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Chapter 22 - La gran puerta

Finalmente, el carruaje ingresó en la cola, provocando que dos guardias se aproximaran al carruaje con lentitud y pereza; al parecer los guardias ya estaban algo consumidos por su larga jornada y esperaban con ansias que el sol se ponga para que este día se terminase de una buena vez.

—¿Paso algo anormal? —Preguntó Orrin, al ver a los dos guardias desganados acercándosele, si los comparaba con los de otras ciudades que ya había visitado probablemente estos guardias serían los que peor aspecto tenían, por lo que debían ser los más maltratados por su rutina.

—No, por suerte…—Comentó el guardia con una sonrisa forzada, tratando de recomponerse para que el cansancio no se notara tanto—Pero eres el último carruaje que nos toca inspeccionar, dentro de poco se terminará nuestro turno.

—Ya veo, al parecer fue un día largo…—Comentó Orrin mirando a los dos guardias fijamente—Pero me temo que tendrán que inspeccionar un carruaje más: mi señor está por terminar un viaje muy largo y está viajando en el carruaje de atrás. No sería conveniente que ustedes dos nos hagan esperar a que realicen el cambio de turno, o mi señor podría enojarse y créeme cuando te digo que no quieren que eso ocurra.

—Lo siento, pero no hacemos excepciones—Respondió uno de los guardias, con una sonrisa algo forzada, pero muy bien hecha; al parecer estos guardias tenían mucha experiencia al tratar con nobles.

—¡Sí, sí que la harán! —Gritó un guardia sentado en una silla al costado de las inmensas puertas, el hombre estaba bastante lejos, pero al parecer toda su atención estaba en los dos carruajes negros que se habían unido recientemente a la cola. A diferencia de todos los guardias trabajando en esta puerta, este hombre era el único con el pelo blanco y más importante aún era el único que mostraba al menos una cicatriz en su cuerpo. El viejo guardia estaba vistiendo una armadura de cuero, bastante desgastada, e incluso en algunos lugares la armadura se notaba parchada, diferenciándose de los guardias que iban a los carruajes con armaduras de plata finamente decoradas con patrones de rosas. Por lo que todo indicaba que este viejo era el único guardia de esta puerta que realmente se había jugado la vida en alguna ocasión para defender algo que él anhelaba.

El guardia procedió a levantarse con dificultad con la ayuda de un bastón a su lado, revelando que una de sus piernas hace tiempo se había perdido. Ya parado, el guardia en la puerta volvió a gritar mientras miraba con severidad, como todos los guardias se erguían de repente al escuchar su voz:

—Y no solo ustedes dos se quedarán trabajando después de turno: ¡Abran «la puerta» y corran a los carruajes en la cola! ¡Que se escuche la marcha de los colosos del bosque negro!

Al escuchar del guardia apoyado en su bastón que se debía abrir «la puerta», todos los guardias atendiendo sus puestos miraron con un odio extremo los dos carruajes negros que acababan de llegar, sobre todo los guardias que ya habían terminado de requisar sus carruajes y se estaban preparando para regresar a sus hogares: ¡Estos sinvergüenzas les habían alargado su jornada!

Sin embargo, ningún guardia se atrevió a decir una sola palabra de reproche y se pusieron a cumplir las órdenes impuestas. Por su parte, Orrin y Mateo observaron cómo los guardias comenzaron a correr a los demás carruajes en la cola a los costados, formando un gran pasillo de carruajes y exponiendo al final las inmensas puertas de la ciudad capital.

La gran realidad es que dichas puertas prácticamente nunca se abrían, salvo que entrara o saliera alguien importante de forma protocolar, por lo que la gran mayoría de carruajes pasaban por unas puertas secundarias ubicado justo a los costados de las inmensas puertas: esto no solo se hacía por una cuestión lógica al ahorrar esfuerzos al no abrir las puertas grandes, sino que también era una forma de mantener las puertas cerradas la mayor cantidad de tiempo posible, indicándole a los de afuera que estas tierras eran exclusivas. El otro gran motivo por el cual existía esta costumbre es que servía para marcar status: las familias nobles secundarias, los carruajes con criados y demás, debían entrar por las puertas pequeñas mientras miraban con impotencia como las grandes puertas de la muralla se mantenían cerradas, como indicándoles que en realidad no eran dignos de entrar a la capital del imperio.

Usando su experiencia, Orrin dedujo que el abuelo de Apolo había arreglado la recepción protocolar para su nieto, por lo que el guardia principal debía estar al tanto que dos carruajes negros con ruedas rojas llegarían a la capital en aproximadamente estas épocas. Cuando la mayoría de los carruajes ya se habían corrido, no tardaron mucho en notificarle a Orrin que también debería correrse y que solo el carruaje donde viajaba Apolo podía entrar por las puertas grandes. Lejos de tomárselo a mal, Orrin observó con orgullo todo el espectáculo que se estaba armando y con aún más orgullo miró a su hijo algo nervioso tratando de que no se le note el sudor en la cara al ser el foco de atención de todos los demás conductores.

Mientras todos estos preparativos comenzaban a hacerse, algunos transeúntes que pasaban por la zona notaron que las puertas gigantescas comenzaban a abrirse mostrando un poco del magnífico resplandor de la capital, por lo que la gente comenzó a acumularse en las calles de los alrededores para ver el recibimiento protocolar.

Finalmente, las dos grandes puertas terminaron de abrirse mostrando el interior de la capital, del cual solo podía observarse pasto, árboles y todo tipo de plantas exóticas rodeando un camino de losas azuladas como el cielo.

Mientras esto ocurría los guardias de la puerta se alinearon formando un pasillo por el cual debía pasar el carruaje de Apolo, cada guardia se encontraba portando unos tambores que rápidamente habían ido a buscar para la ocasión. Cuando todo estuvo preparado, Mateo notó que su padre le hacía una señal y con la mirada de cientos de personas en su carruaje comenzó a conducirlo a la capital.

Tan pronto como el carruaje comenzó a andar, Apolo, que mantenía las cortinas de su carruaje cerradas, comenzó a escuchar el retumbar de los tambores desde el exterior. Con algo de sorpresa, Apolo corrió ligeramente la cortina para observar de donde provenía el familiar sonido; fue entonces que el joven noble se enteró de todo el espectáculo que se estaba montando y lejos de gustarle, Apolo observó con temor a los guardias que se habían formado a recibirlo.

El sonido que escuchaba Apolo no era otro que la canción de su familia, la cual era una simple marcha de guerra que se tocaba con tambores, la marcha era muy repetitiva y solo trataba de replicar con sonido el lema de su familia: «Primero abraza a los caídos, luego abrázate a ti mismo» el cual implicaba que lo más importante era respetar a los que ya murieron en combate y luego uno debía tratar de respetarse a uno mismo.

El carruaje poco a poco se fue acercando a las puertas de la capital gloriándose del recibimiento que estaba siendo hermoso, provocando que una gran muchedumbre se acercara a curiosear, haciendo al recibimiento aún más memorable. Sin embargo, el principal protagonista de esta recepción hace tiempo había vuelto aserrar las cortinas y estaba más preocupado leyendo un pergamino amarillento con obsesión, como si en esos pocos párrafos se encontrara todo su futuro.