Chapter 11 - CAPITULO 11: MI ABUELA

Lo que nunca entendí, y hasta el día de hoy no entiendo, es la razón por la que le costaba tanto trabajo alejarse de ese hombre definitivamente.

Hasta hace pocos años, una vez dijo que lo amaba todavía.

Me dolió mucho escucharla pronunciar esas palabras.

Me pongo a pensar en eso, y sigue doliendo.

¿Hasta dónde una persona es capaz de amar?

Recuerdo otra noche que, he de haber estado muy chica porque, la casa en ese entonces, solo era de un cuarto.

Mi madre planchaba la ropa de mi padre, si no mal recuerdo, era su uniforme.

Mi padre iba a salir, a algún lugar, y la camisa que quería ponerse, si estaba lavada, pero, no estaba planchada.

Insistió en ponerse esa.

Mi madre le dijo que se pusiera otra, ya que, la faltaban varios uniformes por planchar.

Se hizo el caos.

Recuerdo que mi padre se le echó encima a golpearla.

No sé en qué momento, sus manos pasaron a su cuello.

Mi madre desesperada nos gritó que le habláramos a la vecina, cosa que se hacía constante.

Corrimos afuera a buscar a la vecina que, salió en nuestra ayuda acompañada de dos de sus hijos.

Uno de ellos un joven, el otro un niño.

Cuando llegamos a la casa, mi padre se había ido.

Mi madre estaba en la cama.

Adolorida.

La vecina la auxilió.

Supimos que, mi madre le había quemado con la plancha.

Por esto la soltó.

Mi abuela, como vivió de manera parecido, lejos de auxiliarla, parecía hallar consuelo de ver la manera en que vivíamos, bajo la falsa ilusión de sentir que había que ser normal.

Que éramos una familia normal.

Era su mismo subconsciente que gritaba por consolarse a sí misma.

Supongo que esto es lo que pienso ahora.

En ese tiempo, no la quise.

Aun no la quiero.

Todo, todo lo que pasaba en su casa nos afectaba de manera directa.

Mi tía, la mayor, donde mi padre iba a vivir cuando no estaba en casa.

También tenía 3 hijos, como nosotros, dos mujeres y un niño.

Ellos, eran religiosos, por herencia, mas, eran malas personas en ese tiempo.

Robaban, quebraban cosas, cualquier cosa que ellos hicieran.

Siempre, nos echaban la culpa, pese a no ir casi nunca a la casa de mi abuela, dentro del mismo terreno.

Antes de preguntar cualquier cosa, mi padre, llegaba a casa y nos gritaba la falta cometida.

Para el, lo que dijéramos, no importaba.

Sacaba el cinto.

Odiaba ese cinto.

Si teníamos suerte, usaba la correa del cinto.

Si no teníamos suerte.

Nos pegaba con la hebilla del ciento.

Ahí era cuando más dolía.

Sobre todo, cuando se enterraba en la piel la clavija que tiene.

Al jalarla para sacarla, rompía la piel.

Hasta vernos sangrar, era cuando se detenía.

Sus ofensas verbales o veces no las escuchábamos de lo aturdidas que estábamos.

Mi hermano era tan pequeño que, ruego porque no tenga recuerdos de esto.