La tía me miró antes de sonreírme con simpatía y extendió una mano para acariciar suavemente mi cabello. Sabía que quería consolarme, pero no era su consuelo lo que necesitaba. Necesitaba ver a Hayden. Abrí la boca para seguir suplicándole, pero el sonido de la puerta de mi habitación del hospital abriéndose me distrajo de mis pensamientos.
Un doctor entró con unas cuantas enfermeras y se dirigieron directamente a mi cama. Las enfermeras empezaron a revisar la máquina que estaba conectada a mi cuerpo y todo fue un gran alboroto. No tenía idea de lo que estaba pasando o qué estaba mal conmigo. Me sentía muy cansada, pero no me sentía enferma. El doctor hojeó unas páginas de papel antes de regalarme una amable sonrisa que mostraba las arrugas alrededor de sus ojos.
“¿Cómo te sientes, Malissa?” preguntó amablemente.
“Me siento bien... de verdad...” respondí con firmeza.