Esforzándose por mantener el aire en sus pulmones, Ainelen dio un pequeño tirón a la camisa de Ludier.
—¡Espera, por favor!
La mujer se detuvo abruptamente y se dio la vuelta. Puso unos ojos del demonio al clavarlos en la joven, entonces abrió la boca para que la oyera de una vez por todas.
—¡Tenemos que alcanzar la cámara prohibida!, ¡nuestros compañeros se las arreglarán de alguna forma! —Ludier parecía exasperada con las pataletas de Ainelen. En cualquier momento la abofetearía.
—Pero...
—Debemos confiar, niña. Estamos aquí con una finalidad, ¿no es así? Cada uno de nosotros está consciente de que morir es una posibilidad, pero lo aceptamos desde el momento en que nos unimos a esta expedición. Es el precio a pagar.
Ainelen movió sus labios para contrargumentar, sin embargo, esta vez no halló nada que decir. Ludier tenía razón, no podía dejarse llevar por sentimentalismos. Probablemente los muchachos deseaban que ellas alcanzaran ese lugar lo antes posible.
—Muévete.
La chica se resignó a dejar atrás al equipo. Corrían a través de un largo pasillo reforzado por vigas de metal, el cual estaba menos iluminado que la cámara de los golems.
«No pienses en Maki. Olvídate de Lowie. Los muertos no volverán. Zarvoc está con ellos, él es mejor curandero que tú», pensó, en un estúpido intento por calmarse.
El camino se curvó a la izquierda dos veces, siguiendo una dirección en "c". Tras eso salieron a una extraña habitación, menos espaciosa que la de los golems. Ludier aflojó la velocidad, convirtiendo su andar en una sigilosa caminata. Sin saber con exactitud porqué, Ainelen la imitó.
La cámara tenía una arquitectura alargada, sin embargo, en medio se erguía un enorme pilar de roca que a sus pies tenía un círculo, el cual rompía con el ordenamiento. Las paredes se abrían en torno a este, formando un espacio adicional. En el suelo sobresalían bultos cristalinos, diamante azul luminoso a través del cual líneas subían hacia el pilar y hacia el siguiente pasillo. Parecía un sistema extraño, muy elaborado y vanguardista.
La sensación de estar ahí, de oír una pequeña vibración que parecía ser gracia de la energía que circulaba en los artefactos, hizo a Ainelen sentirse fuera de lugar.
Ludier se veía embelesada deslizando sus dedos a través de los bultos azulados. Sus ojos brillaban, hasta dejó salir un suspiro.
—Dicen que antes de que la bruja dejara caer la maldición, Alcardia se había desarrollado más allá de lo que actualmente conocemos.
Ainelen caminó hasta ponerse a un lado de la arquera. Mientras la luz azul bañaba su cara, pensó en aquella mina que encontraron antes de llegar a Lafko, el fatídico lugar donde Danika había perecido.
Los goblins estaban usando un ascensor que muy probablemente fue una obra de los humanos antiguos. En la actualidad era imposible siquiera creer que artefactos de ese tipo pudieran existir. Gracia de Uolaris, podría decirse, pero ni el instinto ni la fe hacían que Ainelen se comprara eso. Ahora que veía esto, se reforzaba la idea de que alguna vez los antepasados gozaron de una sabiduría sin igual.
¿Y si la División de Inteligencia sí hubiese sido capaz de replicar esas tecnologías?, ¿y si lo que sus ojos observaban era una creación reciente?
«Este lugar es especial. Hay... algo que no puedo describir. Eso de ahí», Ainelen volcó su atención en el pasillo del lado contrario. En esa dirección, las líneas azules brillaban en la oscuridad, detenidas en patrones cuadrados. Era una puerta. Pero ocurría algo extraño, ¿el azul se tornaba violeta?
Se escuchó un ruido. En el flanco izquierdo de la habitación, en medio, había otra puerta. La muchacha la había notado de reojo, sin embargo, no le dio importancia hasta ahora. Se abrió con un chirrido, entonces de ella emergieron siete personas.
Ludier se tardó un instante en percatarse de lo que sucedía, sacudiéndose de estar embobada apreciando el sistema de la habitación.
—Es impresionante, ¿no? —dijo una voz femenina, inolvidable para Ainelen. Quien comandaba al grupo enemigo era la mismísima Zei Kuyenray—. Vivir para apreciar la belleza que ella nos dejó.
—Entonces esto no es obra de la División de Inteligencia —concluyó Ludier.
—No. Todavía no llegamos a ese punto, aunque sí que sabemos darle un uso. Tú no pudiste acceder en su momento, Ludier. Una pena, tendrás que conformarte solo con mirar. Si no nos hubieras traicionado, habrías sido parte de esta grandiosa cruzada.
Supremo Uolaris, esa bestia disfrazada de mujer generaba que cada fibra del cuerpo de Ainelen se retorciera de miedo. Y de remate, estaba acompañada por seis personas que parecían ser de distintas clases, casi todas con diamantinas.
Echó un vistazo hacia el pasillo por el que había arribado, esperando ilusamente que Leilei y los demás vinieran al rescate.
—Matar a tus compatriotas para alimentar tu miedo no tiene nada de glorioso —respondió Ludier, en tono desafiante.
Kuyenray soltó una risita.
—Suena como lo que me dijo Leanir.
Ainelen quiso preguntar qué había sucedido con él y sus hombres, pero no fue necesario hacerlo, ya que la capitana deslizó algo de eso.
—A esta hora Antoniel y su grupo deben estar jugando con ellos. No creo que te interese tanto como tu propia vida, en todo caso. Así que, Ludier, por haber sido mi camarada te preguntaré: ¿quieres que te permita verlo o te elimino ahora?
—¿Qué?
Bajando las pequeñas escaleras, la mujer rubia se acercó un poco. Había una amplia distancia entre su grupo y Ainelen, quienes esperaban al otro extremo del gran círculo. Cuando alguien hablaba la voz sonaba con eco.
—Lo que tu gente busca está al otro lado de esa puerta —indicó Kuyenray con el mentón, hacia las líneas violetas—. Lo que yo vine a buscar también está ahí. Puedo abrirla si quieres.
«¿Lo que vino a buscar?, ¿eso qué quiere decir? Creí que estaban aquí solo por nosotros». Parecía una carrera por alcanzar un tesoro, lo que no tenía lógica en absoluto.
—Aunque acabes con nosotras, otros vendrán más tarde. —Ludier empuñó lentamente su arco—. Ezazel y el grueso de las fuerzas tomarán la iglesia y a los dirigentes alcardianos. Kuyenray, tu misión es insignificante.
—Hay una barrera alrededor de la iglesia. Nadie vendrá a reforzarlos —irrumpió la voz de un hombre. Tenía una cabellera lacia y en su espalda sobresalía un arco.
«No puede ser. Él es del equipo de Antoniel». Por su mirada hacia Ainelen, parecía que la estrangularía. ¿Era solo una sensación?
El rostro de Ludier se volvió sombrío.
—Tan pronto. No entiendo, si creáis una barrera de ese tipo tan cerca, nos corrompería, las diamantinas no funcionarían.
—Es porque no es una barrera de antimagia, Ludier. Hemos logrado crear una de magia pura, y pronto levantaremos otra alrededor de toda la provincia. De esa forma nos protegeremos sin dañar a los habitantes y el ecosistema.
Una de las palabras de Kuyenray dio vueltas en la cabeza de la joven curandera. «¿Antimagia? ¿Se refiere a ese poder?».
—Tú estabas aun en nuestras filas cuando el proyecto inició, lo recordarás —siguió diciendo la capitana—. Necesitábamos usuarios talentosos. —Entonces clavó sus pupilas en Ainelen—. Capturamos a varios, pero no se acerca para nada a la cantidad que se requiere para los pilares. Los rumores acerca de que la División de Inteligencia planeaba algo macabro pasaron de boca en boca, entonces muchos huyeron.
» Y hoy muchos de esos han regresado para intentar liberar a su pueblo de las garras de unos tiranos. Sé que nuestros métodos no han sido muy nobles, así que no los culpo. Por mi parte creo que es la única manera de que Alcardia se mantenga existiendo. Integrar nuestra nación al resto del mundo es inviable. Minarius nos arrasaría. No es miedo, es raciocinio.
» ¿Queríais exponernos ante los habitantes para desacreditarnos? No es una mala estrategia. En circunstancias normales el plan habría funcionado. Con una fuerza como la que trajeron es fácil tomar el pueblo, aunque cometieron un tremendo error. Esos mismos usuarios de diamantina que te aseguraban el triunfo, son los que nos bastarían para levantar una barrera, ¿sabes?
Ainelen abrió la boca, incrédula de lo que sus oídos habían escuchado.
—Un arma de doble filo —susurró Ludier, con una cara que no parecía la suya. Se había convertido en una mujer entregada. Era como si de pronto supiera lo que había en la mente de Zei Kuyenray.
La comandante estaba imaginando el futuro, uno demasiado oscuro.
Con un rápido movimiento de su arco, ella apuntó hacia la rubia. Esta vez no sería una flecha ordinaria, sino una hecha de energía mágica. Ainelen se sorprendió de lo veloz que fue Ludier, pero cuando la línea salió eyectada hacia Kuyenray, esta se deshizo en miles de puntos de luces.
Hubo una onda violeta que bloqueó el disparo, y no solo eso, sino que se expandió en dirección a Ludier, alcanzándola sin que esta fuera capaz de moverse. Ella se veía fuera de sus cabales, así que no fue raro.
El origen del fenómeno provenía del hombre arquero, el aliado de Antoniel. La sensación familiar hizo a la curandera recordar su nombre: Jiulel. Un anillo destellaba en uno de sus dedos.
Ludier puso sus manos abiertas delante, escudriñando su cuerpo, como si de pronto se desconociera a sí misma.
—¿Qué me has hecho?
Como nadie le respondió, gruñó iracunda y apuntó una nueva flecha hacia Kuyenray. No pasó nada.
—¿Por qué no está funcionando?, ¿por qué mi diamantina no se activa?
—Si tenías curiosidad por saber acerca de la antimagia, felicitaciones, ahora has descubierto algo.
Ludier se tambaleó, visiblemente fatigada.
Fue un deja vu. Ainelen se vio a sí misma muchos meses atrás. Cuando fueron capturados por el grupo de Antoniel, Jiulel dijo una cosa acerca de la intensidad de su resonancia. En aquel entonces, fue ella quien atrajo a una horda de no-muertos. El hombre le aplicó alguna clase de truco para bloquear su poder.
«Me olvidé por completo de eso. Supremo Uolaris, ¿Cómo pude pasar por alto algo tan importante? Ella no sabía sobre los anuladores de resonancia».
—Final del camino, estimada amiga —dijo Zei Kuyenray, yendo en dirección a la puerta que bloqueaba la cámara prohibida. En su camino hizo un gesto para que sus soldados atacaran. Ainelen quiso tirar de la mano a Ludier e ir juntas hacia la salida, sin embargo, un hombre con escudo ya la resguardaba.
—¡Abajo! —Ludier se recompuso a tiempo para voltear a Ainelen y evadir de milagro el disparo de una arquera de diamantina. La chica sintió su muñeca derecha dislocarse por la mala posición en la que cayó—. Quédate detrás de mí. —Daga Afilada la ayudó a levantarse y retrocedieron hacia el rincón más lejano que la habitación les podía ofrecer. Naturalmente, como no existía una forma de huir, era solo un premio de consuelo.
Ludier empuñaba su cuchilla que llevaba a la cintura, luego deslizó otra más, la cual había guardado en una bota. Esperó en postura defensiva al primer enemigo que osara entrar en su rango, el cual fue un joven rizado de cara alargada.
—Es mía. —Él desenfundó su espada. La luz azul fluyó a través de la hoja ornamentada, una diamantina elegante y letal.
Con los ojos del terror, Ainelen lo vio cargar contra su compañera. La comandante anticipó de buena manera el primer mandoble, también el segundo. Para el tercero, una estocada le rozó el hombro. Ludier fue rápida, tanto, que al moreno casi se le salen los ojos de las cuencas oculares cuando la mujer lo tuvo preso en una espectacular llave.
—Tú... sucia puta. —El espadachín intentó apuñalarla en reversa, pero Daga Afilada de un rodillazo le arrebató la diamantina. Ella lo tenía ahogado con un poderoso brazo alrededor del cuello. Lo usó de rehén.
—Wow, es como una gata arisca —bromeó un bastión de nariz irregular.
—No tenemos todo el tiempo del mundo, Carmín —dijo la mujer arquera, de cola de caballo alta y cuello estrecho.
Con un intento desesperado, el hombre se removió como lombriz. Ludier no lo soltó, no obstante, ambos cayeron al suelo, rodando, forcejeando, entonces esta vez sí que pudo soltarse y devolverle el favor a la mujer. Envolvió un brazo en su cuello y, al notar que ella se soltaba, le golpeó las costillas con un sonoro codazo.
Ludier tosió, cayendo sobre una rodilla al ser pateada en la espalda. También la apretujaron de las muñecas, impidiendo que fuera capaz de usar cualquiera de sus extremidades.
—Hamay, hazlo tú. Si la suelto creo que a la próxima me matará.
—Así que admites tu derrota. Patético.
Con sus pulmones inflándose y desinflándose adoloridos, Ainelen retrocedió. Se sintió tan débil e impotente. Vio casi desde un plano diferente al bastión de rizos pararse frente a la incapacitada mujer de trenza. Su espada bastarda ordinaria, de metal puro y reluciente se elevó sobre su cuerpo, listo para caer sobre el cuello desnudo de Ludier.
—No, por favor no lo hagas —suplicó Ainelen, con la voz quebrada—. No la mates. Por favor —«¡Uolaris, si eres tan poderoso sálvala!, ¡salva a tu hija, sálvala!».
—Así es la vida, joven curandera. No pidas misericordia si has tomado las vidas de otros.
Una lágrima brotó de los ojos de Ludier. Arrodillada, deslizó una triste mirada hacia Ainelen. El brillo en sus pupilas temblorosas y acuosas le rompió el corazón. Le había dicho que merecía morir, que probablemente era el destino de asesinos como ella. Pero no fue esa la sensación que detectó en su rostro. Ludier quería vivir. Debía estar gritando por dentro, a pesar de que sus labios entreabiertos no articularan más que silencio.
—Padre —dijo finalmente ella, en un susurro.
La espada cayó implacable, cortando su carne y hueso como si fueran simple papel. El bastión levantó su hoja, estudiando la mancha carmesí que había quedado en ella.
Carmín soltó el cuerpo decapitado de Ludier, desangrándose sobre el suelo rígido. Su cabeza cayó ahí mismo, con sus ojos entreabiertos, una lágrima y otro hilo de sangre brotando de su boca.