el tiempo de calidad con su familia decidió separarse en buenos términos y bajo las condiciones que la madre de Catarina le impusiera.

Apenas estiré la mano para obtener una galleta cuando Cata ya me tiraba del brazo para llevarme en dirección a las escaleras.

–Nos vemos por la tarde mamá.–gritó ella

–Hasta luego, Camila.–me despedí e intenté seguirle el paso a mi amiga al mismo tiempo que luchaba por mantener mi mochila sobre mi hombro cuando el timbre de mi móvil hizo eco en mi bolsillo trasero. Me detuve en seco y mis manos se volvieron torpes al sostenerlo, aún así respondí tan rápido como pude.

–Hola.–musité

–Estoy intentando comunicarme contigo hace más de dos horas ¿Dónde mierda estás metida?–sus palabras salieron resonando a través de la bocina y Catarina logró poner los ojos en blanco antes de darme la espalda y continuar caminando pesadamente.

–En casa de Cata, no tengo buena se...–intenté disculparme pero no tuve oportunidad de siquiera continuar.

–Estoy frente a tu estúpida escuela y quiero verte aquí ¡Ahora!–se aseguró de enfatizar su ultima palabra y lo ultimo que pude escuchar fue el sonido de su respiración seguido de un pitido largo.

Me había colgado.

–El perro ladró y su amo tembló– Cata se detuvo abruptamente para lanzarme una expresión de negación y en un segundo volver a mostrarme la espalda, yo caminé detrás de ella aún cuando quería apresurarme para no hacerlo esperar más, pero mis pies parecían no querer llegar.

Había pasado un año y medio desde que inicié una relación junto a Robe y recordaba perfectamente el día en que lo conocí; una tarde soleada en la que Cata y yo tomábamos helado frente al local de videojuegos donde se reunían algunos compañeros después de clase.

–Es hermano de Luca–me dijo Cata cuando notó que no le quité la mirada de encima–un idiota por lo que he escuchado, no se parecen en absoluto.–luego nos marchamos y no volví a verlo hasta una semana después cuando pasó a buscar a su hermano. Fue en ese preciso instante que sus ojos azules y su cabello rizado cayendo en su frente me lanzaron una flecha directa al corazón que yo recibí gustosa. Tuvimos algunas citas que más tarde se convirtieron en una relación que mis padres aún no terminaban de aceptar por cientos de motivos, el primero sin duda eran los tres años que me llevaba por encima, pero más tarde fueron sus acciones lo que les inquietaría.

Robe descansaba sobre el asiento de su auto, a lo lejos se le veía sereno pero a medida que me acercaba pude notar sus cejas fruncidas y la acción constante de llevarse el cigarrillo a la boca. Abrí la puerta y me incliné para besarlo pero me detuve en seco cuando sus ojos inyectados en sangre se clavaron en los míos al mismo tiempo que tomaba con fuerza mi muñeca y salía del auto sin disminuir la ferocidad de su agarre.

Temblé.

–Que sea la ultima vez que me tienes esperando aquí como un gran idiota ¿Dónde demonios estabas metida? ¿Con quién?–apretó la mandíbula y su agarre empezó a cortar la circulación en mis venas.

–Suéltala, ¡maldito imbécil!–mis lagrimas me nublaron la visión pero no sin antes poder visualizar a Cata golpeándole el rostro con el puño. Había sido un golpe bastante fuerte para provenir de una mano tan diminuta como la de ella, pero había conseguido apartarlo de mi.

Mis piernas temblaron con solo ver el rostro enfurecido de Robe quien ahora no le quitaba los ojos de encima a Cata como si deseara golpearla brutalmente, pero no se atrevería, no sería capaz, o al menos eso pensé hasta que lo vi acercarse a ella con la palma de su mano derecha bien abierta impulsándose en su dirección. Dejé de respirar mientras observaba como su mano no se detenía y lo único que se me ocurrió fue ponerme enfrente para recibir el golpe en su lugar. Mis ojos se apretaron con fuerza esperando el momento en que caería desmayada como algunas veces antes, sin embargo esta vez no sucedió.

Había silencio, solo un par de suspiros ahogados, pero una gran cantidad de público observando lo que sucedía frente a ellos. Mis ojos se abrieron nuevamente y como si se tratara de efectos de sonido los gritos retumbaron ferozmente, fue entonces cuando me detuve a procesar lo que estaba sucediendo y pude ver a hombres y mujeres grabando y alentando el circo que se estaba presentando frente a ellos, pero yo solo quería asimilar lo que acababa de suceder veinte segundos atrás. Robe tenía encima a alguien a quien aún no lograba reconocer pero lo estaba golpeando tan fuerte que por un instante creí que lo dejaría inconsciente, a pesar de eso Robe aún luchaba por quitárselo de encima lanzando patadas al aire.

–Mátalo al hijo de puta, que se ahogue en su propia sangre.–gritó Catarina como si disfrutase del espectáculo.

Mis manos no dejaban de temblar y me esforcé por mantener mis rodillas firmes cuando reconocí a la persona que estaba dejando caer sus puños en el rostro de Robe. Imploré para que le dieran fin a esa pelea y alguien prudente los separara. No fue hasta que el Doctor Juarez acompañado del personal de limpieza aparecieron para apartar a uno del otro, o mejor dicho, para quitarle a Pregonés de encima y evitar que éste lo matara.

Aún con el rostro ardiendo de rabia y las gotas de sudor cayendo de su frente, consiguió darle un ultimo golpe en la nariz que le salpicó de sangre. Catarina corrió hacia él y lo ayudó a limpiarse, yo por otra parte quise acercarme a Robe pero se veía tan aterrador con toda esa sangre escurriéndole por todas partes que incluso el Doctor Juarez le ofreció ayuda, pero se negó y solo me apuntó firmemente con el dedo indice sin articular una sola palabra, subió a su auto y se marchó. Mis dientes tintinearon, me quedé quieta desviando la mirada a Pregonés quien ahora era llevado del brazo por el personal de limpieza como si fuese un delicuente.

–¡Dios mío! si que ha trabajado duro en el verano, le ha pateado el culo a ese imbécil–Cata no dejaba de hablar y yo ni siquiera podía moverme de mi sitio, podía apostar a que aún temblaba. Fue hasta que Cata lo notó cuando guardó silencio y me tomó del brazo. -¿Estás bien? Estás pálida–apretó mi mano–ven, vamos a la enfermería ahora mismo–me dio un leve tirón obligándome a caminar.

En cuanto puse un pie dentro de la enfermería pude visualizar a Pregonés sentado sobre la camilla de reposo con el Doctor Juarez frente a él, estaba limpiándole la comisura de sus labios pero nada se comparaba con lo que él le había hecho a Robe, aún cuando sus vaqueros y playera gris de algodón tenían manchas de sangre que obviamente no le pertenecía.

–Lucía no se encuentra bien, creo que está en shock o algo así, ¿ya la vió?–me apuntó con sus afiladas y perfectas uñas rosadas–juro que puedo oír los latidos de su corazón desde aquí–no sabía que me veía así de mal, pero me sentía mejor de lo que Cata había explicado, aunque aún no conseguía la fuerza suficiente para articular una palabra.

Sentí la mirada de Pregonés sobre mí por un par de segundos y cuando lo enfrenté la desvió hasta el algodón que le había dado el doctor para continuar limpiando los restos de sangre en su rostro. El Doctor Juarez me acercó una silla pidiéndome que me sentara para comenzar a revisarme, entonces puso una luz directa en mis ojos, tocó mi frente, respiró profundo y continuó escuchando los latidos de mi corazón.

–Solo es el estrés de la situación, estarás bien–se dirigió hasta el estante de medicamentos y me tendió una pequeña tableta amarilla–es un calmante, te sentirás mejor–giró sobre sus talones y nos observó consecutivamente a los tres—¿Quién de ustedes va a decirme lo que sucedió allá afuera?- cruzó los brazos sobre su pecho y esperó respuesta de alguno de nosotros.

–Es el novio de Lucia, un estúpido. Me ha querido golpear y Pregonés se lo impidió–fulminé a Cata con la mirada y ella me respondió con un despreocupado encogimiento de hombros para luego acercarse al dispensador de agua y poner un vaso bajo la válvula dejando que el agua cayera sobre el–solo me estaba defendiendo.

–¿Sabes que te puede demandar, no?- se dirigió a Pregonés.- Lo has molido a golpes allá afuera.–Pregonés se mostró despreocupado con una inclinación de hombros y luego lanzó el algodón al basurero.

–No creo que lo haga.–la seguridad en sus palabras y su mirada me dió escalofríos.

–Lucia, ¿tu novio es una persona agresiva?–Agaché la vista para ignorar la mirada de Pregonés, tragué saliva ante el cuestionamiento del Doctor y decidí quedarme en silencio.

¿Qué se supone que tenía que responder?

–¿Agresivo? Es un psicópata.–respondió Catarina justo cuando me ofreció el vaso de agua para que pudiera tomarme el calmante, yo lo acepté pero me aseguré de pellizcar su pulgar antes de que lo retirara provocando un chillido de su parte.

Robe era agresivo, sí, pero no iba a aceptarlo frente al Doctor Juárez.

–¿Lucia?–refutó el Doctor Juarez.

–N-no, él solo, yo... no sé lo que ocurrió– balbuceé intentado argumentar a su favor, pero simplemente no supe como responder y sonar convincente. Desvié la mirada a Pregonés y lo vi poner los ojos en blanco como si estuviera decepcionado de algo.

–¿Te ha hecho algún daño?–cuestionó insistente el Doctor.

–No, ya se lo dije, no entiendo que pasó allá afuera, él no es así.–esta vez mis palabras fueron firmes pero provocaron que Catarina saliera echa una furia de ahí.

El Doctor dejó escapar un suspiro acompañado de una negación con el rostro.–Vayan a clase los dos.– nos apuntó la entrada y yo asentí.

Pregonés bajó de un salto colgándose la mochila al hombro y saliendo antes que yo. Me tomé la tableta y dejé el vaso de agua sobre el escritorio del doctor para apresurarme e ir detrás de él, entonces grite su nombre un par de veces para llamar su atención.

–Pablo, espera...–él dió la vuelta y se detuvo en seco. Ahora era más alto de lo que recordaba y tuve que levantar la mirada para poder mirarlo a los ojos.

Se quedó en silencio esperando que yo le dijera algo, entonces hablé.

–Gracias, no me hubiera perdonado si...– por más que me obligué, no pude sostenerle la mirada, sus ojos avellana penetraron los míos provocando una sensación de vergüenza por todo lo que había sucedido así que me enfoqué en un punto fijo cercano a él, solo así pude continuar hablando.–Ya sabes, si Robe hubiera lastimado a Cata.–me mordí el labio inferior al terminar y en ese instante me sorprendió con el toque de su mano sosteniendo la mía con suavidad. Sus manos eran cálidas y ásperas, pero su agarre era tan acogedor que provocó un choque interno que hizo temblar mi cuerpo entero, sin embargo Pregonés pareció no haberlo notado y yo lo agradecí.

–No te hubieras perdonado que le hiciera daño a Catarina ¿pero si te perdonas el hecho de que te lastime a ti?–entonces fue cuando lo noté, Pregonés sostenía mi mano para observar el moretón que se había formado en mi muñeca luego de la presión que Robe ejerció sobre ella. Arrugó la tela de mi suéter dejando al descubierto mi brazo a la altura del codo encontrándose con más marcas, algunas con un color verdoso y las más amarillentas eran las que estaban a punto de desaparecer. Bajé mi mano de inmediato para ocultarla detrás de mi espalda como si sirviera de algo.

–Él no lo ha hecho.– pude escucharle reír por lo bajo, así que esta vez me armé de valor y me atreví a sostenerle la mirada.– Además eso no te importa en lo absoluto.

Él se mostró sorprendido y abrió los ojos incrédulo.–No cabe duda que somos unos seres extraordinarios– sus palabras para nada parecían un halago.

Pablo se quedó parado frente a mi, observándome hasta que sus ojos se oscurecieron como si estuviera analizando las imperfecciones de mi rostro y mi ropa, pero por alguna razón no me sentí incómoda. Segundos mas tarde sacó una sudadera de su mochila y me la ofreció.

–Ponte esto y te ahorrarás bastante tiempo en tener que inventarte una buena historia para excusar a tu novio–No sé porque pero la acepté y Pregonés se dió la vuelta para volver a caminar, cinco pasos después giró el rostro sobre su hombro–Eres más inteligente que eso, Lulani.–Mi piel se erizó.

Nadie me llamaba así, era un juego de palabras entre mi nombre y mi primer apellido, pero mi corazón se detuvo cuando lo escuché llamarme de ese modo. Mis manos sudaron y las lagrimas no pudieron retenerse por mas tiempo en cuanto desapareció por completo de mi vista. Corrí para encerrarme en el baño y al verme en el espejo noté que mi suéter también estaba salpicado de sangre, me lo quité e intenté lavarlo en el lavamanos pero fue imposible, estaba arruinado y no podía entrar a clases con las marcas en mi piel al descubierto, menos después de lo que había pasado. Entonces observé la sudadera de Pregonés sobre mi mochila, él había visto la sangre en mi suéter ahí afuera y sabía que la necesitaría, por eso me la ofreció. La tomé entre mis manos para deslizarla sobre mi cabeza y hundí las manos en las mangas hasta que se deslizó sobre mis glúteos, evidentemente nadaba en ella pero un par de dobleces fueron la solución. En ese instante una fragancia exquisita digna de aromaterapia inundó mis fosas nasales y mis pulmones se abrieron para darle más espacio a tan deliciosa mezcla de menta ¿o era canela? lo que sea, podría volverme adicta. Jamás había estado tan cerca de Pregonés como para familiarizarme con su aroma, pero esa fragancia fresca y maderosa te atraía como un imán.

Fui a clase la siguiente seis horas, seis horas en las que Catarina se portó distante conmigo y yo no podía culparla, ella tenía todo el derecho de sentirse así. Al término de las clases intente localizar a Pregonés para devolverle la sudadera, sin embargo no volví a verlo desde nuestra charla esta mañana.

Tomé la decisión de volver sola a casa esta tarde para dejar a Cata tranquila y darle tiempo para que pudiera disculparme. La verdad es que yo también necesitaba un tiempo a solas para pensar en una forma de arreglar la situación, después de todo la única culpable de lo que había sucedido, era yo. Si tan solo hubiera respondido la primer llamada de Robe, tal vez no se hubiera enfadado tanto, o si yo hubiera estado ahí antes que él nada de eso hubiera sucedido y simplemente hubiera sido una tarde e inicio de clases como cualquier otro, yo debí asegurarme de tener señal todo el tiempo y poder responder su primer llamada.

Todo era mi culpa.

Me coloqué mis audífonos encerrándome en una burbuja musical que me acompañaba de regreso a casa. Las calles estaban poco transitadas y por un instante me sentí en paz hasta que la música se detuvo por una llamada entrante. Imploré porque no fuera Robe aunque era prácticamente imposible; su nombre apareció en la pantalla y pese a que no quería responder me vi obligada a hacerlo.

–H..ola.–murmuré.

–Sube al auto.- fueron sus únicas palabras antes de terminar la llamada, frías y secas palabras.

Mis pies se pegaron al suelo sintiendo como la sangre viajaba directamente a mi cabeza provocándome jaqueca. Quería correr y alejarme de ahí pero ya no necesitaba complicarlo más, voltee lentamente y lo vi. Su auto estaba acercándose hasta que se detuvo unos dos metros atrás de mi, me acerqué abriendo la puerta del copiloto para poder subir pero antes de poner un pie dentro me quedé petrificada al analizar su rostro, estaba hinchado, con el labio partido, un parche en la nariz y una ceja cerrada con dos puntos.

–¿Estás viendo esto?– Se inclinó estirando su brazo para tomarme bruscamente de la nuca con una de sus manos y con la otra apuntó su rostro, yo solo asentí mientras intentaba adentrarme más en el auto y así poder disminuir la presión de su agarre- Pues todo es tu maldita culpa Lucia, ¿te das cuenta de lo que provocaste?–tragué saliva y la presión se hizo mas fuerte provocando que un grito de dolor resonara en mi garganta, en un segundo su mano abandonó mi nuca para apretar mi cuello con cada palabra que lograba articular, mis manos fueron directamente a las suyas ayudándome a luchar para poder zafarme pero me era imposible, entonces dejó escapar un gritó enfurecido.– Eres una imbécil.

–R...obe–dije en un susurro apenas audible pero él me continuaba asfixiando sobre el asiento.

Cada vez se me dificultaba más y más poder respirar y la vista era menos clara. Una lagrima rodó por mi mejilla izquierda, estuve a punto de perder el conocimiento cuando se escuchó un fuerte golpe en el cofre del auto.

–¡Maldita sea Robe! Déjala en paz, la vas a matar.- en ese segundo Robé me lanzó contra el asiento del auto liberándome, solo así aproveché para tomar tanto aire como me fuera posible.

–Largo de aquí Luca–gritó.– ve a casa.

Luché por recuperar la postura y salir lo mas pronto posible de ahí, cuando lo conseguí me tropecé golpeando mi cuerpo contra el pavimento. Quise ponerme de pie y correr tan lejos como mis piernas me lo permitieran pero los pies de Robe frente a mi cara ya estaban impidiéndomelo.

–¡Por favor, déjame ir! te lo suplico, ya no quiero estar aquí.- comencé a derramar una lagrima tras otra al implorar.

Robe se puso en cuclillas frente a mí tomando mis muñecas, tiró de ellas tan fuerte para levantarme que provocó un grito de dolor más parecido a un aullido, fue entonces que caí en cuenta de la presencia de algunas personas observando desde sus casas todo lo que Robe me estaba haciendo  y a pesar de lo mucho que necesitaba ayuda, nadie se acercaba a ayudar, simplemente optaban por pasar de largo o solo observar desde un rincón.

–Sube al auto.–me ordenó Robe mientras tiraba de mi cabello.

–¡Déjala ir!–Luca se colocó detrás de él para jalarle de la chaqueta pero Robe aún me mantenía sujeta del cabello y solo conseguía lastimarme más.– Robe, suéltala de una maldita vez y vámonos de aquí ¿Te das cuenta del daño que le estás haciendo?–continuó gritándole sin éxito alguno.

A Robe parecía no importarle nada, intentó arrancarme la sudadera de Pregonés pero solo logró hacerle una abertura en el pecho. Fue hasta que un matrimonio bajando de su auto tuvo el valor de acercarse que dejó de intentar. El hombre dió algunos pasos en nuestra dirección mientras cuestionaba que era lo que estaba ocurriendo.

–Nada, aquí no pasa nada.–respondió Robe mirándolo desafiante, sin embargo aquel hombre no se dejó intimidar ni un solo segundo.

–¿Estás bien?–dijo una voz más suave que intentaba llegar hasta mí, no respondí, ni siquiera pude levantar el rostro para mirarla.

–Ya les dije que aquí no ocurre nada, ¿qué esperan? ¿No tienen un camino que seguir?– El hombre se acercó a Robe demostrándole autoridad pero la mujer a quien pude ver de reojo se apresuró para tomar a su marido del brazo haciéndolo retroceder.

-¿Te podemos ayudar en algo ?- volvió a cuestionar ella.

En ese instante me incliné para recoger mis cosas que permanecían en el suelo y corrí lejos de ahí, solo necesitaba desaparecer, no quería dar explicaciones, no quería articular una sola palabra o me desplomaría ahí mismo.

-Lo vas a pagar, Lucia.- su voz sonó como un estruendo.

Mis piernas seguían temblando pero tuve el valor de no detenerme hasta llegar a casa para encerrarme en mi habitación y desplomarme sobre mi cama. Lloré sintiéndome el peor ser humano de la tierra, quizá Robe tenia razón y era una estúpida. Mis manos perdieron el color y mis muñecas me ardían como una quemadura hasta que levanté las mangas de la sudadera de Pregonés para observarlas; ambas estaban lastimadas y los moretones se hacían evidentes con rapidez pero me sentí peor cuando vi la sudadera dañada, aún así no me la quité, solo hundí mi rostro debajo y el aroma que desprendía inundó mis fosas nasales de esa esencia relajante que una vez más consiguió darme calma. Me recosté y mis ojos se cerraron permitiéndome descansar de la pesadilla que había vivido...