Es verano en una pequeña villa que no pasa por su mejor momento, lo que alguna vez fueron casas de piedra, cemento y tejas de madera, se hallan en ruinas. Los aldeanos se dirigen hacia la plaza del pueblo. Están en filas con sus rostros llenos de lágrimas; llevan libros y esculturas en bolsas, al ser obligados a tirarlos a una especie de hoguera que arde de manera desenfrenada. Las flamas devoran esas valiosas posesiones que significan tanto para los aldeanos.
Los que mantienen la fila, aquellos que tomaron la aldea. Son seres que, a ojos de los aldeanos, no son otra cosa que demonios azules; blindados en armaduras que ningún herrero mortal sería capaz de forjar.
Sus armaduras azules cubren todo el cuerpo; un exoesqueleto con blindaje que aparentemente, no da espacio para que las armas comunes sean capaces de hacerles daño; poseedores de una resistencia inferior en las articulaciones para mayor movilidad, los cascos que cubren sus rostros, son redondos con un visor polarizado de color azul, que no deja ver los ojos; llevan en las manos rifles de asalto y una pistola en el cinturón de la armadura. Algunas personas se resisten en tirar los objetos a la hoguera, recibiendo como única respuesta el fusilamiento. Los cuerpos son echados a la hoguera; la resistencia de los aldeanos en consecuencia es mermada.
Si los soldados del terrateniente no pudieron contra estos hombres, que no eran ni la cuarta parte de los que invadieron la zona, no queda de otra para los aldeanos que dejarse someter. Esta ejercito armó un campamento en las afueras de la villa y obligan a los pueblerinos a tirar sus artículos religiosos, pero no exigen nada más. No son simples bandidos, ahora ellos son la autoridad y la justicia al grado de que meterse en problemas, es sinónimo de fusilamiento o convierten a los infractores en sacrificios, para lo que según el pastor fue la última esperanza del pueblo. Pobre, no quedó nada de él, cuándo abrió la puerta, lo que fue la maldición de la gente rápidamente se convirtió en la maldición de todos.
Han pasado días y los aldeanos viven de manera normal, pero con el miedo de faltar a la ley; los demonios azules patrullan las calles. Divisan en la entrada del pueblo, a un extraño extranjero adentrándose a paso tranquilo al dominio. Los demonios azules levantan las armas, en alerta por si se trata de algún Templario. El encapuchado los pasa de largo, cargando una maleta a sus espaldas; la mirada del forastero es firme y segura, no se molesta siquiera en hacer contacto visual con los soldados.
El extraño entra a una taberna, llena de mercenarios y forasteros quienes vienen de paso por un buen trago o un poco de calor carnal, capaz de anestesiar el cansancio de recorrer los caminos. Algunos tienen implantes mecánicos, los cuales sustituyen brazos, piernas y hasta ojos. Desde la aparición de los demonios azules, se ha permitido la entrada a los no humanos pertenecientes a grupos rebeldes, que han apoyado las incursiones de los soldados blindados, algo que sería inverosímil para los Templarios.
En el centro se encuentra un escenario, donde mujeres en poca ropa bailan contoneando las caderas para placer del público. Se arrojan moneadas de oro a los pies de las mujeres, pidiendo entre risas alcoholizadas, por un vistazo bajo las cortas faldas o que expongan los exuberantes pechos, apenas tapados por diminutas prendas.
El encapuchado va en dirección al tabernero: un hombre de alrededor de treinta años, de cabello castaño bien peinado, quien lleva un traje elegante conformado por un chaleco gris, sobre una camisa blanca ajustada en un moño rojo; pantalones negros y zapatos a juego. Es de rostro sereno y tranquilo. Posa la mirada en el encapuchado, quien se sienta en la barra; y coloca la maleta a su lado.
—¿Qué te doy, hijo? —Lo recibe amigablemente, mientras limpia una copa de vidrio. El hombre dedica la típica sonrisa de relaciones sociales al agregar—: tenemos de la mejor cerveza del condado y si quieres una noche inolvidable… nuestras chicas te consentirán. Te costará, claro.
Agrega esbozando una sonrisa pícara, apuntando con el pulgar a las bailarinas del escenario, sin cortar el contacto visual con el posible cliente, quien se limita a dar una mirada rápida a las jóvenes, volviéndose a lo que le incumbe; de su mano cubierta por un guantelete carmesí, acerca un papel. La sonrisa del tabernero, se borra tornándose en un rostro de desagrado, al posar los ojos en aquel volante, en el que se solicita el aniquilar al horror que asecha en la cripta.
"Una sentencia de muerte bañada en oro" es como la apoda el tabernero, al ser consciente de que todo quien ha intentado realizar ese trabajo, termina hecho pedazos por aquella monstruosidad. Ha llegado al punto en el que los mercenarios, se han vuelto el sacrificio para apaciguar a la criatura.
—Vengo por este trabajo —dice el encapuchado en voz tenue—, me han dicho que darán una recompensa de quinientas coronas doradas, ya que el ejército no quiere ensuciarse las manos en este tipo de cosas.
—Te das cuenta de que lo quieres hacer es imposible, ¿cuántos años tienes? —pregunta el tabernero, preocupado al ver parcialmente el rostro del encapuchado, quien aparenta una edad que no llega ni a los 30.
—La edad suficiente como para pertenecer a la orden de los guardianes, amigo —presume el joven, esbozando una sonrisa ladina, viéndose seguro y desafiante ante cualquier peligro—. Vivo para la cacería de monstruos
El tabernero suda frio, ve al joven con una expresión que mezcla el miedo y el desagrado, para luego suspirar resignado. La conversación es interrumpida, cuando tres mal vivientes se acercan a la barra con cara de pocos amigos.
—Vaya, miren los que nos trajo el viajero… creo que no escuché bien, ¿dijiste que eres un guardián de Trisary?
Exclama un fornido hombre de piel cobriza, con una altura que ronda los dos metros y medio. Sus ojos son de color amarillento, como los de un lobo; posee una sonrisa de oreja a oreja exponiendo una blanca dentadura con colmillos puntiagudos. Porta un casco de guerra con punta de flecha; su pecho es protegido con un peto resistente a los impactos de bala, y debajo de la armadura, se cubre con una camisa de piel de oso, la cual carece de mangas, exponiendo los fuertes brazos marcados con cicatrice. Dos botas de piel y unas muñequeras a juego en cada brazo, cuyas manos, sobresalen largas uñas. Lleva unos pantalones de lana ajustados por un cinturón, en el que descansa una pesada hacha de guerra capaz de penetrar armaduras, en la vaina en el lado derecho, y un revolver enfundado en el lado izquierdo.
«Un hibrido de hombre bestia…».
Piensa el joven, analizando a ese mercenario, entonces se fija en los otros dos hombres con ropajes similares: el segundo mercenario lleva un parche sobre el ojo derecho y el tercero tiene la cara picada, en aglomerados granos rojizos de puntas blancas. A diferencia del que parece ser el líder, los otros son completamente humanos.
—¿Y que tiene si lo soy? ¿habría algún problema? —El joven los mira por encima del hombro, tenso como un arco, apuntando las saetas a la cabeza de cada uno de esos hombres—. Solo quiero hacer mi trabajo. Nada más, ni nada menos.
—No pude evitar escuchar tu solicitud. —dice el hombre bestia—, nosotros somos veteranos de guerra, vinimos primero desde muy lejos por el contrato de matar a la abominación; por lo que no permitiremos que un mocoso salido de un monasterio de payasos, nos venga a quitar el trabajo. Te doy dos alternativas: te vas del pueblo en una pieza o nosotros te vamos a sacar en varias bolsas negras… ¿entendiste? —Posa la pesada mano sobre la cabeza del chico, poniendo cierto grado de presión en el agarre, dando peso a la agresiva advertencia.
—¿Qué puede hacer un mocoso? dime… —El tuerto se fija en los ojos del joven, tan rojos como la sangre, percatándose que no es un ser humano cualquiera. En vez de sentir miedo, ese aire de superioridad se incrementa—. ¿qué se supone que eres? ¿un alterado? ¿un mago? … o un asqueroso maldito —expresa burlesco, agregándose una connotación despectiva en la última frase—. A esos si no los tienen crucificados o con sus cabezas en picas, los vuelven armas vivientes, hasta que se vuelven locos y los mandan a dormir como perros.
El joven guerrero permanece callado por esa pregunta, en la sombra de la capucha resplandecen dos ojos carmesís, los cuales desprenden un profundo desagrado dirigido a los agresores.
—Por tu apariencia, parece que no te has despegado de la teta de tu madre… o la verga de tu padre —espeta burlón el picado, sujetando el mango del hacha enfundada.
Los mercenarios se echan a reír; piensan que han amedrentado al joven, quien simplemente se levanta, y aparta de un manotazo el agarre del gigante; limitándose mirar a cada uno de los hombres armados, desde los pies a la cabeza, analizándolos.
A comparación del enorme tamaño de ese hombre bestia, el encapuchado mide un metro ochenta. Las provocaciones en lugar de romper su temple, lo hacen esbozar una sonrisa espelúznate, que de a poco se transforma en una risotada burlesca irritando a los mercenarios, quienes desenvainan las armas.
—Ch-chicos… por favor resuélvanlo afuera. No me hagan llamar a los guardias… s-se los advierto —dice el cantinero titubeante, pero es ignorado
—¿Cuál es tu elección, engendro? última advertencia —pregunta el pelirrojo. El encapuchado mira a los lados, percatándose que varias personas se retiran sigilosamente del establecimiento, mientras que otros se mantienen a la expectativa de lo que está por suceder; y el cantinero se oculta agazapado atrás del mostrador, dándose un corto, y afilado silencio—. Cruzas el umbral y te vas de este pueblo en una pieza, o te sacamos en varias.
—Una advertencia —dice levantando la mirada—, me dejan hacer mi trabajo para ganarme el pan o voy a quitarlos del camino —responde desafiante. Una afilada sonrisa arrogante se deja ver bajo la capucha, no viéndose ninguna muestra de temor.
En un alarido belicoso, el tuerto va a la carga, lanzando un tajo con el hacha contra el guerrero, quien evade el ataque moviéndose al costado. El resto del grupo se abalanza; creen que la superioridad numérica les garantiza la victoria; entonces el encapuchado se quita la capa y se las tira encima, frenando por un instante el avance de los dos hombres.
El guerrero es un joven de cabello corto, color negro oscuro de ojos rojos como la sangre, emanantes de una mirada ardientes. Sus rasgos lo identifican como un hombre con porte de guerrero; piel bronceada con varias cicatrices en el rostro, una de forma vertical pasando sobre su labio, una línea vertical corta por encima de su ojo derecho, aunque este se mantiene sano; otra en línea horizontal que pasa sobre su nariz y la ultima en su mejilla izquierda. De complexión musculosa. Viste una especie de armadura completa de color carmesí, con un exoesqueleto, con una cota de malla en los pequeños estrechos donde no cubre el místico blindaje; en ambas hombreras son adornadas por pinchos. Alberga una gargantilla, y en la cintura carga un cinturón táctico. La coraza no es muy diferente a los demonios azules.
«No puedo ocultar lo que soy; espero que lo sucedido en Vomiza no haya llegado aquí. Con suerte pensarán que porto una herramienta mágica», piensa el guerrero carmesí.
En el cuello de la armadura roja del chico, emergen tentáculos pequeños y delgados de apariencia frágil, como gusanos de tierra que, a una velocidad alarmante, crecen en tamaño alargándose a modo que podrían ser confundidas por serpientes. Aquellas protuberancias fibrosas no tardan en cubrir por completo la cabeza, exponiendo únicamente los ojos. El joven permanece inmutable, como si este acto tan extraño fuese natural, al ser llenado por un sentimiento cálido de no estar solo. El amasijo de tentáculos temblantes, toman forma endureciéndose en un falso metal, al forjarse el imponente yelmo carmesí de protección completa. Posee dos cuernos planos que sobre salen de la frente, y apuntan hacia atrás, formando una media luna, mientras que un tercer cuerno cónico, cobre salen en la parte del hueso parietal.
La máscara tiene varios agujeros en la parte de la boca, a modo de respiradores. Los orificios en donde se hallan los ojos, se encienden dos fulgores verdes que cubren por completo los globos oculares, en una mirada llamante, desprendiendo estelas esmeraldas cual espíritu de lucha manifestado. Del guantelete de la armadura carmesí emergen a una velocidad acelerada, unas protuberancias cuya forma acuosa, se agranda al construir una larga espada afilada.
La taberna es llenada por gritos escandalizados, más de la mitad de los clientes huyen despavoridos gritando palabras como demonio o aberración. Los únicos que siguen de pie frente al guerrero, son los atónitos mercenarios, impactados por aquella transformación.
—¡Lo sabía! ¡Es un maldito! ¡Sus ojos carmesíes lo delataban! —vocifera el tuerto.
Durante la confusión del dúo, el tuerto vuelve a la carga dirigiéndose a la retaguardia. El guardián reacciona al propinarle un corte ascendente, lo que desvía el golpe del hacha del oponente, rompiendo su balance, y entonces continua en un segundo tajo, rebanando en línea horizontal el torso del mercenario, liberándose un riachuelo de sangre, esparcida sobre el piso; desatando el pánico en las masas aglomeradas.
El tuerto presiona el vientre sangrante, escapándose media tripa colgante; retrocede apoyándose en el mostrador. Los dos mercenarios alzan las armas en conjunto, en plan de vengar al compañero caído.
El pelirrojo propina un tajo horizontal por el flanco derecho, dirigida al cuello, exactamente donde la gargantilla no lo protege, cortando solamente el aire, ya que el guardián gira en su propio eje. Aquel mercenario mira por el rabillo del ojo, como en un segundo ese guerrero carmesí se traslada al lateral izquierdo, y finalmente propinando un codazo, el cual colisiona contra su cien.
Gotas de sangre salpican el suelo; el pelirrojo resiente un extremo dolor, como si el cerebro le explotara al recibir el potente impacto. Cae rodando sobre el piso y tras unos segundos logra ponerse de rodillas, sujetándose la cabeza, aun aturdido a pesar de la protección del casco, resintió el daño.
El picado prosigue arrojando un golpe de su hacha contra el guardián, quien desvía el arma con un tajo de la espada, seguido de una puñalada en el muslo, empujando al picado fuertemente contra la pared, emitiendo un sonido de golpe seco en el choque.
El hacha del mercenario, se resbala de entre los dedos debido al dolor; antes de caer al suelo es tomada por el guerrero rojo, girándose a una velocidad sobre humana choca el acero contra la espada larga del aturdido pelirrojo, haciéndolo retroceder torpemente, al seguir mermado por el golpe pasado. El guardián se gira en dirección a la barra, donde agoniza el tuerto; al detectarlo pasa a arrojar el arma, dando de lleno en la cara entre ceja y ceja, partiendo el cráneo en dos.
—¿Todavía quieres seguir? —En temple de acero, el guardián arroja esa pregunta hacia el ultimo mercenario en pie. Aquel hombre bestia baja el hacha, como si se estuviera rindiéndose, para que al segundo desenfunde la pistola, apuntando directo hacia el yelmo astado. El guardián estalla en alarma, temiendo por el daño colateral, vocifera—: ¡todo al mundo al suelo!
Los pocos clientes que siguen en el local, amontonados en la salida, acatan la petición tirándose pecho tierra, y solo escucha el rugir del cañón. El guardián levanta ambos brazos a la altura del rostro en defensa contra las balas, las cuales impactan sobre la envergadura de los brazaletes, en donde son comprimidas sin causar ningún daño hasta el cargador del arma finalmente es vaciado.
El mercenario se prepara para recargar el arma; no obstante, esa furia vengativa se rompe como el vidrio, y expone el más puro terror al presenciar por primera vez, algo que ninguno de sus contratos lo ha hecho enfrentar.
De la espalda del joven, emergen tres largos apéndices compuestos del material de la armadura roja. Se mueven como flexibles tentáculos de contextura metálica, por órdenes del poseedor de la armadura, como si fuesen parte de su organismo en una unión simbiótica.
—¡Eres un d-demonio! ¡Maldito seas!
Al borde del llanto, el mercenario retrocede aterrorizado, rompiéndose todo temple; entonces dispara histérico hasta vaciar el cargador y todas esas balas son bloqueadas por los tentáculos, al cruzarse delante del joven como un escudo impenetrable.
El guerrero deja ir una pequeña risa, sintiendo una sínica burla por la comparación que le ha hecho. No es un demonio ni por asomo, es algo más; un ser de una clase temida, y repudiada en los reinos de dioses y hombres. Arroja los tentáculos, estirándose en potente estocada; empala al hombre bestia por medio del torso, reventándolo como un enorme globo de sangre, tripas y grasa.
Las entrañas se riegan por las paredes; la tranquila taberna se ha convertido en un parpadeo en una oda al a carnicería. Todo el mundo se vuelve loco; un estallido de gritos retumba entre las paredes del bar, algunos no pueden contenerse y vomitan el contenido de sus estómagos debido a la brutal masacre. En medio del caos, llaman a los guardias desesperados.
El guardián retrae los tentáculos, liberándose del cadáver destripado, dejándolo desplomarse sobre el charco de carnes crudas reventadas. Los apéndices rojos regresan a absorberse en la espalda de su portador; desaparecen como si nunca hubiesen existido. El guerrero carmesí ve de reojo al picado inmovilizado en la pared: sus brazos cuelgan cómicamente, como una marioneta despojada de sus cuerdas, la cual observa a sus pies, en un gesto perdido y sin vida con la piel pálida. La hemorragia del muslo emana incontrolable, muriendo desangrado.
El paralizado tabernero sale de su cobertura, muerto de miedo apoyándose con ambas manos en el mostrador; no puede hacer otra cosa que observar todo lo sucedido. Los ojos se abren como platos, y la quijada cuelga. Tembloroso, casi al borde de perder el equilibrio al ser mermado por las náuseas, por fin mide palabra:
—Está bien, el trabajo es tuyo. En las ruinas de las afueras de la ciudad, ahí encontraras... —Se ve interrumpido con la llegada de cinco demonios azules; sus armas de fuego apuntan con un puntero láser a la cabeza del muchacho.
—Danos una razón para no volarte los sesos a aquí mismo —dice el que parece ser el líder del pelotón, su casco posee un visor amarillo y las hombreras eran más anchas. Parece que hablaba por medio de un megáfono.
—Quiero el trabajo para matar a la quimera, soy un guardián de Trisary —dice el guerrero en un tono serio, al colocarse de rodillas, con sus manos de tras de la nunca—. Tengo una identificación que es prueba de ello. Estos tipos trataron de matarme, meramente me defendí
Los soldados se miran los unos a los otros, aunque sus rostros están cubiertos con los cascos, uno de ellos ve la masacre, para luego mirar a los ojos de joven y da un paso al frente.
—¡Es uno de ellos!, ¡es uno de esos alterados! —grita el soldado.
—Tranquilícese soldado. —El que parece ser el líder pone la mano en el hombro del soldado—. Lo llevaremos con el comandante Forge; él decidirá qué haremos con este sujeto, además, por mí lo enviaría con ese monstruo para que se maten entre ellos, así estaríamos mejor.
—No estoy pintado, escucho todo lo que dicen ¡y si! Yo mataré a esa cosa. —Intenta tener un aire de superioridad, pero se ve que esta algo nervioso. Sabe que estos no son soldados que se pueden tomar a la ligera.
—Silencio escoria, tú vienes con nosotros. —Lo calla uno de los soldados; le hace la señal para levantarse y lo encamina a salir de la taberna.
Los soldados del libre pensamiento escoltan al guerrero a las afueras de la villa. Uno de los guardias mantiene el rifle de asalto apuntando a las espaldas del guardián, irritándolo. En el camino, el guardián se hunde en sus pensamientos. Razona sobre estos denominados demonios azules, recordando algunas de sus experiencias con los credos.
Este tipo de experiencias las clasifican como "traumas que deben suprimirse de su currículum de servicio". El guerrero solo busca ganarse la vida matando monstruos. Ha sido atacado por extremistas de todos los credos en varias ocasiones. Incluso cuando ellos han sido sus empleadores.
Ha escuchado de sus bocas justificaciones absurdas como: "Insultaste a nuestro Dios", "¡No quemó al demonio vivo!", "Te has recargado sobre una sagrada escultura", "¡Le has dado la espalda a nuestro Dios!" "Llevas la cabeza de una mantícora en su espalda, es señal de que es adorador del demonio".
Casi le crucifican, solo porque estuvo fornicando con una mujer que conoció en un bar, sobre una roca en un prado lejos de las villas; según esa piedra es el símbolo de castidad y era la hija del pastor, quien se supone hizo una promesa de ser virgen hasta el matrimonio. Ni si quiera era virgen. Y le dejó picazón, pero nada que un buen médico no pueda curar
El guerrero tiene una relación de amor y odio con el libre pensamiento, así es como se hacen llamar el país de origen de esta armada. Odian todo lo religioso, si ven algo de esa índole no dudaran en destruirlo en la cara de los creyentes. Lo único que les faltaría, sería enseñarles el dedo de en medio justo en la cara a los creyentes. Sin embargo, no le harán daño a nadie si no trata de impedir que destruyan la religión. Muchos los llaman los verdaderos asesinos de dioses.
Finalmente llegan a un campamento militar no muy lejos del pueblo. Tienen varias tiendas rodeando el lugar, incluso puede ver un tanque de guerra y a varios soldados, quienes llevan provisiones. No hay tantos como él hubiera esperado, son como dos escuadras las que le llevan a la tienda más grande.
Al entrar hay un escritorio con papeles regados, sentado se encuentra al que parece ser el comandante; tiene una de esas armaduras, pero es de color marrón oscuro, en las hombreras, y en el pecho tiene marcas de garras, y quemaduras, mostrándolo como un guerrero que se pone a la vanguardia. No porta casco, dejando al descubierto el rostro de piel morena con cabello negro de corte militar; un rostro de facciones gruesas de un hombre de mediana edad con una mirada cansada.
«Son muchos hombres para capturar a una sola persona», el comandante se encuentra intrigado por el suceso, mirando fijamente al preso. Al ver los flamígeros ojos verdes del yelmo, reconoce al guerrero carmesí como un ser inhumano, nada que ver con los Templarios—. ¿Y este tipo quién es? —expresa indiferente, al levantarse de la silla.
—Es un guardián de Trisary. Mató a tres mercenarios en la taberna de Palistria y dice que vino para ir a la mazmorra.
—Esos tipos me agredieron, meramente me defendí —se excusa Drake.
—Me importa un carajo la vida de esos desgraciados, siempre y cuando me resultes útil. —El comandante Forge posa la mano en su mandíbula con una expresión pensativa, pasan un par de segundos hasta que vuelve a hablar—: saca tu insignia para ver si eres la persona que solicité y quítate el casco, por favor.
«¡Al fin! Es hora de callar a estas perras».
Con un mejor ánimo, las flamas esmeraldas se tornan en ojos carmesí y el yelmo se desactiva convirtiéndose abriéndose al a mitad, como si fuese una enorme cresta, exponiendo el rostro. Las dos mitades se vuelven gelatinosas y son absorbidas por la armadura. Los soldados que escotan al guerrero, retroceden preparando sus armas. En cambio, Forge da un chiflido de impresión manteniendo la calma y levanta la mano, en un ademan para que sus hombres se mantengan serenos.
El guardián saca de las bolsas del cinturón, una medalla cuyo emblema tiene la forma de una espada cuya hoja se plasma una quebradura. Se la entrega al comandante, quien sonríe tras darle la primera mirada. Ve el reverso de la medalla, donde se ubican los datos del guerrero.
—Tu nombre es Drake Wolf Réquiem. Tienes... ¿Veinte años?... eres bastante alto y fornido con cara de mocoso de quince. Da igual, perteneces al gremio "Los lobos de la noche". ¿porque pusieron ese nombre?
—Según es por el golpe de estado que hicieron en el reino de Trisary, era un bebé en ese momento, así que no tengo idea que pasó ahí; solo sé que ocurrieron cosas muy raras.
—Bien. Tu religión está en blanco… ¿qué significa? —Le dirige una intensa mirada, como si le estuviera dando una advertencia.
—Llevo el código de los guardianes al pie de la letra, señor. —Drake sonríe enorgullecido, esos años en la Balsa, donde le enseñaron a hablar con la gente para solicitar contratos están dando sus frutos—. Admiro al libre pensamiento. Ustedes hicieron a un lado la religión y han obtenido tecnología que iguala a la magia, pero dejemos ese tema de lado; me limitaré a hacer mi trabajo.
—Vamos bien, niño… —Forge se complace por esa respuesta—, en cuanto a tu poder, dice que se llama la sangre de los caídos. ¿cómo funciona? solo dime algo breve, entiendo que muchos prefieren guardar sus mejores trucos.
«¡Por el delicioso coño de la diosa Axecelia! Me disgusta un poco tener que explicar esas cosas. Pero todo por las putas y la plata» —piensa fastidiado—, es mi armadura, soy un "portador". La forma en que obtuve mi poder me la reservo. La armadura vive dentro de mí y sale cuando se lo ordeno, funciona a mi imaginación lo que me da la capacidad de crear armas blancas, tentáculos, entre otros. Cambiando de tema, quiero hacerle una pregunta sobre la quimera.
—¿Qué quieres saber? —cuestiona poniéndose serio y entrelazando sus manos. Recarga los codos en el escritorio.
—Ustedes tienen todo un arsenal. ¿Por qué no han podido matar a una quimera ustedes mismos? o por lo menos tapar la entrada de la mazmorra.
La verdad Drake se da una idea de los motivos, no obstante, él quiera que Forge le diga los detalles; ellos están armados hasta los dientes, pero el lugar es territorio del monstruo. Anteriormente el guerrero rojo vio la mazmorra desde afuera cuando los guardias no miraban, y con solo una leve mirada al interior fue testigo de la inmensa oscuridad, no podían mal gastar soldados en algo así.
—No puedo perder a mis soldados en esto —explica pasándose la mano sobre el cabello. Las facciones del hombre se endurecen, denotándose el estrés—. Ese lugar era una vieja fortaleza de los elfos; es un laberinto con pasillos trampa y múltiples entradas en los alrededores. Intentamos tapar una de las cavernas, al día siguiente la enorme roca que pusimos, fue completamente destruida… una señal de que no podemos frenarla.
—La quimera se está fornicando a este pueblo como a ustedes. —Sonríe elocuentemente. Forge no parece molestarse por lo que Drake ha dicho; hasta puede ver un indicio de una sonrisa en su cara, pero se queda en eso, un indicio.
—Los refuerzos están limitados en los alrededores para asegurar el área de cualquier ataque de emergencia del terrateniente, o algún reino que cree en uno de los otros tres credos. Además, tengo a varios de mis hombres frenando el avance de necrófagos en las montañas; esas plagas tienen un alto potencial destructivo y no pienso ignorarlas.
—La mazmorra es su escondite… eso no explica de donde vino. —Drake lanza el ultimo cuestionamiento; "un guardián debe estar al tanto de cada detalle" uno de los dichos aprendidos en la Balsa.
—Según los aldeanos… en la víspera de nuestro asedio al pueblo, el pastor contrató un mago novato… uno que apenas tenía una pelusa en la cara, un idiota don nadie. —Forge se fuerza en hacer memoria, esos interrogatorios tienen su tiempo—. Entre los dos hicieron un ritual de invocación en la mazmorra; esperaban traer a un monstruo con el cual poder hacer un contrato de familiar y usarlo de arma… quisieron morder más de lo que pudieron comer. —Ríe sínico al agregar el resultado de esa maniobra desesperada—: el idiota del mago salió gritando enloquecido de la mazmorra… se sujetaba el brazo mutilado, le habían reventado el hueso de un golpe con todo y musculo; le colgaba por algunos guindajos… se desplomó al llegar a la plaza.
—¿Encontraron los restos del pastor? —pregunta Drake.
—No… fue la cena de esa cosa… cuando llegamos, la quimera inició su matanza… es una lástima, se pudo haber evitado. Pocos antes días de nuestra invasión, me reuní con el pastor para hacer algún trato, pero ya sabes cómo son esos… fanáticos… —dice fanáticos con una connotación despectiva—, la quimera convirtió ese lugar en su casa. Envié algunos soldados a el lugar y jamás volvieron; esa cosa sale a comer por las noches. Destroza y mata todo lo que ve indiscriminadamente; su fuerza y velocidad es imbatible. No podemos usar nuestra artillería pesada cuando sale a cazar, es muy rápida en terreno abierto. No podemos plantar bombas o sellar el lugar, ya que uno de mis exploradores por su comunicador me notificó que había oro escondido en el lugar; nuestro material es escaso, debemos reservarlo por si llega una incursión Templaría.
—Me ocuparé del contrato… pero primero. —Drake se acaricia el estómago, soltando una risa nerviosa al dar la siguiente petición—: Me gustaría que me dijera de un lugar donde pueda comer algo. Llevo varias horas de camino, sin encontrar ni una muestra de civilización antes de llegar aquí y se me acabó la comida.
—Está bien, deja tus cosas en una carpa de tu elección y nos vemos en dos horas en la entrada, a la cripta. Si cumples el contrato, te daré tu dinero y perdonaremos lo sucedido en la taberna —agrega el comandante—, el tabernero y de los pocos presentes que pudieron atestiguar, dijeron que los mercenarios comenzaron, aunque la mayoría de los testigos incita que te matemos de todas formas por tu naturaleza. Pero no somos como los Templarios, así que no desperdicies la oportunidad que te estoy dando.
—Se lo agradezco —dice Drake—, no lo voy a decepcionar.