Ignorando la despedida de su abuelo, Apolo salió del salón para dirigirse a su cuarto, donde había dejado todos los baúles con sus pertenencias. Por la cara de disgusto que tenía el joven mientras caminaba parecía que las cosas no le habían salido como lo había planeado.
Según la expectativa del joven, su abuelo: que siempre tendió a malcriarlo por ser su nieto favorito, volvería a hacerlo esta vez y de esa forma lograría prolongar su estadía en el castillo de la familia unos años más.
En el fondo, Apolo sabía que tarde o temprano tendría que marcharse, al fin al cabo su abuelo ya estaba viejo y el primero en la línea al trono de este castillo era su primer hermano. Una vez que su abuelo falleciera, su hermano mayor buscaría marcar su territorio como nuevo jefe de la familia y obligaría a Apolo a irse.
El joven no estaba molesto por esto porque fue creciendo sabiendo que su hermano mayor hedería todo, lo único que lo molestaban eran los tiempos. Él desperadamente necesitaba más tiempo en este castillo, pero lamentablemente el destino le jugó una mala pasada y su abuelo finalmente consiguió los documentes necesarios para que él pudiera ir a la capital a convertirse en un mago.
Tras salir del salón, Apolo no tardo mucho en cruzarse con un criado que lo estaba buscando y sin exigirle muchas explicaciones, el criado le notifico que los baúles ya habían sido cargados. El criado, sin darle muchas vueltas al asunto, dirigió a Apolo con apuro hacia la entrada del castillo, donde dos carruajes ya lo estaban esperando para emprender el viaje.
—¡Finalmente, has llegado, joven señor!—Comento Alfonso con una sonrisa muy amplia en su rostro, por lo desgastado que estaba su rostro parecería que el asunto de no encontrar a Apolo lo había estado preocupando más de la cuenta—En el primer carruaje ya están sus pertenencias guardadas. Mientras que el segundo carruaje está listo para que usted pueda emprender su viaje cómodamente.
Ignorando completamente al mayordomo y mirando los bosques alrededor del castillo de su familia con cierto dolor, Apolo procedió a entrar al segundo carruaje. Pero antes de abrir la puerta del carruaje, el joven se detuvo y miro con atención por los vidrios en la puerta: ¡Al parecer había alguien esperándolo dentro!
La persona que estaba dentro del carruaje era inusualmente alta, como el abuelo de Apolo, por lo que se encontraba agachado: luchando por no chocar su cabeza contra el techo. Pero a diferencia del abuelo, esta persona tenía el pelo rubio y era joven, aunque no tanto como Apolo.
La persona en el carruaje estaba vestida con una bata gris en bastante mal estado y toda sudorosa, por lo que parecía que la persona alta era un vagabundo; sin embargo, este "vagabundo" tenía colocado un muy fino anillo de oro en uno de sus dedos, idéntico al que usaba Apolo. Por lo que este "vagabundo" debía tener cierto grado de parentesco con Apolo y efectivamente era ni más ni menos que el segundo hermano de Apolo.
—¿Qué no vas a entrar?—Pregunto el hermano de Apolo mirando con incomodidad el techo del carruaje que se le hacía muy chico.
—¿Tú también vienes a la capital, Hermes?—Pregunto Apolo mientras abría la puerta del carruaje. Al entrar, la cara de disgusto de Apolo no hizo más que crecer: por sentir el incómodo olor que liberaba la sucia ropa utilizada por su hermano; sin embargo, su curiosidad acerca de los motivos de la visita de su hermano provoco que no se quejara por el asunto y en su lugar Apolo trato de encontrar un espacio para caber en el carruaje: dado el tamaño de su hermano, la tarea no fue tan sencilla. Una vez que Apolo entro, los dos carruajes comenzaron a partir, sin esperar una orden. Parecería que ya no quedaba tiempo que perder.
—¡Claro que no!, Son más de 6 meses de viaje…—Respondo Hermes mientras observaba con cierto temor el cuerpo esquelético de su hermano menor— Vine a despedirme y a tener una charla que estuve atrasando por demasiado tiempo.
—Si mal no me equivoco: nos despedimos anoche en la fiesta que preparo mama, no crees que es innecesario despedirse nuevamente, solo pasaron unas pocas horas: la fiesta termino muy tarde…— Respondió Apolo con cierto enojo, sin ocultar la incomodidad que sentía por tener a su hermano tan cerca—Ya que no te diriges a la capital: ¿no deberías bajarte?, El carruaje está moviéndose muy rápido y a este ritmo, vas a tener que caminar unos cuantos kilómetros si la charla se prolonga.
—Acaso piensas que estoy preocupado por unos pocos kilómetros—Comentó Hermes con orgullo—El que se está muriendo de hambre eres tú, pequeño hermano. Yo entreno como buen soldado: todas las mañanas y todas las noches.
—Se nota, si sigues creciendo a ese ritmo, llagará el día que ni entres al carruaje—Comentó Apolo mirando el cuerpo de su hermano con cierta envidia; el joven sabia que el tamaño anormal de algunos miembros de su familia se debía a un efecto especial provocado por el entrenamiento de soldado que llevaban a cabo, por lo que lejos de ser algo negativo era algo envidiable.
—Eso espero…—Susurro Hermes con cierta añoranza mirando por la ventana del carruaje cómo el castillo se alejaba en el horizonte— Deberías preocuparte un poco más por tu cuerpo, sinceramente creo que te estás muriendo y déjame decirte que no soy el único en la familia que opina lo mismo…
—Puede ser…—Respondió Apolo mirándose las manos: ya estaban tan esqueléticas que no podía reconocerlas como propias; sin embargo, al ver el anillo de bronce oxidado en su mano, la preocupación en su mente se disipó y una sonrisa torcida apareció en su rostro—Pero por el momento ando bien, siempre puedo comer un poco más cuando me apetezca: ¡No es como si a los nobles les faltara comida!
—Claro que no, hermanito…—Comentó Hermes sin dejar de ver por la ventana del carruaje, mirando como los árboles del bosque de los alrededores del camino iban pasando—A los nobles nos sobra el dinero, nos sobra la comida, nos sobra las mujeres, pero eso no quiere decir que lo tengamos todo.
—¿De verdad crees que nos falta algo para vivir mejor? Por mi parte, creo que con dinero, comida y mujeres se puede vivir bastante bien—Dijo Apolo con una sonrisa, más preocupado en observar el anillo en su dedo que el castillo cada vez más difuso en el horizonte
—A muchos nobles le falta la suficiente cordura para ver que se dirigen a su propia muerte— Respondió Hermes con incomodidad, mirando la sonrisa anormal en el rostro de su hermano—Ese anillo que aparecías más que a tu propia familia solo te está matando, pequeño hermano. No vas a obtener nada de él, salvo desgracia… y ahí estás mirándolo como un idiota… nuevamente…