Abel entró por la puerta del Manicomio San Benito y camino hacia la recepción.
El manicomio era muy moderno y tenía las paredes blancas y los pisos blancos, todo parecía ser muy prolijo y limpio; al punto que hasta las plantas del escritorio de recepción eran simétricas.
La recepcionista notó a Abel acercándose y le pregunto con una sonrisa:
—¿Cómo puedo ayudarlo, señor?
—Busco a Clara Müller: ¿Sabría en qué piso y habitación puedo hallarla?—Respondió Abel entregando su carnet de identificación a la recepcionista.
—Así que usted era el esposo de Clara…—Comentó la recepcionista con algo de pena, mientras cargaba los datos de identificación de Abel en una computadora—No le reconocí la voz; hablamos hace un rato por teléfono, quería decirle que viniera, pero al parecer la llamada se cortó. Su esposa está en el piso de cuidados intensivos: piso 4, en la habitación 3. El medico a cargo de su esposa le explicará en más detalle su estado de salud.
—Bueno, gracias por la ayuda—Agradeció Abel recuperando su carnet de identificación y dirigiéndose con apuro al piso de cuidados intensivos.
El Manicomio San Benito era bastante similar a cualquier hospital y funcionaba como un hospital, la única diferencia es que muchos de sus pacientes tenían que ser atendidos con más cuidado porque podrían ponerse agresivos, provocando que se terminaran dañando a sí mismo o al personal médico.
Abel subió por el ascensor y en poco tiempo llego al piso 4. El piso cuatro contaba con una sala de espera llena de asientos. Varios pasillos de losas blancas y paredes blancas podían verse conectadas a la sala de espera.
Las paredes del los pasillos estaban llenas de puertas y en cada una de las puertas había una placa que indicaba el numero de la habitación. En la sala de espera de este piso había muy pocas personas, todos parecían estar muy preocupados e incluso se veía gente llorando siendo consolada por los médicos.
Abel se acercó a la recepción de este piso y preguntó:
—¿Podría reunirme con el medico que está a cargo de la habitación 3? Soy el esposo de Clara Müller.
—Claro, le diré que venga, espere unos minutos en los asientos—Comento la recepcionista.
Abel siguió las indicaciones y se sentó en uno de los asientos de la sala de espera. Paso un tiempo y una persona vestida con bata de médico y barbijo se acercó en la distancia, para su sorpresa el medico estaba siendo acompañado por un policía. Al notar que las personas se acercaban, Abel se paró y se preparó mentalmente para escuchar como estaba la salud de su esposa.
—¿Usted es el señor Neumann?—Pregunto el medico, el medico parecía estar triste y su voz se escuchaba muy apagada, lo cual puso muy nervioso a Abel.
Notando el tono de voz de la otra persona, Abel tuvo un mal presentimiento y toco el anillo de oro que se encontraba en su dedo anular como buscando fuerzas. En voz muy baja, como si temiera de la respuesta, Abel contestó:
—Sí, soy Abel Neumann: ¿Cómo se encuentra mi esposa?
El medico lo miro con tristeza y respondió:
—Lamentablemente, tengo la obligación de informarle que su esposa falleció hace unos minutos. La causa de muerte fue una lección autoinfligida, tratamos de salvarle la vida, pero me temo que no lo logramos.
—¿Clara se suicidó?... No tiene sentido alguno...—murmuro Abel cayendo al suelo por la bajada de presión, producto de la noticia trágica.
El medico un poco alterado por la reacción, rápidamente se acercó a ayudar a Abel en el suelo.
—No lo entiendo...—Comentó Abel entre lágrimas mientras era ayudado por el doctor—¡Ella estaba perfecta hace unos días, incluso parecía que pronto podría volver a casa!
—Según el historial médico, su esposa estaba perfecta hasta que leyó una carta—Comentó el medico con pena—Desde mi opinión como profesional: la persona que envió esa carta a su esposa es un asesino y por eso tengo la obligación como médico de contactar con la policía para que investigue.
Al decir esas palabras, el medico le indico a una de las recepcionistas que vigilar a Abel por miedo a que le ocurra algo por enterarse de la desgracia y él se marchó a continuar atendiendo a otras personas sin despedirse de Abel; el medico parecía no querer hablar más que lo obligatorio por protocolo.
El policía se quedó parado a lado de Abel en silencio y espero a que el hombre terminara de llorar para comentarle:
—Señor, necesitó hacerle unas preguntas.
—¡¿Es el momento?!—Pregunto Abel entre lágrimas y con bastante enojo.
El policía miró al hombre con pena y se tomó una pausa larga para responder:
—Entiendo su dolor, pero me temo que usted es el principal sospechoso de enviar esa carta y si no responde mis preguntas tendré que retenerlo y enviarlo a la comisaria.
—¡¿Yo soy Sospechoso?!—Grito Abel con miedo; lo último que le faltaba para arruinarle el día es que lo metan preso por error.
—Todos los familiares y amigos de Clara son sospechosos—Comentó el policía tratando de calmar a Abel, mientras le entregaba un papel a Abel—Acá tiene una fotocopia de la carta: ¿Sabe de alguien que podría haber escrito esto?.