En aquel relato, la IA desveló la existencia de una civilización dividida en naciones con realidades extremadamente contrastantes. Por un lado, se encontraban las naciones prósperas, donde la economía florecía y el poder militar era imponente. Estas naciones lograban mantener la corrupción y la delincuencia en niveles mínimos, lo que permitía a sus ciudadanos disfrutar de una relativa seguridad y bienestar.
Sin embargo, en contraposición, existían otras naciones donde la corrupción y la delincuencia prevalecían, sumiendo a la población en la pobreza extrema. Muchas familias luchaban diariamente para satisfacer sus necesidades básicas, e incluso se veían obligadas a emigrar a las naciones más desarrolladas en busca de una vida mejor. Pero, desafortunadamente, el acceso a estas naciones era casi imposible debido a las barreras y restricciones impuestas por los líderes.
Con el tiempo, la codicia y la sed de poder de los líderes de las naciones más grandes y desarrolladas se desataron, y la lucha por el territorio se convirtió en una obsesión. Esta voracidad territorial desencadenó una escalada de tensión y hostilidades que culminó en una devastadora guerra nuclear. El conflicto resultante provocó la casi extinción del 90% de la raza humana, dejando a la civilización al borde del abismo.
La narración de la IA envolvía a Edian en un sentimiento abrumador de tristeza y horror. La imagen de una humanidad dividida, sumida en la desigualdad y la lucha despiadada por el poder, resonaba en su mente. La historia le recordaba las consecuencias nefastas de la avaricia, la falta de empatía y la incapacidad de trabajar juntos por un bien común.
La historia le servía como una advertencia cruda de las tragedias que podían desencadenarse si la humanidad no aprendía de sus errores y buscaba un camino hacia la paz y la equidad.