Una supernova. Una explosión estelar que puede hacer un gran manifiesto en el espacio.
A Jean-Philippe le había pasado lo mismo con ella, su cuerpo era un conjunto de grandes motores de energía cósmica en ese momento y cada cosa que ella decía detonaba. En los más profundos recovecos de su anatomía existía ese calor, esa luz y esos rayos. Y sí, Lana era la causante del suceso.
— Al parecer sí que has recuperado la consciencia — desvío Jean el tema principal, pues la tensión en el ambiente era bien sabido, un incómodo silencio los envolvió.
La joven curvó los labios hacia arriba en forma de respuesta jugueteando con sus manos, miró hacia abajo abandonando sus ojos y cuando los alzó de nuevo quedaron atrapados otra milésima de segundo mirándose, parecían estar en una nube, como si hubieran trasladado directamente a una nebulosa en el espacio y toda la materia y la chispa girara a su alrededor.
— Gracias por auxiliarme y traerme al hospital — agradeció ella rompiendo el hielo
— No es nada.
— Voy a cambiarme, si no te importa — carraspeó instándolo a abandonar el box.
— Sí me importa — seguía demasiado cerca de ella.
A modo de respuesta Lana lanzó una mirada asesina.
— ¿Siempre eres tan directo?
Jean puso distancia y volvió a incorporarse, empezó a caminar en dirección a la puerta, antes de encajar en el marco la hoja de la puerta dijo:
— En realidad no, solo con la persona que siento que marcará un antes y un después en mi vida. Te espero fuera — guiñó el ojo y cerró.
Parpadeó reiteradamente, su cerebro yacía en estado de reinicio. Respiró más aliviada, ¿qué tenía Jean-Philippe en la mirada, que la atravesaba profundamente? Esa manera de hacerlo era muy atípica, sus ojos rasgados y grandes la intimidaban por doquier.
Reclinó el cuerpo de manera paulatina para no marearse de nuevo, divisó la bata que llevaba puesta, su camiseta estaba en la silla que tenía enfrente, suerte que habían optado por dejarle los pantalones. Se enderezó al salir de la camilla tratando de mantener la postura erguida, todavía seguía débil. Deshizo el nudo de la bata, cogió la camiseta y la chaqueta y quedó vestida de nuevo. El pulso temblaba y para colmo tenía hambre, su estómago rugió como un león sin piedad.
Fue en dirección a la salida de la habitación y abrió la puerta. Ahí estaba él, despreocupado, esperándola recargado en la pared examinándola de nuevo a lo que ella reaccionó apartando la vista nuevamente ruborizada.
— ¿Cuál es la boca del metro más cercana? — deseó saber Lana, necesitaba llegar al lugar, comer y descansar una eternidad.
— ¿Quieres coger el metro en este estado? — preguntó Jean. Realmente se podía percibir la deficiente estabilidad, sus manos temblorosas y sus ojos grandes de color avellana- verdosos pedían con urgencia coger cama, no era muy recomendable.
— Puedo caminar y el metro me deja cerca — respondió tratando de recomponer la postura.
Pensó que la chica era necia.
— Te llevo en mi coche, ¿dónde te dejo?
— No es necesario, puedo ir en metro, de verdad — dijo haciendo caso omiso de la oportunidad, ¿en un coche con un desconocido? Por muy buen samaritano que fuera seguía siendo un extraño, no pensaba a subir a parte alguna. Podía ser guapo, pero no era sinónimo de ser alguien que tuviera nobles intenciones, quizás quería arrastrarla a las afueras de la desconocida ciudad y hacer lo que le diera en gana con su cuerpo. Después de todos los acontecimientos que la vida le había dado aprendió a ser desconfiada.
— Insisto, todavía sigues débil.
Lo miró esta vez directamente, parecía preocupado de verdad, captó en seguida la mirada cargada de sinceridad y no parecía ser un chico que quisiera aprovecharse de ella. No podía negar que tenía razón, podría dejarla en su destino y marcharse. De solo imaginar que cabía la posibilidad de pasar otro susto la atemorizaba.
Había física en sus miradas, una órbita especial tanto como espacial en sus ojos llenos de concentración y estudio. Una órbita en la cual la trayectoria del objeto rotaba alrededor del otro.
— Está bien, aquí tengo la dirección — respondió al tiempo que desviaba la mirada, haciendo caso y sacó del bolsillo la nota que le pusieron, ahí estaba la dirección del lugar dónde debía ir. Él tomó el trozo de papel, pasó la vista por el escrito, en cuestión de diez minutos estarían ahí, recalcó que en metro hubiera sido el doble de tiempo.
— Bien, vamos.
Andaban con cierta distancia, a diferencia de él caminaba lento para evitar caer en el suelo de mientras quedó absorta ante el panorama del hospital, había demasiada gente; niños esperando a ser atendidos, ancianos acompañados de jóvenes, gente de todas las edades, etc... Se preguntó si realmente aquella gente había pasado por algo similar o sin ir muy lejos, si conocerían a un chico en un hospital, en aquellas circunstancias.
— Espera — recordó ella y se detuvo en mitad del pasillo, no podía marcharse así —. Verás... — no sabía por dónde empezar, aunque Jean parecía comprenderlo.
— No te preocupes, están los pagos cubiertos — contestó tranquilo, y apartó un mechón de cabello que caía sobre la frente, el fijador que se había aplicado esa misma mañana ya estaba perdiendo efecto.
— Dios... — puso la mano en la frente algo avergonzada —... No hacía falta.
— No sirve de nada lamentarlo, ya está hecho. —Guiñó el ojo con cierta picardía.
— Dime por favor cuánto te tengo que pagar — rebuscó en los bolsillos y lo único que encontró fue un billete de veinte dólares, no cargaba nada más encima.
Él giró sobre sus talones con altanería y señaló la salida de la clínica con la cabeza.
— Descuida, vamos te dejo en tu casa.
— Lo siento, pero no — permaneció estática haciendo que él se detuviera, si había algo que la caracterizaba era sin duda su transparencia y sinceridad. Nunca se dejaba ayudar, y menos en lo económico, ya que aprendió a ser una chica independiente en todos los aspectos de la palabra.
Jean no supo qué hacer, estaba a nada de cogerla en brazos y llevársela, pero la chica tenía sus ideales y parecían ser difíciles de sacar, además hubiera sido muy agresivo de su parte. Se puso las manos en los bolsillos y la encaró, si pretendía que se fuera sin ella lo tenía claro porque evidentemente no lo haría.
— Lo siento yo también, pero... — objetivó acortando la distancia, se agachó un poco quedando a la altura de su nariz —. Solo quería ayudarte — alzó la mano y posó el dedo índice sobre su naricita pecosa presionando la punta con cierta delicadeza —. ¿Por qué no te dejas ayudar? Señorita Brown.
Parecía hechizarla, la gente pasaba de un lado para otro viendo la situación y Lana lo percataba, carraspeó poniéndose firme porque si mostraba la fuerza de gravedad que había en su mirada, sería demasiado evidente.
—Porque apenas te conozco, ¿cómo voy a aceptar dichos gastos? ¿Acaso quieres obtener algo a cambio?
Él esbozó una sonrisa cargada de perversión.
— No soy esa clase de persona, ya me irás conociendo poco a poco. De mientras acéptalo como una ayuda, ¿de acuerdo?
Lana bufó resignada.
— Está bien, gracias Jean- Philippe. En cuanto tenga la oportunidad pienso pagarlo. Lo tomaré como un adelanto.
Él negó sonriendo y cerrando los ojos a la vez, todavía seguía sin convencerla, pero al menos lucía menos tensa.
— ¿Vamos? Creo que estamos estorbando aquí en medio — él se irguió y señaló la puerta de salida con la cabeza. Lana asintió.
Cuando estuvieron fuera un aire primaveral le acarició la coleta haciéndola danzar, de mientras Jean se dirigía hacia un coche que parecía ser una nave.
Se le pasó por la cabeza la maravilla de vehículo que poseía, parecía una nave grande, juró sentirse pequeña ante tal inmensidad. Lo siguió y ladeó la cabeza de nuevo, escudriñando. Al igual el chico pertenecía a las altas esferas de la sociedad, era de esperar, llevaba unos pantalones negros de vestir; clásico, formal y de oficina, miró bien su torso pues llevaba la camisa blanca más desabotonada que antes.
Sus ojos saltaron al divisar su tatuaje, había sido tan despistada que no se había dado cuenta de éste, empezaba por su cuello y parecía acabar donde la camisa no le permitió ver. Era grande, varias flores abiertas junto a sus ramas acorralaban su piel.
Era sublime como él...
— ¿Te gusta? — preguntó divertido al percatarse. Lana apartó la vista enseguida. Por alguna razón le parecía divertido desafiarla con la mirada y eso que llevaban poco rato juntos.
— En verdad me preguntaba si te había dolido — mintió e hizo una mueca. Estaban cerca del coche. La hizo pasar enseguida, su vista estaba perdida en el automóvil.
— No te voy a negar que sí, ha dolido lo suyo, pero es soportable — respondió antes de cerrar. Fue hacía el copiloto, se colocó el cinturón y puso en marcha el Range Rover. Lana se mostró expectante, aquel coche era muy silencioso. Así daba gusto conducir, comprendió que el vehículo era híbrido.