ʚ El problema ɞ
El viento soplaba sacudiendo las ramas de los árboles, su sonido anunciaba un frente frío por la capital. En la comodidad de su cama James despertó observando la hora, dándose cuenta que era muy temprano aún. Se reincorporó lentamente mientras la sábana caía, deslizándose sobre su torso denudo porque James dormía solo en ropa interior.
—¿Amo James? —Tocaron la puerta con suavidad y llamaron en voz baja.
—Adelante.
Se presentó ante él una joven mujer pelirroja, con cientos de pecas adornando sus mejillas y con las orejas rojas por el frío, así como la punta de su nariz. Llevaba consigo dos cajas rectangulares, una de ellas envuelta en papel de regalo con un gran moño.
—¿Alguien la vio? —Preguntó mientras abría la caja.
—Solo mi madre, pero ella no dirá ni una palabra.
—Gracias, Catarina. Puede marcharse. —Le devolvió la que estaba envuelta.
—Con permiso. —Hizo una reverencia previa a su salida.
James volvió a acostarse, esta vez con el objeto entre sus manos y la caja vacía debajo de su cama. Había comprado dos celulares a escondidas de su padre. Nicolás y él podrían tener mejor comunicación a partir de ahora porque, hasta el momento de los dos, solo Nicolás contaba con celular y uno que ya estaba fallando continuamente según lo mencionado desde hace un año.
Durante dos horas estuvo probando su nuevo celular. Era la primera vez que tenía uno y le maravillaba lo que le ofrecían las aplicaciones. Guardó todo debajo de su cama cuando escuchó la puerta abrirse nuevamente. Ya era hora de levantarse oficialmente. Entraron a la habitación un grupo de diez personas, cinco mujeres y cinco hombres. Todos vestidos con un uniforme especial. Rodearon la cama en donde aparentemente dormía James, este solo fingía a ese punto.
—Buenos días, joven amo —saludaron al unísono.
Una vez despierto empezaron a moverse por la habitación. Unos estaban encargados de correr las grandes cortinas de los ventanales –el paisaje afuera estaba marchito por el invierno–; otros fueron a buscar la ropa que se pondría, escogieron algo cálido y cómodo, pues era muy bien sabido de la mala salud de su joven amo. James se sentó en la orilla de la cama mientras lo revisaban, era un chequeo médico rutinario. Desde que nació siempre fue una persona muy enferma, que requiere de cuidados constantes y podría sufrir complicaciones severas con el más mínimo descuido.
Luego de tomar algunos medicamentos prosiguieron a vestirlo. A James no le gustaba esa dependencia forzada a la que estaba ligado todos los días, pero no tenía más opciones al vivir bajo esa casa y con las ordenes de su padre.
Su habitación era espaciosa en forma de cuadrado. Su cama matrimonial estaba hecha especialmente para él, dormía bastante bien y mantenía una postura perfectamente erguida gracias a ello. Todo era blanco, como una habitación de hospital; inclusive las mesas o los objetos decorativos. Según su padre lo único que un hombre necesita es la paz y nada más.
Salió de su cuarto vestido formalmente con un traje de color beige. El grupo de personas lo seguían a una distancia. En su guardaropas no existía nada más que finos esmoquin para cualquier ocasión; a James le gustaban, aunque prefería tener otros colores más vivos.
—Buenos días, padre —saludó en voz baja, tomando asiento frente al comedor.
Salomón asintió sin despegar la mirada del periódico. Los separaba una distancia de cinco metros por el largo de la mesa y era una distancia muy corta, para el propio Salomón. A James no se le permitía acercarse al lado de su padre, por ningún motivo razonable o irracional. Los únicos momentos en que se veían era a la hora de comer; ocasionalmente, cuando Salomón regresaba a casa luego de un largo día de trabajo que aceptaba complacido con la intención de no pasar tiempo con su hijo.
A James le sirvieron avena, un jugo de limón y un poco de frutos secos. Al escuchar el profundo y pesado suspiro de su hijo, Salomón lo observó por un momento. Notó que este no se veía nada feliz y mantenía una expresión sumamente seria. Para sus adentros albergaba una felicidad de ver que hacerle miserable la vida estaba funcionando; después de todo James solo existía para servirle a Salomón, aunque este plan estuviese tardando más de lo esperado y mantenía sus fallas con el apego que Tiberius influyó en James.
Salomón dejó a un lado el periódico para disfrutar de sus panqueques bañados en chocolate y trozos de frutilla; acompañado de una taza del mejor café del país con un pequeño toque de miel; de postre, una rebanada de tarta. Disfrutó tanto de su desayuno, como de la vista de su hijo comiendo algo poco apetitoso; para eso él vivía, solo por contemplar las desgracias ajenas que lo hacían superior. Su único problema desde un principio recaía en Tiberius, su intromisión y delirios del futuro; si alguien pudiese, realmente, ver todo lo que sucederá antes de que pase Salomón quería ser esa persona. No aceptaría ninguna otra.
James se sorprendió en cuanto su padre terminó de comer dejándole un manojo de billetes sobre el comedor; sin embargo, no tardó mucho en alegrarse al ver el dinero. Cada vez que Salomón debía irse al extranjero le dejaba suficiente efectivo para que hiciera lo que le diese la gana, con la única condición de que jamás saliese de la mansión aunque esta se incendie.
—¡Mi amor! —Chilló un varón agudamente.
James se dio la vuelta ante el llamado encontrándose a uno de sus amigos, Tom. Terminó de comer para levantarse y recibirlo con un abrazo. En otro momento lo hubiese reprendido por llamarlo así, sabiendo cómo es su padre, pero en la ausencia del mismo no había ningún problema. Tom, al igual que James, pertenecía a una familia de clase alta y ambos siendo hijos únicos, se veían como hermanos.
—¿Debería preocuparme por su cambio de cabello? —Inquirió James viéndolo curioso.
—¡Dejá de tratarme de usted! —Gritó con una voz muy gruesa, se cruzó los brazos y arrugando la frente, suspiró con pesadez—. Vos me hacés sentir viejo.
Una vez que Tom volvió a suspirar al punto de bufar se pasó la mano por su cabeza agarrándose el cabello. Le guiñó el ojo a James, sacando ligeramente su lengua al sentirse muy sexy ese día.
—¿Te prende, amor? ¡Ahora soy el hombre más feliz del mundo! El rojo es mi color. Me enciende, me apasiona; significa alegría, sangre, pasión y guerra.
—Sí —aseguró James con un tono monótono—. No niego nada. Usted es bastante sangrón.
—¡Nada de usted! —Lo tomó de los brazos para sacudirlo—. Jimmy, si querés tratar a alguien de usted que sea a tu pareja o a alguien que merezca todo de ti. ¡A mí no, que me desesperás!
—Entiendo. —Su mirada se iluminó ante la nueva idea.
—¿Qué dije? —Preguntó al notar los transparentes sentimientos del contrario, lo cual era extraño de distinguir.
—Oh... Solo estaba recordando algo.
—Dime. Dime. Dime —insistió repetidas veces.
—No dirás nada, ¿lo prometes? —Desvió la atención a un lado, mostrándose angustiado ante el peligro de decirlo—. Si mi padre se entera, seré completamente infeliz para el resto de mi vida.
—Te lo prometo en nombre de mis videojuegos favoritos y de mi Pikachu, que me costó un huevo conseguirlo —articuló con dificultad al venir a su mente los recuerdos de su aventura con el videojuego—. ¡Diablos que sí!
—Tengo novio —balbuceó.
—¿Qué? —Expresó dudoso—. No te escuché nada. ¡Hablá fuerte!
—Yo —se puso las manos encima— tengo —las cerró en puños— un novio. —Formó un corazón contra su pecho.
—¡¿Qué?! —Tom optó una pose dramática, cayendo de rodillas al suelo—. ¡Pensé que nos íbamos a casar cuando saliéramos de la universidad!
—Pero no eres gay.
—¡¿Y?! ¡No te iba a dejar con un sinvergüenza! ¡Ya tenía planes para nosotros! —Empezó a contarlos con los dedos, una vez que se reincorporó del suelo—. Beber hasta amanecer crudos, escalar una montaña...
—¿Por qué escalar?
—Para ver. —Se encogió de hombros—. No le puse mente, solo lo anoté. Ah... Luego de eso... ¡En fin, muchos planes!
—¿En qué cambia todo esto?
—¡Es obvio! ¡Ahora sólo tendrás ojos para tu novio y no para mí! —Tom se cruzó de hombros, frunciendo los labios al imaginar más el escenario—. Me vas a abandonar por él.
—Pensándolo bien, es la primera vez que te veo desde que comenzaste tu noviazgo con Jen. ¿Qué sucedió ahora?
—Ah... lo de siempre —respondió en voz baja, manteniéndola cada vez más suave al hablar—. Me terminó.
—Tom...
—¡Jimmy, a eso venia! —Colocó su brazo alrededor de los hombros de James, consiguiendo que ambos se mantuviesen inclinados al frente—. A contarte de mis experiencias sexuales y de preguntarte cuándo era el torneo.
—¿Me debería de preocupar por lo primero?
—Esta vez sí cochamos como animales. —Sus cejas asintieron continuamente.
—Dime que usaste condón.
—No... —Bajó la mirada con inocencia y tomó una postura sumisa, frunció los labios y entrelazó sus dedos. Ya se sentía regañado solo con eso—. Te juro que no dejé de pensar en vos mientras lo hacíamos.
—No sé cómo tomar esa revelación —murmuró atónito, llegando a sentir que en verdad no tenía cómo reaccionar ante la noticia—. Tom...
—¡Ella no me dejó! ¡Ya sabes cómo es Jen! Me termina, volvemos, me termina, volvemos... ¡Fue la primera vez que me estaba dejando pasarme! —Observó a su amigo un momento—. Yo le dije: "Vos, pasame mi pantalón que me voy a poner el condón. Jimmy me mata si le doy niños ahora". Entonces ella me sedujo con sus senos y su trasero; pero no me dejé y le dije: "Condón, Jen, sí o sí". No me hacía caso, te digo, ella estaba bien caliente y pues yo también andaba, pero me estaba acordando de ti. —Tom guardó silencio un momento, recordando cómo terminó la situación—. Al final me dijo que se tomaría las pastillas esas, que no me preocupara; pues me confié y ahi me mantuvo como vaca dándole leche y leche...
—¿Podemos adelantar un poco más? —Expresó calmado, dibujando círculos en el aire.
—¡Ah sí, sí! —Asintió con la cabeza, volviendo a callarse para recordar lo sucedido más tarde—. Pues estábamos allí, de perritos, sobre la cama y pensé: "Ay, pero qué listo que sos, Tom. Correte afuera o en el baño, que no pasará nada". Le dije a Jen que lo haría, pero me dijo que no, porque quería sentir como la llenaba y pues... me dejé llevar y... —Tom ya no pudo ver a su amigo directo a los ojos—. Jimmy me corrí adentro.
—Tom... —Expresó con seriedad.
—¡Lo siento! —Lo abrazó con fuerza, volviendo a interrumpirlo como al comienzo—. Creo que me terminó esta vez porque está embarazada.
—Vas a tener que responsabilizarte del bebé.
—Eso no me preocupa —exclamó tranquilo, separándose de James—. Mi mamá me ayudará con los gastos, ya se lo dije. —Agachó la cabeza luego de darle la espalda al contrario—. Lo que me tiene mal es que me volvió a usar y me dejé... ¿Por que es tan mala conmigo? Yo siempre soy bueno con ella.
—Solo porque eres un gran hombre no quiere decir que ella cambiará por ti. ¡No puedes cambiar a alguien!
—Ay, Jimmy, espero ese bebé no salga tan pendejo como yo.
—Amo James —se presentó una sirvienta—. Su medicamento del mediodía espera.
—¡¿Seguís enfermo?! —Tom se giró en su lugar, notando que James se estaba acariciando la nuca.
—Tom, siempre tomo mis pastillas... Espera aquí, no tardaré mucho.
—No, no, no. Te voy a acompañar. ¡Vamos! —Aplaudió empezando a caminar fuera del comedor—. ¡Vamos a tu cuarto!... A ver, ¿por dónde era? ¡Jimmy, ¿cambiaron la casa?! ¡Esta pared no estaba aquí!
—No se preocupe, no diré nada si se ríe —susurró James a la sirvienta que disimulaba con dificultad su sonrisa al ver a Tom.
[. . .]
Nicolás acababa de despertar a las ocho de la mañana. Su madre lo levantó golpeándolo con una sandalia y gritándole que se levantara ya que era muy tarde; debía ayudar en los deberes de la casa, además de que tenía algo importante que decirle. Nicolás se sentía sumamente agotado a pesar de haber dormido quince horas seguidas, era normal que durmiese cantidades exageradas de horas o al contrario, tener sus noches de insomnio.
Fue a lavarse el rostro notando sus orejas de un suave tono rojo al igual que su nariz. Se había enfermado como de costumbre con cada cambio de estación en el año y eso no le beneficiaba en nada si debía pasar todas sus vacaciones ayudando en la casa.
—¡Nicolás, si no te movés de esa cama te voy a suspender!
—¡Ya me moví! —Respondió apresurado en el baño.
—¡Te tengo aquí ayudando!
Suspiró sin poder secarse el rostro, era mejor no hacerla esperar más tiempo o su problema sería peor. Una pequeña pila de loza lo estaba esperando, no esperó mucho y empezó a lavarla con dedicación. Paul llegó con más platos para que lavara; aprovechando la concentración de su hermano en los labores que debían compartir, eruptó en su oreja y se marchó quejándose del frío mientras se reía por lo que hizo. La mamá entró observando a su hijo con una mueca.
—¿Qué te pasa? Dejá de estar haciéndole muecas a tu hermano, que es el mayor y lo tenés que respetar.
—¡No es justo que tenga que lavar sus platos y aguantarle las cosas!
—¡Así hacés algo! Vos no haces nada en esta casa, es más, luego de esto te ponés a limpiar los baños y vas a la pulpería a comprarme unas cosas para el almuerzo.
—Paul también existe.
—¿Me estás respondiendo? ¡Niño malcriado! —Ante la ausencia de su esposo, no había ningún peligro en desquitarse físicamente con él. Primero fue una bofetada, lo siguiente fue suspenderlo por la oreja—. ¡Con tu papá no sos así, por eso estás arruinado! ¡De pequeño eras mejor! —Con ello consiguió que Nicolás se mantuviese obediente nuevamente—. Paul existe ¡y qué alegría de que sea así! Al menos uno de mis hijos sí es alguien de verdad. ¡Apurate a terminar con eso, que te falta mucho por hacer hoy!
Luego de retirarse Nicolás no pudo seguir aguantando las lágrimas. Fue rápido en secarlas y continuar con sus labores; era mejor quedarse callado o llegaría a ser más que una simple bofetada. Al finalizar con la loza su madre lo llamó nuevamente.
—Séntate —pidió con un tono de malicia por sus futuras intenciones. Tras soltar un gran aplauso, sonrió—. ¡Hoy sí, hoy te despabilo! Ya te voy a sacar brillo de nuevo.
—¿Qué sucedió? —Preguntó confundido.
—Vas a trabajar como jardinero. A vos te gustan las plantas y todo eso, así que me acaban de llamar para decirme que te aceptarán como empleado en una de las residenciales donde trabajaba —anunció con emoción al reconocer que su hijo ganaría buen dinero por el trabajo—. A partir de mañana vas a ser el jardinero de una de las familias más ricas del país. Nico, por favor, por favor no vayás a arruinarlo como todo lo que hacés. Por una vez en tu vida, haceme sentir orgullosa de vos y cuidá de ese jardín.
La entrada principal de la casa fue pumpuneada varias veces, antes de que Nicolás pudiese hablar al respecto. Paul abrió encontrándose a una mujer muy bien vestida y abrigada de negro, la que consiguió llamar la atención del contrario por su agraciada figura. La mujer entró a la casa cuando el contrario la dejó pasar e inspeccionó el lugar con la mirada.
Un espacio muy pequeño, con el cielo falso bastante dañado y pocas cosas decorativas. Ciertamente, sintió lástima al saber que allí vivía el novio de su joven amo; de esa forma, vio a James como una persona muy amable por ayudar a una familia tan pobre a sus ojos. Nicolás hacía un muy buen trabajo manteniendo el hogar impecable y el jardín regocijante de vida; lo cual Catarina tomó en consideración a la hora de pensar que, en verdad, les serviría un jardinero tan profesional.
—Debes ser Nicolás, ¿cierto?
—Sí, lo soy —respondió de inmediato, aunque su madre terminase dándole un codazo para hablar con más fuerza—. Soy Nicolás, ¿usted es...?
—Catarina —completó, estrechando con fuerza la mano de Nicolás—. A partir de mañana te traeré y dejaré devuelta en casa; ahora trabajarás con nosotros y se te dará una serie de reglas, tanto como la política de privacidad y tus respectivos deberes.
—Disculpe —intervino la madre de Nicolás, un poco nerviosa al escuchar—. Am, tengo entendido que mi hijo solo será el jardinero, ¿o me equivoco?
—Mi amo exigió, específicamente, a Nicolás como un sirviente más dentro de la mansión —respondió con seriedad.
—¿Puedo preguntar por qué? —Observó a su hijo con cierto enojo al plantearse cierto escenario—. ¿Su amo ya lo conocía?
—El colegio donde estudia su hijo es uno que está bajo la custodia de la familia de mi amo; es decir, a él le interesó el desempeño de Nicolás en una de sus visitas por las instalaciones y acordó con el personal que ya era momento de contratar un nuevo empleado. —La madre del menor consiguió calmarse, manteniéndose callada en su lugar—. Por eso la llamamos, al encontrar que usted trabajó para nosotros en el pasado.
—Oh, gracias por aclarar mi duda —murmuró con suavidad, sintiéndose impotente hasta cierto punto—. No tengo nada más qué preguntar al respecto.
—A lo que me lleva a entregarte este obsequio de bienvenida. —Nicolás recibió en sus manos una caja con un moño atado.
—¡Abrilo! —Ordenó su madre, ampliando con sorpresa su mirada.
Nicolás obedeció sin sentir un gran interés por lo que ocurría a su alrededor; después de todo, nadie consultó con él la responsabilidad que conllevaría su nuevo trabajo. A sus ojos era un simple esclavo sin opinión, ni voz. Tanto su madre como su hermano ahogaron un grito al ver un celular, el de las mejores marcas que existían para entonces; en cuanto Nicolás lo sacó de su caja volvió su mirada hacia Catarina.
—Muchísimas gracias —habló con respeto y una desapercibida carencia de ánimo.
—Estarán comunicados de ahora en adelante —continuó hablando, alzando su voz al ver que sus familiares esperaban arrebatarle el celular—. No puedes agregar ningún otro contacto, ni dejarlo sin supervisión; pues toda la información que sea intercambiada en llamadas o mensajes de textos es exclusivamente privada entre ambas partes.
—Entiendo perfectamente, señorita Catarina.
En cuanto ella se marchó Nicolás se enfrentó a los nuevos problemas que conlleva poseer un celular tan caro. Paul no esperaba que su hermano cumpliese con la política de privacidad, sino a las ordenes de su madre y a lo que él exigiese; en cuanto pidió el celular, Nicolás se negó de inmediato y ahí comenzó la discusión entre ellos.
A pesar de que Nicolás estuviese tan acostumbrado a discutir con su familia, ese día él se sintió diferente y deseoso por ganar a cualquier costo. Fue la primera vez que estaba dispuesto a defenderse, sin importar lo que ocurriese, para no dejarse arrebatar el celular.