—Hola, Sr. Macklin. ¿Cómo se encuentra? —pregunte con una voz dulce, la cual siempre salía cuando hablaba con algún adulto respetable.
—Pues, todo va bastante bien por aquí, ¿y cómo estás tu, peque?
Siempre odie ese apodo. "Peque". Ese apodo era estúpidamente infantil, me hacía sentir pequeña e inútil, como una hormiga. Y esa sensación no era para nada linda, y lo digo por experiencia propia. Aunque no podía quejarme, no quería ser grosera con un hombre como el Sr. Macklin. El no buscaba ofenderme.
—Bien... —dije, interrumpiéndome a mi misma. —...solo quería comprar chocolates.
—Perfecto, ¿de cuales quieres?
—Un chocolate de fresa, otro de maní, y 6 más comunes. —señale las latas con centro de vidrio que exhibían los chocolates. Macklin me miró con intriga. —Es que no se de que sabores quieren los chicos.
Vi como tomaba una bolsa y metía los chocolates. —Disculpe... —dijo la señora, la cual ahora se encontraba detrás de mi, interrumpiéndose a si misma. El contrario levanto la mirada para mirar fijamente esos ojos fríos y penetrantes acompañados por arrugas y canas. Su rostro daba asco. Para tener de cuarenta a cincuenta años, estaba envejeciendo demasiado rápido. — ... Vine a retirar mi pedido. ¿Lo tiene?
—¡Oh, claro! —sus ojos parecían estar llenos de entusiasmo. —Marice lo termino esta mañana, el pastel quedo belicismo, como usted lo pidió. Ahora se lo traigo. —dijo, para luego entrar a la habitación que estaba justo detrás de él.
(...)
Salí de la pastelería exhibiendo la bolsa llena de chocolates, aunque la espera había sido tortuosa, estaba feliz de haber gastado diez dolares en tal exquisita comida. Me adentre en el Arcade sosteniendo la bolsa con fuerza, y busque con la mirada a mis siete mejores amigos, pero mi sonrisa se borró al ver que habían desaparecido.
—¡Déjanos en paz, Henry! —la tierna y asustadiza voz de Eddie resonó en la habitación, haciéndome temblar al escuchar el nombre "Henry". Él era tan inesperado como ver a la Srta. Douglas en un concurso de bikinis. Nunca sabías que iba a pasar estando él presente.
Gire a la izquierda y ahí estaban todos, asustados por la presencia de la Barbie, el Gorila Mayor, La Momia con anorexia y Godzilla Culo Gordo. Esa pandilla de matones con vidas tristes y solitarias como un desierto, la diferencia es que ellos no tienen importancia para el mundo entero.