—¡No puedo creer que esa mujer no haya dejado de ser una perra!.
Kiana estaba furiosa al escuchar el relato de su hermana. Michelle y Mahina habían sido inseparables en la escuela de gastronomía.
—No puedo creer que un día pensé quererla como a una hermana… —se lamentó la chica.
Kiana pudo sentir como su enojo se iba transformando en tristeza al ver el dolor de su hermana.
—Mahina… lo siento.
—No pasa nada —respondió. Mientras veía, como su hermana, recogía su oscura cabellera en una media coleta—. Nadie piensa que somos hermanas, eres demasiado hermosa.
—Lo sé, tengo que cargar con ser la oveja sexy de la familia —bromeó
—Modesta.
—Si, así me dicen. —Kiana jugaba de manera jocosa con su cabello.
—Te amo —le dijo Mahina, borrando todo rastro de broma—. Gracias por estar conmigo en todos los momentos difíciles.
—Soy tu hermana y siempre estaré aquí para ti.
Ese momento era emotivo, y hacía que las chicas se transportaran a su infancia, Kiana siendo solo un año mayor que Mahina. Recordaron cómo se hacían peinados graciosos. Muchas veces discutían o llegaban a pequeños golpes, nada más bastaban unos cuantos minutos para arreglar las cosas. Siempre fueron muy unidas y juraron serlo sin importar las circunstancias.
—¿Y si salimos?
Esa pregunta hizo carcajear a Mahina, su hermana tenía esa magia de arruinar todos los momentos emotivos.
—Bueno —asintió, sin lugar a dudas, salir con su hermana mayor, era algo que siempre le levantaba el ánimo.
Al pasar veinte minutos, se pudo apreciar las siluetas de dos jóvenes arreglándose para pasar una noche agradable.
Mahina se puso un pantalón negro de cuero sintético y una sencilla blusa color vino de tirantes. Kiana optó por un vestido pegado de manga corta color azul, ambas llevaban zapatillas de tacón bajo.
Era una salida tranquila, querían tomar algo refrescante y cantar un par de canciones.
Mahina se miró varias veces al espejo, no muy convencida de su outfit.
—¡Te ves preciosa! —Kiana veía de pies a cabeza a Mahina.
—También te ves hermosa.
Ambas sonrieron y salieron de la casa.
Cuando llegaron al auto, Kiana bromeaba sobre la casa de su hermana.
—Es como un Penthouse gatuno.
—¡Ya déjame en paz!
—En serio Mahina, cada vez esa casa pasa a ser más de las gatas que tuya.
—Kiana, únicamente intento que estén llenas de amor —trataba de explicar.
—¡Por el amor de Dios! Mahina en verdad estás a un paso del manicomio.
—Que seas psicóloga no te da derecho a decir eso —respondió la chica de forma indignada, aunque no se lo tomaba en serio.
Kiana soltaba fuertes carcajadas al mirar a su hermana hacer pucheros.
Luego de veinte minutos conduciendo, llegaron a su restaurante–bar favorito, ninguna era de ingerir mucho alcohol o muy hábiles en la pista de baile, pero les gustaba de vez en cuando fingir que sí.
Al entrar se sentaron en una mesa al fondo del lugar y pidieron algo de comida. La música tenía un volumen no muy elevado.
Las chicas estaban muy animadas.
Mahina estaba feliz, esa convivencia hacía que los fantasmas de su pasado, se quedarán ahí, en el pasado.
—Señoritas, la mesa siete, les manda estas bebidas —les comunicó el mesero, mientras ponía dos vasos de vidrio en la mesa de las chicas.
Mahina discretamente vio de quienes se trataba.
—Vaya son muy atractivos, deberíamos invitarlos a unirse a la mesa —sugirió alegre, segura de que eso es lo que diría su hermana.
Kiana, negó con la cabeza.
—Estamos bien así —añadió despreocupada.
—¿Estás bien? —Mahina pensó que Kiana tenía algo raro, negarse a la presencia de chicos atractivos era un signo de eso.
—Si, solo quiero estar contigo.
—OK. —Contestó Mahina.
Era bien sabido, que Kiana era una chica a la que le encantaba conocer gente nueva, y no era que se ligara a todos los chicos que pasaran, ella era abierta en cuestión de amistades o flirteos. Ahora parecía huir de los halagos masculinos y Mahina apenas lo había notado. A su mente llegaron acontecimientos del pasado, donde su hermana había hecho algo similar.
¿Qué era lo que le pasaba a Kiana? Era la pregunta que la tenía inquieta.
—Quita esa cara rancia, venimos a divertirnos —animó la mayor.
Y Mahina sonrió ampliamente, dejando de lado sus líos mentales.
Comenzaron a tararear unas cuantas canciones y disfrutar de la compañía de la otra.
Justo dos horas después, ambas acordaron irse.
—Ya no somos las reinas de las fiestas. —declaró Kiana, reconociendo que ella también había dejado esa vida, por una más pacífica en cuanto a salidas nocturnas.
Luego de un rato, salieron del lugar y subieron al auto con todo el deseo de llegar a casa, quitarse toda esa ropa y maquillaje.
—Quédate conmigo hoy —pidió Mahina.
—Hoy… no sé si pueda.
—¿Por qué? —cuestionó algo intrigada, primero su nulo deseo de coquetear con chicos, y ahora se estaba negando a pasar una noche con ella.
—Porque quiero ir a mi casa. —Kiana trataba de sonar despreocupada y casual, pero no funcionó, esa declaración solo hacía más sospechoso todo.
—¿Qué me estás ocultando? —interrogó Mahina, decidida a averiguar.
—Concéntrate en el camino. —Kiana, trataba de cambiar de tema.
Entonces, recordó que al iniciar esa "relación" no creyó necesario contárselo a su hermana, pues imaginaba que no era nada serio y en unos cuantos meses terminaría. Pero el tiempo había transcurrido, ya llevaban dos años y siendo sincera, la "relación" tenía pinta para muchas cosas, con la excepción de llegar a su fin.
Pronto tendría que decirle a Mahina.