Leon apretó los dientes. Sí, le parecía que debería marcharse, igual que le
había parecido a él hacerlo en Londres. Pero después de innumerables noches de
frustración en las que todo su cuerpo había protestado por no haberla poseído
cuando se le había presentado la oportunidad, estaba harto de pensar en qué era lo mejor. Leon le bloqueó la salida con un brazo.
–Al menos, quédate a tomar una copa.
–¿Por qué iba yo a querer hacer eso?
–Porque, de nuevo, pareces necesitarla.
¿La había hecho ir allí para volver a humillarla, para vanagloriarse de cómo
la había impresionado? Decidida a no seguirle el juego, adoptó una expresión de aburrimiento.
–Me tomaré una copa camino del aeropuerto.
–¿Conoces un sitio en concreto al que ir? –respondió él burlonamente.
–No, tienes razón, no conozco ningún sitio adonde ir. Pero cualquier lugar es preferible a esta isla acompañada de un producto de endogamia a la francesa
que no tiene mejor cosa que hacer que jugar con las inglesas que se encuentra.
–Inglesa –le corrigió él–. Eres única, Cally Greenway.
–Por el contrario, en todos los palacios y mansiones del planeta hay gente como tú. Es impepinable. Y ahora, lo que quiero es marcharme.
–Es una pena que el lenguaje de tu cuerpo te esté traicionando.
Cally bajó la vista y se alegró al descubrir que se había separado varios pasos de él al tiempo que estrechaba el portafolios contra su pecho.
–¿Confundes que una mujer te deteste con que se te insinúe?
–Sólo cuando el hecho de que me deteste se deba exclusivamente a frustración sexual –respondió él burlonamente indicando con la cabeza el espacio que les separaba y la postura defensiva de ella.
–Ni lo sueñes.
–Sin duda, tú también lo sueñas –contestó Leon mirándola fijamente a los
ojos.
Cally sintió que las mejillas se le encendían.
–Eso pensaba –dijo él sonriente–. Piensa en lo divertido que será cuando
hagamos el amor, chérie.
–Puede que fuera lo suficientemente estúpida para considerar la posibilidad de acostarme contigo antes de saber quién eres –declaró Cally–, pero te aseguro que no hay peligro de que vuelva a ocurrir.
–¿Sólo te gustan los que trabajan en las universidades? –preguntó Leon llevándose un largo dedo a los labios con gesto pensativo–. ¿No te van los
príncipes mediterráneos?
No, lo que no le iba eran los hombres tan pagados de sí mismos. En ese caso, ¿por qué era incapaz de apartar los ojos de esos labios?
–Lo que no me van son los mentirosos, los que fingen no ser asquerosamente ricos y se muestran atentos y comprensivos cuando... –Cally se interrumpió al recordar la subasta. Leon, el único que había parecido indiferente a lo que ocurría; pero no porque no le interesara en absoluto, sino porque era tan rico como para ordenar a uno de sus lacayos que pujara por teléfono en su nombre
sin preocuparse por la cantidad. Por eso había estado en la subasta, para observar cómo acababa con los demás participantes. No había sido porque hubiera querido verla otra vez. Y eso, de repente, fue lo que más le dolió–. ¡Cuando fuiste tú quien destrozó mi carrera profesional!
Leon arqueó las cejas.
–¿Has acabado? Bien. En primer lugar, te dije mi nombre; no me preguntaste el apellido y tampoco me diste el tuyo. Y lo único que yo dije era que estaba en Inglaterra por un asunto que tenía que ver con mi universidad.
Y era verdad. Se acaba de terminar de construir la nueva universidad de Montéz, por encargo mío, y fui a Londres para comprar algunos objetos de arte para el departamento de arte de la universidad. Por otra parte, como fuiste tú quien eligió el sitio adonde fuimos, no se me puede culpar de que la elección no pudiera indicar mi poder adquisitivo.
En cuanto a echarme en cara haberme mostrado comprensivo y atento en lo referente a tu trabajo... si no recuerdo mal, fuiste tú quien insistió en no hablar de trabajo. Al final, tú lo hiciste y yo, simplemente, me
limité a no hacerlo.
–¿Te parece que elegir ser príncipe es un trabajo?
–No es una elección –dijo él muy serio–, pero sí es un trabajo.
–Ya, eso es como decir que ocultar la verdad no es una mentira. Si tú y yo
estuviéramos casados –Cally titubeó al darse cuenta, tardíamente, de que debería haber elegido otro ejemplo para lo que quería decir–, y si tú te acostaras con otra
mujer y no me lo dijeras, ¿te parecería bien?
–¿Bien? Casarme no entra en mis planes, Cally, así que el ejemplo no me vale.
–Qué sorpresa –murmuró ella–. Es una pena, ya que demostraría que tengo
razón.
Típico que ese hombre no fuera de los que se casaban, pensó irritada; aunque no sabía por qué tenía que importarle, ya que había dejado de creer hacía
mucho tiempo en los finales felices.
–Una buena sorpresa, espero –Leon aprovechó el momento–. Ya que, en vez
de ser responsable de destrozar tu carrera, creo que me quedarás eternamente
agradecida por darle un primer impulso. ¿Qué mejor cosa para tu currículum que la restauración de dos de los cuadros más famosos del mundo?
¿Agradecida? La idea le aterrorizó. Sin embargo, Leon le estaba ofreciendo
justo lo que quería; bueno, casi.
–Has dicho que fuiste a Londres para comprar dos objetos de arte para el
departamento de arte de la universidad. ¿Quieres decir que, una vez restaurados,
los Rénard se expondrán allí, al público?
Leon alzó un hombro, el movimiento hizo que el puño de la camisa se alzara, mostrando un sorprendente reloj Cartier.
–Me encantaría disponer de tiempo para discutir los pormenores, pero tengo una reunión con el rector de la universidad en breve. Y aunque estoy seguro
de que, dado que tanto parece gustarte el personal de universidad, encontrarías al profesor Lefevre estimulante, me temo que necesito verle a solas. Tú y yo podremos continuar esta conversación mañana por la mañana durante el
desayuno.
–¿Qué?
–Desayuno. Petit déjeneur. La primera comida del día, oui? –vio su expresión
de consternación–. También es el nombre de un cuadro de Renoir, si no me equivoco; aunque la experta eres tú, por supuesto.
¿Se podía tener más cara dura?
–Sé lo que es un desayuno, no necesito que me lo expliques, igual que
sé que mañana voy a desayunar en Cambridge. Te recuerdo que me has invitado a
venir para hablar hoy.
–Pero, después de invitarte y por desgracia, me enteré de que hoy es el único día que tiene el profesor Lefevre para reunirse conmigo. Y como tú no tienes que estar en ningún otro sitio por obligación, este asunto puede esperar hasta mañana, oui?
Cally estaba furiosa.
–Tengo que tomar un avión. Para volver a mi casa.
–¿Vas a tomar la decisión más importante de tu vida sin conocer los
detalles?
No había nada que decidir. ¿Cómo podía considerar la posibilidad de trabajar para un hombre que le había mentido y la había humillado? A pesar de
tratarse del trabajo de sus sueños... Y, por eso precisamente, le resultaba difícil ignorar la oferta de Leon. Quizá si pudiera realizar la restauración sin que él interfiriera...
Podría alquilar un estudio a la orilla del mar y hacer allí la restauración; de esa manera, sólo tendría que volver al palacio cuando acabara el trabajo. La idea le pareció casi idílica.
–Si me quedara hasta... el desayuno, ¿estarías abierto a un debate sobre el modo como me gustaría realizar la restauración?
–¿Un debate? Por supuesto.
Cally calculó mentalmente cuánto dinero podía permitirse gastar en una
pensión para pasar la noche, suponiendo que tomaría el avión de vuelta a Inglaterra al mediodía del día siguiente.
–¿A qué hora quieres que vuelva mañana?
–Mañana estarás aquí –dijo él, indicándole que le siguiera sin darle tiempo a protestar.
En el corredor, el hombre que la había llevado hasta allí estaba esperando.
–Éste es Boyet. Te llevará a tu habitación y te llevará la cena.
Y antes de que Cally pudiera protestar, el príncipe se había marchado.