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Chapter 145 - A las orillas del río (2)

Siete años habían pasado y, con ella la madurez, la responsabilidad y, el entendimiento de muchas cosas que antes se pasaban por alto, sin embargo, había algo que ni el tiempo pudo cambiar: los sentimientos, tan profundos y arraigados en sus corazones, como el hueso al hocico del perro hambriento.

--Será solo unos años, lo prometo. --Se acercó, tocando su suave mejilla.

Agarró su mano, no hizo por quitarla, solo la acercó aún más a ella, con el miedo de perderlo para siempre si lo soltaba.

--Solo nos hemos visto en estos últimos años poco menos de seis veces y, ahora me dices que no te veré hasta no sé cuándo ¿En verdad crees que lo merezco? --Su mirada se tornó húmeda, pero la firmeza no la abandonó.

--No --Negó con la cabeza-- y, te pido perdón por ello... Tu padre ha sido demasiado amable al permitirme que te siguiera viendo, pero sé --Volteó a un lado, con dolor y furia--... que sin un título apropiado, nunca seré merecedor de tu amor a los ojos de la sociedad.

--Gustavo, mírame --Sujetó su mentón, guiándole a observarla--. La sociedad de la que hablas es la misma que no me permite usar ropa cómoda porque tiento a los hombres, que no me deja leer algunos libros porque no seré capaz de entenderlos. Que no me permite amarte porque tú familia no es acomodada --Una lágrima resbaló por su mejilla, mientras suspiraba para dejar salir su complicada emoción--. Gustavo, entiende, a mí no me importa lo que diga la sociedad, o mis padres, solo me importas tú ¿Cuando vas a entenderlo?

Su corazón se aceleró, el sentimiento cálido lo llenó por completo, quedándose momentáneamente sin palabras.

--Pero no puedo deshonrar mi juramento, amada mía --La observó con calidez, pero con el orgullo en sus ojos--. El país me necesita ahora más que nunca, no puedo esconderme y, hacer como si nada estuviera pasando. Mi abuela no me lo perdonaría.

Suspiró, ligeramente decepcionada, pero al mismo tiempo con mucho orgullo por tener al mismo hombre del que se enamoró a su lado, aquel de valores firmes y honor intachable.

--Eso es lo que más me da miedo, pues no quiero perderte. --Dijo con un tono bajo, acercando su cabeza a su pecho. Inmediatamente Gustavo la abrazó, acariciando su cabeza.

--Y no lo harás --Le alzó la mirada--, lo prometo. Y sabes que cumplo mis promesas. --Monserrat asintió, sonriendo suavemente.

--Te amo Gus.

--Y yo mucho más, amada mía.

El viento sopló, dejando caer un par de hojas de aquel árbol que había presenciado el inicio del amor en sus años de infantes, sus discusiones acaloradas y, sus promesas duraderas a la luz de la luna.

El tiempo siguió pasando y, el momento de la despedida llegó.

--Promete que estarás bien. --Lo miró con un enfado amoroso.

--Lo prometo.

--Promete que no buscarás problemas --Gustavo dudó en responder, lo que provocó que el ceño fruncido de la bella dama se endureciera aún más--. Prometelo.

--Me preparo para la guerra amada mía, prometerte que no buscaré problemas será una completa mentira y, no pienso mentirte.

--Al menos prométeme que estarás a salvo.

--Eso si puedo hacerlo y, te lo prometo. --Sonrió, acción que imitó la dama.

Monserrat buscó en la bolsa de su vestido un objeto que había preparado para la despedida, algo muy especial que estaba deseosa de entregarle.

--Cierra los ojos y estira la mano --Gustavo obedeció. Al ver qué su enamorado ya no observaba, dejó caer una ligera cadena en su mano derecha--. Ya puedes abrirlos. --Dijo con una sonrisa complacida.

Los abrió de inmediato, percatándose del frío del metal y la extrañeza del óvalo de plata.

--Déjame colocartelo en el cuello --Dijo ella, Gustavo asintió, entregándole el relicario y dándose media vuelta. Al completar la acción, volvió a observarla--. Cuando te sientas solo, abre el relicario y, ahí estaré, acompañándote en tus aventuras y, protegiendo tu corazón.

Gustavo tomó con su mano el pequeño objeto y, al encontrar el botoncito, lo presionó, tan pronto como lo hizo, una foto de una bella dama apareció.

--Que hermosa ¿Podrías presentarmela? --Sonrió con picardía.

--No arruines el momento, por favor. --Suspiró, aunque estaba alegre que su amado aún pudiera bromear, eso significaba para ella, que todo seguiría como antes cuando él volviera.

--Lo siento. --Bajó la cabeza, pensaba que un chiste le quitaría esa expresión melancólica a su amada.

--Te amo Gustavo, debes recordarlo siempre, soy tuya y tú eres mío. Tenlo presente.

--Eso está grabado en mi corazón, amada mía.

El pitido del ferrocarril hizo su aparición, en modo de advertencia de que se aproximaba a avanzar.

--Parece que ya es momento de la despedida --La abrazó y, sin importarle la mirada de las personas presentes, la besó, sintiendo inmediatamente la experiencia más cercana a conocer a Dios--. Por favor despídeme de mi madre y, dile que la amo --Sonrió, forzándose a no derramar una lágrima por el complicado sentimiento que comenzó a sentir, uno que le decía que era la última vez que la vería--. Y cuídate por favor. Y por lo que más quieras, no dejes que ese desgraciado de Jorge se acerque a ti. No tiene buenas intenciones.

--Lo haré y, no tienes de que preocuparte, jamás lo he visto como algo más que un amigo. --Sonrió.

--Te amo --La besó en la frente--. Y espero que estos próximos años sean fugaces, para que así vuelva a tu lado cuanto antes.

--Yo también lo espero, al igual que tus cartas. --Gustavo asintió con una sonrisa.

--Adios, amada mía.

--Adios, amado mío

Gustavo sujetó su pequeña maleta, volteándose para abordar el tren.

--Vuelve a casa. --Gritó repentinamente al verlo abordar.

--Así me cueste la vida. --Dijo, dejando salir su cabeza para verla, solo para que momentos después desapareciera por completo del campo de visión de la dama.

--Por favor, Mi Señor, haz que vuelva a casa con vida. --Observó el cielo, enviando una oración de todo corazón y derramando un par de lágrimas.

•••

Despertó abruptamente, su respiración era acelerada, su frente estaba empapada de sudor, mientras el dolor florecía en varias partes de su cuerpo. Levantó el torso, observando sus alrededores.

--Sanar. --Dijo en voz baja, reuniendo la energía pura en su brazo izquierdo como prioridad.

Sintió una sensación cálida y, aunque el dolor disminuyó, no se fue por completo. Movió su mano izquierda, comprobando que aún con dificultad, podía hacer uso de ella. Movió el hombro, sintiendo el mayor dolor en esa zona, pero era soportable, sintiéndose aliviado de eso.

--Tuve suerte al elegir está armadura -- Sonrió débilmente--. Parece que aún con todas mis decisiones estúpidas, hay algunas que siguen salvándome la vida.

Se colocó de pie con calma, respirando profundo y, con rapidez recogió su sable tirado en el pasto, llevándolo de vuelta a su vaina. Sus cabellos desordenados cayeron, obstruyendo su ojo derecho. No hizo por acomodarlos, ahora eso no le importaba, estaba impaciente por encontrar a su querido amigo, quién había caído igual que él por la inclinada superficie, pero que por la espesa neblina le era imposible vislumbrar con detalles los alrededores. Pasaron cerca de diez minutos y, en ese tiempo no había conseguido ni una minúscula pista sobre el paradero del pequeño lobo, su pulso comenzó a acelerarse, se acaloró, sintiéndose sofocado por un momento.

--¡Wityer! --Gritó, sabía que no podría responder, pero había una minúscula posibilidad de que sí y, no estaba dispuesto a no probar-- ¡Wityer! --Comenzó a correr, buscando con desesperación--. Vamos amigo, vamos, yo sé que estás aquí, dame una señal.

El crujir de un objeto lo hizo despertar, sintiendo la pesada atmósfera, así como la sensación de peligro, bajó la mirada, percatándose que lo que había pisado no era nada menos que el cráneo de una bestia completamente desconocida para él.

--¡Wityer!

Ya no se atrevió a quedarse de pie, su interior le gritaba que corriera, algo peligroso estaba asechando y, él estaba en el punto de mira. Justo cuando iba a volver a gritar, un poderoso rugido, tan poderoso como el trueno más devastador, con la sensación de opresión al estar de pie en contra de una montaña, con la furia de mil soldados deshonrados, sonó. Gustavo sintió el hormigueo en su espalda, el frío tacto de la muerte, por lo que sin dudar un solo momento, desenvainó.