Rebecca llegó al bar unos minutos después de todo el caos vivido. Se apresuró a entrar al local y buscar a su amiga. No dudó en contarle lo que había ocurrido, por lo que la chica le consiguió de inmediato un trago.
– Lo necesitas –insistió entregándoselo. Rebecca respiró profundo y tomó el shoot que le daba Marisa. Lo sorbió de un golpe. Gritó ante la sensación de ardor en su garganta.
– Ahora ya estás lista para que conozcas a tu próximo novio –Rebecca miró asustada a su amiga. Ésta solo rió.
Marisa le dijo que había preparado una cita a ciegas para ella. Rebecca se negó. Su amiga insistió. Se trataba de un soltero muy codiciado que pertenecía a una familia respetada y muy cercana a la de su padre. Marisa creía que ese galán millonario era justo lo que su amiga necesitaba para olvidarse de todas las complicaciones de su vida.
– Estoy casada ¿recuerdas? –aseguró Rebecca de manera seria.
– Próxima al divorcio –aclaró su amiga. Rebecca puso los ojos en blanco y suspiró resignada.
No iba a haber manera de lograr cambiar de idea a Marisa. Cuando ella quería algo, insistía hasta conseguirlo, así que Rebecca pensó que lo mejor era aceptar la propuesta de la chica y conocer al joven, ya luego buscaría una excusa para retirarse del lugar y alejarse de él.
Marisa hablaba maravillas de aquel pretendiente que había conseguido para Rebecca. Ella decía que era el heredero de una familia acaudalada, era profesor en la universidad a la que ellas asistían, era apuesto, sexy y la lista seguía y seguía. Rebecca no estaba muy interesada en el tema del amor, no le había ido bien. A sus 21 años aún era virgen y de hecho, no había tenido un verdadero novio, solo un par de citas con algunos idiotas que no la habían tratado precisamente bien y como si eso no fuese poco, había terminado casándose obligada con un hombre que ni siquiera quería verla. No era precisamente el mejor historial amoroso. Realmente estaba harta del tema de parejas, solo quería vivir su vida tranquila y sola, quería enfocarse en su carrera.
Sin embargo, a medida que fue transcurriendo el tiempo, la idea de la cita a ciegas fue cambiando en su cabeza, pues las horas pasaban y el pretendiente nada que aparecía. Rebecca permaneció pegada a la barra tomando unos cuantos tragos para intentar olvidarse de la situación, pues aunque usualmente no le gustaba beber, no había ni rastro del pretendiente perfecto que Marisa había buscado para ella y era algo que no la hacía sentir nada bien.
– Seguramente me vio contigo, supo que yo era su cita y se fue corriendo –comentó Rebecca mientras tomaba otro trago. Marisa apretó la boca molesta por el comentario.
– Eso no pasó –le aseguró– él no haría algo así, además, tu eres hermosa. Ningún hombre te rechazaría de esa manera –Rebecca resopló en burla.
– Ni siquiera mi marido quiere verme. Mi historial no es precisamente bueno con los hombres ¿por qué alguien tan perfecto como ese amigo tuyo va a querer tener algo conmigo?
Aunque en un principio Rebecca no quería una cita, la frustración y decepción que la había invadido la estaban consumiendo. No podía dejar de decirse a sí misma que si la iban a rechazar, prefería que al menos fuese de frente. Rebecca suspiró resignada pensando en que ella definitivamente no estaba hecha para el amor.
Por su parte, Marisa iba y venía por todo el bar, pues aunque quería quedarse a levantarle el ánimo a su amiga, tenía que atender a la gente que acudía al local, pero hacía todo lo posible de estar pendiente de Rebecca, sabía que estaba deprimida y no le gustaba verla así. No podía evitar sentirse culpable, después de todo, fue ella la que ideó esa cita a ciegas, pero nunca pensó que las cosas terminarían así. Sin embargo, cuando estaba comenzando a pesar que el pretendiente que había buscado para su amiga ya no vendría, logró ver que entraba al bar. Se acercó de inmediato a él.
Mientras tanto, del otro lado del local, Rebecca estaba haciendo su mayor esfuerzo por disfrutar de la noche, sabía que para Marisa era importante esa inauguración y no quería arruinarlo, pero la verdad es que no la estaba pasando nada bien. Se sentía deprimida. Las cosas no estaban saliendo como esperaba.
Rebecca permanecía sentada en una esquina de la barra, se mantenía jugando con un adorno que guindaba de su bolso hasta que escuchó que alguien la llamaba. Era Marisa que venía caminando en su dirección. Tiraba de la mano de un chico alto que iba tras de ella. Marisa le hizo seña a su amiga mientras le mostraba una gran sonrisa, aquello le indicó que ese era el joven por el que habían estado esperando. Finalmente sonrió.
Aquel chico alto que acompañaba a su amiga era mucho más apuesto de lo que Rebecca imaginó. Ojos marrones, cabello oscuro y una elegancia que la hizo suspirar. No pudo evitar quedarse mirándolo como si estuviese hipnotizada. Su amiga tenía razón, era realmente hermoso. Tenía un rostro que parecía haber sido esculpido por los mismos ángeles, lo que hizo que Rebecca le pidiera al cielo que aquel hombre creyera que ella también era bonita. Esa noche no quería terminar llorando por otro idiota que la tratase mal, quería que por primera vez, las cosas salieran bien.
– Hola –saludó Luciano cuando estuvo frente a ella.
– Hola –respondió Rebecca de vuelta con una sonrisa.
No podía evitar mirarlo con ojos de niña ilusionada. No sabía que le pasaba, si era por todo el alcohol que había bebido, por los pensamientos autodestructivos sobre lo mal que le había ido en el amor o porque ese hombre era realmente hermoso lo que hacía que actuara como tonta. No podía dejar de sonreír.
– Rebecca, él es Ángelo. Ángelo, ella es Rebecca –Marisa hizo la presentación.
– Ángelo Di Rossi, un placer conocerte –dijo el joven haciendo una pequeña reverencia y besando el dorso de la mano de Rebecca. Ella miró a Marisa con emoción y su amiga le sonrió de vuelta con alegría. Quizás la noche no sería tan mala después de todo, pensó por un momento.
– Rebecca Stellar. El placer es mío –le respondió sonriendo.
Ángelo Di Rossi era el nombre que Luciano solía dar a los desconocidos. Nadie salvo por quienes formaban parte de su círculo más íntimo conocía su nombre real o su verdadero oficio. Luciano reconoció a Rebecca apenas la vio, sabía que ella era su salvadora, pero en cuanto Marisa los presentó, se dio cuenta que ella también había usado un nombre falso cuando lo conoció, así que quiso aprovechar la situación para jugar un poco con ella y poner a prueba su talento para conquistar a las damas.
Marisa notó la chispa en los ojos de Rebecca, así que con una sonrisa, se escurrió entre la multitud dejando a la pareja a solas para que pudiesen conocerse. Rebecca no parecía darse cuenta quien era el chico frente a ella, ni siquiera al notar sus hermosos ojos marrones que por segunda vez la cautivaron. En ningún momento pensó que aquel joven era el mismo que horas atrás había estado sucio y lleno de sangre escondido en el asiento del copiloto de su auto.
Luciano decidió no esperar mucho para comenzar con su juego de seducción y le tendió la mano a Rebecca para invitarla a bailar. Ella aceptó de inmediato. Por primera vez estaba dispuesta a dejarse llevar por sus sentimientos. Quería ser completamente abierta y honesta con ese hombre que la había atrapado a primera vista, así que sin miedo, se dejó dirigir hasta la pista de baile para comenzar a disfrutar de la música. Aquel era tan solo el inicio de una noche que prometía ser una experiencia inolvidable y única para ambos.