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Chapter 121 - Capítulo 11: La Batalla Final del Disturbio (Parte 2)

Mes de Fuego Bajo (Mes 9), Día 5, 03:38

Los aventureros del palacio se retiraron más allá de la barricada hacia la retaguardia. Los guardias que dejaron atrás tenían órdenes de defender el frente hasta que los aventureros curaran sus heridas.

Una vez que los aventureros atravesaron la abertura en la barricada, ésta fue inmediatamente cerrada nuevamente con tablas y otros escombros.

No quedaba nadie más pasando la barricada. Eso significaba que ahora éste era el frente.

Mirando hacia atrás, los guardias podían ver a los golpeados aventureros mientras cojeaban hacia la retaguardia. Marcas recientes de garras y quemaduras adornaban sus armaduras, al igual que lo hacían las salpicaduras de sangre fresca.

Más atrás de allí se encontraba la muralla de fuego ardiendo en el fondo. Habían penetrado cerca de 150 metros dentro del territorio enemigo. En efecto, a juzgar por el miedo que la alguna vez familiar capital había inspirado en ellos, se sentía como un mundo extraño y ominoso; ciertamente era territorio enemigo.

Los aventureros habían dedicado tiempo a destruir las casas circundantes y a arrancar parte de ellas para construir una barricada. Los guardias habían pensado que sería un obstáculo útil, pero ahora parecía débil e insignificante. Parecía que se derrumbaría ante la primera señal de oposición seria.

«Estará bien. Los demonios no están persiguiendo a los aventureros. El enemigo ha optado por no atacar, sólo están reforzando sus defensas. No habrá problemas. No atacarán.»

Alguien más estaba repitiendo esas palabras una vez más. Estaban destinadas a ocultar su ansiedad y representaban su deseo de regresar vivo a casa. El hombre repitió la plegaria a su Dios.

Había cuarenta y cinco hombres apostados en la barricada. Llevaban lanzas y armaduras de cuero. Entre ellos estaba un hombre con yelmo, Bona Ingray. Él era uno de los muchos capitanes de guardia que se habían movilizado esta noche.

Aunque tenía el título de capitán, en realidad no era diferente a los otros guardias. Su físico no era nada extraordinario, y su mente tampoco era particularmente aguda. Los guardias más jóvenes eran más fuertes y rápidos que él. Había obtenido su posición simplemente porque había servido de guardia hasta los cuarenta, y porque no había nadie más que la ocupara.

Su cara había palidecido, y sus manos apretaban la lanza con tanta fuerza que las puntas de sus dedos se habían vuelto blancas. Mirándolo más de cerca, se podía ver que sus piernas estaban temblando. La única razón por la que su mirada estaba fija hacia el frente era porque no quería ver alguna cosa horrible. Su postura poco fiable en extremo lo único que hacía era incrementar la intranquilidad de los guardias.

Por otra parte, era de esperar, teniendo en cuenta que ésta era la primera vez que apostarían sus vidas en una batalla.

Cada año el Reino luchaba contra el Imperio, enviando tropas a las Planicies Katze. Pero la tarea de los guardias era la protección de la ciudad, y por lo tanto no eran enviados al frente. Debido a esto, la posición de guardia de la ciudad era codiciada por aquellos ciudadanos que no deseaban luchar contra el Imperio. Pero ahora…

Ellos tenían mucha experiencia lidiando con las disputas entre campesinos borrachos, pero no había habido jamás un caso en el que tuvieran que luchar hasta la muerte. Era por eso que su temor se incrementaba incluso más. La única razón por la que lo soportaban y no huían era porque sabían que huir sería un pecado imperdonable.

Incluso si por alguna razón terminaban absueltos, seguirían siendo culpables de no proteger adecuadamente la ciudad, que era la única razón por la que no habían sido enviados al frente. Si fallaban en hacer eso, seguramente serían obligados a ir al frente durante la siguiente guerra con el Imperio.

«Renunciaré a mi trabajo de guardia si logro sobrevivir esto.»

Bona refunfuño en voz baja para sí mismo, y muchos de los que los rodeaban estuvieron de acuerdo con él.

«¿Todavía recuerdas qué fue lo que dijeron los aventureros?»

«¿Hablas sobre qué hacer si encontramos Perros Infernales, Grandes Perros Infernales, Demonios Observadores y Enjambres Demonio?»

«Así es. ¿Alguien sabe algo sobre combatir demonios? Especialmente sobre sus puntos débiles, en qué son malos, ése tipo de cosas.»

Nadie respondió; estaban demasiado ocupados mirándose el uno al otro.

La expresión de Bona transmitía cuán inútiles pensaba que eran sin necesidad de palabras. Cuando vio descontento en el rostro de uno de los otros, apartó la mirada y golpeó la culata de su lanza contra el suelo.

«¡Maldición! ¿Es que esos aventureros no podían explicarlo mejor?»

Los aventureros que habían compartido sus conocimientos con los guardias habían estado gravemente heridos y estaban replegándose tan rápido como podían. Apenas alcanzaron a decirles el nombre de sus enemigos, ni que hablar del aspecto que tenían o de cómo luchar contra ellos.

Sin embargo, culpar sólo a los aventureros por esta situación sería ser demasiado duro con ellos. No había una comunicación adecuada entre los guardias y los aventureros, y como resultado la cantidad de información que se compartía era baja. De hecho, también se podía culpar a los mandos superiores por haber formado una línea defensiva compuesta de guardias que no sabían nada. Además, no todos los guardias estaban desinformados sobre los demonios. Bajo circunstancias diferentes, alguno de ellos podría haber logrado obtener algo de información sobre el enemigo.

Uno de esos batallones de guardias había enviado a algunos de sus miembros a ayudar a los aventureros que se alejaban en retirada, y en el proceso se habían enterado de mucho.

Este grupo, sin embargo, no lo había hecho porque su líder estaba congelado por el miedo y ni si quiera se había volteado a mirar a los aventureros en retirada, y desde luego no quería brindar apoyo a los aventureros para no reducir el número de tropas defendiendo la barricada.

«¡A ellos les pagan más que a nosotros por el mismo trabajo! ¡Ellos deberían luchar más arduamente! ¡Hasta la muerte!»

Muchos hombres asintieron cuando Bona gritó.

«¡Nuestras vidas también están en juego! ¡Esos tipos no deberían estar huyendo y dejándonos todo a nosotros!»

Bona gritó hacia los guardias cercanos. Los que se encontraban más lejos lo miraban fríamente, mientras que los que estaban más cerca a él le respondían a gritos la molestia que también sentían contra los aventureros.

«¡Están aquí!»

Ante el sonido de las voces de los vigías, Bona se veía como si hubiera sido estrangulado.

Las figuras de los demonios acercándose a zancadas desde la calle ensombrecida ocuparon por completo las miradas de todos.

A la cabeza se encontraba un demonio que parecía ser un cruce entre hombre y rana. Su piel era de un amarillo ictérico, resplandeciendo con una cobertura pegajosa y brillante. Su cuerpo estaba cubierto de enormes bultos por todos lados, que daban la impresión de ser rostros humanos apretados contra su piel desde el interior.

Se abrió una boca capaz de tragarse a un hombre de un sólo bocado, y una lengua anormalmente larga comenzó a saborear el aire.

Alrededor de él, estaban los Perros Infernales, como si estuvieran esperando por sus presas.

Después estaban unos demonios que parecían seres humanos desollados y cuyos músculos habían sido pintados con algún tipo de líquido negro y alquitranado.

Había 15 Perros, un demonio de cuerpo hinchado cubierto de rostros, y seis de los demonios desollados.

«¡Hay demasiados!» gimió Bona como si fuera el tañido de una campana. «¡No podemos detenerlos! ¡Corran!»

«¡Maldita sea!» resonó una furiosa respuesta. «¡Cierra la boca!»

Ignorando los gemidos de desesperación de Bona, los guardias miraron a sus camaradas, la tensión cubriendo sus rostros.

«¡Escuchen! ¡Todo lo que tienen que hacer es pincharlos con el extremo puntiagudo! ¡Nuestro trabajo no es matarlos! ¡Es ganar tiempo! ¡No es difícil! ¡Todos vamos a lograrlo!»

Vamos a lograrlo. Algunos repitieron el grito, y luego fue repetido por otros.

«¡Claro que sí! ¡Vamos!»

Incluso los guardias de rostros aterrados tomaron sus lanzas y se unieron a las filas.

«¡Tú también únetenos!»

Alguien tomó a Bona y lo arrastró a su lugar. No había tiempo para juegos.

Las bestias demoniacas aullaron, y comenzaron a destruir la barricada a una velocidad increíble. Los guardias los atacaban con sus lanzas por entre los espacios cada vez más grandes de la barricada.

Los gemidos de dolor de los Perros Infernales se elevaron alrededor de ellos. Las bestias demoniacas que no habían sido apuñaladas huyeron rápidamente del lugar. Aullaban lastimosamente mientras rondaban al rededor de la barricada, como si estuvieran evaluando la situación.

Algunos de los guardias más serenos empujaban sus lanzas a través de las brechas hacia los Perros Infernales más cercanos, ahuyentándolos con eso.

Lentamente, las expresiones de los guardias comenzaron a animarse.

Los demonios en el fondo tenían sonrisas desagradables, y los guardias seguían intranquilos porque no sabían qué era lo que los demonios harían. Sin embargo, dejar pasar el tiempo de esta forma también era bueno. Después de todo, su trabajo no era derrotar a los demonios.

«¡¿Q-Qué rayos?!» gritó uno de los guardias mientras observaba lo que sucedía frente a él.

El enemigo había formado una fila ordenada, lejos del alcance de las lanzas.

Esto era completamente diferente al ataque salvaje de hace un momento. Los guardias comenzaron a inquietarse. Si hubieran sabido qué era lo que tramaban los Perros Infernales, tal vez habrían cambiado su formación o habrían hecho algo al respecto. Como estaban las cosas, todo lo que podían hacer era empujar sus lanzas por entre las brechas.

Pero justo cuando pensaban que eso era todo lo que tenían que hacer, las bestias demoniacas abrieron las fauces, tanto que parecía que se habían dislocado. Al interior de sus gargantas se podía ver algo rojo.

Chorros de fuego carmesí fueron disparados al unísono hacia la barricada, envolviéndola toda en llamas. Los ojos de los guardias no podían ver otra cosa más que fuego.

Aunque el fuego era intenso, de todas formas no podía consumir la barricada en pocos segundos. Sin embargo, esto no hizo mucha diferencia para los guardias al otro lado.

Los alrededores de cubrieron de gritos. Algunos tenían los ojos quemados y otros los pulmones y la garganta por haber inhalado las llamas. Al final, todos cayeron como moscas. Los únicos guardias que sobrevivieron fueron los que se encontraban a los lados, ya que los del centro habían dejado de respirar luego de ser consumidos por el fuego.

«¡E-estamos perdidos!»

Las palabras que nadie quería pronunciar escaparon de la boca de Bona. Sus movimientos a partir de ese momento fueron notablemente rápidos, mientras arrojaba su lanza y se deshacía de su yelmo, todo para poder huir más rápido.

Los guardias que quedaban estaban atónitos. Ellos habían pensado en retirarse, por supuesto, pero ninguno se había aferrado a la idea por completo al igual que él.

Bona corrió con una velocidad que para un ser humano sería difícil de seguir. Los guardias sobrevivientes miraban boquiabiertos mientras la espalda de Bona se desvanecía en la distancia.

Sin embargo, su huída fue interrumpida abruptamente por un demonio cayendo desde el cielo.

El demonio de cuerpo hinchado voló sin alas, y aterrizó directamente sobre la espalda de Bona, produciendo un crujido parecido al de las ramas secas al romperse.

Bona gritó de dolor. Aunque podría haberlo matado con facilidad, el demonio no lo hizo. Sin embargo, definitivamente no se trataba de piedad.

El demonio abrió la boca y se tragó entero a Bona. Su dilatada barriga se mantuvo casi del mismo tamaño incluso después de comérselo… no, había una nueva hinchazón, con un rostro humano en ella.

Aunque era difícil de ver, parecía que le pertenecía a Bona.

A pesar de que el sonido de la barricada siendo destruida llegó a sus oídos, los guardias no se movieron. Y se suponía que era un obstáculo; contra los demonios, no era más que un montón de cerillas.

Los demonios que atravesaron la barricada rodearon a los guardias. Un grito ahogado vino de entre ellos, ya que sabían que definitivamente morirían en este lugar.

Fue respondido por la risa de los demonios burlándose de la insensatez de estos humanos.

Uno de los guardias miró hacia arriba, orando para que su dios lo salvara. En su lugar, vio algo extraño en el cielo nocturno.

Pudo ver a un grupo de gente de apariencia extraña, volando hacia ellos por el aire. Dos de ellos sostenían a un tercero, que usaba una armadura negra azabache de cuerpo completo. Estaba envuelto en una capa carmesí y sostenía una espada gigantesca en cada mano.

«Arrójenme.»

Aunque parecían estar muy lejos, la voz pudo oírse claramente en la distancia.

Los dos que volaban sosteniéndolo lo soltaron. El guerrero oscuro aceleró, como si hubiera sido impulsado hacia abajo por una fuerza desde atrás, describiendo una trayectoria parabólica que terminó a mitad del camino. Resbaló por el suelo como si no hubiera fricción, logrando detenerse únicamente luego de decapitar a un Perro Infernal que encontró al pasar.

Ambos bandos se detuvieron para observar esta entrada exageradamente dramática. El silencio era ensordecedor.

«Soy el aventurero Momon. Retrocedan. Yo me haré cargo.»

Al principio, los soldados fueron incapaces de comprender qué era lo que guerrero de la oscuridad les acababa de decir. Entonces, los aullidos de varios de los Perros Infernales los trajeron de vuelta a la realidad. Él era el salvador que necesitaban.

«Perros Infernales… ¿esos son todos? ¡Ni siquiera el doble sería suficiente!»

Los Perros Infernales saltaron de todos lados hacia el guerrero oscuro. En segundos lo habían rodeado, formando una barrera de la que no había escape.

Incluso si intentaba desviar sus ataques con la espada, sería hecho pedazos por los Perros Infernales que lo rodeaban. Incluso si intentaba matar directamente a los atacantes, sería atacado hasta morir por el resto de las bestias. Recibir el impacto del salto de un Perro Infernal arremetiendo contra él le haría perder el equilibrio y lo dejaría incapaz de defenderse contra los ataques subsiguientes.

Era una estrategia brutal que aprovechaba la superioridad numérica para ganar.

La angustia en el rostro de los guardias era natural, pero ninguno de ellos sabía lo que era el verdadero poder.

La espada gigantesca cortó, y un poderoso viento le siguió el paso.

Todos los presentes habían quedado enmudecidos.

Había sido un solo movimiento de su espada. Como mucho una persona normal sólo habría sido capaz de matar a un sabueso. Sin embargo, así como el portador de la espada no era un simple humano, ese golpe no había sigo algo que un simple humano hubiera podido realizar.

Ese único golpe atravesó a cuatro de los Perros Infernales aparentemente invencibles que los guardias no tenían esperanzas de derrotar.

Momon giró aprovechando la fuerza de su golpe, aunque había perdido ligeramente el equilibrio porque había usado toda su fuerza. Todavía quedaban otros Perros Infernales, y ahora parecía imposible que pudiera evadir sus ataques.

Aunque usaba una resistente armadura de cuerpo completo, los Perros poseían dientes afilados, y garras que podían desgarrar el acero. No había ninguna manera de salir ileso después de haber sido atacado por tantos Perros Infernales.

Los guardias imaginaron al aventurero que había venido a salvarlos recibiendo innumerables heridas.

Sin embargo, eso había sido presumir demasiado.

Momon no intentó recobrar el equilibrio, sino que giró con el impulso. La capa carmesí ondeó como un ciclón de fuego. Con pasos elegantes, que casi daban la impresión de que bailaba, Momon caminó con ligereza sobre el suelo, mientras sus espadas giraban en un golpe horizontal de izquierda a derecha, rugiendo mientras avanzaban.

Los Perros Infernales restantes fueron cortados por la mitad, sus cuerpos empujados lejos a la distancia por el poder de sus golpes. Cualquier Perro Infernal capaz de moverse aún ya hacía mucho que se había marchado.

«Con sólo… ¿con sólo dos golpes?»

Los murmullos de los guardias representaban las palabras en sus corazones. O más bien, después de presenciar la majestuosidad de este despliegue, no tenía nada más que decir.

«Lo siguiente… un Devorador y Demonios Observadores, eh. Qué oponentes insignificantes.»

Luego de susurrar para sí mismo, Momon se dirigió hacia los demonios. No había preocupación en sus pasos. Era como si estuviera dando un paseo en el parque. Normalmente los guardias le habrían pedido que se detenga, pero después de ver su destreza, nadie podía pensar siquiera en hacerlo.

Lo único que unos simples mortales podían hacer era observar la espalda de un gran guerrero mientras éste se dirigía a hacer su trabajo.

Incapaces de soportar la presión transgresora proveniente del hombre que se acercaba tan tranquilamente, los Demonios Observadores rugieron y saltaron hacia él.

Hubo un destello de luz y las partes desmembradas de sus cadáveres volaron por todos lados.

Momon no había reducido el paso ni por un segundo. Continuaba caminando, como si los Demonios Observadores no hubieran existido, con una facilidad tal que parecía que caminaba solo en alguna tierra deshabitada.

«…Increíble.»

Como reaccionando a las palabras del guardia, el Devorador abrió sus fauces. Era como las mandíbulas de esas serpientes que al abrirlas podían tragarse enteras a sus presas. En sus profundidades, se podía observar los destellos de las llamas ardiendo al interior. Las expresiones atormentadas de los rostros que sobresalían sobre su cuerpo se hicieron más intensas, y suyos fueron los gritos de las almas condenadas a un destino peor que la muerte.

El Devorador podía consumir las almas de sus víctimas y producir un gemido capaz de aterrorizar y matar a cualquier criatura viva.

Sin embargo, antes de que eso sucediera, tanto Bona como la cabeza del Devorador fueron cortados.

La espada arrojada atravesó su cuerpo al mismo tiempo que la cabeza caía al suelo.

«No hay problema si lo matas antes de que pueda gemir.»

Con eso, Momon se acercó y desenterró la espada del cadáver.

En unas pocas desenas de segundos, había exterminado a los demonios que los guardias pensaban que serían imposibles de derrotar.

Los guardias gritaron. Era el sonido jubiloso de hombres a los que se les había otorgado un aplazamiento milagroso de la muerte.

Aunque bañado en elogios, Momon no se dio cuenta de eso y en cambio les habló con calma.

«…Después de esto, me dirijo a liderar el contraataque de los aventureros. Ustedes tienen que defender sus posiciones sólo un poco más. Bueno, supongo que ya que me encargué de estos tipos, el siguiente ataque no vendrá tan pronto. Nabe, Evileye, ya pueden venir a llevarme.»

Las dos lanzadoras de magia descendieron del cielo para recoger a Momon. Mientras se elevaba en el aire, Momon se volvió para decirles una última cosa a los guardias.

«Voy a enfrentar al líder enemigo. Hasta entonces, por favor protejan a los civiles que tienen detrás. Estoy contando con ustedes, muchachos.»

Los guardias suspiraron mientras veían a Momon alejándose volando del lugar.

Si un héroe como ése depositaba su confianza en ellos, entonces no habría ninguna queja en lo referente a defender este lugar con sus vidas.

«¡Oigan! ¡Reconstruyan la barricada! ¡Tenemos que estar listos para detener el avance del enemigo! ¡Ya nos preocuparemos una vez que sea destruida!»