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Chapter 144 - A las orillas del río

El páramo, desierto y acompañado por una niebla blanca, espesa y lúgubre, que cubría cada mota de polvo, rama partida y cráneo olvidado. La superficie, fría e intranquila como la propia muerte, donde en el más mínimo descuido, la caída fatídica, o el enemigo sorpresivo podía aparecerse.

Ahí, justo en el medio de la nada, las chispas de la intensa batalla saltaban. Los movimientos rápidos, las luces fugaces que se convertían en explosiones rojas, los gritos ahogados, los rugidos siniestros, todo componía la hermosa melodía de la batalla.

--Maldita criatura del infierno. --Dijo en un tono bajo, repleto de intención asesina.

Su brazo izquierdo, entumecido por la continúa posición de falsa almohada para el querido durmiente, su rostro empapado por el sudor de la ardua batalla y, salpicado por las gotas de sangre de sus enemigos. Sus ojos, claros como la mañana, mientras que su cuello, repleto de venas negras, emulando lo profundo del abismo.

--¡Tus cuernos serán un buen regalo para mi amada!

Su cuerpo volvió a desaparecer, liberando del arma en su mano derecha una luz rojiza oscurecida. El brazo rojo de la enorme criatura se dirigió a su rostro, la velocidad era inhumana, pero aún con todo su esfuerzo, no logró impactarlo. Su sable hizo un giro de media luna, dejando caer un pedazo de cuerno al suelo, era largo, pesado y, afilado como su propia arma. La criatura gritó, que más que un grito podía describirse como un rugido bestial, proveniente de lo más oscuro del infierno. Por un momento la niebla se disipó en la zona donde ambos combatían, la cercanía era evidente y, la presión ejercida por ambos podía hacer que hasta el más valiente se desmayara.

--Eres más feo que un pedo. --Limpió el sudor que se había metido a su ojo izquierdo, pero no dejó de observar a su adversario.

Era una criatura humanoide, con un cuerpo musculoso y tonificado al máximo, sus pectorales, su abdomen, sus bíceps, su espalda y, sus piernas eran una completa locura, posiblemente no existía individuo humano que pudiera asemejarse a tan increíble cuerpo, o al menos aún no se conocía al afortunado. Su piel era rojiza, al igual que los orbes que tenía como ojos, su cabello era blanco, al igual que su barba, sin el color de su piel y estatura, fácilmente podría pasar como un humano, sin embargo, era evidente que no lo era y, eso lo demostraban los dos cuernos largos y curvos anteriormente imponentes que su frente había poseído.

--Humano --Habló en otra lengua, extraña y cruzada, vil y siniestra--, muerte te espera, vida no aguarda a quien camine tu sendero.

Gustavo frunció el ceño, las palabras de esa cosa lo dejaron pensativo por un segundo, sintiendo que había un profundo poder imbuidas en ellas, pues con cada entonación, su mente fue atacada, afortunadamente era lo más fuerte que poseía.

--Más de uno ha intentado controlarme --Sonrió con frialdad, hablando en su idioma, ya que aunque podía, no se atrevía a ocupar esa extraña lengua-- y, todos ellos sufrieron el mismo destino --Se acercó en un solo paso, posicionándose para hacer una estocada con su arma-- ¡Saborearon mi sable!

Una, dos, tres, cuatro... quince estocadas golpearon la dura piel del humanoide, perforando y dejando a relucir un espantoso hoyo negro, donde su sangre negra brotaba sin control. La enorme criatura vómito una gran bocanada de sangre coagulada, dejando parte de ella en su barba como decoración. Su contraataque fue inmediato, sujetando la cabeza de su pequeño enemigo con una sola mano y, ejerciendo la suficiente presión para que gritara y se colocara de rodillas. La superficie del suelo se cuarteo por la inmensa fuerza aplastante. Levantó la vista, pero tanto pronto como lo hizo, un poderoso puñetazo impactó en su cara, arrojándolo al besar el suelo con su espalda a decenas de metros de distancia. Su brazo izquierdo, el cual apenas si poseía fuerza no fue capaz de seguir cumpliendo con su tarea, tirando sin querer al pequeño lobo al suelo, quién también rodó un par de veces, empolvando su lindo pelaje.

--Sí serás --Se levantó con lentitud, exhalando pesadamente por la extraña fatiga-- ¡Maldito!

La poderosa energía de muerte cubrió su cuerpo, tornó su ojo de color negro y, enfrió aún más su expresión. La criatura había olido hace mucho la presencia de la muerte en el cuerpo del muchacho, pero eso a conocer que en realidad la poseía, era algo completamente distinto, pensó en escapar por el solo instinto. Ya estaba herido más allá de la recuperación, pero sabía que si se quedaba, la muerte era lo único que lo acompañaría. Una sombra negra apareció detrás suyo, luego otras dos en ambos costados.

--Ni siquiera pienses en escapar. --Dijo con un tono frío, repleto de intención asesina, mientras se acercaba con una lentitud dramática.

La criatura observó a su derecha, luego a su izquierda, solo para encontrarse que por ambos flancos, dos siluetas encapuchadas y, vestidas de túnica negra lo obstruían.

--La muerte ayuda al soberano, pero mi asesinato no.

Al encontrarse sin salida y, sin intención de ser una desquite de furia por parte del humano, concentró toda su energía de raza en su interior, provocando una terrible explosión que destruyó su cuerpo, llevándose junto con el a los tres individuos que lo bloqueaban.

--Hijo de...

La onda expansiva fue tan terrible que provocó que su cuerpo fuera lanzado a decenas de metros de distancia y, por más que lo intentó, no logró evitar que su querido amigo sufriera el mismo destino. Su cuerpo golpeó el suelo más de diez veces, dislocándose la muñeca izquierda y rompiéndose la clavícula. Su cuerpo bajó por la inclinada superficie, al igual que su amigo. Después de unos cuantos segundos más de duros golpes, por fin su cuerpo se detuvo, su mirada se tornó borrosa, perdiendo el conocimiento en el acto.

•••

--La señora Lucía me mencionó que aprendiste a escribir --Sonrió con calidez--. ¿Podrías escribir algo para mí? --Lo miró, sus ojos deslumbraban la inocencia de un niño, pero la solemnidad de un sabio.

--Solo sé escribir mi nombre. --Dijo con timidez y, con un ligero miedo de decepcionar a la bella dama.

--Eso es increíble --Volvió a sonreir, mirando con sinceridad al jovencito--... Aunque me confesó que le dijiste que lo estabas haciendo por alguien ¿Puedes decirme quién es ese alguien? --Su mirada se tornó ligeramente seria.

--Amm --Pensó por un momento, no atreviéndose a hablar. Su corazón se aceleró, sus manos sudaron, mientras sus piernas se movieron con nerviosismo--. Tú. --Dijo con un tono bajo, apenas audible.

La dama frunció el ceño, no estaba claro si había escuchado su última palabra.

--¿Quién?

--Tú. --Su voz continuó en su tono bajo.

--Me vas a hacer enojar si no me dices. --Hizo un puchero.

--Eres tú. --Se armó de valor, hablando en voz alta, pero su mirada continuó observando el suelo.

La dulce damita se sonrojó inmediatamente, volteando para un lado al no saber que responder.

--¿De verdad? --Preguntó después de un rato de silencio. El jovencito asintió--. Entonces debes darme un beso. --Sonrió con timidez.

--No puedo, no estamos casados.

--Claro que puedes, madre me dijo que cuando un hombre ama a una mujer, él la llenará de besos y, nunca la soltará de sus brazos. --Habló como una pseudaexperta.

--Pero mi abuelita dice que es pecado si dos personas que...

--Todo lo bueno es pecado --Dijo en voz baja--, además, tú me amas ¿No es así? --El jovencito asintió--. Ves, no es pecado si ambos nos gustamos.

--Eso creo. --La miró poco convencido.

--Bien --Se colocó de pie--. Entonces ven y bésame.

Asintió, respiró hondo y se colocó de pie, con extremo nerviosismo se acercó a la damita, acercando sus labios a los labios de ella. Fue un beso de piquito, pero en ese instante, el jovencito sintió como si el mundo entero cobrará un nuevo color, más vivo, más hermoso.

--Ahora soy tuya y, tú eres mío. --Sonrió dulcemente y con astucia.

--¡Señorita Monserrat! --Un gritó despertó a los dos infantes, teniendo reacciones diferentes por la inesperada situación. El jovencito se puso pálido, mientras que la damita miró el suelo con timidez y vergüenza, pero aún con sus mejillas ruborizadas y, su dulce sonrisa. La mujer se acercó con pasos decididos, interponiéndose en el camino de ambos--. Si tú padre se entera de lo que acaba de pasar... ¡Por Dios santo! --Miró al cielo, parecía que el aire le faltaba y la vida se le iba--. Niño ven conmigo. --Lo agarró de la oreja, jalándolo hacia ella.

--Duele, duele, duele. --Repitió, pero parecía que eso a la señora no le importante.

--Señorita Monserrat, aún es un niña, entienda que lo que acaba de hacer no es algo propio de una señorita de su clase --Miró con enfado al jovencito, para ella, él había sido el causante de la situación--. Ven, vamos a la caballeriza, verás si tú madre no te da una buena paliza.

--Sí lleva a Gustavo con su madre, también deberá golpearme, porque ahora es mi esposo y, compartiré la vida con él, como dice mi madre. --Dijo con resolución.

La señora volteó inmediatamente, no creyendo que aquellas palabras habían salido de la dulce niñita que había criado. Al ver su firme mirada, no tuvo más remedio que soltar al niño de su oreja, suspirando al encontrarse acorralada.

--Prometo no decir nada, si usted me promete que no lo volverá a hacer. --Dijo la señora.

--No prometo nada.

--¿Por qué eres así? No ves que aún eres un niña.

--Soy una mujer y, amo a Gustavo. --Se sonrojó de inmediato al ver la sonrisa de su pequeño amado.

--Aún no sabes lo que es el amor y, aunque en el futuro lo ames, nunca podrán estar juntos.

--¿Por qué dice eso, nana Rocío?

--La familia de Gustavo, como decirlo --Pensó durante un buen rato--... No es la adecuada para usted, si usted me entiende.

--No la entiendo.

--Bueno, ya basta. Vámonos, la señora preguntó por usted y, debes ir a cambiarte para la cena.

La dulce damita asintió y, con una mirada tierna y llena de calor infantil observó a Gustavo.

--Adios, amado mío. Aprende a escribir más rápido para que me escribas cartas de amor.

Gustavo asintió, quedándose de pie con una dulce sonrisa.