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Chapter 5 - Cinco

CALLY agarró su móvil de la mesilla de noche y miró el reloj. Las dos y cuarenta y ocho minutos de la madrugada. Lo había intentado todo: tumbarse

bocarriba, bocabajo y a ambos lados; cerrar la ventana para no oír el rumor del mar y así imaginar que estaba en su cama, en casa; abrir la ventana con la esperanza de que el sonido de las olas la arrullase como una nana; por último, tratar de engañarse a sí misma fingiendo no importarle si se dormía o no. Los minutos

siguieron pasando. Y a cada minuto que pasaba más preguntas se agolpaban en su cerebro.

¿Por qué había ido allí Respiró profundamente y, con consternación, se encontró preguntándose

cómo debía haberle afectado a Leon la muerte de su hermano Girard. Debía de

haber sido terrible perder a un hermano y, al mismo tiempo, verse cargado con

semejante responsabilidad.

Sin embargo, para eso tenía que tener sentimientos,pensó amargamente; y, a juzgar por cómo la había tratado a ella, no los tenía.

¿Acaso no le había ocultado su identidad en Londres y sólo por divertimento?

Lo más seguro. Igual que debía pensar que invitarla a pasar la noche en el palacio la haría sentirse en deuda con él. ¡Ni hablar! La idea de estar en deuda con él la ponía mal y, por eso precisamente, se había negado a cenar la noche anterior.

Por el mismo motivo se había acostado desnuda en aquella habitación color albaricoque, con su hermoso mobiliario blanco. Cuando la alarma del teléfono sonó cuatro horas más tarde, Cally se sintió

como un animal recién salido de su sueño invernal tres meses después de haberse

dormido.

Por suerte, el nuevo día le devolvió la capacidad de razonar: sólo un asunto tenía importancia y era si él estaba o no dispuesto a ofrecerle el trabajo de sus sueños. Debía tomarse el desayuno como una entrevista de trabajo.

Una entrevista a la que le habría gustado presentarse con otra ropa que no fuera el traje arrugado que había llevado el día anterior, pensó mientras se dirigía a la terraza donde Boyet le había dicho que encontraría a Leon a las ocho y veinte de la mañana. Al menos, había tenido la buena idea de meter en la bolsa ropa interior limpia y otra blusa.

Mientras caminaba, se fijó en que aquella ala del palacio tenía una magnífica vista a la bahía. Pero cuando puso los pies en los azulejos color crema del suelo de la terraza, se vio obligada a admitir que Leon competía en belleza con el paisaje.

–¿Te gusta la vista? –preguntó él doblando el periódico.

Cally volvió los ojos al horizonte, demasiado consciente de que la había

pillado.

–Supongo que es igual de bonita que la de la costa británica –Cally encogió

los hombros, decidida a mostrarse indiferente a cualquier cosa que remotamente tuviera algo que ver con él.

–Ya, esto es como Gran Bretaña, pero sin la lluvia –respondió Leon

burlonamente mientras le indicaba una silla. Cally se sentó con el portafolios sobre las rodillas y la espalda rígida. Leon la miró sin disimulo.

–Tienes un aspecto terrible. ¿No has dormido bien?

Se sintió insultada, aunque debería haberse alegrado de que Leon hubiera decidido dejar de fingir desearla. Le resultaba fácil imaginar la clase de mujer con la que él estaba acostumbrado a desayunar: maquillaje perfecto y ropa de diseño.

La viva imagen de Portia la mañana que le había abierto la puerta de la casa de David con un enorme brillante rosa.

–Me temo que así es como son por las mañanas las mujeres que no se

embadurnan la cara con maquillaje, Leon.

Él sacudió la cabeza con gesto irritado.

–Tú no necesitas maquillaje. Sólo he querido decir que se te ve... cansada.

El halago le sorprendió y la dejó sin saber qué hacer.

–La verdad es que podría contar con los dedos de una mano las horas que

he dormido. Y dejándome el pulgar.

Leon contuvo una sonrisa y le sirvió un café sin preguntarle si quería.

–Acabamos de arreglar esa habitación. Me habían asegurado que el colchón

es lo mejor que hay en el mercado. Haré que lo cambien.

Típico que Leon pensara que todo en la vida se podía arreglar con bienes

materiales, pensó encolerizada mientras trataba de ignorar el delicioso aroma del

café.

–No era problema de la cama, si descontamos que estaba bajo tu techo.

–¿Te dan miedo las casas grandes? –sugirió Leon fingiendo preocupación en

el momento en que Boyet apareció con una bandeja rebosante de comida: pan,

miel, fruta, yogur, zumo de naranja recién exprimido…

A Cally se le hizo la boca agua, pero lo disimuló.

–Aunque es verdad que tantas habitaciones son innecesarias, tampoco ha

sido por eso. Lo creas o no, lo que ocurre es que no me apetece en absoluto estar

cerca de ti.

–Sin embargo, aquí sigues.

–Como tú mismo dijiste, sería una tontería tomar una decisión tan importante en lo que a mi vida profesional se refiere sin conocer los detalles.

–Durante el desayuno –Leon asintió–. Pero aún no has bebido café ni has probado la comida. Así que come.

Le entraron ganas de decir que no tenía hambre, pero el apetitoso aroma de la nuez moscada y las pasas era demasiado tentador y sucumbió a un trozo de pan.

Leon la observó pensando que verla comer con tanta hambre antes de volver a cerrar aquella boca de capullo de rosa con expresión de censura era lo más erótico que había visto en la vida.

–Ninguna mujer a las que he invitado a desayunar ha hecho tantos esfuerzos como tú por parecer asqueada.

Cally prefirió ignorar el comentario y, agarrando el portafolio, lo puso

encima de la mesa, cerca de él.

–Aquí están las fotos de las restauraciones de cuadros más importantes que he hecho, al igual que mi currículum. Me especialicé en Rénard porque me interesaba para la parte teórica de la tesina.

Leon abrió el portafolios y se paró en la primera página para echar un vistazo al currículum mientras tomaba café.

–Empezaste los estudios de arte en Londres –comentó él pensativamente al tiempo que levantaba la cabeza–. ¿No terminaste?

Mala suerte que fuera lo primero en lo que se había fijado. El dueño de la galería London City Gallery sólo lo notó durante la segunda entrevista.

–No, no terminé los estudios –Cally respiró profundamente–. Fue una

equivocación no hacerlo. Sin embargo, tengo mucha experiencia de trabajo y,

cuando dejé los estudios, pinté y seguí estudiando durante los ratos libres. El

Instituto Cambridge consideró mis conocimientos en restauración lo

suficientemente buenos como para concederme un diploma.

–¿Por qué no acabaste los estudios? –Leon cerró el portafolios sin ver

ninguna otra página–. ¿Te enamoraste de algún profesor de la universidad y lo dejaste todo porque él no te correspondía?

–No creo que eso sea revelante, ¿no te parece?

Leon vio un brillo de algo en los ojos de Cally, señal de que había tocado un punto débil. Quería seguir indagando, pero sólo pensar en los amantes de ella le ponía malo. Algo ridículo, dado que las mujeres con las que se acostaba tenían la misma experiencia que él.

La miró directamente a los ojos.

–Resulta que, en mi opinión, el comportamiento de una persona en su vida personal es indicativo de su comportamiento como empleada. 

De repente, Cally lo vio todo claro. A eso se debía lo que había ocurrido en Londres. Todo había formado parte de una investigación destinada a averiguar si él la encontraba apropiada para el trabajo. No era difícil imaginar la conclusión a la

que Leon había llegado. ¿No era una ironía del destino que la noche que se había

comportado tan fuera de lugar tuviera que ser la noche que más había necesitado ser ella misma?

Sin embargo, ¿qué le confería el derecho de juzgarla? Que fuera

príncipe no le convertía en juez.

Cally le devolvió la mirada con gesto desafiante.

–En ese caso, supongo que preferirá no examinar su propio comportamiento, Alteza.

–Como eres tú quien quiere trabajar para mí, mi comportamiento es

irrelevante. El tuyo, por el contrario...

–En ese caso, ¿para qué me has hecho venir aquí si ya he suspendido tu patética prueba de personalidad?

–Porque, chérie, aunque has demostrado que uno no se puede fiar de tu palabra y que sólo te interesan estos cuadros porque te harían famosa en tu medio, tras serias pesquisas durante la última semana he llegado a la conclusión de que eres la mejor para realizar este trabajo de restauración.

A Cally le sorprendieron tanto los insultos como el halago que se quedó sin

habla momentáneamente. Y antes de poder contestar, Leon continuó:

–En conclusión, me gustaría contratarte. Pero con una condición: nada de publicidad. Se te permitirá añadir este trabajo en tu currículum, pero eso es todo.

En esta isla, la prensa tiene prohibido publicar nada sobre mí o sobre mis empleados, a excepción de todo lo que se refiera a los trabajos públicos. Es una

política que se lleva a rajatabla.

Eso debía de explicar la falta de información en Internet sobre la isla, pensó Cally, sorprendida de que Leon pudiera pensar que ése sería el punto más contencioso respecto a su contratación. Al mismo tiempo, quiso preguntarle si había oído hablar alguna vez de la libertad de expresión.

–Ayer dijiste que habías comprado los Rénard para la universidad. Por lo tanto, ¿no van a estar ahí expuestos al público?

Leon, irritado, se pasó una mano por el cabello.

–No. Los Rénard son para mi colección privada, para la universidad compré

un pequeño Goya en la misma subasta. Por suerte, el Goya también requiere un

trabajo de restauración.

Cally estalló.

–Así que los Rénard van a ser una especie de trofeo para disfrute exclusivo

tuyo, ¿eh?

Leon bebió un sorbo de café.

–Si es así como lo ves, sí.

–O sea, que ayer me volviste a mentir.

–No te mentí, sólo pospuse darte explicaciones –Leon se encogió de hombros–. ¿Vas a intentar hacerme creer que te importa?

–¡Claro que me importa!

–¿En serio? Si no recuerdo mal, dijiste que, a pesar de ir en contra de tus principios éticos, nada te haría rechazar la restauración de los cuadros. A menos que...

–¿A menos que qué?

–A menos que te retractes de lo que dijiste. Otra vez.

Le atrapó la mirada en un desafío. Cally sabía que le estaba tendiendo un

anzuelo y el instinto le dijo que saliera de allí a toda prisa. El único motivo por el que Leon había comprado los cuadros era para presumir.

Era un mentiroso. Y ningún otro hombre la había humillado tanto. Pero adónde iba a ir, ¿a ningún trabajo y un montón de recibos pendientes? Si se marchaba y renunciaba a realizar el trabajo de restauración de sus sueños, lo haría sólo por orgullo. Y además, aunque le costaba admitir que le importaba la

opinión que Leon tuviera de ella, acabaría convencido de que ella era incapaz de

mantener su palabra.

Si rechazaba la oferta de Leon, la única que saldría perdiendo sería ella.

Leon contrataría a otra persona para hacer el trabajo, y un hombre con más dinero que ética acabaría aplastando sus sueños por segunda vez.

La sola idea hizo que le hirviera la sangre. ¿Y qué si tanto Leon como los planes que tenía para los cuadros se contraponían a sus principios? Por una vez en

su vida, ¿por qué demonios no podía aprovechar una oportunidad así?

–¿Quieres que empiece a trabajar de inmediato?

–Depende. ¿Firmarás un contrato en el que se estipule que perderás el empleo si no cumples con la condición explícita en dicho contrato, la que te he expuesto hace un momento?

–No veo por qué no.

–En ese caso, esta misma tarde me viene bien.

Cally sonrióaprensivamente, decidida a ponerle las cosas difíciles.

–En ese caso, necesitaré algo de dinero por adelantado para poder alquilar un sitio en el que vivir y...

–¿Alquilar un sitio? –repitió Leon con visible desagrado.

Ella asintió.

–¿Por qué demonios crees necesario alquilar nada cuando, como tú misma

has dicho, este palacio tiene habitaciones de sobra?

–Porque... porque, dadas las circunstancias, no creo que vivir y trabajar aquí

sea apropiado.

Leon arqueó una ceja.

–¿Circunstancias?

–Sabes perfectamente a qué me refiero.

–Si nos hubiéramos acostado juntos lo entendería, ma belle, pero como no ha

sido así el problema no existe, d'accord?

«Sí, claro que existe, existe un problema enorme», pensó Cally. «Y el despreciable y hermoso rostro del problema me está mirando fijamente».

–Bien. Me alojaré aquí y trabajaré aquí. Pero necesito mis materiales y

herramientas de trabajo, mi equipo

–Cally se miró el traje–. Y también voy a necesitar traer mi ropa.

–No será necesario –repuso Leon como si la idea le pareciera ridícula–. Haré

que te traigan todo el material y herramientas que puedas necesitar de París,

guardarropa incluido.

–¡No necesito un nuevo vestuario!

Leon paseó una mirada crítica sobre el traje de ella.

–Siento llevarte la contraria, pero a mí me parece que sí.

El insulto la hizo enrojecer y le subió la temperatura corporal.

–En ese caso, es una suerte que no me importe tu opinión.

–¿Una suerte? Yo diría que es irrelevante –declaró Leon vaciando su taza de

café.

–¡Pero...! –Cally le lanzó una furiosa mirada, el cuerpo entero temblándole

de frustración.

A pesar de ello, Leon la ignoró y continuó:

–Hasta entonces, supongo que querrás examinar las pinturas. También haz

una lista de todos los materiales que precises y dásela a Boyet esta tarde, él se encargará de hacer el pedido inmediatamente

–Leon paseó los ojos por toda ella mientras se ponía en pie–. Y aunque habrá que esperar a mañana para que la ropa llegue de París, no creo que te haga daño quitarte esa chaqueta. Pareces a punto de

desmayarte.

Cally también se puso en pie torpemente, decidida a que Leon no fuera quien pusiera el punto final a la reunión.

–Puede que estés acostumbrado a que las mujeres se desmayen en tu

presencia, Leon, pero te aseguro que a mí me dejas completamente fría.

–En ese caso, chérie, si eres así cuando estás fría, no quiero ni imaginar cómo

eres al rojo vivo –dijo él burlonamente, y echó a andar para entrar en el palacio.

–En ese caso, espero que seas un hombre paciente –le gritó ella.

Al ver que Leon ya había cruzado las puertas de cristal, se permitió volver a

sentarse en la silla y se quitó la maldita chaqueta.

–No estoy seguro de que sea necesario mostrarme paciente –dijo Leon abriendo la persiana interior de las puertas y clavando la mirada en la blusa de ella– ¿no te parece?