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Chapter 19 - | Una Situación Embarazosa |

• Stephen •

Tomar distancia y alejarse de personas complicadas mejora la salud, eso siempre decía mi madre.

Tomar distancia de esa mujer era sumamente difícil, ella era fría, inmanejable, increíblemente insoportable pero tan segura en sus convicciones, sincera al punto de ser desagradable y tan ruda como sensible.

Sin contar la química innegable que teníamos en la cama. Allí su frialdad se evaporaba, era tan ardiente, demandante y sensual.

En solo dos dias había pasado por todas las emociones que una persona experimentaba en años de vida y tenían marca registrada: Jessica Romanov. Era capaz de llevarme a todos mis extremos.

Me desafíaba.

Me insultaba y Trataba de mantenerse alejada.

Tenía sexo conmigo y me despachaba como si tuviera la peste negra.

Coqueteaba conmigo cuando le daba en gana pero me dejaba claro que no le interesaba ningún tipo de relación. Parecía un adolescente ¿Qué pasaba conmigo?. Tenía que sacarme esa maldición en forma de mujer de la cabeza.

Mi amigo abrió la puerta de golpe y me encontró refunfuñando en mi escritorio. Sonrió mostrando los dientes y entorno los ojos. Lo conocía demasiado para saber que trataría de fastidiarme.

—¿Tu ceño fruncido es por la suba en los insumos o por culpa de la rubia de pechos grandes?.

—¡Eres un idiota!.

—Si esa es tu respuesta, es por la rubia —se sentó dejando la carpeta que tenía en la mano sobre el escritorio —¡Estas obsesionado con ella!.

—No lo estoy.

—¿No notas como te ofuscas cuando te la nombro?.

Le dediqué una mirada asesina y luego suspiré negando con la cabeza. La mujer estaba quemando las pocas neuronas que me quedaban incluso sin tener que lidiar con ella en persona.

—¡No entiendo la razón por la cual me manda a freír espárragos cada vez que tiene oportunidad! —confesé.

—Si tu madre pudiese escucharte desde el más allá , te golpearía —aseguró mi amigo divertido.

"Eres especial" "A nadie le ruegues" repetía mi madre constantemente.

—Lo se, pero no puedo evitarlo.

—Stephen, una obsesión se quita con otra. Ponte a pintar, modela cerámica, has un curso de cocina que a mí parecer lo necesitas. Busca un hobbie.

Puse los ojos en blanco. Todo lo que proponía era ilógico, tenía un imperio que manejar, no estaba para eso.

—No tengo tiempo para tonterías.

—Pero si para perseguir a la pequeña Romanov.

Iba a responderle pero mi secretaria me habló por Inter comunicador, irrumpiendo nuestra conversación.

—Señor, Cheryl Hamilton ha venido sin cita pero insiste en que la anuncie.

Lucka frunció el ceño.

—¿Que hace aquí?.

—No lo se, hace meses no la veía —exclamé antes de apretar el botón —¡Déjala pasar, Susan!.

—Me largaré antes que se me arroje encima.

—Eso no te funcionó en el pasado ni te funcionara en este momento para alejarme de ti, Stevenson —dijo la mujer al abrir la puerta.

Cheryl Hamilton apareció ante nosotros, con su vestido pegado al cuerpo en un excesivo animal print, sus curvas creadas especialmente por el cirujano y esa sonrisa irónica cargada de lujuria.

La conocíamos desde la época en que solíamos escaparnos para competir en carreras de motocross.

Ella había sido una "trabajadora nocturna", como solía decirle Lucka a las mujeres que cambiaban sexo por dinero. Mucho tiempo se interesó en mi amigo pero cuando se enteró que Oscar me lo heredó todo, su atención vino directo hacia mi.

No tenía que explicar la infinidad de veces que había intentado que tuviésemos una relación formal, pero al notar que lo nuestro solo era sexo sin compromiso no tuvo otra que contraer matrimonio con Edmund Hamilton III.

El hombre era un magnate dueño de las joyerías Scosha, muy conocidas por las exclusivas piezas fabricadas con técnicas ancestrales de herrería, labrado y tejido de metales y piedras preciosas.

A pesar de ser una "señora", seguía siendo accesible. Nunca me decía no, incluso me buscaba cuando se fastidiaba de su octogenario esposo.

Y yo no me negaba, Cheryl había sido una mujer muy hermosa pero él pasó del tiempo y el exceso de cirugías habían deformado bastante sus facciones. Su belleza natural se había evaporado por sus tantas visitas al cirujano intentando ser perfecta.

—¿Acaso has asesinado a un leopardo y te lo echaste encima? —preguntó mi amigo, reprimiendo una sonrisa.

—Quítamelo y certifica que sea así —respondió esta, acercándose peligrosamente hacia el. Lucka retrocedió unos pasos deformando su rostro.

—Me voy de aquí, esta mujer me causa escalofríos.

—¡Cuando dormiste conmigo no decías lo mismo! —replicó la morena.

En uno de los tantos intentos de llevárselo a la cama, lo había logrado cuando mi mejor amigo se había propasado con el alcohol el día que había culminado sus estudios.

—¡Eso nunca pasó!.

—Pues yo recuerdo que...—intenté agregar pero mi amigo no me lo permitió.

—¡No pasó!.

Lucka desapareció dando un portazo. Cheryl se dejó caer en la silla y me observó dubitativa. Sus ojos oscuros me escudriñaron, como si intentara adivinar mis pensamientos.

—¿A que debo tu presencia? —pregunte con cautela.

—Hace meses no se nada de ti. ¿Tienes novia acaso?.

—No. He estado muy ocupado.

Suspiro y se levantó, rodeando mi escritorio y acercándose a mi.

—¿No me has extrañado? —preguntó, obligándome a poner los ojos en blanco.

—Cheryl...

—Vamos, Stephen. ¡Estoy harta de mi esposo y su cuerpo arrugado y viejo!.

Sus manos se apoyaron en mi torso, inclinándose para que pudiese observar su escote repleto de la nueva adquisición de pechos que había comprado.

—Tengo a otra persona en mi cabeza en este momento.

—Bien, puedes imaginar que soy ella mientras hago mi trabajo.

—¡No hagas eso! —advertí cuando su mano llegó a mi entrepierna.

Gateó hasta llegar al hueco debajo de mi escritorio y se arrodilló frente a mi, para luego desabrochar mi cinturón y bajar la cremallera de mis pantalones. Iba a detenerla pero necesitaba dejar de pensar en Jessica, quizá un poco de sexo con Cheryl me funcionaría para desterrar a la rubia de mi cerebro.

Sin mediar palabras depositó mi miembro en su boca y comenzó a succionar con fuerza. No podía negar que la morena era una profesional ya que tenía mucha práctica debido a su anterior profesión, pero nada se comparaba con la química inquebrantable que habíamos tenido Jessica y yo.

Esa mujer me traía muy mal, mientras Cheryl me practica sexo oral solo podía pensar en ella ¡No era posible!.

Se escucharon murmullos en la puerta y de pronto se abrió. La voz de Susan en un grito inundó la habitación.

—¡Señorita, no puede entrar sin anunciarse!.

—¡No puedo esperar, lo siento! —exclamó Jessica sin dejar de mirar el Ipad que llevaba en la mano —James, en diez minutos llegará Swanson para firmar una extensión de contrato.

La camisa negra y la falda ceñida a su cuerpo me recordó el modo en el que sus piernas me apretaban con fuerza en cada colisión mientras teníamos el mejor sexo de mi vida. No logre procesar lo que me estaba sucediendo hasta que Cheryl emitió un grito por debajo del escritorio y alertó a Jessica.

La esposa de Hamilton se reincorporó, con su rostro impregnado del semen que yo no había podido contener.

—¡Por el amor de Dior! —emitió una expresión de asco al notar lo que sucedía bajo la mesa.

—¿Eres idiota? —preguntó Cheryl enfadada —¿No podías alertarme antes de echármelo encima?

No sabía que decir. Me sentía expuesto, y mi cabeza solo proyectaba la idea de que si hasta ahora Jessica no había querido nada conmigo, después de esta situación menos.

Me quedé desconcertado cuando su risa retumbó toda mi oficina.

—¡Lo siento mucho! —dijo entre carcajadas —¿Les dejó un momento más o han terminado?.

—Mi amigo aquí ha terminado —masculló Cheryl.

—¿Le pido a la secretaria que te traiga pasta dental? —propuso Jessica.

—Y unas toallitas húmedas, por favor.

—Muy bien, enseguida lo consigo —se giró hacia mi y señaló mi entrepierna —¡Guarda eso, tenemos una junta en diez minutos!

Era incapaz de pronunciar palabra alguna. Salió de la oficina ante la mirada estupefacta de mi amiga con derecho. Susan apareció a los minutos con varios pañuelos descartables.

—No hace falta que me digas quien es la mujer que ocupa tus pensamientos, Stephen —sonrió mientras se limpia el rostro.

—No se de que hablas.

—Es hermosa, debo decir. Pero voy a advertirte que tienes mucha competencia. No eres el único tras esa mujer.

No sabía a qué se refería pero el solo hecho que lo mencionara me enloquecía. Era evidente que Jessica tendría una larga fila de hombres intentando conquistarla ya que era hermosa, tenía personalidad y no era de las que iban tras una cuenta bancaria porque tenía su propio dinero.

—No te importa. Deberías irte —masculle siendo lo más descortés posible.

—No seas grosero, cariño.

—No lo soy —señale a la puerta mientras me acomodaba la ropa —La has escuchado, tengo una junta.

—Disfrutaré mucho ver como esa mujer te va a tener de las narices —susurro lanzando una risita molesta.

Ya lo hacía.

—Adiós.

—Adiós, cariñito —tomó el animal muerto que usaba de saco y salió por la puerta, contorneando las caderas.

Me tomé unos segundos para asimilar lo que había sucedido. Debía enfrentar a Jessica después de la situación humillante que había presenciado. No quería que imaginara que dormía con diferentes mujeres y ya no quisiera hablar conmigo.

Salí de mi oficina y la encontré allí esperando, jugando con su móvil.

—Jess, ¿qué haces aquí? —pregunte sobresaltandola.

—Siento mucho haber arruinado tu momento de... relajación —apretó los labios para reprimir la risa que asomaba —Swanson nos espera para una extensión de contrato.

—¿Quiere extenderlo?

—En la fiesta lo he convencido antes de tu escena de celos extraña. Hay que firmar lo antes posible antes que se crea que realmente quiero dormir con el.

Camina hacia el elevador y pulsa el botón. Mi confusión se aclaró, el hombre no le interesaba en absoluto, solo eran negocios.

Me quedé observándola mientras bajábamos, era tan atractiva, tan perspicaz.

—Ahora comprendo tu acercamiento hacia el —repuse.

—Dinero bien invertido y buenos socios potenciales se traducen en mucha más herencia que podré gastar en un futuro —me regalo una sonrisa tan perfecta como ella.

—Sabía yo que no podías ser solo una cara bonita.

—Soy mucho más que eso.

—¿No podías esperar? Digo, podrías haber llamado.

Me avergonzaba hablar del tema, pero necesitaba saber que todo estaba bien entre nosotros.

¿La razón? No podía entenderla, pero lo necesitaba de todas maneras.

—Necesito firmar ya para quitarme al hombre de encima. Ya no quiero ser tan simpática con el, siempre esta queriendo tocarme y queriendo ligar con frases que no comprendo.

—Parecía que querías algo con el.

—No quiero nada... con nadie.

Empujó la puerta de la sala de reuniones dispuesta a terminar con aquel contrato. Swanson esbozó una sonrisa al verla que me provocó arcadas.

En mi cabeza no comprendía porque sentía celos, ella no me pertenecía, ni siquiera había reaccionado al hecho de haberme encontrado con otra mujer.

Yo no le interesaba, lo debía entender de alguna forma.

La junta termino provechosamente. Jessica se encargó de hacer las modificaciones para que el Nerd de las computadoras depositara mucho más dinero por incluso más tiempo.

El hombre observaba fascinado a la rubia mientras ella explicaba como prácticamente vaciaría sus cuentas bancarias.

Podría haberle dicho que robaría todo su dinero y él seguiría sonriendo como todo un capullo.

Eso era lo que lograba una mujer como jessica, con el rostro de un ángel, una inteligencia increíble y actitud.

Si había algo que le sobraba a este huracán era la actitud.

—¿Tienes hambre? —preguntó, alcanzándola mientras caminaba hacia la salida.

—Algo.

—Vamos, hay un restaurante de un amigo a unas cuadras de aquí —exclame, colocándome la chaqueta del saco.

—Deberías invitar también a la esposa del joyero.

Sabía que no me la dejaría pasar. En algún momento u otro iba a mencionarlo.

—Ya se ha ido —susurre.

—Ahora que lo pienso es mejor, no se me quita la imagen de ella arrodillada frente a ti y su rostro todo salpicado de...

No dejé que terminara su frase, le tapé la boca para evitar que los transeúntes escucharan.

—¡Jessica! —repuse entre dientes mientras ella reía.

—¡Lo siento pero es muy gracioso!.

—No lo es.

—Vamos, es una anécdota que le contarás a tus hijos en un futuro —aseguró.

Expresé mi disgusto. Lo que menos querría sería que mis hijos supieran esa clase de situaciones que había vivido su padre. Quería ser un buen ejemplo, que estuviesen orgullosos de mi.

—Espera... ¿Como sabias que esta casada con un joyero? —pregunte confundido.

—Yo lo se todo, Stephen —aseguró.

Esa mujer era una caja de sorpresas.

Estaba volándome la cabeza.

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