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Chapter 54 - Cuentos para dormir

El festejo llegó a su fin cuando la luna se presentó en el cielo, la mayoría de personas se despidieron del joven Gustavo, recalcando nuevamente su agradecimiento por los actos heroicos de la tarde.

El muchacho del sable descansaba sobre un banco de madera, recargando su espalda en el contorno de la mesa. Con su mirada perdida observaba el firmamento, mientras que al lado de él, una pequeña niña imitaba su posee.

--¿Es muy bonito el lugar del que viene? --Preguntó la niña, sin dejar de observar el cielo.

--Mucho. --Contestó suspirando.

--Entonces ¿Por qué se fue? ¿No lo extraña?

--Fui obligado... Y, extrañarlo es poco para describir mi anhelo de querer volver, sin embargo, todavía necesito volverme más poderoso para poder hacerlo.

--Su vida es rara. --Dijo la niña. Gustavo asintió.

--Lo sé, pero es la única forma en cómo se vivir. --Dijo en un tono bajo.

--Crisal, es momento de regresar a casa --Interrumpió la señora Ilitia con voz de mando--. Señor héroe, mi hogar no queda muy lejos de aquí... --Comenzó a explicarle la dirección de su hogar.

--Las acompañaré. --Interrumpió de una manera cortés. La señora asintió con una sonrisa.

Gustavo agarró el sable que estaba colocado en la mesa y comenzó a caminar, siguiendo las espaldas de la pequeña niña y su madre. Al poco tiempo llegaron a su destino, la casa frente al joven no era grande, su apariencia no era admirable, el terreno no era muy fértil y, aunque poseía una refrescante sombra gracias al inmenso árbol frutero, nada del lugar destacaba, sin embargo, eso para Gustavo era lo menos importante.

--Por favor, adelante. --Dijo la señora.

--Gracias y, con su permiso. --Respondió Gustavo, entrando con calma al acogedor hogar.

--Crisal, despídete, te llevaré a la cama. --Dijo la señora con un tono serio. La pequeña niña frunció el ceño, haciendo un tierno puchero.

--No quiero.

--Despídete, no me hagas enojar.

--Señor, ayúdeme. --Se acercó a Gustavo, suplicando con una expresión infantil.

--Lo lamento, pequeña niña, yo no tengo poder en este lugar. --Se disculpó en un tono bajo, mientras observaba a Crisal. Ilitia sonrió agradecida.

--Crisal, ya deja de jugar y vayamos a la cama.

--Señor de nombre raro, al menos cuénteme una historia. --Dijo la pequeña niña con dos lágrimas resbalando por sus mejillas. Gustavo la miró, asintiendo después de un momento de silencio.

--Si tu madre lo permite.  --Dijo.

--Mamá, por favor. --Ilitia suspiró y asintió.

--Bien, pero solo uno, no queremos molestar demasiado a nuestro invitado ¿Entendido? --Crisal asintió con una sonrisa, se sentía satisfecha con su victoria.

Gustavo esperó fuera del cuarto, mientras la señora y la pequeña niña se colocaban su ropa de cama, al poco tiempo, una joven señora salió, con el cabello suelto y un camisón largo, Gustavo tragó saliva a ver la hermosa silueta de la dama, debía reconocer que era una mujer muy atractiva. Ilitia se sonrojó al notar la mirada del joven, el padre de Crisal había muerto hace ya más de tres años, por lo que era la primera vez en esos tres años, que un hombre la veía con poca ropa.

--Discúlpeme, señora, deje de pensar por un momento. --El joven bajó la mirada, disculpándose, si lo sucedido hubiera sido en su tierra natal, al menos ya hubiera recibido un par de cachetadas.

--No hay problema. --Dijo Ilitia con una sonrisa cálida, no entendía el comportamiento del joven, pero aunque era extraño, no le molestaba.

Gustavo guardó silencio y, con calma entró a la habitación, era un lugar sencillo, decorado con dos muebles de madera y una cama ancha echa de heno, con pieles sencillas como sábanas. Acostada sobre esa cama, se encontraba una pequeña niña, con una sonrisa en su rostro. El joven acercó una silla y se sentó en ella, mientras que la dama tomaba asiento en un costado de la cama.

--¿Qué historia te gustaría escuchar? --Preguntó el joven.

--El de la reina y el soldado. --Dijo la niña. Gustavo la miró y negó con la cabeza.

--No me la sé.

--Entonces la de la bestia que le aullaba al sol. --Gustavo volvió a negar con la cabeza.

--Lo lamento, pequeña niña, no sé ninguno de esos. --Dijo con un tono honesto.

--Bueno --Frunció el ceño y pensó por un momento--. Cuénteme una historia que se sepa. --Gustavo asintió con una sonrisa y, comenzó a meditar la historia apropiada para contar.

--Te contaré la historia de la comandante Maria del Carmen De la Cruz --Dijo con una sonrisa cálida. Madre e hija se miraron al instante, confundidas, el nombre que había expresado el joven de cabello largo era muy raro--... Hace mucho tiempo, en un lugar muy lejano de aquí, nació una niña en el seno humilde de una familia numerosa. Hija de una costurera y un agricultor y, hermana de siete hermanos varones, su vida hasta los diez años se resumió en aprender el oficio de su madre, así como las costumbres de su pueblo... La pequeña María tenía el corazón de una aventurera, así como la voluntad de un guerrero y la astucia de un zorro --Madre e hija escucharon atentamente, mientras la oscuridad se hacía presente en el cuarto. Gustavo rápidamente creó una llama con su mano, iluminando tenuemente la habitación.

--Magia. --Dijo Crisal maravillada. Gustavo sonrió.

--Como les estaba contando --Retomó la historia--. La pequeña niña era una soñadora, dispuesta a hacerle frente a cualquier cosa que se interpusiera en el camino, sin embargo --Miró a ambas damas--... Aquello que se interpondría, sería ni más ni menos, que una guerra, una que se había estado orquestando desde tiempo atrás... María tenía tan solo quince años cuando todo empezó, una mujer de campo, dedicada a su familia, pero el futuro tenía planeado cambiar eso... Los hombres partieron de sus casas a los pocos días, al llamado de la "Libertad" y "El final de la tiranía" impuesta por reyes con exceso de confianza, sentados en un trono ilusorio de poder... Maria esperó junto con su madre y abuela, el regreso de su padre y hermanos, pero lo único que regresó de ellos, fue --Miró a la niña y guardó silencio, debía cuidar sus palabras, la muerte no era algo que debiera conocer una joven de tan temprana edad--... El cantó del águila en el cielo. --Dijo.

--Así que murieron. --Dijo la niña. Gustavo la miró y no supo que responder, pero al notar que a la madre no le molestaba, optó por no seguir pensando aquello.

--Sí, partieron de este mundo.

--Deben estar ahora con los Dioses en el salón de los héroes. --Dijo la niña con una gran sonrisa.

--¿Salón de los héroes? --Por algún motivo se le hacía conocida aquella frase. La niña asintió.

--El salón de los héroes es la sala a dónde van los guerreros que murieron en batalla con honor --Explicó como si deseara ser parte de ello--. Mi padre debe estar ahí. --Dijo con una sonrisa orgullosa. Ilitia bajó la mirada, no se atrevió a mirar a su hija.

--Sí, ellos fueron al salón de los héroes --Dijo--, provocando que la familia se redujera a solo tres damas y, dos de ellas demasiado cansadas para seguir... María no soportó más la espera de que todo terminara, agarró un par de camisas de su padre, su sombrero y su mosquete, digo, su arco. Y salió de casa... No tardó en llegar al lugar donde reclutaban y, con un disfraz de hombre se unió a la lucha, sus primeras batallas fueron una perdida total, pero con el tiempo, su destreza y astucia la hizo merecedora del sobrenombre: <>, comandante de un pequeño ejército libertario, así como la pesadilla de los hombres leales del imperio. María fue apresada y encarcelada por la traición de uno de sus más cercanos seguidores, pero su nombre tenía un peso terrible, por lo que el día de su condena, un grupo de doscientos hombres invadió la ciudad donde la tenían y declaró una guerra sin cuartel sino era liberada al instante, como advertencia dispararon los cañones a la ciudad, digo, un mago hizo un hechizo de fuego... El señor de la ciudad no pudo hacer nada contra la amenaza de tan brutal ejército, por lo que decidió dejar libre a la comandante, a la señora María del Carmen De la Cruz, alías <>. --Terminó su historia con un tono bajo.

--¿Qué fue lo que pasó después? --Preguntó la niña con una deseo ardiente de curiosidad.

--Algún día te lo contaré --Dijo--. Ahora descansa. --Se colocó de pie y salió del cuarto con pasos lentos.

Gustavo se detuvo, a unos pasos de la puerta, mirando al cielo con una mirada tranquila, aquella historia sobre su patria lo había dejado algo nostálgico.

--Disculpe que pregunte, pero ¿Quién fue esa heroína en verdad? --Preguntó una voz femenina a espaldas del joven.

--La madre de mi padre, mi abuela --Dijo con un tono nostálgico--. De ella heredé mi fuerte voluntad. --La dama se sorprendió un poco, no esperaba que la mujer de aquella fantástica historia, fuera familiar del joven enfrente de ella, pero podía comprenderlo, pues Gustavo también había resultado en un poderoso y misterioso guerrero.

--Tú familia debe estar muy orgullosa, nieto de una heroína y un guerrero muy poderoso. --Dijo Ilitia con una sonrisa.

--Ojala pudiera saberlo. --Dijo con calma, mientras bajaba la mirada. La señora guardó silencio, había malinterpretado las emociones del joven.

--Lo dejaré solo.

--Gracias. --Contestó Gustavo.