Yerutí se preparó para recibir el ataque pero, contrario a lo esperado, el desdichado se detuvo y comenzó a olisquearle el cuerpo. La joven daimon se abrazó, sintiendo que invadían su espacio personal.
— ¡Vaya! ¡Creí que eras humana! – dijo el daimon – pero no estás sola… Hay humanos contigo. ¿Eres su mascota?
— ¡No soy una mascota! – respondió Yerutí enérgicamente - ¡Solo me alié con ellos para una misión!
— ¿Aliarse con humanos? ¡Es una broma! ¿No? Ja ja ja – se rio el daimon, mientras se sujetaba la panza de tanta carcajada.
— ¡Sí! ¡Es verdad! – insistió Yerutí – Estamos buscando a los guardianes…
— ¿Dijiste guardianes? – preguntó el daimon quien, repentinamente, dejó de reír y miró seriamente a su salvadora - ¡Pero si solo son leyendas!
— ¡Existen! ¡Es verdad! Hasta capturamos a uno. ¿No has sentido otro olor aparte de los humanos?
Esta vez, el daimon cerró los ojos y comenzó a olfatear hacia la dirección donde había visto venir a Yerutí. Después de un largo minuto de silencio, abrió los ojos y, sorprendido, dijo:
— Detecto tres olores. Estoy seguro que dos de ellos son humanos: un hombre y una mujer. Pero el tercer olor… ¡Es extraño! ¡Nada comparado con lo que presencié con mis sentidos en vida!
Giró su cabeza hacia Yerutí, quien mostraba una amplia sonrisa por lograr que el daimon le creyera. Éste volvió a reír, pero no en forma de burla, sino en señal de incredulidad. Al final, dijo:
— Está bien, tú ganas. Tus "aliados" no parecen agresivos. Y estar junto a una leyenda viviente es estimulante. Además, siento que te debo una por salvarme la vida. Así es que te acompañaré.
— ¿Seguro? – dijo Yerutí, sorprendida - ¿No irás a volar bien lejos, disfrutando de la libertad?
— Me tienta, pero en serio quiero devolverte el favor. Aunque, por ahora, será mejor que nos marchemos. Los humanos están cerca.
Ambos daimones se acercaron al grupo, causando un gran revuelo. Anahí pegó un grito, Lambaré tomó su lanza y Chapai solo atinó a sonreír divertido.
— ¡Tranquilos! – dijo Yerutí, agitando sus brazos – Es un nuevo amigo. Nos ayudará en la misión.
— ¿Pero no seremos demasiados? – dijo Lambaré, escéptico - ¡Además es un daimon salvaje!
El daimon ignoró a Lambaré y se acercó rápidamente a Chapai, ocasionando que el joven guerrero se dispusiese a atravesarlo con su lanza. Por suerte, Anahí logró detenerlo a tiempo y calmarlo.
Mientras el daimon salvaje miró al guardián de la oscuridad de arriba abajo, Chapai siguió sonriendo, sintiéndose momentáneamente una celebridad. Tras una larga pausa, Yerutí preguntó:
— ¿Satisfecho?
— ¿Qué va? ¡Esto es impresionante! ¡Nunca creí que en verdad existieran!
— Oh, veo que algunos daimones todavía nos recuerdan… aunque sea en forma de leyendas – dijo Chapai - ¿Y qué piensas hacer, daimon salvaje?
— Bueno, prometí a mi salvadora que la ayudaría en su misión. Mis padres me enseñaron que los favores deben pagarse y, por eso, ahora me dedicaré a ayudarla con mi vida.
— Me llamo Yerutí – se presentó la joven daimon – Y… no necesito tanto. Solo que me apoyes en mis enfrentamientos con los demás guardianes. ¡No sabes cuánto nos costó capturar a éste! Y sospechamos que el siguiente será aún más complicado.
— Entiendo – dijo el daimon salvaje – entonces peleemos juntos, Yerutí. Te cubriré la espalda. Por cierto, yo me llamo Angapovó. Es un placer conocerte.
— Yo soy Anahí – dijo la hija del chamán – y me encargo de controlar a los espíritus de la naturaleza para tener un buen viaje.
— Y yo soy Lambaré – dijo el joven guerrero, quien detestaba ser ignorado y dejado de lado – Te estaré vigilando, Angapovó, por si intentes algo raro.
El extraño grupo de daimones, humanos y guardián se alejó rápidamente del lugar y se dirigieron cada vez más hacia el sur de la selva Guaraní.
Tras unas horas de larga caminata, llegaron hasta unos riachuelos que albergaban una gran cantidad de peces. Yerutí y Angapovó pescaron unos cuantos y los entregaron a Anahí para que los cocinara. Lambaré se encargó de vigilar a Chapai, aunque la actitud de éste era bastante calmada y relajada como para pensar que tan siquiera opondría alguna resistencia.
Mientras cenaban, Yerutí explicó brevemente a Angapovó lo que estaban haciendo. Éste escuchó atentamente. Luego, miró fijamente a Anahí y reflexionó:
— Puede que ese chamán esté planeando algo. Si no, no me explico cómo es capaz de confiarle su hija a una daimon resentida con los humanos.
— Marangatú tiene a Arandú, mi hermano – le explicó Yerutí, mientras miraba fijamente los huesos del pescado que acababa de comer – No me queda de otra más que proteger a Anahí y cumplir con la misión. Pero, una parte de mi, tiene deseos de escapar, ser libre… como tú.
— Yo perdí a mi familia, casi de la misma forma en que perdiste a la tuya – dijo Angapovó, mientras sus ojos comenzaron a humedecerse por el recuerdo – pero logré escapar a tiempo y, por muchas estaciones, anduve libre en la selva Guaraní – al decir esto, se frotó los ojos y miró fijamente a Yerutí – Puedo enseñarte a ser una daimon salvaje de vuelta, recuperar tu estado habitual.
— ¿Aún sin mis alas?
— Aún sin ellas. Eres fuerte y con una gran determinación por sobrevivir. Mientras vayamos a los templos de los guardianes, puedo enseñarte a "oler" y "saltar" bien alto. Incluso a detectar rastros, distinguir las criaturas por su olor y orientarte en la oscuridad. Son cosas que quizás te habrán enseñado tus padres, pero los habrías olvidado durante tu vida en cautiverio. Y, si las cosas salen bien, podré enseñárselos también a Arandú. Es tiempo de que los daimones nos organicemos y luchemos por nuestra libertad. ¿Qué te parece?
Los ojos de Yerutí brillaron de la emoción. En verdad juzgó mal a los daimones salvajes, no todos eran hostiles ni agresivos contra los domesticados.
Mientras charlaban, Anahí y Lambaré los observaba desde lejos.
— Las palabras de Angapovó no me inspiran confianza – dijo Lambaré - ¿Y si intenta hacernos algo?
— No lo creo – dijo Anahí – lo hubiese hecho desde el principio. Descuida, Lambaré. Yerutí no nos hará daño – miró a su amigo y procedió a acariciarle la mejilla con ternura – Aunque seas un terco, me alegro de tenerte a mi lado. En verdad no sé qué haría sin ti. Estoy segura de que habría muerto en esa cueva y mi padre se sentiría decepcionado por no completar la misión.
Lambaré no dijo nada. Solo tenía deseos de abrazarla, cargarla en brazos y llevarla a la tribu. Pero, también, deseaba pasar más tiempo con ella porque sabía que, una vez que recuperase a la "chamán" de la tribu, ella tendría tanto trabajo que casi no se hablarían. Así es que, en su mente, pidió perdón a su padre por haber seguido sus deseos egoístas y no luchar en favor de su gente.
— El siguiente templo está el guardián del agua – dijo Anahí, cambiando de tema – Su nombre es Jaimei según Chapai. Debemos tener cuidado ya que, si ve que capturamos a uno de los suyos, querrá matarnos de inmediato.
— Por favor, déjenme ayudarles – intervino el guardián de la oscuridad – Aún con mis poderes sellados, poseo una gran fuerza y velocidad superior al de un daimon. Jaimei no se dejará "convencer" tan fácilmente… ni aunque yo se lo ordene. ¡Es el más reacio a escucharme! Aunque puedo lograr que se calme… un poco.
— ¡Jah! ¡Como si fuéramos a creerte! – dijo Lambaré, apuntándole el pecho con su lanza – Solo te mantenemos con vida por lo que llevas en tu interior, pero si intentas algo…
— Humanos. ¿Creen que logran algo amenazando a los más desfavorecidos?
— ¡Bueno, cálmense! ¡Los dos! – interrumpió Anahí - ¡Es hora de dormir! Mañana tenemos un largo camino que recorrer, así es que hay que prepararse. ¿Está claro?
Yerutí ató a Chapai en un árbol y decidió montar la primera guardia junto a Lambaré. Ambos no se dirigieron la palabra en todo su turno, pero decidieron contemplar las estrellas que ya adornaban el cielo nocturno, pensando cada uno en sus seres queridos.
Ya cuando la luna estaba en lo más alto, se fueron a dormir. Yerutí soñó que aún sus padres vivían y que volaban todos juntos por los bosques. Luego, vieron un gran árbol que, en vez de tener frutos, tenía cabezas colgando en sus ramas. Enseguida reconoció los rostros de Arandú, Lambaré, Anahí y Angapovó. Antes de lanzar un grito, escuchó una carcajada a sus espaldas. Se dio la vuelta y el sueño terminó.