Eran más o menos alrededor de las cuatro de la tarde cuando el avión despego desde el aeropuerto de Santo Domingo con destino a Orlando para a fin de cuentas volver a casa mientras yo acomodado en aquel asiento me dedique a observar por la ventana como por segunda vez esta tierra tan hermosa me ve de nuevo partir.
La conmoción de descubrir cada uno de los detalles que a mi conocimiento fueron reveladas en tan poco tiempo me hacían sentir de algún modo abrumado, tanto que el más simple intento de descansar en el avión suponía para mí una enorme incomodidad y así el tiempo dentro de aquella nave transcurrió mientras que yo me perdía gradualmente en mis propios pensamientos.
Al desvanecerme en ellos había uno que me producía mayor inquietud que los demás y tenía pocas horas de ocurrir.
Luego de haber comido el abuelo Carlos se retiró con prisa por un momento tras María haberse acercado a él quien le susurró algo al oído.
— Alexander y Christian, podrían esperarme aquí por un momento, se me ha presentado algo y necesito resolverlo, así que por favor podría pedirles que me esperen aquí no tardare demasiado o al menos eso espero.
Christian y yo asentimos en confirmación a ello mientras que el abuelo salía despedido como un rayo pues aunque su edad ya es algo avanzada aun tenía la agilidad de cual gato salvaje.
Chris al ver como aquel se esfumaba cuestiono ante María, las chicas y yo con suma intriga — porque aquí todo es tan raro.
María con algo de jocosidad increpó — eso querido amigo es parte de la magia de este lugar, la extrañeza, las rarezas, la singularidad y la relación que entre todos los que aquí conviven se ha formado de algún modo le ha dado el toque perfecto y nosotros somos el vivo ejemplo pues aunque seamos jefes y empleados el cariño junto al respeto, la confraternidad y la igualdad reinan en un mismo compas.
Y aquello era cierto, todo cuanto ella manifestó tenía su toque perfecto de verdad pues la vida allí era por demás decir que bastante diferente a la vida que como jefe impongo yo ante mis empleados haciéndose evidente un pequeño detalle que la humildad en mi no es mi punto más fuerte.
Diez minutos después transcurrieron y el abuelo Carlos nuevamente regreso, ante nosotros apareció algo jadeante y evidentemente cansado, en su rostro aquel traía la tensión misma que la tristeza dejaba enmarcada en nosotros tras haber llorado y en un tono algo apagado se pronuncio.
— Qué bueno que aun estén aquí, podría pedirles un favor.
— Sí abuelo, que necesitas.
— Necesito que vengas conmigo, podrías acompañarme, alguien quiere verte — en tanto aprovechando la presencia de Christian allí aquel de seguido replico — y tu Chris nos podrías acompañar.
Ambos viendo el rostro de aquel aceptamos, acompañarle era justo que lo hiciéramos luego de todo lo sucedido y ahora más que se sabía que se trataba de aquella figura paternal que tanto añoraba tener de nuevo en mi vida.
Poniéndonos de pie Christian y yo abandonamos nuestros asientos, aprovechando el momento le dimos las gracias a María y a los demás por todo lo que habían hecho por nosotros a lo largo de aquellos días en los que estuvimos allí, porque había la gran posibilidad de que ya no hubiera otro instante para vernos debido a que el helicóptero ya se encontraba esperándonos para llevarnos hasta el aeropuerto y así firmes con tal adiós, le seguimos.
Por los pasillos de aquella gran casa caminamos, entre sus alrededores dimos unas cuantas vueltas hasta que finalmente llegamos hasta la parte frontal de la habitación en la que Milena solía encontrarse cosa que al verla se produjo en mi una extraña sensación de vació y ahogo, que me hacía recordar con fuerza lo solo que me encontrado en este cruel mundo.
Suponiendo que era nuestro destino por un momento me detuve con la esperanza de verla, de que Milena fuera la persona la que apelaba por mi presencia así que de pie me quede allí contemplando aquella puerta por un momento, pero lejos de lo que yo pensaba nada de ello sucedió.
El abuelo Carlos llamo por mi nombre — ¡Alexander! — cosa que me obligo a girar mi rostro para contemplarle, mientras que el continuaba dando rienda suelta a sus palabras — no te quedes rezagado, ya falta foco para llegar.
— Si abuelo — dije sin tardar y escaleras arriba arribamos sin tardar.
Por aquel pasillo caminamos guardando por sobre todo el silencio y yo haciendo su espacio parte fiel de mi conocimiento me sumergí en los recuerdos que tenía bastante vividos de la noche anterior.
Las sombras que en la noche se formaban ya no se encontraban siendo de vez en cuando disfrazadas tras la luz de la luna chocar con ellas tras noche encontrarse, más por el contrario, ahora en pleno día a pesar de que la luz del sol dejaba todo a la vista igualmente aquel lugar seguía sintiéndose con la misma magia con la cual le descubrí, radiante, misterioso y magníficamente encantador.
Ajeno a todo conocimiento le seguí y casi como si mis pensamientos fueran particularmente leídos dimos con el sendero que conducía a la terraza superior a donde el abuelo Carlos con determinación nos condujo.
El primero en salir al exterior fue el abuelo, quien a un costado de la terraza se acomodo y llamando por nosotros nos hizo igualmente ingresar — Alexander y Christian, acérquense.
Confundido por ver de quien se trataba y algo inquieto salí y así como lo hice me lleve la sorpresa de vida al descubrir quien se encontraba allí.
Sentada sobre aquella cama de exterior tomando algo de sol se encontraba la abuela Jocelyn con su cabello gris teñido por el paso de los años, su piel blanca había sido manchada por la edad junto a la enfermedad que devoraba su cuerpo quienes se habían encargado de descompensarla y darle un aspecto delicado y porque no desolador, aunque a pesar de eso ella seguía allí, radiante y sonriente como si nada estuviera sucediendo.
La expresión en su rostro tras observarme se quedo bien marcada en mi mente y en mi piel, cosa de la cual estoy seguro que jamás olvidare, su tranquilidad no tenía comparación y hacía casi un hecho el pensar, el que ella se encontraba en excelentes condiciones aunque no era así.
Sus ojos se iluminaron como dos faroles ardientes llenos de amor y su boca la cual hasta el momento se encontraba ajena a alguna expresión fue rápidamente tomada por la vida al enmarcarse en ella la sonrisa más vivida y tierna jamás contemplada, verme la hizo llenarse de una alegría sin igual, ella sin dudas era de nuevo feliz.
La abuela Jocelyn abrió sus brazos en el aire — no te quedes parado hay, ven dame un abrazo — dijo con emoción y yo quien se encontraba atónito no tarde en acercarme, en tanto arrodillándome ante ella la abrace con fuerza mientras deseaba muy dentro de mí no volver a soltarla jamás.
Las lagrimas al sentirme entre sus brazos por más fuerte que yo podía llegar a aparentar ser corrieron por mis mejillas y como un pequeño niño herido en un grito desesperado me sumergí ante su figura maternal.
Su consuelo, su calor, sus caricias, me hicieron recordar lo dichoso que fui al poder tenerla en mi vida y llamarle abuela durante aquellos cinco hermosos años en los que viví aquí y en los cuales nada, absolutamente nada me falto, pues Milena y yo crecimos recibiendo la misma porción de amor, puro e irremplazable.
— Soy un imbécil, deje que todo lo material me consumiera pensando que luego de que fuera alguien podría tener todo el tiempo del mundo para poder reencontrarme con ustedes de nuevo, y sin embargo ahora que lo hago tú te estás marchando, no es justo.
Apartándome de ella la mire a los ojos por lo que pude contemplar como al igual que yo una que otra lágrima habían recorrido sus mejillas, aunque a diferencia de mí quien cargaba tristeza y dolor en ellas, la abuela en las suyas solo enmarcaba su enorme gratitud.
— Nada en la vida lo es mi pequeño Alex, todo en este mundo tiene un costo nos guste o no y va de la mano con las decisiones que tomamos, ahora bien lo importante es que estas de nuevo en casa y no imaginas lo feliz que me has hecho, ya bien puedo decir que puedo morir en paz.
— No digas eso abuela — dije con evidente reclamo — tu no morirás, no puedes hacerlo, no puedes dejarnos solos, que harán el abuelo y Ava sin ti, que haré yo ahora que pude volver a verte.
— Harás lo mismo que has hecho hasta ahora, vivir, aunque con una pequeña diferencia.
La abuela tomo sus manos, la acomodo una a cada lado de mis mejillas obligándome así a verla directamente a los ojos y me exigió que abriera bien mis sentidos.
— Sé muy bien que Carlos te dijo lo que sucedía conmigo, se perfectamente que conoces mi situación y que ya no me queda mucho tiempo, así que despierta.
La vi tomar una pausa en la cual respiró sumamente profundo como si la perdiese en cada suspiró, su cuerpo estaba agotado con tanto padecer y era evidente.
— Deja de hacerle caso a quienes solo te están usando, tú viniste a este mundo a ser feliz no a ser controlado por nadie, ni siquiera por quienes te dieron la vida, toma el control de tu vida y crea tu propio camino y de paso reencuéntrate con Ava, no seas tonto no la pierdas por segunda vez porque mirándote bien se perfectamente que tu corazón no aguantara decirle adiós.
Sus palabras constantemente se repetían en mi cabeza una y otra vez, porque a todo esto hacía extremadamente sentido, yo debía hacerme dueño de mi camino, debía de sentar cabeza y poner cada pieza en su lugar.
Así que partimos de tierras Dominicanas sin antes recibir una gran enseñanza y como todo en la vida no puede ser estático sino que todo tiene que permanecer en movimiento Chris me saco de mis pensamientos para colocarme en el presente.
Habiendo chasqueado los dedos me hizo reaccionar y tras indicarme que me abrochara el cinturón, el avión aterrizo en el aeropuerto Internacional de Orlando.
— Hogar dulce hogar.