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Chapter 10 - Capítulo 9. Lo que tienen los hombres

Mientras caminaban en dirección al siguiente templo, Anahí le explicó rápidamente a Lambaré sobre su misión. El joven guerrero quedó asombrado y, a la vez, intrigado por conseguir que una daimon aceptara ayudarlos. Hasta mencionó que siempre creía que los daimones eran criaturas hostiles, solitarias y carente de sentimientos.

Yerutí, al oír tremenda falacia, dijo:

— Puede que los daimones no tengamos "tribus", pero no somos seres sin corazón. Es más, mis padres eran demasiado amorosos para mi gusto y daban todo de sí para protegernos a mi hermano y a mí.

— Creo que me equivoqué. Hay cosas que no cambian – comentó Chapai - ¿En serio los daimones todavía no se organizaron en tribus para enfrentarse a los humanos?

— ¡Oye! ¡No le des ideas! – bramó Lambaré, dando una vuelta para darle un golpe en un hombro

— ¡Cálmense todos! – interrumpió Anahí – Ahora debemos prepararnos para ir al siguiente templo localizado en la unión de los dos grandes ríos.

— ¿Los dos grandes ríos? – Preguntó Yerutí.

— Sí. La selva Guaraní es bordeada por dos grandes ríos que nacen de las tierras del Norte y Este respectivamente – explicó Anahí – Y a medida que nos dirigimos hacia el sur, siguiendo la corriente de uno de los ríos, se llega fácilmente al templo del loro sin extremidades.

— ¿Loro sin extremidades? – volvió a preguntar Yerutí, tratando de imaginar a un loro sin alas ni patas.

— ¿En serio tienes que repetir todo lo que te digan? – Murmuró Lambaré.

Yerutí lo fulminó con la mirada mientras que, Anahí, solo atinó a darse un golpe en la frente mientras daba un suspiro.

— Eso de "sin extremidades" es un decir – aclaró Chapai – La verdad nunca entendí el porqué a Jaimei lo apodaron de ese modo. A no ser que… se refieran a "eso" de entre las piernas. ¡Es el único guardián que no lo tiene!

Tanto Lambaré como Anahí hicieron muecas extrañas. Yerutí solo se mostraba aún más curiosa por saber a qué se refería Chapai. Tras un breve silencio, Anahí se atrevió a preguntar:

— ¿Es una mujer?

— Bueno, nunca se lo pregunté – dijo Chapai, encogiéndose los hombros – aunque supongo que las mujeres no tienen "eso" para que no interfiera en su habilidad de traer vida al mundo. Quizás Jaimei sea una mujer… o un hombre "diferente".

— ¡Bueno! ¿Pero por qué deduces que el siguiente guardián es una mujer? – le preguntó Yerutí a Anahí.

— Bueno…. – Dudó Anahí de explicarlo, aunque se sentía sorprendida por la gran inocencia de su peculiar compañera de viaje - ¿Cómo explicártelo? ¡Ya sé! Tú y tu hermano son mellizos. ¿No es verdad?

— Sí. Así es.

— Y, sin embargo, son diferentes físicamente. Es decir, ¿te has fijado que Arandú tiene algo que a ti te falta?

Yerutí se quedó pensativa. Todos la miraron para saber el porqué pensaba demasiado. Al final, respondió:

— ¡Sí! Tiene algo que le cuelga de entre las piernas. Lo usa para orinar. Pero no sé cómo se llama.

— ¡Pene! ¡Se llama pene! – dijo Anahí en voz alta, haciendo que Lambaré se sobresaltara - ¡Todos los hombres lo tienen!

Yerutí dirigió su mirada hacia la entrepierna de Chapai. Éste se sintió extrañamente incómodo, ya que no estaba acostumbrado a que le inspeccionaran el cuerpo. Al final, Yerutí exclamó:

— Es más pequeño que el de mi hermano.

Tanto Lambaré como Anahí abrieron la boca de la sorpresa. Chapai se acurrucó por el suelo, en un vano intento de ocultar su miembro ante la vista de Yerutí, mientras reclamaba:

— ¡Ten más respeto! ¡Soy un guardián!

Yerutí giró su cabeza hacia Lambaré. Éste se cubrió el taparrabo al instante y le advirtió:

— ¡Ni se te ocurra decir nada!

Anahí solo sonrió y siguió su camino, seguido por el resto. Yerutí siguió reflexionando al respecto, pensando que todavía tenía mucho que aprender sobre su especie y la naturaleza en general.

La charla fue interrumpida cuando escucharon unos gritos de auxilio, lo cual alertó a la joven daimon.

— Alguien necesita ayuda – dijo Yerutí

— Quizás sea algún desafortunado – continuó Anahí – no parece sonido de animal.

Yerutí aguzó los oídos y exclamó:

— ¡Estoy segura que es un daimon! Iré a verlo.

— ¿Qué? ¡No! ¡Espera! ¡Puede ser peligroso!

Pero Yerutí la ignoró y fue de inmediato a ver qué sucedía, mientras que Anahí y Lambaré se quedaron a vigilar a que el guardián de la oscuridad no escapara.

Por suerte, la joven daimon no tuvo que ir tan lejos porque, a tan solo unos metros de distancia, localizó el origen de los gritos.

Era un daimon salvaje de unas hermosas alas multicolores y unos enormes cuernos rojos que parecían formar un corazón por encima de su coronilla. La criatura cayó en una trampa humana que consistía en una gran red con rocas en sus extremidades y que, por lo que dedujo, cayó hacia arriba para aprisionar a un animal o daimon en el suelo.

Yerutí vigiló que no hubiese ningún humano cerca. Sabía que las tribus humanas poseían distintos estilos de caza. Quizás se tratase de una tribu que priorizaba más la recolección que la cacería, por lo que solo preparaban trampas para llevarse a la bestia que cayese en ella mientras recogían las frutas del bosque. Cuando se cercioró de que el lugar estaba despejado, volvió a fijarse en el daimon atrapado y sintió deseos de ayudarlo, liberarlo y evitar que sufriese el mismo destino que ella y su hermano sufrió.

— Oye, tranquilo – le dijo Yerutí, acercándose lentamente – te ayudaré a salir de aquí, pero debes volar rápido. Los humanos pueden estar cerca.

El daimon dejó de gritar y miró fijamente a Yerutí. Ella solo atinó a tomar una roca y tratar de romper las cuerdas con ella. La tarea fue sencilla gracias a su fuerza natural, por lo que consiguió romper parte de la red y liberar al desdichado. Éste, al verse libre, se abalanzó sobre Yerutí como para atacarla.