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Chapter 8 - El arte de la seducción

Para un hombre como Adam, dotado de una exquisita obsesión por el control y los buenos modales, la adecuada educación de sus esclavos no era una nimiedad, por muy esclavos que fueran.

Era aquel el principal motivo de peso que lo había llevado a contactar con el único hombre que sabía que jamás cedería ante la inadmisible rebeldía de Noah. Nadie conocía su verdadero nombre, pero era sabido en el bajo mundo que había logrado ganarse el respeto de las familias más influyentes de la mafia.

Lo llamaban Izunavi.

Los rumores lo describían como un hombre alto, serio y disciplinado, con un ojos tan oscuros que algunos habían asegurado ver al mismísimo diablo. Sin embargo, cuando Izunavi se presentó por primera vez en el dormitorio de Noah, el rubio no había sentido ni un pequeño ápice de temor.

Y es que ya no existía nada que le atemorizase más que estar encerrado en la misma habitación que Adam Eliot. El único capaz de despertar puro terror en cada poro de su piel.

Para grata sorpresa de Izunavi, aquel esclavo del que todos le habían advertido precaución era mucho más dócil de lo que el personal de la villa aseguraba. El propio Adam había barajado toda una gama de sospechas cuando Izunavi le había hablado de su excelente actitud y colaboración, convencido de que Noah debía de estar maquinando cualquier artimaña. A pesar de todo, Adam había optado pasar por alto aquel insólito comportamiento: al fin y al cabo, su obediencia era el ideal que esperaba obtener.

Alina, por otra parte, le había propuesto dejar salir al rubio de su habitación con el ridículo pretexto de que tenerlo encerrado tanto tiempo podría afectar su salud.

— Si no le das un voto de confianza jamás te ganarás la suya— fue lo que respondió ella después de que él se hubiera negado en un principio.

Aquella realidad había animado a Adam a permitirse la molestia de concederle a Noah dicho privilegio, un gesto que Alina no pensaba desaprovechar. Esto no se debía a otra cosa que la curiosidad que la había embargado cuando el rubio le había confesado su inquietud durante el último examen físico, alimentando la necesidad por conocer más sobre la belleza andrógina que había conseguido cegar el juicio de Adam.

De modo que, si sus suposiciones eran ciertas, lo más probable era que Noah acudiera a ella para poder acercarse más a Adam. No obstante, el muchacho no había respondido a su capricho tal y como ella había predicho, sino que se había limitado a explorar los pasillos y alrededores de la villa, estudiando minuciosamente cada rincón de la enorme jaula en la que había sido encerrado.

Izunavi lo seguía siempre de cerca para asegurarse de que no intentara ninguna locura, instruyendo al joven en la educación más básica que exigía un hombre tan apasionado del conocimiento como lo era Adam. Así fue como Noah conoció la biblioteca de su amo, un santuario de tres pisos de altura donde Izunavi comenzó a ilustrarlo en matemáticas y ciencias básicas.

Durante sus primeras visitas a la biblioteca, Noah fingió que su única relación con las letras hasta entonces se había basado en los golpes que su anterior amo le propinaba con el libro que le leía a sus hijos por las noches, una patraña que había conseguido sacarle una sonrisa a Leonardo cuando el rubio se había burlado de la reacción de Izunavi.

Y es que Leonardo Palladino había guardado muy bien su secreto. Casi con la misma devoción con la que se mima un tesoro. Desde que le había prestado sus libros sobre medicina al muchacho de mirada avellanada, había estado frecuentando la biblioteca para hacerse con más tomos que pudieran entretener a Noah, acompañándolo en silenciosas tardes en las que el rubio se sumergía en su lectura y Leonardo fingía concentrarse en sus estudios mientras espiaba sus delicados movimientos por encima de las páginas.

El médico había descubierto también que Noah poseía una mente prodigiosa: era capaz de memorizar párrafos enteros en tan solo un par de minutos y dominaba un par de lenguas extranjeras que, a sospecha de Leonardo, Izunavi no le había instruido.

Aquello solo había logrado despertar más— si es que aún era posible— la curiosidad que el joven estudiante profesaba por el esclavo. Y Noah lo sabía. Era consciente del nuevo brillo que centelleaba en los ojos del médico y la forma en que lo miraba. Y quizás aquel era uno de los motivos por los que Noah se vio tentado de revelarle un par de secretos más, pero no lo hizo.

Debía recordarse que en el infierno todos eran enemigos.

Así que siguió estudiándolos mientras fingía sumisión y obediencia, permitiendo que Izunavi lo escoltase a todas partes como un perro faldero, que Adam se cebara con su cuerpo por las noches y que los médicos lo desnudaran todos los martes. Tampoco había apartado sus ojos de Alina, la belleza de mirada zafiro que parecía tener hechizado a todo el personal de la villa— Izunavi inclusive—, capaz de sobreponerse a los hombres de Adam.

Noah sospechaba que aquella mujer, soberbia y misteriosa, debía de haber obrado su magia sobre Adam para que este considerara de la noche a la mañana ofrecerle el privilegio de salir fuera de los límites de su habitación, y también presentía que Alina lo había hecho por puro interés.

Fue aquella conjetura la que animó a Noah a extremar la precaución, evitando hablar con ella más de lo necesario y espiándola cada vez que la veía pasear entre los recortados setos del jardín en compañía de Adam.

No obstante, Noah era consciente de que debía acercarse a Alina tarde o temprano si pretendía encontrar la forma de ganarse la confianza de Adam Eliot. Necesitaba saber qué trucos usaba para hacerse respetar entre sus captores.

Todos sus secretos.

De modo que al siguiente martes, sin mediar ni una palabra ni darle explicaciones a Izunavi, Noah dejó que sus pasos lo guiaran hasta el dormitorio de Alina, siguiendo la estela que dejaba su vestido de lino blanco, meciéndose al ritmo al que se movían sus caderas. Izunavi, por su parte, dejó al rubio hacer, vigilándolo unos metros por detrás con la certeza— esta vez sí— de que Noah se traía algo entre manos.

Sin embargo, cuando Izunavi llegó al umbral de la habitación, Alina se plató entre él y la puerta con una sonrisa triunfante en sus carnosos labios rosáceos. El hombre chasqueó la lengua: sabía que no debía poner un pie más allá de aquella línea si apreciaba su vida, pero dejar que aquella mujer se saliera con la suya era una facultad que no quería concederle.

Sabía que Alina había estado esperando aquel momento con la paciencia de un halcón que acecha a su presa, pero no esperaba que Noah, tan inteligente como lo concebía, hubiera ignorado todas los signos de peligro que se disparaban cada vez que Alina andaba cerca. Era como meterse en la boca del lobo por voluntad propia.

Un suicidio.

Izunavi conocía muy bien el poder de una mente inteligente, y el instinto le había dicho ya varias veces que se mantuviera alejado de aquella mujer de mirada ladina. Por otro lado, ahora que Noah había cruzado el umbral de la puerta, Izunavi no podría hacer nada por protegerlo de los intereses de aquella bruja de belleza arrolladora.

— Te estaré vigilando— gruñó el hombre, escrutándola con sus orbes oscuros.

Alina se limitó a pronunciar la curva de sus labios.

— Desde detrás de la puerta— le recordó con picardía—. Y si me permites un consejo, te recomiendo que te subas la bragueta antes de que vayas a llorarle a Adam.

Cerró la puerta de un golpazo, dejando a Izunavi rojo de la rabia e impotencia y con la palabra en la boca. La mujer volvió a sonreír con complacencia cuando escuchó sus apresurados pasos alejándose por el pasillo y entonces centró su atención en el rubio que la observaba boquiabierto.

Y es que para Noah era inconcebible que un esclavo se dirigiera con semejante desparpajo a sus captores. De hecho, lo único que había conseguido desafiándolos era una sarta de palizas que lo habían amedrentado con el tiempo.

Alina le ofreció una mirada cómplice a Noah y atravesó la habitación para sentarse frente a un hermoso tocador de mármol que reflejó sus finas facciones en el espejo. Con un delicado gesto se cruzó la melena azabache por encima del hombro y comenzó a trenzarla con dedos hábiles.

— Si te soy honesta, me sorprende que hayas venido— reconoció, sus ojos espiando los movimientos de Noah desde el espejo.

El muchacho, por su parte, se limitó a contemplarla desde la puerta.

— ¿Tenía otra opción?

Alina sonrió.

— No— se giró sobre el taburete para cruzar miradas con él, el pelo perfectamente trenzado sobre el hombro izquierdo—. Sé cómo te sientes...

— Permíteme que lo dude— rió el rubio, interrumpiéndola.

Ella lo fulminó con la mirada.

— Sé lo que es...— pronunció pausadamente a la par que sus gestos se volvían más serios—, pero si quieres sobrevivir, no te queda otra que participar en sus juegos.

Se puso en pie y extendió los brazos en un gesto teatral que la hizo recuperar la sonrisa, como si quisiera señalar lo espaciosa que era la habitación.

— Adam siempre recompensa a los que lo sirven bien— canturreó, y sus ojos volvieron a encontrarse—. Solo si lo complaces podrás obtener aquello que te propongas.

Noah siguió con la mirada la dirección en que apuntaban sus manos, reparando en el enorme vestidor de la chica, la colección de cosméticos que descansaban en el tocador, el piano de cola al otro lado de la habitación, y los jarrones llenos de lirios blancos que perfumaban el ambiente.

— ¿Cómo?

Alina sonrió con complicidad, se llevó las manos a la espalda y le guiñó un ojo con picardía antes de retozar hacia una de las butacas blancas que había frente a una estantería llena de libros.

— Primero debes asegurarte de que tienes la situación bajo control— comenzó tras colocarse detrás del mueble, acariciando la tapicería distraídamente con la punta de los dedos—. No dejes que piense en otra cosa mientras esté contigo.

Noah frunció levemente el ceño mientras trataba de descifrarla, como si Alina fuera, al mismo tiempo, todas las preguntas y respuestas del mundo.

— ¿Por dónde empiezo?

Ella le ofreció una sonrisa cargada de incredulidad y ternura, como si no terminara de creerse que aquella criatura de belleza andrógina, capaz de hacer perder el juicio a Adam Eliot y con el potencial para postrar a sus pies al mundo entero, solo fuera un chiquillo cargado de inocencia. Rodeó la butaca y se dejó caer sobre ella, la tela del vestido descubriendo la piel de sus piernas.

— Juguemos un poco— canturreó al tiempo que bailaba la trenza entre sus dedos—. Si yo fuera Adam, ¿qué harías?

Noah solo tardó unas décimas de segundo en procesar la respuesta:

— Desnudarme.

Alina hizo un mohín, sin molestarse en disimular su desilusión.

— ¿No tienes nada más que ofrecerme?

Aquella pregunta pareció tomar por sorpresa al rubio, que volvió a fruncir el ceño mientras su mente trabajaba en una respuesta válida, como si se le hubiera escapado el detalle más importante en la resolución de algún crimen. Alina puso los ojos en blanco, exasperada.

— ¡Vamos!— exclamó al tiempo que se ponía en pie sobre la butaca en un nuevo gesto teatral—. ¡Soy Adam Eliot y tú la criatura más sensual del planeta! ¿A qué estás esperando? ¡Sedúceme!

...

..

.

A aquellas alturas de su vida como esclavo, Noah estaba acostumbrado a exhibir su cuerpo desnudo tanto a hombres como a mujeres. No obstante, debía reconocer que mostrarse ante a Alina tal y como vino al mundo resultó una tarea mucho más ardua de lo esperado. Sobre todo, teniendo en cuenta las comprometedoras posturas que la chica le obligaba a adoptar.

— Mírame a los ojos— repitió con exigencia mientras estrechaba más las manos de Noah contra el colchón.

— Ya lo hago— protestó él.

— No, no lo haces y por eso se enfada contigo— declaró con severidad antes de fingir un puchero—. Estás tenso, no me miras y estás deseando que te suelte. ¿Tanto te repugno?

Noah negó con la cabeza y cerró los ojos en un vano intento de recuperar el control sobre su cuerpo. La respiración entrecortada, el corazón acelerado y su mente pensando en Alina sentada a horcajadas sobre él, no lo dejaban obrar con libertad. De hecho, estaba haciendo un sobreesfuerzo por evitar la erección que amenazaba con manifestarse desde hacía un par de minutos.

— Tienes que aprender a mirar— insistió ella, esta vez más calmada—. Si no miras, no podrás tener el control de la situación. Mírame.

Noah volvió a abrir los ojos y estos se precipitaron de lleno en el océano azul de los de Alina, quien lo observaba desde un palmo de distancia de su nariz. Se había recogido el pelo en un moño bajo para que no se interpusiera entre ellos y había arrinconado al muchacho bajo su cuerpo de la misma forma que Adam solía hacer: las manos entrelazadas por encima de la cabeza y sus caderas apresando las contrarias.

Noah se obligó a acompasar su respiración sin perder el contacto visual con la que se había convertido en su maestra particular hacía casi una semana, cuando Alina se había ofrecido a ayudar al rubio a seducir a Adam Eliot. Sin embargo, Noah no esperaba tener que desnudarse para ello.

— Bien— canturreó la muchacha, felicitándolo—. Ahora dime qué ves.

Noah apretó los labios y tragó saliva. No entendía cómo, pero era capaz de percibir toda una tormenta de deseo y lujuria tras el velo azul de aquel mar en calma que eran sus ojos. Casi era como si el mismísimo Adam estuviera sobre él, acechándolo con lascivia y voracidad. Sintió su respiración desbocándose de nuevo y el pulso acelerado comenzó a taladrarle los oídos.

— Ey, no te acobardes— le advirtió Alina cuando percibió un deje de vacile en su mirada—. Esto es un desafío, y si quieres ganarlo, tienes que aceptarlo.

— ¿Y qué se supone que debo hacer?

La muchacha alzó las cejas en una expresión sardónica, como si la respuesta fuera más que evidente y Noah no se lo estuviera tomando con seriedad.

— Esto— comenzó la chica al tiempo que sacudía las manos del rubio y estrechaba sus caderas contra las de él— no tiene que ser una de esas aburridas clases de Izunavi. Tiene que convertirse en tu fuerza.

— Pero no puedo...

— Sí que puedes— lo interrumpió Alina—. Es más, debes. Esta es tu única arma. El único as bajo la manga que se te permite usar en su mierda de juego. Serás su puto peón, pero tú decidirás cuándo y dónde moverte.

Para cuando la joven dejó de hablar, Noah ya había entendido que la única forma que tenía de poner a Adam de su parte era dándole todo lo que tenía que ofrecer. Y enseguida recordó las palabras que había leído en uno de los libros de Leonardo: síndrome de Estocolmo. Una respuesta psicológica pasiva hacia un nuevo amo. Ha sido una herramienta de supervivencia durante millones de años.

Te unes a tu captor, vives. Si no lo haces, se te comen.

— Y ahora que te ha quedado claro, céntrate de una puñetera vez y mírame a los ojos.

...

..

.

Sus apresurados pasos sobre las elegantes losas de mármol rojo resonaban entre las paredes del pasillo del ala central de la villa, una zona reservada solo a personal autorizado y, para su incordio, a aquella zorra de mirada añil.

La había visto deambulando en varias ocasiones por aquellos corredores, dejando a su paso la estela del eco de sus tacones y las delicadas oscilaciones de sus vestidos. Una indumentaria que, sin lugar a dudas, cuadruplicaba el sueldo de Felix Morgan.

Para un hombre como Felix, que había pasado la mitad de su vida sobreviviendo de lo que podía rescatar de los vertederos de su ciudad natal, era absurdo premiar los favores de una puta. Él, que había tenido que verse obligado a ascender en aquella ridícula cadena alimenticia que conformaban las familias más importantes del bajo mundo, no entendía cómo aquella perra astuta había podido ganarse la protección y el respeto de Adam Eliot, uno de los hombres más temidos de aquella asquerosa sociedad.

Y aunque Felix se había propuesto pasar por alto aquella patada a su orgullo, Alina no había dudado en restregarle todo su triunfo por las narices, alardeando de los privilegios que gozaba por follarse al mismo hombre que lo había salvado de pudrirse entre la mierda de la calle.

Era por la lealtad que sentía hacia Adam que se había abstenido varias veces de golpearla. Por eso, y porque el mismísimo Adam había advertido a sus hombres que ponerle un dado encima a Alina equivaldría a un viaje directo al cadalso. Todo hay que decirlo. Y Felix Morgan ya había sido testigo de lo que les ocurría a los pobres diablos que se aventuraban a desobedecer las órdenes del jefe.

Siguió caminando a paso apresurado, dejando atrás las pesadas cortinas importadas del sur, los bustos que habían logrado rescatar de anteriores subastas y que ahora reposaban en pedestales jónicos, y los cuadros encerrados en sus respectivos marcos acabados en pan de oro.

Su destino era la puerta que había al final del pasillo, una habitación ubicada estratégicamente lejos de la entrada principal para aislarse del ruido, y que contaba con una salida secreta en caso de emergencia.

Para Adam solo era un despacho; para el personal de la villa, una sala inexpugnable a la que nadie debía entrar.

Y sin embargo, cuando Felix apuró la distancia que lo separaba de la puerta, se sorprendió de encontrarla abierta. El rubio hizo amago de empujar la manivela, pero se detuvo cuando reconoció la cantarina risa de Alina.

Entonces sintió que la sangre le ardía de nuevo cuando la imagen de la mujer se materializó en su mente, y volvió a fantasear con golpearla brutalmente hasta matarla. Quizás lo que más le apetecía en aquel momento era hundir los pulgares en aquellos iris añiles hasta sentir el cálido abrazos de la sangre en sus dedos.

Y a pesar de que esa imagen se había representado en su mente con la belleza de una obra de arte, el propio Felix se obligó a volver al mundo real cuando vio a Alina saliendo de la habitación con sus ojos todavía intactos. Ella no pareció sorprenderse de encontrarlo allí: sabía que era el principal informante de Adam y que, a juzgar por la fina capa de sudor que le perlaba la frente, debía traer noticas muy importantes.

— Te lo he dejado de buen humor— murmuró la muchacha mientras lo esquivaba para seguir su camino, altiva—. No me estropees el trabajo.

Felix apretó los puños y volvió a enumerar mentalmente todo un recopilatorio de mecanismos de tortura que había visto utilizar a los hombres que habían acabado con la vida de su padre hacía demasiado tiempo como para recordar cuándo. Casi era como un ritual que lo ayudaba a mantener la cabeza fría y su temperamento a raya; una técnica que en casos como aquel le impedían despellejar a aquella mujer.

Desafortunadamente, ahora tenía asuntos más importantes que atender.

Tal y como lo habían adiestrado, tocó un par de veces la puerta con el dorso de la mano antes de presentarse y pedir permiso para entrar. La voz de Adam sonó tan clara e imperativa como un rayo rompiendo el firmamento:

— Entra.

Felix obedeció y cerró la puerta a su paso para asegurar un poco más de privacidad, receloso de que Alina volviera para fisgonear. Adam, por su parte, ya estaba sirviendo el segundo vaso de ron, y atravesó la sala para colocar el del rubio en la mesa baja que separaba dos sofás negros, invitándolo a sentarse con un ademán.

— ¿Cómo ha ido?— inquirió Adam antes de darle un trago al licor.

— Perfectamente.

Aquella perra insolente tenía razón: el jefe estaba bastante relajado. Mucho más que de costumbre. Por el pelo engominado hacia atrás, el anillo de la organización en su mano derecha y la chaqueta del traje descansando en la silla de su escritorio, a Felix no le llevó mucho tiempo deducir que el líder de la Mano Negra había pasado toda la mañana reunido, posiblemente mediando nuevas estrategias y rutas comerciales por las que introducir su mercancía de contrabando a otros países.

Así era como Adam Eliot había llegado al podio de la fama entre los personajes más influyentes del bajo mundo. Contrabando, extorsión, trata de personas, fraude y asesinato. Toda una gama de servicios que el propio Adam se encargaba de ofrecer a sus respectivos clientes. No importaba quién fueras: si tenías el dinero, podías acceder a él.

Él, que había detenido su caminar para apoyarse en el borde de su escritorio, compuso una sonrisa cansada.

— No ha muerto, pero los Soldyck no se quedarán de brazos cruzados— explicó Felix, los antebrazos descansando sobre las rodillas—. También había una mujer.

— Quizás fuera Kate Soldyck— apuntó el azabache, refiriéndose a la madre del pequeño.

— Es raro verla fuera de la propiedad.

Adam se encogió de hombros y apuró el ron de un trago, un gesto que le quemó la garganta, obligándolo a exhalar una bocanada de aire.

— Como sea, mejor así— declaró—. Cuanto más amenazados se sientan, más probabilidades habrá de que abran un hueco en su defensa— devolvió el vaso a la cómoda donde se exponía una pequeña colección de licores y rodeó el escritorio para dejarse caer en la silla—. Hace más de cinco años que nadie se atreve a desafiarlos, y de un día para otro, uno de sus coches explota mágicamente cuando el pequeño Soldyck sale del colegio.

Felix sintió que un sudor frío le bajaba por la espalda cuando una sonrisa se esbozó en los labios de Adam, tan perfecta que nadie sospecharía que era la de un psicópata sádico e inhumano.

— Los han trasladado al hospital del centro— añadió Felix tras beber un poco, turbado—. Dos de los mayordomos han muerto. La mujer tiene quemaduras bastante significativas. Y el mocoso dudo que sobreviva.

Adam asintió con la cabeza, pensativo. Había entrelazado las manos a la altura de su nariz y su mirada plomiza se había perdido en algún lugar más allá de la pared que había por detrás de Felix.

— Debemos mover la siguiente ficha antes de que se den cuenta de que el juego ya ha empezado— murmuró tras un breve silencio, resuelto—. Llama a Spike. Que contacte a Ismael y que no le quiten ojo de encima al crío y a Kate. Nadie tiene que mover un dedo en ese hospital sin que yo lo sepa. Que Nickolas y Faver se encarguen de extremar la vigilancia y que cancelen todas mis citas de las próximas dos semanas. Que nadie ni nada entre o salga de la villa. Tú y el resto asegurar el perímetro y avisa a nuestros asociados. Llévate a quien necesites.

Morgan asintió enérgicamente con la cabeza y se puso en pie para encaminarse hacia la puerta.

— Una cosa más, Felix— se apresuró a añadir Adam, deteniéndolo en seco—. Confirma también mi asistencia al evento de Brown.

El rubio frunció levemente el ceño, extrañado. Un gesto que al líder de la mano Negra le sacó una sonrisa.

— Hay algo que debo confirmar.

...

..

.

Cinco días después, Noah ya dominaba la estimulación de once zonas erógenas diferentes, y asumiendo que Alina no se las había mostrado todas, él mismo se había asegurado de encontrar las que le faltaban cuando las noches en su habitación se hacían demasiado largas.

Además de ello, Alina le había enseñado a hacer de su cuerpo una máquina de seducción imparable, empoderándolo y demostrándole que su belleza andrógina podía convertirse en un arma de doble filo que usar en su beneficio.

También le había enseñado a besar, a disfrutar del tacto de las caricias y a gesticular adecuadamente.

— A simple vista no lo parece— comenzó Alina tras advertir la expresión sardónica de Noah—, pero hasta el más mínimo detalle puede marcar la diferencia entre coger una copa— continuó al tiempo que tomaba el cáliz en su mano—, o coger una copa— y repitió el gesto, esta vez sujetando el cristal por el tallo.

Noah pestañeó un par de veces, admirado.

— Impresionante— reconoció.

— Sí, pero quiero que me digas qué ha marcado esa diferencia— objetó la joven.

— ¿Tragos cortos y movimientos delicados?

Alina casi se lo tomó como una broma de mal gusto.

— Las manos— y tomó las de Noah entre las suyas—. Las manos son el arma de seducción más poderosa que existe. Siempre las tenemos a la vista y las utilizamos constantemente, así que no solemos ser consciente de su potencial. Pero los movimientos suaves y pausados siempre resultan mucho más estéticos. Por eso, coger la copa por el tallo y dar un sorbo es mucho más sexy que sujetarla por el cáliz y dar un buen trago.

— Lo haces parecer mucho más fácil de lo que es— suspiró el chico.

Alina negó con la cabeza.

— El lenguaje corporal es muy importante. Lo analizamos de forma inconsciente y dominarlo lleva trabajo. Adam siempre lo hace cuando quiere reafirmarse ante sus accionistas. Los políticos también lo hacen constantemente. Miran a los ojos, hablan tranquilos y gesticulan.

— ¿Debo aprender a gesticular?

— Debes aprender que nunca se sabe demasiado. Eso, y que los detalles marcan la diferencia.

Un par de golpes en la puerta los interrumpieron, sumiéndolos en un silencio que duró poco más de un instante.

— ¡Por fin! Pensaba que no vendría nunca— canturreó Alina al tiempo que saltaba del colchón.

Noah todavía seguía perplejo, como si no terminase de entender que en aquella parte de la casa existiera alguien capaz de suspender la tranquilidad que le inspiraba Alina.

— ¿Quién?— inquirió el rubio, el ceño ligeramente fruncido.

Alina lo tomó del brazo para arrastrarlo hasta el centro de la habitación, apremiante.

— Tu examen final— declaró con una sonrisa triunfante—. Leonardo es el hombre más mujeriego de la villa. Si consigues seducirlo a él, esta noche Adam comerá de la palma de tu mano.