Ainelen suspiró, luego se agarró la cabeza. Sus ojos perturbados se clavaron en las tablas de madera que surcaban el piso amarronado.
La historia de una mujer que no era humana, un ser desconocido que había vivido entre la gente hace cientos de años. Sin embargo, pudo sentir su afligimiento, aquel intenso sentimiento de perdida que parecía matarla.
Nurulú repitió una y otra vez las mismas líneas, como si solo hubiera despertado con el fin de revelar tales memorias.
—La bruja, la Rosa Maldita, ¿fue una buena persona? —preguntó Holam.
—Eres el único de aquí que no posee una diamantina, así que tu contacto con ella es nulo —afirmó Ludier—. ¿Lo sabías? Todos los que tienen una han hecho contacto con ella.
—Lo sospechaba. Pero creí que sería demasiado irreal.
Amatori gruñó.
—¿Y?, ¿Cómo afecta eso a nuestra situación actual?
—Acabas de oír lo que dijo Nurulú, la bruja anuló su maldición...
—Sí, sí, ya lo sé. —El joven con boca de gato interrumpió a Ludier sin una pizca de vergüenza. A ella no pareció incomodarle—. A lo que me refiero es a que hoy en día seguimos estando encerrados. Entonces, ¿qué pasó después de eso?, ¿podemos siquiera fiarnos de los delirios?
Sumidos de nuevo en el silencio, Ainelen levantó la cabeza. La esbelta mujer de trenza y ojos muertos se quedó viéndola. Supo que observaba otra cosa, nada del mundo físico. Ludier parecía vivir en un reino distinto.
—Lo único seguro que puedo afirmar es lo que viví yo misma dentro de la División de Inteligencia. Cuando ingresé a La Legión, lo hice de una manera especial. Mis padres eran parte de ese grupo selecto, así que estaba destinada a servirles desde el día en que nací.
» Allí se me enseñó a callar a quienes sospechaban de nuestras intenciones. Manché mis manos con la sangre de mis propios compatriotas. Nuestra misión era proteger la integridad de la División de Inteligencia con nuestras vidas. Si fallábamos, estaríamos poniendo en riesgo a toda la población. Se nos inculcó que los métodos justificaban la finalidad. Era absolutamente necesario. Hoy en día pienso bastante diferente a como lo hacía en ese entonces. Estoy... podrida de todo. Perdón si le doy muchas vueltas.
Por un momento, las pupilas de Ludier brillaron, palpitantes. Ainelen se dio cuenta de que su corazón estaba roto. Qué difícil debió ser el camino que atravesó hasta llegar a la actualidad. Se percató de lo complejo que le resultaba articular las palabras.
—Poco después de mi ingreso, se nos hizo juramentar que nos llevaríamos los secretos a las cenizas. La primera revelación que nos hicieron fue acerca de cómo funcionaba la barrera mágica de Alcardia. Para empezar, no era producto de la maldición de la bruja. Hace mucho tiempo atrás, La Legión, el Consejo Provincial y la Iglesia de Uolaris se unieron bajo una misma causa: proteger a Alcardia de la invasión de Minarius.
» Tenían miedo. Tienen miedo; no sabes cuánto. Se nos contó que luego de la caída de la barrera original, exploradores fueron a ver más allá de los límites de las montañas Arabak. Se encontraron con algo desolador.
Los chicos fruncieron el ceño.
Ludier abrió los ojos más de lo normal, una expresión de consternación natural.
—Minarius nos llevaba décadas, tal vez siglos de avances tecnológicos.
—Eso no puede ser. Es ridículo —negó Amatori.
—Sabiendo que si los minarenses se daban cuenta de que ahora podían cruzar —siguió diciendo Ludier, con voz serena—, significaría una masacre para Alcardia, la iglesia de Uolaris fundó La Legión. La misión fue levantar una nueva barrera. Eso es lo que sé del pasado, desconozco cómo lo hicieron.
» Lo que conocí en carne propia fue lo que le hacen a cada habitante al nacer. Por orden suprema de Ari Rayén, cuando un bebé nace, la Iglesia de Uolaris les coloca un sello que impide que su poder mágico se manifieste. La ley de redundancia de natalidad existe para controlar el balance de habitantes. Si se descontrolara el crecimiento, la barrera podría desestabilizarse.
Ainelen estaba impactada. No pudo creer que esa fuera la razón del porqué su hermana fue sacrificada. Cuán estúpido le pareció todo.
—No lo entiendo —dijo Holam—. Les niegan la magia para mantener la barrera. ¿Esta es mágica también?, ¿por qué tendría que afectar de manera negativa? A menos que fuera otro tipo de poder, uno opuesto.
—Buena deducción. —Ludier sonrió.
—¡Entonces! —exclamó Amatori—, todos tenemos magia. Se nos ha arrebatado la libertad y el poder arbitrariamente.
Como respuesta, la ex miembro de la División de Inteligencia eligió guardar silencio. Continuó:
—No sé la fuente y la técnica que se emplea para generar esta barrera. Sí sé que abarca el mismo rango que el de la bruja. Como adivinaste tú —indicó con la mirada a Holam—, es un poder contrario al que ella tenía. Regresando a lo anterior, los sellos puestos sobre cada individuo provocaron que la gente desarrollara una enfermedad por retener la magia en sus cuerpos.
—La marca de la bruja —afirmó Ainelen, sin vacilar. Ludier asintió.
—La esperanza de vida no supera los cuarenta y cinco años. Solo unos pocos logran vivir hasta los cincuenta. Se aprovecharon de la mala reputación de la Rosa Maldita para cargarle todos sus horrores. Sentaba demasiado conveniente.
Los abuelos de Ainelen se contaban entre esos. Era una fortuna que agradecía cada día que pasaba, aunque tenía que vivir con el miedo de que la marca apareciera cuando menos se lo esperara. Teniendo alrededor de cincuenta y cinco, tanto la abuela como el abuelo, era cosa de tiempo para que alguno sucumbiera.
—¿Cómo es que nadie ha sabido esto antes?
—Te llamabas Amatori, ¿cierto? Empatizo contigo. Durante generaciones, los líderes de las tres fuerzas que controlan la provincia han trabajado juntos, con una lealtad increíble. Hoy en día, Ari Rayén, Zei Eriudan y Ela Pohel mantienen la voluntad de sus ancestros. Me arriesgaría a decir que incluso van más allá.
—¿A qué te refieres con eso?
—Poco antes de abandonar La Legión, fuimos asignados a una nueva misión: debíamos encontrar usuarios de diamantina prometedores. No se nos explicó con qué finalidad.
» Sospecho que buscaban una manera de crear una barrera que no implicara dañar a los seres vivos. Verás, no solo los humanos somos afectados, también el ecosistema. Antes no existía la grieta en el cielo, y cuando se formó no era tan grande. También hay registros de criaturas que ya casi no se ven, como los dragones.
«Nos han estado destruyendo a todos», pensó Ainelen. Parecía que el tiempo era un enemigo formidable. Si no eran destruidos por Minarius, lo serían por sus propias artimañas.
De pronto se encontró siendo estudiada por Ludier.
—Eras tú.
—¿Yo?
—Tu resonancia es demasiado avanzada para una joven adolescente. Debiste llamar la atención de alguno de ellos.
Ainelen se quedó tiesa. ¿Por qué sería especial?
—Tu mal te delata.
Al oír a Ludier, se llevó una mano a su hombro y palpó la mancha escamosa bajo su ropa.
Mientras Leanir seguía arrodillado junto a su esposa, la mujer alta les dio la espalda a los chicos, viendo hacia el mar. Vestía un abrigo largo, como lo hacía Ainelen y los demás.
Todos los alcardianos de Lafko iban ataviados en chaquetones y bufandas. Las mujeres solían andar con vestidos largos debajo, aunque no era el caso de Ludier. Su estilo era un tanto masculino, con una camisa blanca y pantalones negros ajustados.
—Con Nayel y Omay estábamos cansados de ser parte de lo que se le estaba haciendo a Alcardia. Un día decidimos escapar. En el trayecto Nayel fue asesinado por Zei Kuyenray, mientras que Omay actuó de señuelo para que yo pudiera huir. Vi como una flecha le atravesó el cuello.
» En la Fortaleza Elartor me dieron refugio, luego conocí a un par de desertores que planeaban alcanzar la costa, donde se decía que existía un refugio para quienes buscaban ser libres. Esa es mi historia.
Hubo silencio.
—Siento que lo hayas pasado tan mal.
—No te apiades de mí, jovencita. Soy una pecadora, no merezco más que sufrimiento por mis actos.
—Las personas merecen una segunda oportunidad —dijo Holam, lo que hizo a Ludier voltear la mirada hacia él y poner una cara triste.
De repente Amatori abrió los ojos, como si una chispa hubiera destellado en su mente.
—Oye, no nos has dicho qué es lo que tiene Ainelen. Nosotros estamos libres del bloqueo que nos puso la iglesia, ¿no?
—Corrosión —intervino Leanir, enarcando una ceja. Tras apartar la mirada del cuerpo escamoso y monstruoso de Nurulú, se puso de pie y arremangó su brazo derecho. Ahí crecía una mancha idéntica a la de Ainelen.
Le siguió Ludier, quien abrió un poco los botones de su camisa y exhibió la parte superior de su pecho. Escamas marrones se extendían como una mano abierta hacia su clavícula y cuello.
Había ocasiones en que una persona sentía que su peso se alivianaba al compartir el mismo destino infame con otros. No fue este el caso de Ainelen, quien sintió autentica desesperanza al ver que no era la única que padecía la enfermedad.
—Mi esposa era una magnífica espadachina. Su hoja era capaz de mantenerse refulgente por dos días sin parar. Gracias a ella estoy vivo, y gracias a ella estamos aquí. —Leanir alternó miradas entre Nurulú y Ainelen—. Parece ser que mientras más poder tienes, más rápido te arruinas.
El corazón de la joven curandera latió en sus propios oídos. Eran latidos calmos de ritmo, pero resonaban con una fuerza tronadora.
Ainelen creía que podía morir, a veces como un pensamiento caprichoso, casi infantil. Ahora fue más serio. Esta era la confirmación de que su vida prontamente acabaría. Le aterró la idea, aunque más que eso, era la manera. No quería llegar a ser como Nurulú. No quería morir siendo...
...un monstruo.
Sus ojos se encontraron con los de Holam. Hasta él parecía haberse contagiado del pesimismo. Fue como si se apiadara de ella.
—Hubo otros antes —continuó diciendo Leanir—. Murieron luego de agonizar por meses. Después de eso tomamos la decisión de sacarlos de su miseria antes que el sufrimiento se hiciera insoportable. Cuando Nurulú llegue a ese punto, lo haré con mis propias manos. Es lo que ella quería.
Supremo Uolaris.
—¿Y nos quedaremos así, sin nada que hacer? —preguntó Amatori, poniendo sus manos abiertas delante suyo. Mientras ladeaba su cabeza, las comisuras de sus labios se contorsionaron con enfado—. Los que usamos diamantinas podríamos cruzar la frontera. En Minarius no nos alcanzaría la corrosión.
—Los minarenses lucen y hablan diferente. No hay forma de ocultarse entre ellos.
—¡¿Entonces?!, ¡¿no hay nada de nada?!
Durante un momento, Leanir se quedó mudo. En ese tiempo Nurulú cesó sus delirios y volvió a dormirse.
El kuntum suspiró.
—La gente de Lafko se ha acostumbrado a la vida pacífica. Hemos propuesto la idea de destronar a los altos mandos y liberar Alcardia, pero es un proceso difícil y lleno de complicaciones de todo tipo. A eso le sumamos que nadie cree que sea posible derrotar a Ari Rayén y su reinado.
—No lo puedo creer.
—¡Pero!, en los últimos meses le dimos vueltas al asunto. Si no hacemos nada, los que estamos aquí también pereceremos. Nuestra paz es falsa. Así que —Leanir hizo una pausa, entonces clavó sus ojos oscuros en los chicos—, se ha formado una pequeña compañía dispuesta a emprender una travesía hasta Alcardia. Nos faltan voluntarios todavía. Planeamos hacerlo dentro de cuatro meses.
Ludier dio un paso al frente. En ese momento dijo las palabras que, probablemente, todos esperaban oír:
—Queremos que se nos unan.