En el lugar donde me encontraba, era imposible el hacer alguna que otra observación, con mi velocidad era capaz de recorrer bosques y tramos entre ciudades en horas, pero ahora solo había calor y arena en todas direcciones.
Por suerte tenía tela suficiente como para hacerme vestimentas más comunes a lo que uno usaría en un desierto, solamente que hechas de mi propia ropa.
Decidí retirar mis zapatos por unos minutos para dejar la arena fina y dorada por entre mis pies. Los peligros eran obvios, pero la recompensa era... Sanidad mental, o al menos, poder poner un pie en arena por primera vez en años y años. No solamente contando los que estuve aquí. Incluso en el "otro mundo" solo fui a la playa un par de veces en toda mi vida. La sensación se hacía un poco nostálgica y con cada paso que daba más me sentía un poco renovado. El calor dejaba de ser algo que sufría para ser un objetivo al cual superar. Podía parecer tonto, pero aguantar un calor así, sin fuentes externas podía acostumbrarme un poco a el calor de los hechizos de fuego. Incluso los míos propios algunas veces se sienten desagradables.
De todas formas, ahora pensé en qué clase de cosas podía hacer y... cómo podía lograr controlar mi elemento. La arena era un sólido, que podía comportarse como los 3 estados de la materia. Usar control de la tierra era inútil, agua era imposible y aire simplemente me permitía levantar algunos granos como para poder hacer una sombra. Cosa muy útil para poder evitar el cáncer de piel por el sol.
Usar tierra... Cómo si fuese agua. Por unos instantes recordé una serie de mi infancia, pensando en cómo aquella que controlaba la tierra logró que la arena sea también su elemento. Usar hechizos no iba a ser mi objetivo, porque eso sería fácil y confiaba en mí mana.
Con un pie enfrente, busqué el equilibrio para poder intentar mover un grano de arena. Sólo uno, necesitaba el equilibrio para poder concentrarme, el equilibrio para poder mover un diminuto grano de arena, en un enorme desierto... Ese era mi punto de estar aquí.
Las dunas te consumen como el calor evapora toda el agua, la arena no ofrece un punto de apoyo lo suficientemente confiable y todo se siente como si fuese a desmoronarse o como si un reloj de arena se tratase, grano a grano cayendo más y más.
Controlar mis latidos, controlar mi respiración, todo lo que en este momento busqué fue el control. Eso era imposible. Tanto que manejar en pedazos tan pequeños. Había que fluir.
Volví a abrir mis ojos y suspiré con un poco de frustración, se notaba el infiermo que sería y no exactamente por el calor. Comer sería también un problema, el frío llegaba con la noche y las temperaturas bajaban de golpe. Estaba en un océano Pacífico de arena.
Por primera vez me pregunté cuánto podía medir este planeta. Porque mientras caminaba con una llama a mi lado para evitar ir en completa oscuridad, sentí lo inútil de mis esfuerzos por llegar a algún lado. Pero ésto no era un limbo. Con el poder usar magia estaba más que seguro de eso. Me ví en la necesidad de encontrar el vacío. Escuchar esa voz, o sentirla, en mi cabeza. No podía hacer un vacío artificial y al ver hacia el cielo la luz me indicaba que no estaba solo en la noche. Todos los astros, que ahora mismo si aceptaría que alguien me dijese que tenían un verdadero lenguaje y señas para los mortales, se combinan en un baile majestuoso en el que no se podía intervenir.
El hambre me recordó a Rem, y con cada luz me imaginaba cómo se iría a deleitar con cada estrella y planeta.
Un verdadero ente de la gula. Al ver mis puños recordé a Besta. Y decidí hacer algo en su nombre, golpear el suelo, golpearlo lo suficientemente fuerte como para sentirme satisfecho y hecho eso, continuar con mi camino.
En la lejanía las luces se volvían menos un espejismo de la noche y más un lugar al que ir. Apresuré el paso, y cuando menos lo quería, una ola de arena me ayudaba a moverme. Fluir, ir, avanzar y no detenerse.
Las criaturas del desierto siguen esa filosofía, y mientras avanzaba más y más. Me daba cuenta de que en estos sitios, los gusanos de arena dominan las dunas. Y mientras una boca de tamaño colosal intentaba devorarme. Las constelaciones se movían de una forma que no podía entender. Tapé mis ojos, y cuando menos quería darme cuenta, todos mis alrededores era paz. El gusano había alcanzado una especie de sueño. Y entre flechas, las escamas de una especie de mujeres serpiente eran iluminadas por la luz de una luna.