Desde lo alto de la gélida colina, Amaris contemplaba la extensión de la pendiente nevada que se extendía ante sus ojos. El sol en su cenit brillaba con intensidad, otorgando una deslumbrante y casi cegadora claridad a la escena. El cielo, un enorme manto cerúleo, carecía de nubes, ofreciendo una vista completamente despejada hasta donde la vista alcanzaba. Y allí, en el corazón de este majestuoso paisaje, se encontraba él. Aquel hombre cuya silueta se recortaba contra la blancura inmaculada del suelo cubierto de nieve. Sus ojos marrones se encontraban con los de Amaris a medida que ascendía con firmeza, y ella no podía evitar sentir cómo su corazón se estremecía con cada intercambio de miradas.
Junto a su amado había un desconocido, apoyado sobre sus hombros. La tez de sus manos mostraba la blancura de la nieve que reposaba a sus pies, su atuendo se asemejaba a una armadura de cuero, pero, con la distinción que la del individuo inspiraba un misterio y belleza más allá de lo que manos de artesanos humanos algún día podrían emular. Observó el agujero a la altura de su pecho, que no dejaba a la imaginación lo blanco de su piel. Tuvo como intención principal indagar en sus facciones, siendo imposibilitada por los cabellos negros bailarines que caían como una cascada sobre su gacho rostro.
—¿Amigo tuyo? —preguntó, con una sonrisa relajada.
El habitante del bosque alzó la mirada, provocado por la entonación áspera en una voz melodiosa, pero, al hacerlo le fue imposible no perderse en el hermoso tono negro del cabello de la mujer, en sus agudos y delineados ojos, y sus labios húmedos.
—Compañero de viaje —repuso Gustavo, sin sonrisa en su rostro.
Lucan recuperó el aliento y la compostura, pidiendo sin palabras que se le permitiera posarse sobre sus dos pies por esfuerzo propio, petición que fue aceptada sin objeción.
—Ni la luna en todo su esplendor, ni las hojas verdes de los sagrados árboles pueden rivalizar con la majestuosidad de su aura. —No dejó de mirarle directo a los ojos, con la intención de que ella observase su ser interior—. Estoy embelesado con usted, y me sentiría honrado de que acepte mi arco como suyo... —La última palabra apenas logró salir de sus labios, recordando que ahora mismo su preciada arma de proyectiles no estaba en su posesión.
Amaris soltó una risita, contagiosa, pues Gustavo fue influenciado por ella.
—¿Qué dijo? —preguntó, curiosa por la información que guardaba tan hermoso tono cantarino.
Gustavo observó a Luca, y él le regresó la mirada, con la misma curiosidad en sus ojos que emanaba la maga.
—Que se ha enamorado de ti, y quiere protegerte —dijo, y su rostro no defraudó su corazón, pues se notó la sonrisa forzada.
Amaris miró sorprendida a Lucan, hizo un gesto ceremonial, acostumbrado en su reino, para inmediatamente negar con la cabeza.
—Me honra con sus sentimientos, pero mi corazón ha sido apartado por un valiente y noble guerrero —dijo ella, con los ojos fijos al terminar su discurso en el rostro recién compuesto de Gustavo.
—¿Qué ha dicho? —inquirió Lucan, intrigado.
—Que está honrada por tus sentimientos, pero que su corazón ya pertenece a otro hombre —dijo, con una débil sonrisa involuntaria.
Amaris cayó en cuenta de la proeza que había pasado por alto, su amado hablaba el mismo idioma del que supuso era nativo del territorio ajeno, más que por sus particulares orejas, era su apariencia fina, delgada, y hermosa, con un aura enigmática, que inspiraba tranquilidad.
—Me he dejado llevar por la gracia de su aura, y hermosura singular —reconoció, perdiendo la totalidad del ánimo que la seductora acción le había concedido—, más entiendo que somos individuos de razas distintas, y por ende, incompatibles.
Gustavo prefirió el silencio, incluso cuando Amaris le insistía en traducir.
Fue el silencio incómodo el que les acompañó a la cabaña, sin embargo, al cruzar el umbral de la pequeña estructura de madera, la atmósfera cambió por completo. Allí dentro, cobijada por la tenue luz de las velas, se encontraba Xinia. Su frágil cuerpo recostado sobre la rugosa pared de madera, sus párpados oscilaban entre la vigilia y el sueño, sus ojos apenas despiertos, cargados de misterio y dolor. Su mano descansaba sobre su pecho, donde un ritmo irregular de latidos marcaba su lenta pero evidente recuperación. Gustavo suspiró con una sonrisa, y en un rezo con su voz interior agradeció a su Dios.
Meriel yacía en un profundo sueño, acostada sobre su brazo derecho que reposaba en la mesa de madera, donde la vaina y su espada le hacían compañía. Sus cabellos rojos protegían con recelo su rostro mientras su brazo izquierdo se balanceaba con ligereza cada tanto.
Gustavo se acercó a su compañera, agachándose humildemente ante ella para evitarle cualquier incomodidad.
—¿Cómo estás? —preguntó con una voz suave, sin querer molestar al expríncipe que dormía cerca.
—De forma simple... Señor Gus... estoy jodida... —respondió con un tono ronco y débil, tosiendo para liberar su garganta seca.
Gustavo sonrió de forma involuntaria, sacando su cantimplora de cuero de su bolsa con un toque calmo. Sin perder ni un instante, vertió un poco de agua fresca en la boca de la guerrera, escuchando el sonido agradable del líquido cayendo suavemente sobre sus labios agrietados.
—He encontrado una pista de tus atacantes, y créeme que les haré pagar por lo que te hicieron —prometió, sus ojos brillaron con resolución, aferrándose al odio que podía sentir como emanaba de su corazón
—Gracias, señor Gus... pero no es necesario... estoy bien...
—Esperaré hasta que te recuperes, si mantienes esa opinión, la respetaré. Pero, aun así iré por ellos. Lo deben por lo que le hicieron a Wityer.
Xinia asintió con calma, comprendiendo las emociones de venganza en el corazón del joven, ella misma las poseía, aunque estaban destinadas a otro tipo de criatura.
Al ponerse en pie, dirigió su atención hacia Lucan, el habitante del bosque, y con mirada solemne, le instó a acompañarle hasta las profundidades del sótano. Lucan asintió, permitiéndose un último vistazo hacia Amaris, y así admirar una vez más la belleza mística que ella encarnaba.
En ese momento, Gustavo invocó una vez más su magia, y una nueva águila de luminiscencia brillante surgió; como un estandarte de resplandor ancestral, descendió suavemente donde mismo, sobre el báculo metálico.
La figura sombría de Lucan se materializó en breve, los recuerdos del pasado influían en su semblante, donde quedaban reflejados los sentimientos más profundos de odio que su raza había ignorado por siglos. Su mirada se clavó en el asiento que había sostenido su cuerpo destrozado y moribundo, sintiendo así renacer la ira contra el enemigo responsable de haberle sumido en aquel infausto estado de dolor y sufrimiento.
—Antes de partir —dijo Gustavo con un tono calmo—, quiero que me informes sobre todo lo que ha ocurrido. No omitas nada.
Lucan se volvió a él, asintiendo de forma solemne.