Nos encontrábamos en el Arcade, jugando Street Fighter. Hace ya una semana las clases habĂan terminado, y habĂamos decidido disfrutar de las vacaciones en grupo, y el Arcade era la mejor opciĂłn. La verdad, yo no era tan buena, pero de todas formas me alegraba mucho la idea de estar con mis amigos, pasando un buen rato juntos.
—¡Vamos, Eddie spaghetti! ¿Eso es todo lo que tienes? —vociferó Richie, moviendo y apretando los controles desesperadamente.
—PĂşdrete. —mascullĂł Eddie entre dientes. Ambos eran buenos, solo que Richie era un poquito más bueno que Edds. Pero eso no tenĂa importancia, todo podĂa suceder en las luchas. Incluso Eddie era capaz de vencer a Richie, quien vivĂa en el Arcade, jugando Street Fighter.
—Ya vengo, voy a comprar chocolate. —dije señalando con el dedo gordo la tienda del Sr. Macklin, la cual estaba al frente del Arcade. El Sr. Macklin vendĂa chocolates deliciosos, de todos los sabores y mezclas; chocolate de fresa, chocolate blanco, chocolate con cookies, chocolate con manĂ.
—Si, si. Haz lo que quieras hacer, Cheryl. —los ojos de Richie se mantuvieron pegados a la pantalla en todo momento, no querĂa que Eddie lo venciera.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunto Beverly, yo neguĂ© con la cabeza. —Bueno. ÂżPodrĂas traerme uno de fresa? Por favor. —sonriĂł.
—Por supuesto. Ahora vuelvo.
SalĂ del Arcade pensando en que chocolate querĂa, mi favorito era el chocolate con relleno de crema de manĂ. Siempre, cuando tenĂa dinero, me compraba uno para comerlo despuĂ©s de cenar, aunque a veces me lo comĂa antes de dormir, a escondidas de mamá, ya que no le gustaba que comiera tanto chocolate.
Entre al negocio del Sr. Macklin. Una señora de unos 40 a 50 años de edad buscaba en la vitrina una torta con un precio aceptable. Llevaba unos pantalones de lana de color caqui y un sueter negro. Sus ojos tenĂan un azul intenso, haciendo de su mirada algo petrificante.
—¿En qué puedo ayudarte, cariño? —preguntó la señora con el ceño fruncido y una mirada seria, entonces desvié la mirada.
—Nada. Lo siento. —camine hasta el mostrador con la cabeza gacha, podĂa sentir que me observaba. No sabĂa porque me habĂa quedado observándola por tanto tiempo, siempre hacĂa lo mismo.