Rava y Gustavo habían retornado nuevamente al refugio. Ambos con expresiones opuestas con las que habían desaparecido.
Amaris, inquieta y llena de ansiedad desde la partida de su amado, casi salió disparada al divisarlo de vuelta. Sin embargo, la expresión impregnada en el semblante de la Sacerdotisa hizo que titubeara, despertando en ella la afamada intuición femenina que percibía que algo más había sucedido.
—¿Buenas noticias? —preguntó al acercarse, no podía soportar más la incógnita, y no confiaba en su mente para darle una respuesta que la satisfaciera y no dañara su corazón en el proceso.
—Las mejores —respondió con una sonrisa. Amaris imitó la expresión, no había nada mejor que verlo nuevamente sonreír—. Wityer ya no corre peligro.
—Esa es una excelente noticia, Gustavo. —Le abrazo, y el joven aceptó la muestra de cariño, pero fue esa misma acción que provocó recordar algo desagradable.
La Sacerdotisa les miró, interesada en la muestra de afecto, pero, aún más en la profundidad del sentimiento que podía sentir proveniente del joven con el que estaba vinculado.
—Debo hacer algo. —La alejó con tacto, mientras posaba su mirada en la ber'har—. Puede guiarme al río cercano, por favor.
Rava asintió.
Se desligó delicadamente de la maga, pudiendo sentir la reticencia en su agarre. A pesar de que podría haberle revelado la verdad, sabía que no era una forma educada de actuar. En cambio, optó por acompañar su acción con una sonrisa y una promesa de regresar lo antes posible.
La Sacerdotisa le guió a una cascada que dejaba caer su velo de agua directamente en un lago de gran tamaño. Rodeado por flores y árboles de exóticos colores. Esferas de luz bailaban por encima de la superficie acuática, animales pequeños bebían a orillas el agua cristalina, y algunas hadas descansaban, acompañados por infantes ber'har, que con sus tranquilas y pequeñas manos las hacían bailar en el aire.
—¿No hay un lugar más privado?
—No —Negó con calma. Una sonrisa floreció en su rostro al sentir la vergüenza del muchacho, una extraña emoción que no creía haber sentido—, pero puedo hacer un hechizo para impedir que te observen.
—Le estaré agradecido.
Rava comprendió por las emociones que aceptaba su ayuda, no por sus raras palabras. Con un tono más suave, y una mirada tranquila efectuó el hechizo. Las hadas se volvieron a ella al sentir la fluctuación de energía natural, pero al perder el interés regresaron su atención adónde antes.
—Gracias —dijo, mientras esperaba que se retirara.
—Prefiero esperar, nunca he visto un cuerpo humano desnudo —dijo al entender su emoción.
—Preferiría que no —rechazó de inmediato.
Rava no pudo con el decoro absurdo del joven, y tal vez con otro individuo podría haber replicado hasta conseguir su objetivo, pero con Gustavo no. En su corazón no había ni el más mínimo asomo de aceptación hacia su idea, era un rechazo totalitario. Se alejó, escondiéndose en un rincón del bosque, mientras ocultaba sus sentimientos con maestría, y eliminaba hasta el más pequeño rastro de su energía natural.
Gustavo caminó hacia la cascada, buscando el mejor lugar para pasar desapercibido, incluso a sabiendas que tenía el hechizo que lo ocultaba, pues se sentía más cómodo de esta manera. Se desnudó a la orilla del lago, dejando su ropa sobre las rugosas rocas que se alzaban cercanas. Quedó únicamente con un modesto taparrabos que ocultaba su pudor. Con paso cauteloso, ingresó al lago y se sorprendió ante la calidez del agua que lo envolvía. Avanzó lentamente, cada vez más cerca de la imponente cascada, hasta que el agua le llegó a las rodillas. En ese momento, el estruendo de la cascada lo envolvió por completo y, dejando de contenerse, gritó con todas sus fuerzas. Fueron gritos desgarrados, desesperados, llenos de dolor y anhelo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, lágrimas que eran un reflejo de su corazón desbordado de alivio. Eran lágrimas de alguien que, finalmente, había encontrado el señales de su buen amigo, teniendo la esperanzadora noticia de su buena salud y su grata compañía.
La liberación que experimentaba en aquel instante era indescriptible. La alegría brotaba de su corazón después de tanto tiempo de angustia y soledad. Aunque las sombras de sus emociones oscuras permanecieran allí, latentes en su interior, no afectaban su humor en ese momento. Era consciente de que ese respiro era momentáneo, pero lo abrazaba con toda su fuerza.
Así, se fundió con el entorno, con la cascada rugiendo a su espalda y el agua abrazándolo. El momento perduró, como una pausa en su incesante búsqueda. En ese instante, Gustavo encontró dentro de sí una parte que había creído olvidada, una parte que tanto le había ayudado cuando niño, la esperanza de que todo saldría bien.
Sin saberlo, en la lejanía, la Sacerdotisa también lloraba, incapaz de contener sus propias lágrimas, pues el sentimiento del joven humano era devastador.
∆∆∆
Habían transcurrido alrededor de diez jornadas en el seno del refugio, en las cuales sus compañeros se dedicaron a reponer fuerzas tras el agotador trayecto. Se ocuparon de purificar sus cuerpos y curar las heridas que habían sido ignoradas en medio del apuro y la urgencia.
Gustavo invirtió la mayor parte de ese periodo en compañía de la Sacerdotisa Rava, respondiendo a sus interrogantes la mayor parte del tiempo, y tratando de comprender el vínculo que los unía.
Fue en el noveno día cuando, gracias a la intervención de las hadas, su buen camarada Ollin finalmente despertó de su letargo. Se encontraba sumamente debilitado y con un hambre voraz. Y fue este mismo el que logró sin hacer nada, fragmentar la poca relación que tenían con la comunidad del refugio.
—Tiene que irse —dijo Alalina.
—¿Por qué? —inquirió Gustavo, claramente sorprendido.
—No podemos darle refugio a uno de ellos, designios de Nuestra Señora.
—¿Puedo hacer algo para que pueda quedarse?
—No —negó con su cabecita—, los designios de Nuestra Señora no pueden ser ignorados.
Gustavo se quedó en silencio por un largo rato, aceptando de mala gana la situación.
—Le agradezco el tiempo que nos resguardó.
Alalina se quedó extrañada por sus palabras, no sabiendo que responder.
Se acercó a sus compañeros.
—Me voy con Ollin, pero no pido que me acompañen, en realidad, les instó a quedarse, sería lo mejor. Prometo regresar cuando encuentre un lugar más adecuado.
—¿Por qué? —inquirió Amaris al observar la falsa seriedad de su amado, le conocía, al menos lo suficiente para saber que estaba enojado.
—Me voy con usted —dijo Meriel de inmediato, ni por un segundo pensó en abandonar a su señor.
—Igual yo —dijo Xinia con un tono tranquilo.
—Yo no tengo opinión aquí. Me voy con usted —dijo Primius con su casual sonrisa.
—¿Por qué, Gustavo?
El joven le ignoró.
—Recojan sus cosas, partimos de inmediato. —Exhaló, casi podía haber intuido sus respuestas, y aunque su corazón se alegraba, su mente analítica no.
Sus compañeros comenzaron a guardar lo que les pertenecía, para luego vestirse con sus pesadas prendas, sabiendo que la calidez de la que gozaban en el refugio no existiría fuera de el. Ollin se levantó con dificultad, aceptando con el orgullo dañado la mano amiga de Gustavo.
—¿Me dirás a mi la verdad? —Sus penetrantes ojos descansaron sobre los del joven.
—Su diosa tiene reglas estrictas sobre el ingreso de tu gente.
El alto individuo asintió, mientras hacia una mueca, había esperado tal repuesta, aunque deseaba que no hubiera sido así.
—¿Y sabes cuál es?, o, ¿por qué?
—No.
—¿Y quieres saberlo?
—¿Quieres decirme?
—No —dijo, no parecía ser el mismo, se mostraba abatido, dócil, como si ya no tuviera fuerzas.
—Entonces que así sea.
Ollin quiso decir algo más, pero prefirió callar. Se sintió en deuda, como jamás había pensado estarlo.
Al cabo de un par de minutos los seis individuos se dispusieron a salir de tan agradable lugar.
Lucan llegó corriendo, como una flecha disparada en campo abierto, Rava venía detrás de él, con calma y con una expresión complicada de definir.
—¿Por qué no me dijiste? —preguntó, mientras le tomaba de la túnica.
—Suéltame —dijo con seriedad. Meriel ya tenía la mano en la espada, y Xinia la postura para el ataque—, y explícate.
Lucan obedeció, la fuerte emoción por las nuevas noticias le habían hecho obrar mal.
—¿Cuándo tenías pensado revelarme que tu amigo era el Señor del Bosque? —Su voz fue lo suficientemente alta para que los cercanos pudieran escuchar lo que decía.
Los ber'har fruncieron el ceño, en principio no podían creer lo que había mencionado el guerrero de su raza, pero siguieron prestando su oído por si algo más se revelaba.
—No pensé que fuera algo importante.
—¿Acaso la cordura se ha hecho tu enemiga? —Sus ojos casi salieron de sus cuencas, y se contuvo lo suficiente para no gritar—. Guardar información sobre el paradero del Señor del Bosque podría considerarse la peor ofensa. Tu sabes lo que significa para nosotros.
—Tienes razón, lo siento.
—¿Adónde te diriges? —preguntó al verle marcharse.
—A buscar a mi amigo —respondió, volviendo únicamente su cabeza.
Lucan dudó, en su corazón no deseaba más que partir de aventuras con el muchacho en busca del guardián de su raza, pero tenía prioridades, y una de ellas era proteger a la gente del refugio por si los villanos regresaban, lo había ptometido por lo más sagrado. Y no se sentía tan mal como esperaba, pues muy en su interior habitaba una extraña confianza en el humano, confianza que se había ganado con la muestra de su fuerza y acciones dignas.
Los ber'har ya no podían ocultar su malestar, querían saber si lo que estaba diciendo Lucan era verdad, y la cercana Sacerdotisa aseveró la información, sorprendiendo a más de uno, casi llevándolos al éxtasis.
—¿No puedes quedarte un poco más? —preguntó Rava.
Gustavo observó a Alalina, quién seguía sin entender porque el joven se marchaba.
—No.
La Sacerdotisa sintió su indecisión, pero no supo como interpretarla. Las palabras no pudieron salir de su boca.
—Libérenos.
Una de las hadas cercanas activó el sello, abriendo la dimensión para permitir la salida del grupo de humanos.