—Zei Kuyenray —pronunció con voz serena Leanir. Oír su nombre hizo a Amatori que las tripas se le revolvieran.
—Ha pasado un largo tiempo, talentoso muchacho. Veo que has crecido. ¿Estás a cargo de la operación?
El comandante general eligió guardar silencio. La mujer rubia sonrió levemente, clavando ojos ausentes en cada uno de los miembros de la Compañía de Liberación. Por alguna razón, se detuvo en Amatori.
—También veo que conseguiste a unos más jóvenes. Los talentosos se buscan, dicen por ahí.
—¡¿Qué es eso de ahí fuera?! —interrumpió Frov, como siempre, sin importarle la persona ni su estatus.
—Una barrera. No podemos salir, así que estamos obligados a resolver nuestros asuntos. Mi instinto dice que vuestras intenciones son nobles. Tal vez buscan una forma de ayudar a Alcardia, no creo que sea algo diferente. Si es así, estaré encantada de charlar.
«Está claro que vienen dispuestos a detenernos por medios no muy amigables, sobre todo, si está él.», Amatori ojeó al hombre de peinado elegante y barba puntiaguda cayendo de su mentón. Antoniel lucía estoico.
La capitana de la Fuerza de Exploración no era una usuaria de diamantina. Según Ludier, había ascendido a ese rol gracias a sus méritos de liderazgo y fuerte sentido de las normas. La definían como una persona mentalmente sólida y que era capaz de persuadir con gran ingenio.
Al no ser una combatiente tenaz, se esperaba que no se uniera a la pelea y que en su lugar estuviese Zei Yamai, el capitán de la División de Inteligencia. Esto podía alterar los planes en gran medida.
—¿Dónde está la chica? —demandó un hombre de voz ronca. Amatori la ignoró, creyendo que se dirigía a alguno de sus compañeros—. Mocoso, ¿dónde está esa desgraciada?
Una alarma se activó en la consciencia de Amatori, quien levantó la mirada y escaneó entre las filas enemigas. Ese de ahí, un sujeto de cabellera lacia y extensa, llevando un arco simple en su espalda. Él también era parte del equipo de Antoniel, se llamaba...
«Zei Jiulel. El hombre que mató a Vartor».
Sus ojos oscuros parecían vacíos. Las arrugas en su cara furiosa le hicieron entender que se trataba de algo personal contra la joven.
Ainelen había provocado la muerte de su curandero, Pratgon. Si lo veías de forma sencilla, ella lo había asesinado.
—No vino —respondió el muchacho bajito.
Jiulel hizo un ruido burlesco con la garganta.
—Esa no me la creo. Tiene que estar con el otro equipo. No me olvido de su asquerosa aura desde aquel día. Pude sentirla cerca.
«Mierda».
Hace tiempo atrás el equipo había sido espectador de honor de cómo ellos aniquilaron a una oleada de no-muertos en un mano a mano directo. Eran hombres experimentados, con gran oficio cuando se trataba de cortar carne y huesos. Desde lo más profundo de su corazón, Amatori sintió miedo por Ainelen.
Leanir aclaró su garganta, volcando la atención de la muchedumbre sobre él.
—Hemos venido a Alcardia con una misión clara; queremos liberarla.
—¿Oh?, ¿y liberarla de qué? —Kuyenray se acarició la barbilla, su voz sonando curiosa.
—Del miedo de sus líderes.
Amatori esperaba que el comandante se explayara un poco más, que fuera más claro con sus intenciones. Cambió de parecer cuando la capitana endureció su expresión. De pronto ella se quedó silente, viendo a Leanir con ojos muertos.
El espadachín creyó que le había dado en un punto sensible.
«Kuyenray no es alguien a quien puedas hacer cambiar con palabras bonitas. Aquí cada bando tiene una manera distinta de alcanzar la misma meta. En ese caso, mejor ser punzante y evitar calentarse la cabeza. Leanir es muy inteligente».
—Me parece que somos incompatibles. Puedo deducir que tienes bastante claro lo que intentas hacer, mas no sus consecuencias. Es una idea peligrosa, Leanir. Podrías terminar derramando la sangre de todos nuestros compatriotas, y eso te hace un potencial enemigo.
—Me halaga que tu percepción sea esa. Me habría decepcionado si el resultado fuese otro.
—Lo que no sabes es que te pisas tu propia cola. Me has hecho un gran favor. —La cicatriz en la mejilla izquierda se contorsionó con la sonrisa de Kuyenray, quien ahora estaba divertida—. Como veo que eres un hombre apurado, no te haré esperar más.
El escuadrón de soldados que acompañaba a la capitana desenfundó sus armas. Incluyéndola a ella, eran doce personas que vestían ropas ajustadas a la piel y encima abrigos, de colores negro con bordados carmesí. Cada uno de ellos portaba una diamantina.
«No, Jiulel y esa mujer de ahí tienen armas ordinarias. Si además le quitamos a Kuyenray, solo nueve son usuarios de diamantinas».
El número de enemigos estaba bajo lo que se había previsto, lo que Amatori no sabía si definir como positivo o negativo. Visto de otra manera, la planificación se distorsionaba cada vez más. Ludier en ningún momento señaló que la División de Inteligencia fuese capaz de crear una barrera.
«La energía no se me hace desconocida. La coloración es la misma que la de una diamantina. ¿Han logrado desarrollar una barrera a base del poder de la bruja? Ludier debe saber esto».
—Guardias, quitaos. —Antoniel dio un paso adelante, seguido de su bastión calvo con una única línea de pelo que cruzaba su cabeza, una mujer joven de flequillo y labios rojos, un espadachín de cuello ancho, y un arquero de aspecto delicado.
En paralelo, Kuyenray echó a correr junto al resto de la comitiva por el flanco izquierdo de la capilla, yendo hacia el nivel inferior. Ver a Jiulel acompañarla hizo a Amatori automáticamente moverse tras ellos.
—No vayas —le ordenó Leanir.
—¡Pero, estarán en peligro!
—No sé si más que nosotros.
Obligándose a sí mismo a tragarse la frustración de que ese hijo de puta fuera a por su compañera, el joven se concentró en los enemigos a los que debía enfrentar ahora. Las palabras de su comandante resonaron en su cabeza cuando vio seis mariposas revolotear en torno a Antoniel.
«Una resonancia de sexto nivel. Por Uolaris», se sentía aterradora. Erizaba los pelos de la piel.
Las resonancias estaban clasificadas de los niveles uno a seis, correspondiéndose con el número de colormorfos (vestigios) que los usuarios fueran capaces de manifestar.
Uno solo era imperceptible, a partir del segundo ocurrían los primeros fenómenos. Amatori había oído una conversación de Kuyenray y Antoniel gracias a eso. Al evolucionar a una tercera fase, las diamantinas eran ya utilizables, aunque todavía inestables. La cuarta etapa era donde la mayoría se encontraba.
Pero de ahí en adelante, hablar de una quinta y una sexta era sinónimo de anormalidad. Hasta ahora, se sabía que solo Antoniel y la fallecida Nurulú habían logrado ese nivel de maestría.
En medio de las miradas cobardes de los guardias, los que se escondieron como ratas en una madriguera, los equipos se distribuyeron intuitivamente para combatir en grupos pequeños. Leanir y Antoniel caminaron en una misma dirección, acompañados cada uno por uno de sus hombres. Frov, el espadachín, en el caso del primero; Liandrus, el bastión, para el segundo. En cuanto a roles era una equivalencia perfecta.
Sobre el resto, Amatori estudiaba tomar un duelo con...
Mierda. Una flecha luminosa salió disparada en su dirección. Si no hubiese sido porque Aukan saltó con su escudo iluminado, su cuerpo habría sido perforado y convertido en cristal.
El escudo-diamantina del bastión rechazó el disparo soltando chispas y un chirrido espeluznante. El arquero enemigo preparó otra flecha, pero Furwen y Palleh se adelantaron. Ambos ya tenían listos sus disparos, entonces ejecutaron a quemarropa. Por desgracia, los tres enemigos bajo la mira se deslizaron a tiempo para saltar entre los bancos de madera.
—Amatori —llamó Aukan, con voz mandante—. Vamos a por el espadachín. Ustedes dos encárguense de la chica y el arquero.
—No sé quién te dijo que podías darnos órdenes, Aukan, pero es más inteligente de lo que me esperaría de ti —respondió Palleh sarcásticamente, luego de eso corrió junto a Furwen tras sus respectivos adversarios.
El enemigo de cuello grueso y brazos anchos asomó entre los asientos, irguiéndose, al tiempo que se pasaba una mano por su cabello erizado.
—Interesante. —Su voz era tan pedregosa que parecía un trueno. Su diamantina ganó luminosidad, invocando alrededor cuatro colormorfos.
Amatori ignoró los ruidos provenientes de su flanco derecho, donde los arqueros aliados combatían, y se concentró en su propia batalla. Aukan embistió contra el espadachín usando su escudo. Entendiendo la idea, el joven bajito se deslizó veloz por un costado, usando la táctica de la sombra.
Nada de tonto era el espadachín, quien de inmediato abrió una brecha saltando hacia atrás.
Por supuesto que no sería fácil lograr herirlo. Cuando Amatori buscó sus espaldas, no lo perdieron de vista, tampoco a Aukan, quien presionaba desde el otro lado. El musculoso giró sobre su centro de gravedad, golpeando en un abanico completo, como si fuera un remolino. Amatori bloqueó con su hoja a tiempo, sintiendo una corriente recorrer sus huesos por el impacto del golpe. Aukan no tuvo complicaciones en usar su escudo y pasar a la ofensiva con su espada bastarda.
«Se nota que ya ha enfrentado a otros de su tipo antes. Puedo usar mi habilidad especial, sin embargo, debo hacerlo en un momento preciso. Si fracaso, a la siguiente ocasión será difícil hacer que vuelva a funcionar. Un veterano no cae dos veces en el mismo truco».
Entre pequeñas pausas, Amatori ojeó cómo les iba a sus camaradas. Furwen había guardado su arco y estaba batiéndose a duelo con la mujer, la cual era un espadachín. Al no ser usuaria de diamantina, al aliado le rentaba moverse rápido en espacios cortos y apuñalar con cuchillo en mano. También sabía cuándo dar marcha atrás y evadir ataques. En general, Furwen era talentoso anticipando movimientos.
Por su lado, Palleh y el arquero enemigo también imitaron la idea de usar cuchillos. Parecían sumergidos en una batalla de esgrima. Se lanzaban estocadas por turnos, rápidos, un duelo muy físico. No era diferente a un baile con aquellas piruetas y patadas a ras de piso, los saltos en voltereta y los giros en ángulo completo al intentar cortarse.
Amatori se lanzó de frente contra el espadachín. Tenía que probar su nivel en un mano a mano. Debía aprender sobre sus movimientos. Sabía bien que él mismo era solo un novato, así que se limitaría a no morir y sacar lecciones valiosas. También estaba el factor cansancio. Nadie resistía peleando a un alto nivel por tanto tiempo.
—Interesante —volvió a murmurar el grandulón pelinegro, sonriendo con unos dientes de caballo. Bloqueó el primer mandoble, las armas tintineando y chirriando a medida que las hojas se deslizaban y se separaban otra vez.
Amatori dio un paso atrás, esperando el contrataque. Pero no llegó.
«Quiere que lo ataque. Bastardo engreído». Sin caer en su provocación, dio un paso hacia la izquierda e inclinó su centro de gravedad, luego golpeó en diagonal. Fue bloqueado. De nuevo, hacia la derecha, golpe en diagonal. Bloqueado una vez más.
«Qué tal esto».
Amatori se inclinó y dio una estocada directo al cuello. Increíblemente, el espadachín leyó demasiado bien su ataque y curvó su cuerpo hacia atrás. La hoja no le hizo un tajo en la barbilla por los pelos.
Era la chance de Aukan.
—¡Que Uolaris te arregle la cara en la muerte!
La hoja debió cortarlo desde la cien hasta la mandíbula. Y quedó en eso. Debió, porque a pesar de que la coordinación del dúo era buena, la diamantina que empuñaba el musculoso se expandió hacia los lados, en líneas de luz que parecían formar telarañas, parando en seco la espada.
—Eso estuvo cerca —rio entusiasmado.
—Era demasiado bueno para ser cierto —exhaló Aukan, decepcionado. Al mirar el lamentable estado en que había quedado su hoja, la desechó. Cuando un arma normal golpeaba una diamantina activada, ya fuera espada, escudo o incluso un bastón, tendía a desintegrarse.
Amatori limpió su frente. Tenía la cara empapada de sudor. Respiraba desordenadamente y sentía que el cansancio lo enjuiciaba en un momento aún muy prematuro. El enemigo y Aukan no parecían tan agotados.
Su batalla de pronto fue opacada por un espectáculo mayor.
Una luz brilló, trazando líneas azules que dieron forma a una media luna. El escudo de Leanir por fin estaba activado, liberando con él a cinco colormorfos que revolotearon alegremente alrededor suyo y de Frov. Este último hizo un kata con su sable, reluciendo la magia de la bruja.
Al otro lado de la vereda, Antoniel y Liandrus avanzaron sin mayor parafernalia, sus caras ajenas a cualquier sentimiento de temor y duda.
Las presencias de esos cuatro hombres hicieron que los demás conflictos cesaran. En cada rincón de la capilla, hallarías a una persona boquiabierta y con el corazón en la mano, a la expectativa de aquel choque que prometía remover hasta los cimientos del templo sagrado.
Por supuesto, cuando Amatori observó a Frov hacer el primer movimiento, sintió que la emoción que recorría su cuerpo lo haría pedazos.