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Chapter 2 - 1. Injusticias.

Alex despertó en una suave y cómoda cama. Lo primero que vio fue la ventana que mostraba un árbol y el sol radiante que traspasaba las hojas. Luego miró los alrededores. 

La habitación era pequeña y acogedora; al lado izquierdo de la cama se encontraba la mesita de noche, algo pequeña, y a un costado se encontraba un viejo ropero; al otro extremo estaba la ventana y al frente de la cama, es decir, al otro extremo, una pequeña puerta; el suelo de madera se encontraba muy gastado y el olor a leña que venía desde el otro lado de la habitación se lograba impregnar en el viejo tapiz azul pálido de las paredes. 

Alex se sentó. Se dio cuenta de que estaba usando su ropa interior y que su cuerpo estaba lleno de vendas. De pronto sintió un fuerte dolor en su cabeza y se volvió a acostar. 

«¿Dónde carajos estoy?», pensó. 

Unos pasos se escucharon desde el otro lado de la habitación. Llegó hasta la puerta y giró la perilla. Pensando que podría ser una amenaza, Alex se salió de la cama y entró en estado de alerta.

La puerta se abrió. 

Una hermosa joven de pelo castaño largo, con un vestido de la época medieval de color verde entró. Llevaba un sus manos un vaso de barro y que en su interior salía vapor. 

—Ya despertaste. Qué alegría —dijo la joven.

—¿Quién eres tú? —preguntó Alex con desconfianza.

—Tranquilo. Primero deberías acostarte. Necesitas recuperar fuerzas. No soy una mala persona. 

Alex se metió a la cama y se sentó. 

—Listo. ¿Ahora me puedes decir tu nombre? 

—Claro. Mi nombre es Carmín y fui yo quién te rescató.

—¿De qué me rescataste? 

—¿No lo recuerdas? Anoche llegaste del cielo en una esfera de metal. 

Un vago recuerdo le vino a Alex. Su mente lo llevó por unos breves momentos en donde se encontraba dentro de una cápsula, perdiendo el control mientras entraba a la atmósfera. Volvió a la realidad porque pensó que su cabeza le iba a estallar. Colocó ambas manos en ella y comenzó a gritar. 

La chica dejó el vaso en el piso y corrió hacia él. Se sentó a su lado y lo abrazó por el cuello.

—Tranquilo. No tienes que esforzarte. Pronto recuperarás la memoria.

Alex comenzó a calmarse.

—Ya me siento mejor. Es solo que se me aparecieron ciertas imágenes que son confusas para mí.

—Poco a poco comenzarás a recordar. Pero no te precipites. Todo vendrá a su tiempo.

—Espero.

Carmín volvió por el vaso y se lo entregó.

—Son hierbas. Te ayudarán a calmar los dolores —dijo Carmín.

—Muchas gracias.

Alex bebió un sorbo. Sintió amargo al principio, pero continuó bebiendo. Se lo bebió con calma y se lo devolvió.

—Gracias nuevamente.

—No es nada. Trata de descansar.

Se puso de pie y salió de la habitación.

Alex comenzó a cerrar los ojos y volvió a quedarse dormido. Sabía que estaba en buenas manos.

Carmín era una joven de dieciocho años. Sus padres murieron cuando tenía quince a causa de una peste que contagió a todo el pueblo. Afortunadamente ella era inmune. Desde aquel entonces, Carmín tuvo que aprender a valerse por ella misma. Continuó con la plantación de papas que estaba detrás de su humilde cabaña. El lado positivo es que, como su casa estaba en la cima de una colina, esta daba con la calle principal que daba con Vaum, ciudad que daba la entrada al reino de Ilved. Por lo tanto, era una parada casi obligada para los comerciantes. No obstante, desde que comenzó a haber una escasez de alimentos por culpa de Togmars, Conde de Vaum, a Carmín se le ha ido cuesta arriba con las ventas de sus papas; como consecuencia de ello, también ha sufrido pérdidas. 

Llevaba casi un mes sin poder producir cuando aparecieron Cistu, un hombre viejo y conocido por ser acosador de mujeres, que es el cobrador de impuestos y muy amigo de Togmars y Pangens, ayudante de este; un tipo corpulento y calvo que hace el trabajo sucio.

Mientras Alex seguía descansando, de pronto escuchó la voz lasciva y depravaba de Cistu que venía desde afuera de la casa. Hizo caso omiso hasta que escuchó la voz temblorosa de Carmín.

—Jovencita. Ya van varios días que no has pagado tus impuestos —dijo con una voz gastada y malamente seductora.

—Señor. Usted sabe que no he podido vender mis papas, ya que lamentablemente no tengo.

Cistu, con una sonrisa macabra, se le acercó a Carmín. Ella apoyó su espalda en la puerta, mientras que él colocó ambas manos en ellas. La tenía acorralada. Alex, sin poder hacer nada, miraba con mucho sigilo desde un costado de la pared que daba la ventana.

—Si mañana no me pagas las dos monedas de oro… —Comenzó a masajear el pecho izquierdo de Carmín—. Ya sabes lo que te espera.

Carmín comenzó a llorar, pero Cistu le tapó la otra mano con la boca.

—No llores. Es solo una caricia que te hago como anticipo.

Cistu corrió su mano mientras que la otra seguía masajeando los suaves pechos de la joven.

—Por favor, ya basta —dijo Carmín con los ojos llorosos.

Alex estaba ardido en cólera.

—Jefe. Ya deberíamos irnos. Recuerde que en media hora más debemos estar en la casa del conde.

Cistu presionó su mano y se empujó así mismo.

—Recuerda, muchacha. Si no tienes el dinero mañana en la mañana, te haré mujer con esto. —Apuntó su arrugado dedo hacia su pelvis.

Dicho esto, los dos se dieron la media vuelta y marcharon hacia la ciudad.

Una vez que desaparecieron, Carmín se dejó caer. Flexionó sus rodillas. Abrazó sus piernas y agachó su rostro. Acto seguido comenzó a llorar amargamente.

Alex estaba más enfadado que nunca.

Después de casi media hora llorando, Carmín logró recomponerse. Se levantó y entró a su casa. Subió las escaleras y entró a la habitación para saber cómo se encontraba Alex. Al verlo sentado a los pies de su cama, vestido con una ropa que encontró en el armario y con la mirada seria, se preocupó.

—¿Qué pasa? ¿Todo en orden? —preguntó asustada.

Alex se puso de pie. Caminó lentamente y la abrazó por el cuello.

—Tal vez no recuerde ni siquiera mi nombre. Pero lo que nunca me voy a olvidar es cómo ese imbécil abusó de ti. Y juro por mí mismo que no dejaré que nadie te vuelva a hacer daño.

Carmín se echó a llorar.

—Gracias. No sabes lo que significa mucho para mí que digas eso. Hace más de cinco años que estoy sola y es la primera vez que alguien me dice eso —dijo entre sollozos.

El cielo comenzó a oscurecerse. Primero vinieron los relámpagos con los truenos, seguido una fuerte lluvia que parecía un monzón.

Carmín, comenzó a calmarse nuevamente. Alex dejó de abrazarla y se miraron.

—¿Tienes hambre?

—Sí —dijo con timidez.

—Tengo pan amasado con hierbas abajo que yo misma preparé. También tengo té y café. ¿Quieres que te traiga?

—Sabrá mucho más rico si comemos juntos abajo. ¿Te parece?

Carmín sonrió con una gran sonrisa.

—Es una gran idea.