El frio empezaba calarle los huesos.
Probablemente comenzarían a castañearle los dientes, y los espasmos tampoco tardarían mucho en venir.
Creía que luego de tanto tiempo ya se habría acostumbrado a las bajas temperaturas. Se decepciono un poco consigo mismo al darse cuenta de que no era así.
De cualquier forma no podía permitirse sucumbir ante él. Tenía que tranquilizarse y descansar de algún modo. Le esperaba un día completo de trabajo, y sabía que poco les importaría a sus amos que hubiese pasado una mala noche.
Pensó y pensó en busca de una solución, llegando a lo más recóndito de su mente. A aquel baúl de memorias a las que hacía mucho tiempo había puesto un candado. De nada servía recordar tiempos felices en su situación actual aparte de para deprimirse.
De cualquier modo, solo por esa ocasión lo abrió un poco. Y por primera vez en años, no se arrepintió de haberlo hecho.
Estaba algo sorprendido al darse cuenta que aún conservaba el vago recuerdo de aquel hombre que fue su padre, diciéndole que el frio no existía realmente, que era una mera reacción del cuerpo humano a las bajas temperaturas; no muy distinto a una emoción y que por lo tanto, al igual que con ellas, podía controlarlo.
Así, se concentró en relajarse. Detuvo los espasmos retomando el control de su cuerpo y procedió a destensar lo más que podía los músculos. Soltó en un silencioso suspiro todo el aire que había estado conteniendo sin siquiera ser consciente de ello.
El frio de la noche no había desaparecido, pero al menos ya no le molestaba.
Sin embargo, para perturbar su recién conseguida paz; numerosas imágenes de su antigua vida aparecieron de golpe y llenaron su cabeza. Cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio para no gritar. Recuerdos de aquel día no dejaban de aparecer.
Debía pensar en otra cosa. Tenía que distraerse con algo, o si no probablemente acabaría con una crisis de pánico que no solo despertaría a los demás, sino que también de seguro le ganaría una paliza de parte de los guardias.
Presto atención a todos los sonidos del ambiente con la intención de centrarse en uno. Sin embargo, la noche estaba tan malditamente silenciosa que lo único que consiguió fue un recordatorio de lo miserable y solitario que era.
Sus jóvenes ojos comenzaban a llenarse de lágrimas cuando lo notó.
Un tenue sonido. Era extraño, no sabía cómo describirlo, aunque quizá era porque su mente estaba hecha tan un desastre en ese momento que no podía hacerlo. Y aun así, sin entenderlo realmente, centrarse en él, lo tranquilizó. De manera que decidió re dirigir sus pensamientos hacia aquel sonido.
Hizo a su vista, algo borrosa por las lágrimas no derramadas, bailar por todo el lugar en busca de la procedencia de su calmante. No tardó demasiado en notar lo que era.
Aquel sonido, no era ni más ni menos que el tenue silbido del viento al cruzar por los barrotes de su celda.
Era el sonido del viento que se paseaba libre, dentro y fuera de aquel espantoso lugar.
Irónicamente, aquel sonido que había hallado tan tranquilizante anteriormente, comenzó a atormentarlo y la rabia e impotencia inundaron su pecho.
¿Cómo se atrevía…? Comenzó a tener la impresión de que se burlaba de él con cada brisa.
Le restregaba en la cara lo libre que era. Se mofaba de él entrando y saliendo por las rendijas de su celda: como si aquello fuese lo más fácil del mundo, como si la mera intención de emular aquel acto por sí mismo no pudiese costarle la vida.
Hizo amago de tapar sus oídos con las manos, y el tintineo de sus cadenas le recordó que jamás seria libre como el viento.
Las lágrimas finalmente cayeron y con la suave brisa acariciando su rostro, lloró en silencio hasta quedarse dormido.