Chereads / R-EED / Chapter 4 - Chapter 1: El principio del fin

Chapter 4 - Chapter 1: El principio del fin

Una chica pequeña, de tez pálida, cabello negro tan lacio como la crin de un corcel de raza pura, posaba sus ojos rojos sobre un mapa. Mientras pasaba sus pupilas a lo largo de aquel envejecido mapa, su mirada se volvía más y más severa.

—Mi señora, hemos traído a los prisioneros —a un lado de aquella elegante chica, se podía observar a un hombre envestido con una gigantesca armadura completamente hecha de hierro, quien jalaba de sus grilletes a dos criaturas extremadamente extrañas.

Las criaturas en cuestión se veían como cocodrilos bípedos bastante corpulentos, incluso el gigantesco soldado de hierro que jalaba los grilletes de las criaturas se veía bastante pequeño alado de los dos especímenes.

Con casi tres metros de altura si su postura estuviese completamente erguida, eran criaturas ciertamente intimidantes, sus prominentes fauces y colmillos harían temblar a cualquiera y por si fuera poco, sus cuerpos estaban acorazados con gruesas placas escamosas.

—Buen trabajo, General Bajir ¿Puede quitarles los grilletes? —solicitó sin apartar la vista del mapa y luego sistemáticamente empezó a colocar pequeños cañones en puntos estratégicos.

—¿Mi señora? —por supuesto aquel imponente soldado de hierro estaba inquieto por la petición. La dama que hacía tal solicitud como mucho medía 150 centímetros de altura, por no mencionar su delgado y frágil cuerpo. Por su parte, aquella chica no dejó de ver el mapa ni un segundo mientras reflexionaba sobre algo.

—¿A caso no escuchó mi solicitud?

—Perdone mi atrevimiento, Emperatriz. Sin embargo, tengo que informar que estas criaturas son peligrosas y... —el comentaría del soldado fue interrumpido por una risa casual.

—Jajaja, no sea preocupe, General Bajir —obviamente, el general del Bahir tenía sus dudas. Después de todo, era su trabajo mantener a salvo al tesoro más preciado del pueblo de los Enanos.

La petición de su señora había puesto su lealtad en una balanza. Por un lado, oponerse era equivalente a la insubordinación y él sabía que la pequeña dama frente a él, no lo toleraría. Por el otro lado de la balanza, si su descuido incurría en que aquella chica terminara lastimada, estaría traicionando a su pueblo.

—Emperatriz, yo...

—No me haga repetirlo, general —por primera vez la chica despego los ojos del mapa y observo de forma altiva a su subordinado.

—Lamento mi atrevimiento —ante la poderosa presencia de la chica, no tuvo más opción que dar su brazo a torcer y seguir las instrucciones indicadas.

Era un proceso algo tedios, ya que era necesario remover los grilletes junto con un gran número de cadenas, por no mencionar el bozal que llevaban las criaturas como precaución adicional. Luego de un arduo trabajo de liberación, finalmente una de las criaturas era completamente libre de sus ataduras.

En un parpadeo el gigantesco lagarto bípedo empujó al soldado de hierro usando su arrolladora fuerza física y se abalanzó sobre la joven con sus temibles mandíbulas completamente abiertas con la intención de separar la cabeza de su cuerpo de una mordida.

Por supuesto, el soldado de hierro reaccionó de manera instantánea y estaba por someter a la criatura. Sin embargo, había unos pocos segundos de retraso y con esa pesada armadura que portaba, no había forma de que lo lograra a tiempo.

Sus mandíbulas estaban por cerrarse con fuerza y arrancar de un solo jalón la cabeza de la chica, cuando la criatura notó algo extraño, sus poderosas fauces no solo se negaban a cerrarse completamente, sino que michos de sus dientes se habían roto.

—Jajajaja, buen intento. Tal parece que los Luzard no entienden lo que es la diplomacia —se burló la chica mientras sostenía los dos extremos de las poderosas mandíbulas del lagarto bípedo —Sabes, podría separar tus mandíbulas por la fuerza y acabar con tu vida. Sin embargo, lo he llamado por otro motivo, así que, a menos que quiera que su compañero tenga una dolorosa muerte, arrodillase —exigió con una soberbia ejemplar.

Aún atrapado por el monstruoso agarre de aquella chica, el corpulento Luzard hizo un esfuerzo para revisar la situación de su compañera. La criatura tenía un grave problema y era que la criatura a la que la chica llamó "amigo" era en realidad su compañera. El problema era que para otras especies era muy difícil discernir el género de su especie, factor que podría ser conveniente o peligroso dependiendo las circunstancias.

Al ver que su compañera era amenazada por la gigantesca espada del soldado de hierro en la garganta de su compañera, no tuvo más opción que liberar su agarre y arrodillarse.

—Suelta a mi compañero —mintió con descaro usando su carrasposa voz.

—Sí, bueno. Es una lástima, pero por el momento necesito un rehén, así que espero que puedas entenderlo. Después de todo, fuiste quien atacó primero.

—¡¿Cómo te atreves a decir eso cuando fuiste tú quien masacró a nuestro pueblo?! —quizá fue la actitud de la chica o su comentario. Lo único seguro es que aquel lagarto bípedo perdió completamente la paciencia.

—No te equivocas, ciertamente hice eso. Por otro lado, ¿no estás modificando los hechos a tu conveniencia?

—¡¿No te atrevas a decir algo como eso?!

—Lastimosamente y aunque te pese, fue su pueblo quien nos atacó primero.

—¡No tuvimos opción! Nuestras opciones eran atacar su tierra o morir de hambre... —su tono de voz bajo poco a poco. Seguramente por miedo a que su compañera pagara las consecuencias de sus actos. Un pequeño gesto del guerrero de hierro logró el efecto deseado.

—No recuerdo haber visto en mi escritorio ninguna solicitud de ayuda o petición de su reino ¿Acaso no se les pasó por la cabeza que el Imperio Enano los habría ayudado si tan solo lo hubiesen solicitado?

—¿Y dice eso la persona que es conocida como la Emperatriz sanguinaria?

—Jajajaja, buen punto —la chica se reía con ganas mientras se mofaba del comentario del lagarto frente a ella —Ah, realmente me he reído, gracias por eso. Ahora, pasemos al asunto que nos ocupa: Quiero que me digas, ¿dónde se ocultan los otros refugiados?

—¿Crees que te lo diré para que seas libre de empezar otra masacre?

—Parece que eres tú el que no lo entiende.

—¿Entender qué?

—Fueron ustedes los que no nos dejaron otra opción. Si tan solo hubiesen elegido escapar hacia otro lugar, sencillamente los abríamos ignorado, pero de todos los lugares del mundo, tuvieron que elegir el Eden como destino de escape...

—Eso no debería ser algo raro, después de todo, el Eden es el lugar que cuenta con más recursos naturales en todo el continente.

—Seré franca, mi objetivo ya no es masacrar a tu pueblo, incluso estoy dispuesta a ceder en las negociaciones si ustedes acceden a...

—Obviamente no lo haremos. En ese lugar se encuentra un próspero y brillante futuro para nuestras crías.

La chica perdió completamente la paciencia por la tozudez de la criatura que tenía delante y decidió dejar la etiqueta de lado. En un fugaz movimiento, tomó la mandíbula inferior de la criatura y la observó directamente a los ojos.

—Deja de pensar que tienes opciones, lagartija. Probablemente ese pequeño cerebro tuyo no sea capaz de procesar mis palabras, así que lo diré lentamente. Dime, ¿dónde se ocultan los otros refugiados? Porque si no lo haces, empezaré a desmembrar a cada uno de los prisioneros frente a tus ojos y te obligaré a observar; te obligaré a escuchar los agónicos gritos de tus congéneres hasta que obtenga lo que quiero, ¿lo entiendes?

—Y si te lo digo, masacraras a todo nuestro pueblo.

—No me dejas, opción... Háganlo —la chica movió magníficamente su mano hacer cumplir su orden. El lagarto perteneciente a la raza de los Luzard deseaba continuar su ataque y de alguna manera evitar la tragedia, pero por mucho que intentara moverse su cuerpo no obedecía sus órdenes, la chica le había hecho algo, pero por mucho que buscara en su cabeza, no podía entender qué era lo que lo detenía.

—¡Maldita! ¡Arderas en el infierno, Napoleón! —Varios soldados de hierro irrumpieron en la habitación y capturaron a los prisioneros para luego llevárselos y en pocos minutos aquella sala quedó completamente vacía, con la excepción de un solo ocupante.

La chica se acercó a un elegante estante que había en la habitación en la que estaba y abrió con cuidado las elegantes puertas del estante para luego sacar una copa y una botella de vino. Posteriormente, se sirvió un poco de vino y empezó a juguetear con el contenido de la copa.

Fue entonces cuando empezaron a escucharse terribles y agónicos gritos provenientes del exterior, sus soldados estaban haciendo exactamente lo que ella había solicitados y podía escuchar los particulares lamentos provenientes del exterior.

La copa en su mano que antes se veía firme, empezó a temblar cada vez con más fuerza hasta que finalmente cayó de su mano y lágrimas empezaron a caer de sus ojos. Inmediatamente busco un lugar en el que apoyarse y se deslizó suavemente por uno de los muros de su habitación, para luego acurrucarse en su propio cuerpo para suprimir los gritos de agonía provenientes del exterior.

—¿Por qué debo seguir haciendo esto? ¿Por qué no pueden entenderlo? Lo único que deseo es que huyan hacia otro lugar, porque si alguien pisa el Eden y esas criaturas despiertan... —ella abrazó su propio cuerpo con fuerza y se lamentó entre sollozos ahogados. La frágil chica que se veía en aquella habitación no tenía nada que ver que la imagen altiva que tenía antes. Su fragilidad era clara y su corazón se hacía pedazos con cada grito.

Esta era la verdadera cara de la persona conocida como Napoleón, la Emperatriz sanguinaria. Pocos minutos después de que empezara el cruento espectáculo en el exterior, el característico sonido del golpeteo de la puerta de la habitación de Napoleón empezó a resonar con vehemencia.

—¡¿Por favor?! ¡Lamento lo que hicimos, emperatriz! ¡Perdone a mi familia! ¡Le diré todo! ¡¡¡Todo lo que quiera!!! —era una sincera y desesperada suplica proveniente del otro lado de la puerta. Su plan había funcionado, pero a qué costo.

Napoleón no podía permitir que otros vieran este lado de ella, por lo que se tomó su tiempo para limpiar cuidadosamente su rostro y arreglar sus ropas. Eso era una tarea sencilla, sin embargo, poner en calma su corazón era otra historia.

Le tomó un tiempo considerable ser capaz de dar su siguiente orden.

—Detengan la tortura y dejen pasar a la prisionera —ordenó.