Dentro de un bar, al fondo del todo, donde, ya difícilmente llegaba la luz de las antorchas, se encontraba un hombre con una cabellera negra, aunque esta estaba tapada por una capucha con una capa que le cubría todo el cuerpo. Con la mirada perdida y como un robot, levantaba su vaso automáticamente, hasta que finalmente se lo termino. Sin dejar de tener la mirada perdida, un sinfín de expresiones se le pasaron por la cara; una sonrisa, una mueca de preocupación, una de seriedad… Ahora mismo se encontraba teniendo una batalla contra el mismo dentro de su cabeza.
– ¡Las bestias han atacado de nuevo! – El grito de un hombre rechoncho lo despertó de su estupor, aunque esto le sorprendió, la declaración del aquel hombre no lo hizo, es más, esperaba que esto sucediera tarde o temprano. – ¡Por todos los dioses, Darson, respira y explícanos que ha pasado! – Dijo el barman dándole un vaso de agua para que se hidratara. – Han encontrado nuevos cadáveres… En la salida del laberinto. – La cara de todos palideció al escuchar las graves noticias que traía el hombre.
Un silencio abordo el bar debido a que cada persona estaba absorta en sus pensamientos. – Hace bastante que no actuaban – Fue la primera voz que se escucho en el bar. – Si… Todos se habían olvidado parcialmente de ellos. – Dijo otra voz complementando la frase de la persona anterior. – Dicen que los cadáveres estaban hechos pedazos. – Dijo el rechoncho Darson una vez se recupero del agotamiento. – Debido a eso, aún no han podido identificar a las víctimas, así que no se sabe quiénes son. – Añadió, otra vez Darson manteniendo su mirada en el vaso de agua que el Barman le había servido.
Otro silencio acogedor se apodero del bar. Poco a poco algunos murmullos se empezaron a levantar, hasta que una voz se alzo sobre todas. – ¡Señorita! ¡No puede hacer eso! – El grito hizo que todas las personas lo miraran; el hombre, al percatarse, agacho un poco la cabeza, disculpándose con todos. Los murmullos volvieron, convirtiéndose en gritos al cabo de un tiempo, donde cada persona daba su opinión sobre lo ocurrido. Unos contaban las leyendas que se escuchaban, incluso al otro lado del océano. El terror de las bestias había surcado los mares gracias a estos hombres mercantes que transmitían de boca en boca las historias que se contaban.
El hombre encapuchado sonrió levemente y se levanto de su silla, ya había escuchado suficiente, era hora de volver. Nadie se percato de su salida, todos estaban sumidos en sus discusiones. Justo cuando cruzo la puerta del bar, una voz volvió a alzarse sobre las demás, aunque esta vez era la de una mujer. – ¿Por qué no entramos al laberinto y confirmamos si todas esas historias son ciertas? – La voz era poderosa y suave a la vez, causo que todo el bar volviera a estar en silencio por unos segundos, hasta que las risas estallaron por doquier.
El hombre detuvo sus pasos y miro vuelta a la puerta del bar, pensativo. No sabia si esa mujer era estúpida o muy audaz. Había una simple razón por la que las bestias del laberinto seguían ocultas; El miedo a lo desconocido. Todo ser humano le aterroriza aquello que no puede ver, le produce un rechazo natural. Gracias al miedo, las bestias habían ganado una popularidad que retumbaba más allá de Oblivium, daba igual quien fueras o a que familia pertenezcas, mientras entraras al laberinto, estate seguro, que no saldrías nunca.
Aquella mujer había propuesto algo que ninguno de esos hombres se les había pasado por la cabeza. Entrar y hacer frente a sus miedos. Algo que muy pocas personas lograban. El hombre solo pudo sonreír aún más, era interesante que hubiera alguien así en la zona noble y que el no supiera quien es. Por un momento se vio tentado por entrar otra vez al bar y ver quien era la mujer, pero detuvo su curiosidad, debía volver, ya había estado fuera por mucho tiempo. Reanudo sus pasos y camino hasta más allá de la plaza central.
Debido a los cuerpos que se encontraron en la entrada del laberinto, tenia que tomar un desvió para entrar. Evito a toda la multitud y se dirigió a unas casas que se encontraban a varios metros de la entrada. Cada casa tenía una pequeña separación que impedían que se tocaran, debido a los deslizamientos, estas separaciones no eran todas iguales, causando que algunas fueran más anchas, convirtiéndolas en pasadizos, permitiendo el paso de una persona. La mayoría de estos pasadizos eran callejones sin salida, pero había uno en concreto que te llevaba a la parte mas profunda del laberinto, aunque esto no era nada cómodo debido a las imperfecciones de las paredes, haciendo que algunas partes fueran más angostas. Por supuesto, este pasadizo era secreto, incluso dentro del laberinto, solo era conocido por muy pocas personas.
Una vez llego al final, respiro profundamente, odiaba los lugares estrechos, le recordaban demasiado al pasado que pretendía dejar atrás. Acostumbrando sus ojos a la oscuridad, visualizo el camino que debía seguir, paso a través de un callejón, luego cambio de dirección y atravesó otro. Solo aquellos que pertenecían al laberinto no encontrarían sus movimientos erráticos. El hombre estaba siguiendo el camino que había recorrido durante años de forma fluida y sin detenerse. Después de unos minutos, pudo ver a una persona parada delante de la puerta de uno de los edificios. – No hacia falta que me esperaras, Yamn. – Esbozo una pequeña sonrisa mientras se dirigía hacia su viejo amigo. – Es mi obligación Kelox, si no lo hago, solo haras cosas imprudentes como la que acabas de hacer. – Dijo el frunciendo el ceño y llevando su mano al pomo de la puerta que tenía detrás de él. – Entremos, alguien quiere hablar contigo. – Escuchando la sugerencia de su amigo, cruzó la puerta del edificio.
En el interior estaba completamente oscuro al igual que el resto de lugares dentro del laberinto, ellos no usaban ni antorchas ni velas, se habían adaptado a la oscuridad de forma que podían ser capaces de ver como si estuviera de día sin necesidad de utilizar sus ojos, gracias a esta habilidad la fama de las bestias se había hecho tan famosa. Esta capacidad fue desarrollada por Kelox cuando llego al laberinto, mas bien, fue el instinto de supervivencia el que lo obligó a progresar de esta forma. Las bestias no son los únicos seres que se esconden en la oscuridad del laberinto, hay otras criaturas que han convivido con ellos, criaturas que se mantienen apacibles por ahora, pero que en cualquier momento pueden desatar su ira, trayendo un infierno a la ciudad de Tambert y al reino de Oblivium.
Sentado en una de las sillas de madera se encontraba una mujer, esta tenía el cabello negro al igual que sus ojos, llevaba una camisa blanca, aunque esta estaba manchada con algo de suciedad. Su tez era pálida, y tenía algunas pequeñas cicatrices en la cara junto con una expresión tranquila. Cuando vio a Kelox, la tranquilidad de su cara se empezó a apagar, volviéndose más pesada. – Kel, no debiste salir, debido a esos traficantes, las cosas afuera están complicadas. – Dijo la mujer con un tono grave y tocándose el entrecejo intentando calmar su enfado. – Mantén la calma, Aria, necesitaba comprobar algo. – Dijo Kelox intentando apaciguar su ira mientras se quitaba la capucha y la capa.
– ¡No puedo mantenerla Kel! Las sombras cada vez están más activas… ¡Habrá un momento en que ya no las podamos controlar! – Viendo la tranquilidad de Kelox, su ira, no, más bien su frustración exploto. Esto no lo sorprendió, una vez termino de doblar la capa, se sentó en la otra silla que se encontraba enfrente de Aria y la miro fijamente con una pequeña sonrisa. Consiguiendo solo agravar la situación, la cara de Aria se puso roja al principio, quería explotar y gritar a los cuatro vientos, pero no lo hizo, respiro hondo y se obligó a calmarse. Volvió a mirar al hombre que tenía delante y le devolvió la mirada con unos ojos que solo transmitían pura decepción. – No te reconozco Kel, desde su muerte, ya no eres el mismo, ella-. – ¡Aria! – Antes de que pudiera terminar la frase, Yamn que estaba detrás de Kelox, soltó un grito causando que su mirada se moviera a él.
Tenia el ceño fruncido, aun mas de lo normal, la miraba con ira, esto la trajo de nuevo a la realidad y sabía que había cometido un error. Desde su muerte, se convirtió en un tabú hablar de ella enfrente de Kelox. Su partida había causado que el se perdiera en un profundo dolor y desesperación, perdió todas las ganas de seguir adelante. Puede que fuera del laberinto eso sea posible pero dentro, no te puedes permitir perder las ganas de vivir, mas cuando tienes a tu espalda la vida de muchas personas. Volvió la mirada a Kelox, pero seguía teniendo esa sonrisa en su cara, solo que esta vez fue capaz de percibir un brillo en sus ojos.
Este brillo era intenso, pero no deslumbrante, lo había visto incontables veces hace mucho tiempo, no pudo evitar que todos los recuerdos de tiempos atrás la inundaran, volviéndola melancólica. Gracias a esto, Aria, supo que las palabras que dijo, habían conseguido perturbar a Kelox. Sin saber que hacer, solo pudo cerrar los ojos y salir del edificio, ella también necesitaba calmar su mente. – Kelox, Aria no tenia la intención… – Sin saber que decir, Yamn intento calmarlo. – No te preocupes, Aria tiene mas derecho para hablar de ella que yo… Después de todo, una de mis decisiones le causó la muerte a su querida hermana. – Yamn solo pudo guardar silencio. Kelox suspiro e intentó controlar sus emociones cerrando los ojos.
Unos segundos después los volvió a abrir, el brillo que había estado presente, desapareció. Una vez se calmó, se levanto y miro a Yamn. – Aria tiene razón, dentro de poco no podremos controlar a las sombras. – Esto era algo que los dos sabían desde hace un tiempo. – Por esa razón salí fuera, tenia que comprobar que la gente no había olvidado lo aterradoras que eran las bestias. Si mas personas como los traficantes entran al laberinto, solo perturbaran el orden que se ha establecido dentro. – Mientras Kelox pronunciaba estas palabras, Yamn pudo percibir algo. – Lo que necesito ahora es tiempo, si las sombras despiertan ahora, será un desastre. – Añadió Kelox sin apartar la mirada de Yamn. – Kelox… Tu… volverás a intentarlo, ¿verdad? – Dijo Yamn, sabiendo lo que su amigo traía entre manos. – Te equivocas viejo amigo, nunca lo dejé, solo estuve esperando el momento adecuado. – Dijo Kelox con una sonrisa de oreja a oreja; el brillo que había desaparecido, regresó, pero esta vez no era dolor lo que transmitía, si no, emoción.