Napoleón tuvo que sentarse en su escritorio para disimular un poco su estado de ánimo y ya de paso calmar su corazón. Así que se sentó de forma bastante rígida en su asiento asegurándose de que sus temblorosas manos no estuvieran a la vista y espero la entrada de la prisionera fingiendo estar relajada.
Por otro lado, tan caprichosa como ella sola, su gata Josefina subió a su escritorio y se acostó justo sobre una pila de documentos apilados ahí. Napoleón observó a su gata con un incontrolable deseo de acariciarla, mientras se relamía cuidadosamente para mantener su pelaje terso y brillante.
—¿Dónde te habías metido, mi amada Josefina? —ella habló casualmente con su gata, pero como era de esperarse, su gata solo respondió con un tenue y aburrido "Mia".
No pasó mucho tiempo antes de que la guardia Enana entrara en el despacho de Napoleón con la prisionera. La prisionera en cuestión era una mujer de mediana edad, su cuerpo estaba bastante demacrado por el arduo viaje que había realizado en busca de un futuro para su familia, su cabello era negro, igual que el de Napoleón, solo que en su caso estaba mucho más descuidado y lo que era su rasgo más característico era su curioso tono de piel de color rojizo, similar a la cascara de un tomate, por lo demás su figura era humanoide y sus rasgos no eran exactamente atractivos a la vista.
Napoleón observó a la mujer de pies a cabeza en preparación para empezar a hablar, no sin antes observar a su gata para calmar su corazón.
—Anuncia tu nombre, demonio —Napoleón no se refería a la naturaleza de la mujer frente a ella; ella se refería a su raza —A juzgar porque tu cornamenta es tan pequeña que la oculta tu cabello, imagino que tu categoría es bastante baja.
—Es como dice, Emperatriz... —la mujer agacho su cabeza tan bajo como le permitía su cuello, después de todo, de esta audiencia dependía el futuro de toda su familia.
—Anuncia tu nombre es intenciones, demonio —exigió.
—M-mi nombre es Clara y tal como dijo pertenezco a la raza de los demonios —la mujer intentaba controlar el temblor de su voz y su cuerpo mientras hablaba con su cabeza todavía gacha.
—Muy bien, Clara. Dime, ¿qué te trae a mi despacho el día de hoy?
—Vengo en nombre de mi... Fam... —Clara midió sus palabras antes de decir "familia" —Vengo en nombre de mi gente a solicitar el favor de la Emperatriz sanguinaria.
—Ya veo. Por lo que dices, imagino que hablas por todos los demonios, ¿no es así? —Clara quería retractarse, pero ya era tarde. Ella no era más que una refugiada más sin ningún tipo de influencia, aunque sabía muchas cosas, ya que su pasatiempo favorito era escuchar.
—S-sí, Emperatriz...
—Muy bien, ¿qué es lo que deseas que haga?
—He venido a proporcionarle toda la información que desee la Emperatriz a cambio de que acceda a dejar en libertad a mi familia y a mi pueblo... — Clara cerró sus ojos con fuerza esperando que Napoleón rompiera en furia y le diera una rotunda negativa. Después de todo, la reputación de la mujer frente a ella no era nada buena.
—Si me juras que no escaparas hacia el Eden, no tengo problemas en aceptar lo que dices, Clara. Por supuesto, les implantaremos un [Gueas] para garantizar que cumplirán su palabra.
—¿Un Gueas? —obviamente Clara no tenía idea de lo que hablaba Napoleón.
—Es una poderosa maldición que se usa para esclavizar, pero tiene otros usos. En este caso, obligarlos a cumplir su promesa, ya que, si intentan incumplir el acuerdo, morirán. El problema es que esta maldición solo puede ser implantada en candidatos voluntarios.
—Y-Ya veo...
—Con eso explicado, preguntaré: ¿Tienes la capacidad de convencer a tu gente? —en este punto, Clara fue puesta contra la espada y la pared. Ella no contaba con ninguna influencia y menos la capacidad de convencer a su gente de algo como eso.
—N-no tengo esa capacidad —no tuvo más opción que decir la verdad al temer que la situación de su familia empeorara por su culpa.
—Es una lástima. Sin embargo, si me proporcionas información valiosa, puedo prometer mantener a salvo a tu familia cuanto menos.
—¡¿Lo dice en serio?! —por primera vez Clara levantó la cabeza para observar a Napoleón.
—Sí, no faltaré a mi palabra, pero eso depende de la información que nos proporciones.
—¡Pregunte lo que quiera!
—¿Quién es el líder de los refugiados? ¿Dónde planeaban reunirse tras escapar? Y por último ¿Qué quieren a cambio de olvidar su escape hacia el Eden? Eso es todo lo que quiero saber...
Clara escucho todo atentamente y tenía respuestas para casi todo, el problema es que aún tenía muchas dudas en su corazón.
—Antes de responder, ¿podría preguntar sus razones? Quiero decir, no sé qué es un progenitor y tampoco sé sus pensamientos... ¿Podría responder tras escucharlos?
—¡¿Cómo te atreves, maldita escoria?! —uno de los guardias rompió en cólera por la desvergonzada petición de una prisionera. Sin embargo, Clara no podía evitarlo, ella era alguien que gustaba de escuchar a otras personas y por tanto, era una persona extremadamente curiosa.
Cuando Clara vio el gesto del soldado levantando su espada, cerró sus ojos por reflejo, parecía que su vida terminaría ahí misma. Afortunadamente, Napoleón levantó la mano para detenerlo.
—Si acedes a que te implante el [Gueas] con un voto de silencio, te diré lo que quieras, si no, tendras que conformarte con confiar en mí.
—A-acepto —clara no tenía muchas opciones. De hecho, las tenía, el problema era que en su cabeza solo había dos: acceder o morir.
Al escucharla Napoleón se levantó de su escritorio y se dirigió a la prisionera para luego colocar su mano en su cabeza y con un grácil gesto de su magia invocó la maldición.
—[Gueas] Juras por tu vida, jamás comunicar a nadie de lo que escuches o veas en esta habitación el día de hoy, ya sea en la vida o en la muerte —ella era muy cuidadosa, uso la palabra comunicar a propósito, ya que la palabra lo engloba todo, escritura, palabras y demás formas de comunicación. Sin mencionar que incluso pensó una forma de evitar la trampa de la nigromancia.
—Lo juro —Con aquella respuesta la maldición fue implantada satisfactoriamente.
—Todos ustedes pueden dejar esta habitación, no quiero a nadie aquí salvo la prisionera.
—¡Pero, mi señora! ¡Eso es...!
—¡Fuera! —Rugió Napoleón, con su poderosa voz de mando y momentos después la habitación quedo despejada.
Tras volver a su escritorio y tomar a su gata entre sus brazos, Napoleón observo a la prisionera de manera altiva.
—Has tus preguntas —exigió.
—¿Qué es un progenitor? ¿Por qué los enanos se oponen tanto a que escapemos hacia el Eden? —Clara solo hizo preguntas que tenía desde hace mucho tiempo. Quizá por el nerviosismo no pensó con más cuidado algo mejor.
—¿Eso es todo?
—S-sí...
Napoleón suspiró con pesadez y luego empezó a explicar:
Los progenitores somos criaturas que han alcanzado la cúspide de nuestras respectivas razas y las protegemos. Algo similar a un Rey, pero muy distinto a la vez —explicó —Un Rey no es nada sin su pueblo, mientras que su pueblo puede ser todo sin su Rey. Sin embargo, los progenitores son distintos, ya que un progenitor sin su pueblo no es más que un monstruo y un pueblo sin su progenitor no es más que un grupo de condenados a muerte.
Clara entendía perfectamente las palabras de Napoleón, ella había vivido en carne propia la vida de un pueblo que no cuenta con un progenitor y entendía perfectamente a lo que se refería Napoleón.
—Esto es así, porque un progenitor tiene una función fundamental, la cual es compartir con su gente la bendición de un Progenitor.
—¿La bendición del progenitor?
—Así es. Como sabrás, en este árido continente no hay nada más que un interminable yermo inhabitable, pocas criaturas pueden sobrevivir en este cruel mundo. La bendición del progenitor ayuda no solo a que la clasificación de su gente suba más y más rápido para que sean capaces de protegerse de otras especies, la labor principal de un progenitor es alimenta las gemas de la fertilidad de su territorio; gemas que convierten un yermo inhabitable en una tierra rebosante de recursos; ese es el verdadero valor de un progenitor, más allá de eso, el monstruoso poder que poseemos es solo un extra que mantiene a criaturas indeseables lejos.
—Y-ya veo, a eso se referían con salvar nuestras vidas robando su bendición...
—Así es. No obstante, incluso si hubiesen logrado matarme y robar la bendición, lastimosamente a un progenitor le toma diez años o más controlar la bendición, por lo que incluso si la robaban, no había garantía de que quien la robase pudiera darles lo que necesitaban, al menos no de forma inmediata.
—Ahora lo entiendo; lo entiendo todo —de alguna manera el rompecabezas en la cabeza de Clara empezaba a encajar lentamente —Con respecto al Eden...
—El Eden ciertamente es la tierra más rica en recursos del continente; esa parte de la historia es cierta. Sin embargo, hay una razón para eso. En ese lugar duerme el paraíso y el infierno...
—¿El infierno?
Napoleón estaba por hablar cuando la puerta de su habitación se abrió súbitamente y uno de sus soldados entro desesperado a su despacho.
—¡¿Cómo te atreves a interrumpir...?! —Napoleón se levantó de su silla con molestia y en pie de guerra hasta que noto el lenguaje corporal de su soldado — ¿Qué sucede? —su tono se suavizó.
—¡Mi señora! ¡La barrera! —dijo el soldado mientras intentaba recuperar el aliento —¡La barrera del Eden está cayendo!
—¡¿Qué?! —este era el peor de los desenlaces posibles —¡Preparen las defensas! ¡¡¡Rapido!!!
Aquel soldado salió tan rápido como entro, el tiempo se agotaba y Clara estaba perpleja mientras observaba el terror en el rostro de Napoleón.
Después de sentarse pesadamente en su silla y juntar sus manos como si deseara hacer una plegaria, susurró con suavidad:
—Se acabó... —una lagrima cayó de la comisura de su ojo derecho —Todos vamos a morir...