ʚ Ave de mal agüero ɞ
Luis no asistió a clases los siguientes tres días, llegando un viernes para poder reponer sus exámenes perdidos. Le indicaron que debía esperar hasta el final de la jornada y él, no contestó, solo se retiró a su sección.
—Ya no solo es suicida —murmuraron al verlo entrar—, ahora es drogadicto.
—Al menos le quedan huevos para presentarse.
—Se ve terrible —levantaron la voz, entre risas.
—¿Qué esperabas, que se viese como Brad Pitt? —Lo observaron detenidamente—. Tiene suerte que su papá viniese a dar la cara o ya lo habrían expulsado por...
—No es mi papá, es mi tutor legal —objetó, deteniéndose frente al grupo—. Si van hablar, al menos, cuenten bien lo qué pasó.
Luis observó fijamente a cada uno, analizando rostro por rostro. Las ojeras bajo sus párpados, los ojos enrojecidos y la piel reseca le dieron una apariencia más adulta frente a sus compañeros. Contando con la voz ronca, llegando a no sonar con ciertas letras, solo añadió un tétrico ambiente a su entorno. Se veía peligroso, más al sonreír en esas terribles condiciones.
—Vete —pidió uno de ellos, genuinamente asustado—. ¡Qué te vayas!
Dylan se tensó al verlo entrar a la fila donde se encontraban, más al tener que estar a su lado por el resto del día. Había en Luis una aura nauseabunda. Caminaba lentamente tambaleándose, con la espalda encorvada, los nudillos los traía vendados y emanaba un fuerte olor a fármacos desconocidos.
A pesar de que Luis no lo estaba observando a él, Dylan no podía imaginar lo que Nicolás estaría sintiendo al ser el centro de atención en los ojos de Luis.
Solo por curiosidad, al menos, para saber si su amigo se encontraba bien con la pesada presencia de Luis, Dylan giró levemente el cuello para encontrarse con un Nicolás relajado y distraído en su cuaderno.
«¿Cómo podés dibujar, cuando ese loco te está viendo fijamente, Nico?».
Nicolás acomodó su asiento, luego de sentir a Luis tomando su lugar en el medio de ambos, hasta chocar contra el contrario y continuó con su boceto.
—Nico, buenos días —saludó afónico, recargando los brazos sobre su pupitre—. Ese dibujo está bonito, ¿me lo vas a regalar?
—Deja que lo termine —se rio solo con ver su proceso—. Por cierto, ¿ya te sientes mejor? Aún te escuchó algo mal —señaló con preocupación—. Me sorprende de que hayas venido, aun con dengue.
—Gracias por preocuparte por mí —confesó tímido y sonriente—. Estaré bien, aunque me sentiría mucho mejor si vos me cuidases...
—¿Qué? —Dylan intervino—. ¿Tenés dengue?
—Sí, me avisó por mensaje —respondió Nicolás—. Estuvo bien mal estos días y se le notaba por las llamadas, pero se escucha mejor ahora y eso me alegra.
Dylan se encogió en su asiento, avergonzado por haber creído erróneamente. A pesar de la escalofriante apariencia de Luis, podía ser cierto que estuviese enfermo.
—No te preocupés —murmuró Luis, dirigiéndole la mirada—. Si pensaste que me drogué, no te preocupés.
La penetrante mirada de Luis se quedó sobre Dylan unos segundos más. Las pocas palabras que decía, no daba la misma señal de advertencia que su mirada. Dylan podía sentirse casi amenazado por él.
Luis se giró, cambiando esa opaca mirada por una brillante. La pupila se le dilató en cuanto regresó la vista sobre Nicolás y su dibujo. Por el resto de las primeras clases, así se quedó.
Con el primer recreo Dylan tomó distancia de Luis, la cual no pareció importarle al susodicho. En cambio, Nicolás le hablaba con naturalidad y evitaba hacerle hablar tanto por la irritada garganta del contrario. Dylan se retiró a la sección de primaria para revisar a su sobrino, luego de avisarle a Nicolás.
—Oh, los de último año ya están decorando el colegio —Nicolás comentó, antes de tomar de su jugo—. Qué lindo les está quedando y más con esos lirios de plástico.
—¿Te gustan? —Interrogó Luis.
—Son una de mis flores favoritas, pero jamás he llegado a ver una en persona —respondió, esbozando una penosa sonrisa antes de volver la mirada sobre la decoración—. Me gustaría tener una. —Regresó su atención a Luis—. ¿Me esperas aquí? Iré a la cafetería.
—Buscaré en dónde sentarnos.
[. . .]
James estaba llegando a su hogar, luego de salir de la universidad sumamente estresado. Al entrar, un pequeño grupo de sirvientes –quienes cargaban con algunos víveres– se detuvieron para hacer una reverencia.
—Bienvenido, joven amo —saludaron, antes de retirarse.
Se esforzó bastante en saludarlos animado, aunque fue en vano y no causó ningún problema en los criados. Desde que ingresó a administración de empresas, se le veía deprimido. Sus guardaespaldas, eran los mayores testigos al pasar la mayor parte del día a su lado.
—Disculpen —llamó la atención de las criadas al entrar a su espaio—. Lamento molestarles, pero quisiera pedirles un favor.
—Lo que guste, joven amo.
—Pronto, tendré que hacer mis deberes y deseo aprovechar la ausencia de mi padre para pedirles que enciendan la radio y sintonicen la emisora noventa cuatro punto uno, por favor. Necesito un distractor —pidió, observándolas con cansancio—. Almorzaré en mi habitación.
—A la orden, joven amo. Nos encargaremos de llevarle su almuerzo lo más pronto posible.
—Muchísimas gracias, no se imaginan el gran alivio que me otorgarán.
James, caminó con una lentitud admirable hacia su habitación. Llegar significaría hacer sus tareas, pasar la mayor parte de la tarde investigando temas que no eran de su interés y perder el tiempo en una carrera que no llenaba sus expectativas.
En cuanto las criadas encendieron la radio, emitiendo la emisora establecida, James relajó los tensados hombros y sintió la cadera dar un coqueto giro. Le gustaba muchísimo la música que transmitían con éxitos de las décadas de los sesentas, setentas y hasta ochentas. Jamás la habría descubierto, sino fuese por Nicolás.
James se permitió bailar por el pasillo, tomando una que otra sirvienta como pareja de baile o incluso, a sus propios guardaespaldas. El personal respetaba con mucha seriedad al amo de la mansión; pero cuando se trataba de su estimado y carismático joven amo, les era imposible no descansar un momento cuando lo veían tan alegre.
—Pero ¿qué cuernos está pasando aquí?
James brincó, casi a punto de golpear el cielo con la cabeza, en cuanto escuchó la voz de su padre. No bastó mucho para asustarlo, solo con saber que su progenitor estaba en casa lo hacía temblar del miedo.
—James, acabo de hacerte una pregunta.
Con la misma lentitud con la que evitaba su habitación, así mismo, se giró para enfrentar las consecuencias. Por fortuna, ninguno del personal estaría en problemas. Su padre solo lo vio a él bailando.
Se arrodilló frente a él, con las manos extendidas. Cruzó la mirada con los mismos ojos verdes, aquellos que lo veían con sorpresa y una terrible ira interna. Su padre frunció el ceño, esbozando una mueca y arrugando la nariz.
—Solo... estaba bailando —se excusó.
—¿Sabes quienes bailan así? Los maricas, James —vociferó, haciendo que su hijo se encogiese—. ¿Quién te enseñó a bailar?
—Yo solo aprendí.
—Acabo de hacerte una pregunta.
—Yo...
—¡No me mientas, infeliz malnacido! —Gritó en su rostro—. ¡Lo único que te permito, es cantar! ¡Ahora dime quién te enseñó a bailar así!
—¡El señor Black! —Respondió asustado—. ¡Él me enseñó cuando era un niño!
—¿Y por qué me mentiste? —Con lentitud, se quitó el cinturón de cuero—. James, responde, no te quedes callado cuando te hago una pregunta. ¿Por qué me mentiste?
—Padre, me prohibiste mencionar su nombre —titubeó—. Yo, no quería descontentarte.
—Tráeme hielo —ordenó a uno de los guardaespaldas de James.
—¡Padre, pero no...!
—¡No me levantes la voz!
James mordió sus labios cuando su padre dio la primera azotada en la palma de sus manos. Un escalofríos recorrió por su espalda. El dolor se intensificó cuando el hielo llegó, obligándolo a presionar los cubos con fuerza.
—Respira hondo —indicó su padre, caminando a su alrededor—. No te atrevas a llorar o te irá peor. No grites. No me maldigas en voz alta. —Se colocó frente a él, observando la molesta mirada de su hijo—. Recuerda que eres mi primogénito, por lo tanto, tienes un propósito en esta vida y es amarme incondicionalmente, porque todo lo que hago es por nuestro bien, James.
—¿Puedo... soltarlos?
—Si lo haces, sabes lo que te esperará.
James se quedó solo en la entrada principal, arrodillado y presionando los cubos de hielo, hasta que estos se derritieron. Su padre se había marchado, sin decirle más. Al regresar, traía consigo el radio de las criadas y un martillo; logrando que James cerrase los ojos.
—Es suyo, no puedo destruirlo —murmuró.
—Lo harás o te irá peor —amenazó.
—No lo haré —protestó con más fuerza.
—Entonces, quédate hincado hasta que las rodillas te sangren, eso o vas a romper el radio.
James abrió los ojos, encontrándose con la pequeña radio que seguía trasmitiendo la misma emisora. La canción actual, le hizo recordar a Nicolás al ser una de sus favoritas. Su padre le extendió el martillo, sin tener una reacción del contrario.
—¿Cuál vas a escoger? ¿Las rodillas o el radio?
[. . .]
Dylan estaba regresando del área de primaria cuando divisó a Luis sentado frente a una mesa. Luego de ver a su alrededor, se encontró con que Nicolás estaba haciendo fila en la cafetería.
Ciertamente, la idea de quedarse solo a su lado la resultó incómoda. Tal vez, Nicolás no sentía la misma tensión que él a causa de la excusa del dengue; sin embargo, Dylan estaba espantado con la idea de sentarse con Luis. Temía porque se volviese a reír a grandes carcajadas como la última vez.
En cuanto llegó a cierta distancia, una chica se sentó cerca de Luis, era María y probablemente estaría cobrando lo que le pertenecía. Ella mantenía un pequeño negocio de contrabando. María, era una chica que cobraba para dar datos móviles, con cierto rango de precios. Se hizo muy popular y confiable. No obstante, Dylan la vio marcharse empalidecida.
«No, por favor, ¡María, no te vayas! ¡Me diste miedo!»
Luis se mantenía perdido con la vista en la pantalla de su celular. Dylan se aproximó con precaución, intentando ver de lejos lo que dejó pálida a la contrabandista más querida del salón; solo esperaba que Nicolás no tardase tanto en la cafetería, en caso de necesitar apoyo.
Lo primero que alcanzó a ver fue uno de los lirios de plásticos de la decoración de último año. Parecía mantenerla muy escondida bajo el mesón, aferrándose de ella con la mano izquierda. No le pareció extraño, hasta que alcanzó a ver la pantalla de su celular.
—¿Luis, qué estás haciendo? —Balbuceó asqueado.
—Lo mismo que hace Nicolás todas las noches, antes de dormir —respondió afónico, dirigiéndole la mirada—. ¿No quieres ver? —Esbozó una sonrisa burlona.
—¡Maldito enfermo! —Tembló al ver los vídeos pornográficos—. ¡¿Qué te pasa por la cabeza, idiota?!
—Estaba bromeando —rio de manera pausado, bajando el celular y siguiendo el vídeo con la mirada—. ¿Cómo te ponés a pensar que Nico vería algo así? —Preguntó con un descenso de voz—. Si Nico es un buen chico... Dime, ¿por qué haría algo tan enfermo como yo? Nico, jamás vería esto en su vida.