--¡Señor! --Gritó la señora con una expresión de miedo y preocupación, para ella, el joven de túnica sucia era solo un transeúnte, una persona que talvez poseía habilidad en el combate, pero no una tan desarrollada como para enfrentar a ese enorme monstruo de ahí. Gustavo volteó, con una expresión relajada.
--En un momento regreso. --Sonrió.
Regresó su mirada ante su oponente de cuerpo robusto y mirada fiera. Agarró con ambas manos su sable, su energía pura, junto con la energía de muerte se sincronizó, mostrando en la hoja un brillo azul-negruzco. El enorme monstruo sintió el peligro en aquella arma de filo, por lo que rugió, intentando intimidar a su oponente. Gustavo respiró profundo y desapareció, apareciendo nuevamente frente a su adversario.
--En verdad no debiste interrumpir mi comida. --Dijo, mientras saltaba y, de un solo tajo separó de su cuello su cabeza, la cual cayó sin resistencia al suelo.
Los habitantes del pueblo tragaron saliva al ver el repentino desenlace, ni en sus sueños más salvajes se atreverían a afirmar lo que ahora veían sus ojos. Algunos de ellos casi hasta lloraron por la emoción.
--El señor es muy fuerte. --Dijo Crisal con una sonrisa. Su madre asintió, pero no expresó ningún sonido.
Gustavo alzó la mirada, observando al ave que volaba en círculos la zona. Alzó su mano y comenzó a convocar la energía de la muerte, su brazo comenzó a doler, pero la sensación era tan minúscula que no le importó. El ave rápidamente evadió e intento alejarse, sin embargo, su velocidad de reacción había sido demasiado lenta, la energía de muerte la agarró y comenzó a chupar su vida con lentitud, el joven frunció el ceño y deshizo su ataque, el dolor había incrementado, haciendo que se le dificultara concentrarse.
--Espero que no vuelvas. --Dijo al ver cómo se alejaba con dificultad aquella ave roja y, con calma envainó nuevamente su sable.
Los lugareños gritaron de jubilo y comenzaron a acercarse con rapidez al joven, quién seguía observando el cielo.
--Señor --Dijo el jefe del pueblo con un tono de respeto--, me gustaría darle las gracias en nombre de toda mi gente. --Gustavo volteó y lo miró con una sonrisa.
--No son necesarias sus gracias --Dijo--, me han alimentado, por lo que eso es más que suficiente para mí. --La nueva pareja se miró con una expresión complicada, talvez antes no se sentían mal por recibir el orbe, pero ahora sí, por lo que querían devolverlo, pero era muy difícil desprenderse de una cosa tan valioso.
--Señor. --Dijo de repente la dama con el orbe en su mano.
--Si me lo devuelven, lo tomaré como un insulto. --Mintió con una mirada seria. La pareja tragó saliva, al igual que gran parte de la multitud, pues ¿Quién en su sano se atrevería a insultar a una persona con tal poder?
--Gracias. --Dijo la dama, ya sin otra alternativa. Gustavo sonrió y asintió.
--Sí no le molesta ¿Podría preguntar su nombre, señor? --Preguntó el jefe del pueblo. La multitud prestó su oído, deseaban escuchar con claridad sus palabras.
--Mi nombre es Gustavo Montes --Dijo con un tono tranquilo, pero digno de elogio. Los lugareños fruncieron el ceño, no comprendieron sus palabras, pero prefirieron no decir nada, no estaban dispuestos a faltarle el respeto. El joven notó la confusión en sus rostros, por lo que rápidamente habló--. Pero también pueden llamarme Gus. --De repente guardó silencio, un recuerdo borroso se deslizó en su mente como una estrella fugaz, porque tan pronto como había aparecido, así de rápido se desvaneció. La gente notó su cambio de expresión, pero nadie dijo nada referente a ello, excepto una persona.
--¿Se siente bien? --Preguntó la madre de Crisal con una expresión de preocupación, mientras se acercaba con calma al joven. Gustavo recuperó la compostura, miró a la señora y sonrió.
--Sí, gracias, solo recordé algo sin importancia. --Mintió.
--Señor Gus ¿Tiene pensado quedarse en este pueblo? --Preguntó el jefe del pueblo con esperanza y anhelo. Gustavo pensó por un momento antes de responder.
--Talvez unos días.
--Puedes quedarte en nuestra casa. --Dijo Crisal repentinamente, estaba deseosa de escuchar las historias que podría contarle aquel joven fuerte. La multitud la miró con el ceño fruncido, claramente sentían que aquella petición insultaba al joven héroe que los había salvado.
--¡Crisal! --Gritó la señora.
--Jovencita, los niños no deben hablar cuando hablan los adultos.
--Soy una guerrera, no una niña. --Dijo Crisal con el ceño fruncido.
--Sí tu madre me acepta, no puedo negarme --Dijo el joven, no sabía porque, pero aquella niña le recordaba a alguien importante para él. El señor del pueblo y la madre de Crisal se miraron al instante, ambos estaban sin palabras, no sabiendo que decir. Gustavo miró a la señora y rápidamente procesó algo que había pasado por alto--. Me disculpo si mis palabras la han ofendido. --Dijo, había olvidado que un hombre no podía quedarse en la casa de una dama, pues estaría manchando su reputación. La señora rápidamente negó con la cabeza, sintiéndose un poco confundida por la razón de la disculpa del joven.
--Sí usted mira a mi hogar como digno para su estadía, yo estaré gustosa de darle la bienvenida. --Dijo con una cálida sonrisa. Las damas solteras en la multitud fruncieron el ceño, claramente envidiaban a la señora.
--Gracias, entonces la molestaré. --Dijo. La señora lo miró confundida, no sabía a qué se refería con su última palabra.
--Si siente que el espacio en la casa de la señora Ilitia es insuficiente, no dude en acercarse, con mucho gusto mi familia le abre las puertas en cualquier momento que desee. --Dijo el señor del pueblo.
--Gracias.
--Aunque esa bestia arruinó el ambiente en la celebración de mi hijo y su mujer, el sol todavía no se ha ido a descansar, por lo que puede continuar el festejo --Dijo el hombre con una sonrisa. La gente en la multitud asintió--. Yo iré a ver cómo se encuentran los soldados de la entrada.
El señor del pueblo se retiró, mientras que los lugareños se fueron acercando nuevamente a las mesas, tomando sus lugares para seguir comiendo, o bebiendo, fuera cual fuera su preferencia.
--Señor de nombre extraño, sígame --Dijo la niña, mientras sujetaba con fuerza la mano de Gustavo.
--Crisal, no seas irrespetuosa. --Dijo Ilitia, alzando la voz.
--No sé preocupe. --Dijo Gustavo, en realidad no le molestaba la actitud de la niña, si debía ser franco, le agradaba que alguien actuara natural, sin sentirse presionados por la posibilidad de insultarlo. La señora asintió, suspirando, ya no sabía que hacer con su hija.