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Chapter 2 - UNAS POCAS MEMORIAS

Al igual que todos los días desde tiempos inmemoriales la estrella madre se alzó por el este, bendiciendo a los habitantes de la tierra con el goce de sus cálidos rayos, otorgándoles el regalo de un día más de vida.

Bien sabido era por la humanidad: que aquella, y no otra, era la creadora y protectora de su existencia. La madre de madres, "sol" como solían llamarle los sin fe. Era el consenso al que habían llegado los humanos por norma general en cuanto a una divinidad suprema se tratase. Podían existir hombres y mujeres de mayor o menor devoción, pero nadie jamás podría negar la supremacía y el carácter divino de Madre. Y aquellos que osaban hacerlo, se decía, estaban condenados a una vida de penurias: sin calor ni cobijo, carentes de otra opción más que el sufrimiento durante su paso por la tierra, hasta que el frio eterno se los llevase, de una vez y por todas.

Sin embargo, para la felicidad de los clérigos: aquellas personas escaseaban, después de todo ¿Por qué alguien negaría a su propia madre? Sobre todo a una madre tan amable como lo era aquella. Tenía la capacidad de incinerarlos a todos si así lo desease, solo debía de aumentar la intensidad de sus rayos; bien lo sabían los sabios, quienes habían experimentado con el calor.

O por el contrario: de arrebatarles el precioso regalo de la calidez, dejando que el frio los consumiese hasta los huesos y jugase con su mente; bien lo sabían aquellos quienes habían osado adentrarse a las tierras prohibidas, y ya jamás habían regresado.

Y aun así, ostentando tal poder… pudiendo hacer todo aquello; no lo hacía. Si no que, tal y como las madres, quienes no quieren más que ver a sus hijos felices, hacia todo lo posible por asegurar la prosperidad de sus amados. Manteniendo el calor en su justa medida, para permitir que los campos brotasen verdes, y que los humanos y animales pudiesen pasear libres por aquella tierra con la que el universo los había dotado.

"Madre es una diosa benevolente y amable que ama a sus hijos" aquel era un mantra que la humanidad recitaba a una sola voz.

Sin embargo allí abajo, en La Colina de la Serpiente; donde rara vez sus rayos otorgaban calidez a alguien, y los derechos de las personas se veían constantemente ultrajados, era difícil creer en algo. Y aquella "verdad" se veía distorsionada.

Tal y como a Even, a muchos la mera idea de un dios todo poderoso y benevolente no les provocaba otra cosa más que sonrisas irónicas y carcajadas burlescas. Viviendo lo que vivían día a día, aquello les resultaba casi ofensivo; y pocas personas se mostraban cómodas con la idea de la fe. Por el contrario, lo más probable era que cualquier muestra de devoción provocase la ira de aquellos, que por los motivos más diversos habían acabado atrapados bajo el yugo de la serpiente y su secta.

La historia solía siempre ser la misma: los recién llegados intentaban aferrarse a alguna divinidad, confiando que un ser todo poderoso los salvaría de su miseria: que por obra y gracia de Madre un día despertarían en su vieja cama, con su antigua vida de regreso; de modo que todas las penurias ocurridas durante su tiempo en La Colina de la Serpiente, se transformarían, no en algo más que el recuerdo de un mal sueño, o si las estrellas eran misericordiosas, ni en eso siquiera.

Aunque claro, al igual que la comida y la dignidad, la esperanza no era algo que abundase allí abajo. Y tras unos cuantos meses de trabajo, pocos hombres eran capaces de mantener la fe. Comúnmente, lo que le seguía al desasosiego de verse abandonados por los dioses, era una especie desesperación maniaca: al ver que sus ruegos eran totalmente ignorados, intentaban tomar con su mano las riendas del destino. Un acto que de por si era difícil para los hombres libres, resultaba casi imposible para los privados de libertad.

Desde hacía un tiempo que Even se había cansado de contar a cuantos habían perdido a causa de aquello. Las personas que se dejaban llevar por la desesperación eran las que habían acabado por romperse, y si la vida le había enseñado algo; era que ciertas cosas simplemente no tienen arreglo una vez rotas, y los humanos eran una de ellas. Si alguna vez dudaba de eso, sabía que los ridículos intentos de los recién llegados por huir, se encargarían de recordárselo.

Y es que ¿Quién si no un hombre roto se lanzaría de ese modo a una muerte prácticamente asegurada?

Aun así, cada vez que moría uno, todos (o bueno, la mayoría) se entristecían y guardaban luto en señal de respeto a la persona que fue, y la que podría haber sido de no haber acabado en un agujero como aquel.

Luego de tres años allí, había aprendido que aquella era una de las formas en las que un humano podía acabar en ese lugar de no pasar por "el proceso de adaptación", como le gustaba llamarle, correctamente.

Otra forma, salía a relucir en su máximo esplendor precisamente en ocasiones funerarias de aquel estilo. Eran un grupo de personas, (normalmente lo suficientemente jóvenes como para no ser considerados como ancianos, y lo suficientemente viejas para no ser vistos como niños, y sin embargo demasiado inmaduras para ser percibidos como adultos); quienes tras pasar por la fase de desasosiego, estaban tan decepcionados que sucumbían a la ira: renegaban de todo y se peleaban con la vida, expeliendo enfado y frustración por los poros, a tal punto que no vacilaban en hacer mofa de la muerte del susodicho, o de plano celebrarla.

No es que pudiese culparlos por actuar como lo hacían. Cada quien reaccionaba y tenía una forma distinta de lidiar con la amarga condición en la que se encontraban; por lo que su actuar era, a su parecer, absolutamente valido.

Y si bien no podía evitar que le molestase su actitud irrespetuosa ante la muerte de una persona, que al menos durante un tiempo había sido su compañero; debía admitir que tenían razón en una cosa, y es que la muerte de la persona en cuestión, había sido totalmente evitable y culpa de su estupidez. Además, a pesar de que actuase como si le importaran las muertes de esos sujetos, Even sabía que en realidad en ese punto, le eran bastante indiferentes. Es decir; era la ley de la vida después de todo: adaptarse o morir, ¿no?

Incluso podría decirse que se alegraba que ocurriesen. Tal y como decía el viejo Og, "una manzana podrida acaba por infectar a las demás" y en sus ya, alrededor de seis años de esclavitud, Even había experimentado el dicho en carne propia más de una vez. Y si bien, no profesaba ninguna fe en realidad, era capaz de rogar a los cielos por no volver a pasar por eso de nuevo.

En algunas ocasiones, sobre todo en las frías noches de cielo estrellado; cuando se quedaba a solas con su conciencia, llegaba a asustarle un poco lo insensible que era, sobre todo porque ya no era capaz de recordar si la vida lo había vuelto así, o si lo había sido incluso desde antes de perder la libertad.

Era curioso, realmente odiaba el silencio porque le obligaba a entablar una conversación consigo mismo (y la verdad es que últimamente no se soportaba), y aun así muchas veces se había encontrado añorando por un momento de quietud, momentos en los que lo único que deseaba era que el agónico ruido de sollozos y azotes, más el incesante tintineo de cadenas, cesase.

Por eso definitivamente su momento favorito del día era cuando este acababa y la oscuridad ocupaba su lugar. La razón era simple: cuando las estrellas se izaban en el firmamento, destellando con su máximo esplendor, el trabajo finalizaba. Honestamente Even no estaba seguro del porqué de aquello. Como él lo veía, la mejor forma de asegurar la mayor productividad era un sistema rotativo: que cada persona trabajase hasta que no pudiese más, y ya ahí si dejarlos descansar hasta que se repusiesen, y los que ya habían recuperado sus fuerzas volviesen al trabajo, y así. Pero bueno, mejor para ellos que no fuese de ese modo. Suponía tenía algo que ver con la religión que profesaban los amos, o algo por el estilo. Pero fuese como fuese era algo que les beneficiaba.

Una vez los rayos del sol habían desaparecido por fin tenían un momento de quietud; si no había habido ningún disturbio durante el día, claro. También mucho tenía que ver el humor de los amos, pero si ambos factores se cumplían usualmente pasaban un buen tiempo todos juntos.

Cabe destacar que al haber muchísimos esclavos trabajando en ese lugar, los tenían divididos en celas comunes que fungían la función de separarlos, y que así los amos pudiesen tener un mejor control. De modo que él no tenía una clara visión de cómo eran otros grupos, pero el suyo, (gracias a los cielos) estaba lleno de gente bastante agradable. Por lo que en el tiempo que llevaba allí, Even podía decir que había encontrado en ellos lo más similar a una familia que jamás había conocido.

Siempre era divertido reunirse en el centro de la celda y sentados en un círculo, oír historias de los ancianos, quienes habían pasado por mucho antes de acabar allí, de modo que mucho tenían para contar. O también tener algunas pequeñas lecciones, donde los mayores se esforzaban como podían en brindarles algún tipo de formación académica a los niños; lo que de hecho, poniéndolo en perspectiva era bastante lamentable, pero no podía negar la felicidad que reinaba el lugar cuando los pequeños aprendían a escribir sus nombres o realizar las sumas más simples.

Además estaba el hecho de que día por medio, en función a cuanto hubiesen progresado en las obras como grupo, les eran dados algo de comida; y si bien, no pudiese decir que se trataba de manjares, era bastante agradable irse a dormir con algo en el estómago de vez en cuando.

Todos lucían más felices después de comer. Inclusive Ed el gruñón accedía de vez en cuando a cargar a los miembros más jóvenes del grupo para que pudiesen ver las estrellas, aunque fuese atreves de los barrotes de las altas ventanas de la celda que compartían.

Even estaba completamente agradecido con todos ellos, quienes con pequeños detalles, sin siquiera tener la intención de hacerlo, le hacían olvidar un poco lo miserable de su existencia, y le daban un motivo por el que levantarse y soportar el día a día sin enloquecer.

En un principio todo había sido muy difícil para él. Acabar en La Colina de la Serpiente, a pesar de que ya llevaba unos tres años de esclavitud, había sido, sin lugar a dudas el punto más bajo en su vida.

Tenía una cara bonita, por lo que hasta ese entonces los amos que había tenido, si bien no podía decirse que hubiesen sido precisamente "amables", sí que tenían un mínimo de cuidado con él, y en muchos sentidos podría decirse que lo consentían, comparado a lo que tenían que vivir otros en su misma condición. Sin embargo allí abajo no era más que un número, poco importaba su piel blanquecina o sus ojos grises. Para los seguidores de la serpiente todos eran iguales: unos herejes del mundo mundano, adoradores de falsos dioses; quienes debían pagar su falta de fe sirviendo como mano de obra en aquel lugar.

Y si bien incluso en aquel entonces él no profesaba fe a ningún Dios, —por lo que no pasó por el proceso usual de los recién llegados— verse en aquella situación sí que lo había trastocado un poco.

Causaba muchísimos problemas, por lo que nadie de su grupo le tenía mucha estima, y tampoco ayudaba demasiado la actitud con la que se comportaba. Claro, habiendo sido el preferido de su última ama, era inevitable que se hubiese vuelto un poco altanero.

Su piel acostumbrada a telas finas se irritaba constantemente a causa de la malísima calidad de lo que allí tenían para vestir. —No creía que fuera apropiado llamarlos ropas, a ojos de Even no alcanzaban la calidad mínima necesaria para eso— Y sus manos finas y bastante delicadas para ser las de un chico, ya habían perdido la costumbre del trabajo tras un año de ser "la mascota favorita". Sufría horrores al verse cubierto de suciedad, o ver los callos que salían en sus manos a causa del trabajo duro.

Aunque más pronto de lo que le hubiese gustado descubrió que peores cosas podían pasarle que la ruptura de una uña.

De por sí, no recordaba haber sido jamás alguien que se cohibiese fácil ni mucho menos, por el contrario: sin importar lo desfavorable que pudiese parecer la situación siempre decía lo que pensaba, ya sea que esto fuese apropiado o no. Estuviese bien o mal poco importaba. Hasta donde sus recuerdos llegaban nunca había sido libre, por lo que de alguna u otra forma había buscado una manera de forjarse y mantener una identidad. Para que cuando llegase el momento en el cual se liberase de todas las cadenas, fuese más que los esbozos de una persona, e incluso si ese día no llegaba jamás, había decidido vivir su vida sin arrepentimientos.

Ese lema con el cual vivía su vida, acompañados de una lengua demasiado suelta y afilada para su bien, le habían acabado costando numerosos castigos: desde azotes hasta verdaderas palizas. Pero lo que sin duda alguna lo había marcado, más aun que las cicatrices que ahora cubrían su espalda y otros lados de su cuerpo, había sido la vez en la que tras alrededor de una semana de trabajos constantes, sin ninguna comida apropiada, había acabado explotando y gritándoles unas cuantas verdades a sus nuevos amos e insultado a su dios. Además puede o no puede que los atacase, la verdad es que los recuerdos de aquel día le eran bastante confusos.

Al parecer todo aquello había acabado por colmarles la paciencia. Lo golpearon hasta dejarlo inconsciente, y cuando despertó ya no estaba más en el interior de La colina de La Serpiente, sino que se encontraba en la superficie, atado a algo que tenía la forma de un árbol pero definitivamente no lo era. Ya lo descubriría más tarde.

Las estrellas ya brillaban alto en el cielo, asumía que lo habían hecho así ya que la mayoría de los esclavos o el pueblo llano en general, no profesaban más fe que a la madre de madres, de modo que le tenían un pavor insano al frio de la noche. Lástima para ellos que a él poco le importase el color del cielo.

Por un segundo inclusive llego a sonreír pensando que eso era todo. Que según los seguidores de la serpiente, aquello era el máximo castigo para un mundano mal educado como lo era él.

Oh, que equivocado había estado…

Aquellos hijos de puta, que parecieron oler su felicidad y alivio, le devolvieron una sonrisa torcida, borrando de inmediato la suya propia. Podría jurar que la maldad era visible en los ojos de los sujetos.

El más bajo de todos se le acercó. Era un hombre bastante horrendo; lleno de arrugas y manchas en la piel (a pesar de que no parecía ser demasiado mayor.) Eso más unos dientes chuecos y podridos, le otorgaban una apariencia casi repulsiva. El mero hecho de tenerlo cerca ponía a Even de los nervios.

—No has sabido comportarte —en cuanto comenzó a hablar su fétido aliento lo golpeo de lleno. Habría vomitado pero su orgullo se lo impidió; fuera lo que fuera lo que se le avecinase, no podía mostrase débil ante aquellos tipejos. — habíamos sido permisivos contigo ya que después de todo, fuiste una ofrenda de nuestro querido Uri…

El solo escuchar su nombre le había hecho temblar de rabia. Uri, aquel desgraciado… si aquel era su fin, moriría maldiciéndolo.

—sin embargo, no hay clemencia para los herejes como tú. Al insultar a Ofiuco haz cruzado la línea y firmado tu propia sentencia. —sacó una jeringa llena con un líquido extraño mientras fijaba sus ojos en los suyos propios.

Even comenzó a respirar superficialmente, ¿Qué demonios iban a hacerle?

Ya no era capaz de recordar el tempo con el que había ocurrido todo aquello. Pudiese ser que el sujeto hubiese caminado con una tortuosa lentitud, o también pudiese ser que con un par de rápidos pasos ya estuviese detrás de él, inyectándole aquella sustancia directamente en la zona baja de la nuca.

Si bien los recuerdos le eran bastante difusos, recordaba con completa claridad el ardor que había sentido en aquel momento. Podía jurar que sintió como aquel veneno se esparcía quemándolo por dentro; viajando por sus venas hasta el último rincón de su cuerpo.

El sujeto seguía hablando, pero él ya no era capaz de escucharlo. Un zumbido incesante parecía haberse asentado en sus oídos, y con cada segundo que pasaba no hacía más que aumentar; a tal punto que incluso cuando el resto de los presentes comenzó a entonar una extraña plegaria a fuertes voces, no podía oírlos.

Sus sentidos se vieron completamente alterados. Al sofocante calor que le hacía querer arrancarse la piel, pronto se le sumó el que su vista comenzó a distorsionarse, perdiendo incluso la capacidad de identificar las formas más básicas.

Fue sin lugar a dudas la experiencia más agobiante por la que nunca hubiese pasado.

Estaba totalmente fuera de sí, ni siquiera era capaz de pensar correctamente. Había perdido el control. Ya no había nada que pudiese hacer; estaba totalmente a merced de aquellos sujetos, quienes, solo las estrellas sabían que iban a hacerle.

Probablemente sería usado como sacrificio para su dios, o quien sabe para qué.

Sea lo que fuese, no tenía forma de zafarse de aquello.

Quizás las estrellas fuesen misericordiosas y todo acabase allí. Quizás lo que estaba sintiendo fuera lo peor que podía ocurrirle.

Nunca había profesado ninguna fe, pero en aquel momento había implorado a los cielos para que el fuego que sentía en su interior lo calcinase y lo redujese a cenizas.

Pero por supuesto que nada de eso ocurrió.

A unos pies de donde estaba atado, otro sujeto, distinto al que lo había inyectado; accionó una palanca, y acto seguido una luz violeta ilumino el suelo y subió por el "árbol", para luego enroscarse en él tal y como una real serpiente lo hubiese hecho.

La sensación de agobio fue pronto remplazada por un fuerte dolor. Sentía como si le estuvieran drenando, como si la fuerza vital se escapase de su cuerpo, absorbida por aquel reptil.

Iba a morir. Realmente iba a morir.

Pronto no fue capaz de soportarlo más, y perdió la conciencia.

Aun a día de hoy no tenía la menor idea cuanto tiempo exacto había pasado allí arriba, pero en algún punto debieron hartarse de quitarle lo que fuese que le hubieran estado quitando, ya que para cuando el sol comenzaba a asomarse anunciando un nuevo día, lo arrojaron de regreso a su celda.

Posteriormente Megara le había contado con horror como había llegado pálido y tembloroso, con los labios morados y los ojos abiertos de par en par, impregnados de un profundo terror. Por supuesto que Even no tenía ni el más mísero recuerdo de aquello tampoco.

Al parecer había estado alrededor de una semana alternando entra la conciencia y la inconciencia. Y sorprendentemente para su memoria llena de lagunas, de eso sí que se acordaba un poco.

Su vista al igual que su audición tardaron en recuperarse, de modo que no era capaz de distinguir a las personas y mucho menos lo que le estaban diciendo, lo que conllevo a que estuviese tenso la mayoría del tiempo. Y por si no fuese suficiente con eso, las manos le temblaban horrores, al igual que las piernas; por lo que ni hablar de ponerse de pie, mucho menos trabajar.

Recordaba haber pensado que si no había muerto arriba, lo haría allí abajo. Los amos no toleraban esclavos inútiles.

Sin embargo, por algún motivo aun a día de hoy inexplicable para él, le habían ignorado por completo durante su periodo de recuperación. Y las pocas miradas que le habían dedicado, estaban plagadas o por un insano temor, o un profundo desagrado.

Como sea que hubiese sido poco importaba. Cualquier cosa que facilitase su supervivencia era bien recibida. No tenía por qué quejarse ni hacer preguntas innecesarias.

Aunque claro, una vez recuperado, su curiosidad volvió a salir a flote.

— ¿Por qué todos me miran como si me hubiese salido un tercer ojo?—lanzó la pregunta a sus compañeros, quienes llevaban tanto rato mirándole congelados que comenzaba a preocuparse que hubiesen olvidado como pestañar.

Hacia un par de días que se encontraba en una condición medio decente, de modo que ya no pudo escaquearse del trabajo. Si bien no era algo que le hubiera hecho mucha ilusión, tampoco podía decir que la idea le horrorizó. No era nada tan terrible después de por lo que había pasado. Pudo comprobarlo luego de su primer día de regreso a las obras, sorprendiéndose gratamente al notar que ya no tenía ganas de arrancarse la piel de lo sucio que estaba, o de clavarle la pica en el cuello a uno de los guardias. Por su puesto el trabajo no se había vuelto menos pesado: seguía sufriendo con los múltiples cortes que se hacía durante la jornada, y sus músculos continuaban quedando terriblemente agarrotados y adoloridos, pero estaba aprendiendo a lidiar con ello.

—emm… bueno… —tartamudeó Lin desviando la mirada. Y acto seguido comenzó a mirar a los mayores como implorando ayuda, solo para que estos respondiesen evitando sus ojos y cohibiéndose también.

Tomando un sorbo más de agua Even alzo una ceja, esperando en silencio por una respuesta con un mínimo de sentido.

La verdad es que entendía que aún se sintiesen incomodos alrededor de él. No se había comportado de la mejor manera con ellos después de todo. Sin embargo luego de haber estado a un paso de ser abrazado por el frio eterno, su actitud había dado un giro de 180 grados: ya no se sentía en potestad de creer que valía más que los demás, y no miraba a nadie por encima del hombro como solía hacerlo. Había tenido que tragarse el poco orgullo que le quedaba cuando a pesar del trato de mierda, y todos los problemas que les había dado, ellos habían cuidado de él lo mejor que podían, aun en tan míseras condiciones. Sabía que no lo habían hecho por ningún aprecio hacia su persona, sino que la lastima había sido su impulsor, pero aun así no le importaba. Estaba agradecido con cualquier mínimo detalle que le ayudase a seguir vivo. Y luego de toda aquella experiencia, había aprendido que si quiera seguir viendo al sol salir todos los días por, al menos unos años más, la actitud de lobo solitario no le iba a ser de mucha ayuda.

Tenía claro que la mayoría de ellos no darían el primer paso en acercársele, de modo que aprovechándose de que aun sintiesen algo de lastima por él, decidió poner de su parte para integrarse al grupo. Provocando situaciones tan inverosímiles un mes atrás, como en la que se encontraban: sentados todos en el piso, luego de un día de trabajo, charlando y comiendo como si nada.

—Verás Even… —luego de un buen rato en silencio, el viejo Og tomo la palabra.

Al escuchar que su pregunta al fin tendría una respuesta Even dejo de divagar en sus pensamientos, para prestarle su completa atención al canoso y delgado hombre mayor.

—La verdad es que a muchos aun nos cuesta creer que sigas vivo luego de lo ocurrido, es más, llega a ser casi ridículo lo rápido que te recuperaste… —pudo sentir los ojos grises del niño clavados en él, y sintió un escalofrió recorrer su espalda. Aun así, trago saliva y se forzó a continuar. — la gente no suele volver una vez los llevan arriba, y los pocos que lo hacen, no duran más que un día, dos a lo mucho, antes de morir de igual forma…

No estaba seguro cuando, pero en algún momento el anciano había comenzado a mirar sus manos en lugar de al joven a quien le estaba hablando. Sin darse cuenta empezaba a perderse en sus recuerdos; recuerdos de un día aún más amargo que el día en el que se ganó sus pesadas cadenas.

—Mi hijo…—su voz sonaba sumamente ida y al oírlo, las caras del resto comenzaron a ensombrecerse.

Even por su parte quería golpearse la cabeza contra la pared. Realmente no había creído que su pregunta les llevase a una situación tan lamentable como aquella. ¡Genial! Había pasado de irritar a sus compañeros a deprimirles, definitivamente lograría agradarles mucho así.

—Está bien, no tiene que seguir… —no era estúpido, sabía lo que pasaría si no detenía al sujeto en aquel instante. De modo que antes de que el hombre se pusiese a relatar la trágica historia de cómo a su hijo, quien posiblemente hubiese sido un líder rebelde o algo por el estilo, lo habían llevado a la superficie y torturado hasta que pereció; Even decidió interferir.

El viejo Og rápidamente levanto la vista. La interrupción le había pillado por sorpresa, sacándolo de golpe sus nostálgicos pensamientos. Y al hacerlo se encontró con una cálida mirada de parte del niño. Los ojos que hasta el momento le habían parecido tan fríos como el hielo, y que no habían hecho más que inquietarle cada vez que se posaban en él, parecían estar otorgándole una silenciosa disculpa.

—Lamento su pérdida, pero yo…—continuó Even con el tono más lastimero que pudo encontrar, y acto seguido se estiro un poco para apretar la mano del anciano frente a él— en verdad no sé cómo es que sigo vivo tampoco…

— ¿eh?

Aquello pareció tomar por desprevenidos al resto de los que estaban allí.

En un instante la tristeza que embargaba al ambiente desapareció, para ser sustituido por… ¿un profundo desconcierto?

¿Qué demonios estaba pasando? ¿Cómo era posible que cada frase que digiera acabara provocando un efecto completamente opuesto al que había esperado? Cuando había querido tener una charla amena e incluso algo superficial, a la par que satisfacía un poco su curiosidad, había causado que todos se deprimieran; y cuando quería usar a su favor aquella lastima generando empatía, parecía que desconfiaban por completo de sus palabras.

Quizás sí que debería darse un golpe contra la pared. Leer el ambiente y saber que decir para provocar según que reacciones, solían ser cosas que se le daban bien… ¿acaso lo que había pasado le había trastocado también la capacidad de raciocinio?

—Tú… —otra vez fue Lin el que habló. A diferencia del resto que incluso parecía temer dirigirle la palabra, Lin, si bien titubeaba un poco, lucia como si quisiera interactuar más con él. — ¿en verdad no lo sabes?

Lin tenía una edad similar a la suya y también era el que estaba más abierto a relacionarse con él. Sin lugar a dudas Even habría tomado precauciones para agradarle. Sin embargo en ese momento estaba tan desconcertado por como nada de lo que intentaba funcionaba, que ese tono de desconfianza e insoportable condescendencia, acabo por irritarle.

— ¡Por supuesto que no lo sé!—le gritó, olvidando por un segundo su previo plan de acción— ¿tienes alguna idea de cómo es estar allá arriba? ¡Es imposible aguantar más de un minuto consiente una vez esa cosa se activa!

Relajó su expresión una vez se dio cuenta el tono con el que las palabras habían salido de su boca. Se revolvió el cabello y suspiró.

—Todo se volvió negro en unos segundos… realmente no tengo la menor idea de lo que sucedió. —dijo ahora con un tono mucho más calmado, lleno de una mezcla de resignación y frustración. Verdaderamente le irritaba un poco no poder recordar lo que había ocurrido, pero su memoria ya de por si era bastante mala y estaba llena de lagunas, un vacío más no le iba a afectar mucho de cualquier modo.

—Entonces…— aunque dubitativa, esta vez fue una mujer la que decidió hablar— ¿No fuiste tú?

Even frunció el ceño. Algo debía de estar definitivamente mal con él, ¿Cómo era posible que se sintiese completamente perdido en toda esa conversación? En aquel punto ya no tenía ni la menor idea de lo que estaban hablando

—No fui yo… ¿El qué?

Otra mujer, algo más joven que la anterior, pareció exasperarse al ver el escueto intercambio de palabras que se había estado efectuando frente a sus narices, y sin ningún tipo de reparó, es mas, inclusive con cierta hostilidad en su tono, se dispuso a interferir.

— ¿Cómo que "el qué"? —La burla e irritación eran claramente notorias en sus palabras, y a pesar de eso, resonó firme por el lugar. — ¿Nos tomas por idiotas? ¡Cuando te arrojaron devuelta aquí abajo tenías los ojos abiertos! Es putamente imposible que no hayas notado la gran explosión ese día.

La mayoría de las personas pusieron cara de horror al escuchar el tono con el que la muchacha se expresaba. Rogaban en silencio por que se callase de una vez, mientras llenos de pavor, lanzaban miradas de reojo a Even; como si temiesen que el niño se enfadase por como ella le estaba hablando y la atacase a modo de reprimenda. Even por su parte, si bien sí que se había irritado ligeramente por cómo le había hablado la mujer; tratándolo no solo como a un tonto, sino que también como un mentiroso, cambio de inmediato su expresión de enfado a una de confusión al escuchar sobre "la gran explosión". Y por eso mismo, tampoco reparo en la extraña actitud que habían adoptado el resto de sus compañeros de celda.

La muchacha le miro con el ceño fruncido esperando que dijese algo. Sin embargo este se aflojo al ver la cara de confusión, aparentemente genuina, del niño.

Even lucia totalmente desconcertado. Y si bien tenía los labios entre abiertos, como preparados para soltar alguna palabra, no era capaz de emitir ningún sonido, al menos no alguno con un mínimo de sentido. Estaba demasiado ocupado intentando hurgar en sus vagas memorias, evocar algún recuerdo que pudiese decirle que demonios era esa "gran explosión" de la que hablaban, y que había ocurrido el día de su tortura.

—Entonces…—esta vez la voz de la muchacha parecía dudar un poco. Y con algo de incredulidad preguntó— ¿realmente no fuiste tú el causante de eso?

—No lo creo… —dijo las palabras casi en un susurro, sin ser realmente consciente de que lo había hecho, ¿Qué demonios había pasado? Por más que se esforzaba en recordar nada venía a su cabeza.

— ¿Qué ocurrió exactamente? —pronto se rindió en su búsqueda de memorias, e inquirió con un tono mucho más estable.

Muchos siguieron viéndole estupefactos, como si no creyeran que él realmente no tenía nada que ver con esa "gran explosión", incluida la muchacha que le había informado del suceso en primer lugar. Sin embargo, como si fuese incapaz de leer el ambiente, Lin se aventuró a responder su preguntar muy animosamente: — ¡fue espeluznante! De pronto, en medio de la noche, se escuchó un fuerte ruido, como si un rayo golpease la colina, y ¡todo se sacudió! ¡Fue como un terremoto! Trozos de piedras comenzaron a caer del techo, ¡fue un verdadero milagro de las estrellas que no aplastasen a nadie! —soltó tan de golpe y con tanta emoción que Even realmente no sabría decir si estaba aterrorizado o fascinado.

— ¡Ah! ¡Además se derrumbaron algunas de las columnas que nos tardamos meses en esculpir! ¡Vaya desgracia! —Continuó abatido, como si el desperdicio de su trabajo fuese lo verdaderamente terrible de la situación. — En fin, creímos que habías sido el responsable de eso porque los amos parecen evitarte o te miran raro —se encogió de hombros, como dando por terminado el asunto.

Eso podía explicar algunas cosas, pero aun había algo que no hacia sentido:

— ¿Por qué pensaron había sido mi culpa? ¿Cómo lo habría hecho?

Por más que dijeran que había sido por como actuaban los guardias y los amos con él, realmente seguía sin cuadrar. Es decir ¿Cómo podría él causar una explosión de tal magnitud? Solo había que pensar un poco más las cosas y se darían cuenta de la falla en aquella lógica. Y simplemente se negaba a creer que en esa celda él era el único capaz de plantearse las cosas dos veces como mínimo antes de llegar a una conclusión.

— ¿Cómo? ¿No es usted…— con un todo lleno de confusión, una mujer de mediana edad habló— un mago? —dijo esa última palabra casi en un susurro, como si el mero hecho de mencionarla le causase escalofríos.

—…

— ¡Sí!— al ver que Even lucia completamente perdido, y que alguien más ya había tomado la palabra primero, el resto se apresuró a dejar sus comentarios. — ¿no eres un noble?

— ¡así es, eres "un joven amo", por supuesto que podrías haberlo hecho!

—…

¡¿Qué?!

Ok, las cosas se estaban volviendo cada vez más extrañas.

¿Un noble? ¡¿Un mago?!

¡¿De dónde demonios habían sacado eso?!

En ese punto Even ya no sabía si reir o llorar.

—ah…— soltó un suspiro, y puso una mano en su frente, como si aquel asunto le causase un dolor de cabeza. — creo que hay un malentendido aquí. No soy un noble, mucho menos un mago.

Sin embargo, la pequeña acción llena de elegancia que había realizado al pronunciar esas palabras, parecía indicar completamente lo contrario.

De modo que nadie se dignó a creerle, sino hasta un buen rato de dar explicaciones y relatar lo máximo que podía permitiese revelar de sus previos años como esclavo.

A día de hoy recordaba aquel episodio con una sonrisa, pero en aquel momento había sido bastante frustrante tener que explicarse tanto. Claro que había valido totalmente la pena cuando las barreras invisibles que le separaban del resto comenzaron a caer. Resultaba que todos se comportaban tan esquivos con él porque creían que era un noble caído en desgracia, (y la verdad no podía culparlos, su actitud al llegar había propiciado todo para que pensasen así) y a eso, luego de la dichosa explosión tuvieron que agregarle mago. Para personas que antes de acabar con una cadena en el cuello, habían sido en su mayoría simples campesinos, aquellos dos términos juntos les generaban un temor insano, y naturalmente no habían querido acercársele demasiado.

Una vez aclarado el tema de su origen, la verdad sobre el otro suceso también comenzó a salir a la luz: luego de pensarlo por largo rato, en conjunto, todos habían llegado a la conclusión de que justo como había insinuado Lin sí que había sido un rayo el que golpeo la parte superior de la colina ese día. Even les había dicho que algo como un árbol estaba en la cima, y el viejo Og dijo que los arboles atraían rayos, así que para ellos tenía todo el sentido del mundo.

¿Y la razón de las miradas y actitudes extrañas de los amos? Ellos eran un culto religioso, de modo que no fue muy difícil llegar a la conclusión de que ellos debieron pensar que el rayo había sido una señal de dios, o algo por él estilo. Y habiendo sido salvado por el mismo dios a quienes ellos tanto adoraban ¿Cómo iban a atreverse a hacerle daño otra vez?

Obviamente aquella actitud se había ido desvaneciendo progresivamente con los años, de modo que en la actualidad, ya no tenían ningún reparo en golpear a Even cuando considerasen que este había hecho algo mal.

Mientras tanto, sus compañeros habían tomado muchísimas confianzas con él. Más de una vez, medio en broma medio enserio, le habían frotado la parte superior de la cabeza alegando que les traería suerte.

E incluso si Even expresaba su claro desagrado ante aquella acción que despeinaba por completo sus cabellos, a nadie le importaba ya; con lo pequeño que era ¿Cómo podía alguien tenerle miedo?

En fin, soportar burlas de aquel estilo además de que le llamasen señorito, o joven amo de vez en cuando, la verdad es que la vida se había vuelto mucho más amena con gente que le cuidase la espalda, riese e incluso llorase con él.

Tres años habían pasado desde aquel entonces y Even ya estaba más que acostumbrado al estilo de vida como obrero en la colina de la serpiente.