—Entiende, ¡no tengo nada que ver contigo! —exclamó Angel golpeando las rejas de su celda.
—Niégalo cuanto quieras, pero no puedes librarte de la verdad —respondió el demonio.
El chico seguía discutiendo con el demonio que se encontraba fuera de su celda. En todo ese tiempo el demonio le contó su historia, su origen. Además de eso, el joven descubrió que el demonio estaba encerrado en la celda de al lado, que se llamaba Noszel y que era un soldado de bajo rango que había sido exiliado de las Tierras Infernales y aprisionado en el Reino Celestial por casi exponerse en el Mundo Mortal.
—Sabes que solo puedes aceptar tu pasado para enfrentar tu futuro —dijo Noszel—, tu destino depende de ello.
—No estoy tan desesperado, gracias... —respondió con sarcasmo—. Solo... déjame procesar lo que acabas de contar... es que... no tiene sentido...
Mientras tanto, Gabriel se concentró y realizó su teletransportación junto a Scott hacia su habitación para recoger la espada que le había obsequiado Miguel. Al volver se acercó Megan y los tres viajaron hacia la última localización conocida del ángel guardián del Profesor. En un abrir y cerrar de ojos se encontraron en un pasillo largo, angosto y frío, aparentemente dentro de un hotel. Sin pensarlo mucho, Gabriel pateó la puerta de la habitación y entraron esperando a ver o atacar a alguien, pero no había nadie, solo había una mitad inferior del cadáver del ángel aún adherido al muro, con sus entrañas colgando y repartidas justo debajo. Los tres miraban horrorizados, Scott sintió ganas de vomitar y Megan solo volteó y cerró los ojos para no ver.
Al abrir los ojos logró apreciar una profunda oscuridad en una esquina del cuarto. Le pareció extraño e intentó alumbrar con el teléfono, pero el espacio negro seguía ahí. Gabriel se percató de que debajo del cadáver había un rastro de sangre con dirección a esa esquina oscura y corrió hacia Megan para empujarla lejos segundos antes de que esa oscuridad adoptara una forma monstruosa y le diera un fuerte golpe a Gabriel en su brazo derecho, lanzándolo contra una mesa. Scott intentó moverse, pero una mano lo sujetó por el hombro, era el profesor Beltrán. En cuestión de segundos ambos desaparecieron, habían hecho un viaje como el de los arcángeles.
Megan observó a Gabriel, pero esa bestia oscura la había visto y comenzó a acercarse a ella lentamente con sus grandes dientes y una larga lengua. Gabriel logró articular y junto con una mirada preocupada le dijo:
—¡Corre Megan!
En su celda, Noszel se inclinó y sentó apoyado en el muro que lo separaba de Angel. Sonrió y luego comenzó a reírse sin control, mientras que el joven ángel perdía la paciencia y deseaba arrancarse los oídos.
—¿Sabes? He estado encerrado aquí desde hace un par de siglos. En todo ese tiempo jamás había visto un ángel aquí —dijo entre risas.
—¿Cuál es tu punto? —preguntó Angel de mala gana.
—Sólo piénsalo, nunca encerrarían a alguien de su gente en esta pocilga. Por lo que seguramente aún no te ven como uno de ellos.
—¡Tonterías!
—No eres un ángel en todo el sentido de la palabra.
—Cállate —decía Angel apretando sus puños.
—Pero tampoco eres un demonio o un simple mortal.
—¡Que te calles!
—¡No eres nada!
—¡Silencio!
—¡Igual que tus padres!
—¡NO! —gritó liberando una gran onda de energía que pulverizó las barras de su celda y parte de los muros.
El joven sintió un leve peso en su espalda e inmediatamente identificó ese peso como sus alas, pero no eran sus alas habituales, sino que ahora eran un poco más largas y habían adoptado un color grisáceo en vez de su blanco común. Noszel se levantó y felicitó al chico a través de sus rejas. Angel contemplaba perplejo sus "nuevas alas", pensando profundamente.
—Vaya, creo que funcionó... —dijo Noszel
—¿Qué me has hecho? —preguntó el ángel caminando frente a la celda del demonio.
—¿Yo? Yo no he hecho nada, tú liberaste parte de tu poder real al despertar esos recuerdos —respondió tranquilo.
—¿Qué fue eso? —se escuchó en la profundidad del pasillo.
—Oh no, los guardias —dijo Angel preocupado—. Creerán que estoy intentando escapar.
—Tic toc, niño —mencionó Noszel con sarcasmo.
Al cabo de un rato aparecieron tres guardias con extensos bastones dorados, vieron la celda destruida y solicitaron refuerzos, luego, desde la parte superior del marco de las rejas saltó Angel y aterrizó sobre un guardia. El chico recogió el bastón y comenzó a luchar con los otros dos guardias. No tardó mucho en vencerlos, pero más guardias llegaban uno tras otro hasta finalmente rodear al joven por completo y retenerlo. Lo sujetaron entre todos, lo golpearon y apalearon.
Entre todos los golpes, en su mente escuchó la voz de Gabriel gritando el nombre de Megan, su antigua protegida, entonces comenzó a levantarse como si no estuviera siendo golpeado, como si no sintiera dolor alguno. Extendió sus alas y se envolvió con ellas. Luego un resplandor lo rodeó, cegando a los guardias y a Noszel y entonces desapareció con aquella luz.
Megan corría y corría por los pasillos del hotel, escapando de la criatura oscura. Subía escaleras a través de los niveles del edificio hasta que en cierto punto la bestia la acorraló en un pasillo sin salida y comenzó a correr en su dirección con una mirada asesina y descolocada. Megan ya no tenía donde ir, no había nada que pudiera hacer. Cuando la bestia se encontraba a dos metros, la chica volteó y cerró sus ojos, entonces un milagro ocurrió. Megan no escuchaba a la bestia correr, solo gruñir, se había detenido. Al levantar la mirada lentamente se encontró con una figura reconocible entre ella y la criatura. Era Angel, quien había frenado al monstruo tan solo con la palma de su mano, con el ceño fruncido y una mirada de ira.
—¿An... Angel? —susurró Megan.
—Hola Meg, he vuelto —respondió sin voltear.
Megan se había quedado sin habla, era incapaz de articular una sola palabra. Angel cerró y apretó su mano, aplastando ligeramente la piel de la bestia, la levantó poco a poco y con su otra mano le acertó un golpe que lo mandó al final del pasillo por el que vino.
—Rápido, hay que irnos, no tardará en levantarse —dijo volviéndose para mirar a la chica. Se le acercó y la rodeó con sus brazos, provocando que se sonrojara, luego materializó sus alas y se envolvió con ellas.
En un abrir y cerrar de ojos se encontraban en la habitación del Profesor. Angel corrió a ver a Gabriel y le ayudó a levantarse. El arcángel lo observó confundido, pero esa confusión se convirtió en una sonrisa y un abrazo. Luego vio a Megan y también la abrazó.
—¿Cómo? —preguntó Gabriel—. ¿Cómo es que estás aquí?
—Larga historia —respondió Angel—. Pero será para otro momento, esa cosa volverá pronto y Megan no está segura aquí.
—Tienes razón, hay que llevarla a casa.
—¿Y qué hay de Scott? —preguntó ella.
—¿Qué con él? —preguntó de vuelta Angel.
—Beltrán se lo llevó y no sé por qué no logro encontrarlo —respondió Gabriel.
—Está bien, lleva a Megan a un lugar seguro, yo iré por Scott.
—¿Cómo piensas encontrarlo?
—Yo me encargo, vete ya.
—Angel... —dijo la chica—. Ten cuidado, por favor. No quiero perderte otra vez.
El joven guardián le sonrió y movió su mirada hasta Gabriel, quien evadió el contacto visual. Megan posó su mano sobre el hombro del arcángel y con una pequeña señal realizaron el viaje a la casa de la chica. Angel, por su parte se sentó en el sofá de la sala del cuarto, esperando la llegada de la bestia. Bastaron unos dos minutos para que la criatura apareciese en la puerta de entrada, con sus afilados dientes y mirada penetrante.
—No soy un experto —dijo Angel en tono burlesco, sonriendo seguro de sí mismo—, pero algo me dice que tú debes ser el Pecado de la Gula, ¿me equivoco?
Se levantó del sofá y canalizó su energía para distorsionar la realidad, pero no lo logró, aún no sabía cómo controlar bien ese poder. Gula comenzó a acercarse, sus garras se volvían cada vez más largas y afiladas hasta el punto en que comenzaron a romper el suelo a su paso. Angel materializó sus alas y estas poseían color blanco y su tamaño natural. Flotó sobre el Pecado y salió volando por los pasillos con la criatura corriendo tras él.
El chico voló a través de una ventana y se elevó hasta la cima del edificio, mientras que Gula trepaba por los muros exteriores del mismo enterrando sus garras en su superficie. Una vez llegados a la azotea ambos quedaron frente a frente preparados para la pelea inminente.
Angel materializó los bastones con los que peleó contra Máximus y tomó una postura defensiva, atacar de frente sin cabeza sería una pésima idea contra una bestia que se rige por instintos naturales. Entonces se puso a pensar un poco y dudó acerca de si un animal podría ser afectado y poseído por uno de los Pecados.
—Sabes... —dijo a la bestia—, por culpa de las películas y todo eso siempre te imaginé como alguien, ya sabes, obeso. Jamás pensé que tendrías un aspecto animal. A no ser... que realmente no seas así... —sonrió seguro de sus palabras.
La bestia dejó de gruñir y se sentó como si de un perrito se tratara. De repente, su estómago comenzó a deformarse y moverse de manera grotesca. Este se abrió de manera repentina y desde su interior salió un hombre cubierto de la sangre del animal, alto y atlético. Angel observaba la escena con repulsión, pero era de esperarse de parte de un Pecado.
—Me sorprende tu intuición —dijo el hombre limpiándose la sangre de las manos con su lengua—, joven ángel. O, mejor dicho, aberración del otro mundo —agregó con una mirada sombría que inundó el lugar de un aura maliciosa.
—Hm —resopló Angel—, no eres realmente un animal, pero tampoco eres obeso, eso no me lo esperaba en absoluto. Así no te veo nada de Gula.
—¿Realmente quieres estar seguro de que yo sí soy realmente la Gula?
—Una pequeña pista no me haría mal —rio el chico.
El hombre extendió sus manos hacia adelante y en las palmas de estas poseía agujeros con forma de boca, más bien eran unos agujeros abiertos y huesos destrozados que actuaban como dientes de estos. Luego estiró uno de sus brazos hacia atrás, mientras que el otro comenzaba a deformarse y romperse. Desde el interior del brazo extendido surgió un gran hueso con forma afilada que cortó una de las patas de la bestia, enterró la punta en un costado y posteriormente regresó al interior del brazo de una forma imposible.
Su brazo completo se deformó como si de una garganta tragando se tratase y después regresó a la normalidad como si nada hubiera pasado. Posteriormente regresó la mirada al chico y sonrió de manera macabra mientras que su otro brazo recuperaba su forma habitual con los huesos sanos.
Scott abrió los ojos y desconoció sus alrededores. Se levantó del suelo con su visión borrosa e intentó caminar hacia alguna pared, pero un sonido metálico con un tirón en la pierna lo detuvieron. El tobillo izquierdo del joven estaba encadenado a un grillete ubicado en una esquina del pequeño espacio que lo rodeaba.
Una vez que su vista recobró su capacidad natural se vio encerrado dentro de una habitación de concreto de unos tres metros cuadrados, sin ventanas ni puertas. Al mirar hacia arriba divisó barrotes metálicos alzándose en una altura de aproximadamente diez metros. Estaba en un agujero. Encadenado, sin forma de comunicarse con el exterior y sin ningún objeto que le ayude a liberarse. Lo último que recordaba era entrar en aquel cuarto y sentir una presencia oscura tocando su hombro.
Ni siquiera intentó gritar, sabía que era inútil hacerlo. El profesor Beltrán no sería tan estúpido como para dejarlo al alcance de las personas tan solo con gritar. Analizó su al rededor y se acercó a cada muro y le dio unos golpecitos con la esperanza de que alguno estuviera hueco por el otro lado, pero nada. Observó el suelo en busca de alguna rendija que indicase alguna tubería que pasara por debajo, pero tampoco hubo suerte.
Se sentó contra uno de los muros y se sumió en la oscuridad, aceptó que no tenía escapatoria, no podría hacer nada estando ahí dentro, mucho menos sin objeto alguno que le ayudase a hacer cualquier cosa. Hundió la cabeza en sus brazos y rezó por ayuda.
—Es inútil —dijo Beltrán manifestándose repentinamente frente al chico.
—¿Acaso ningún ente celestial puede bajar a este agujero? —preguntó el chico relajado por fuera, pero aterrado por dentro.
—Soy la Codicia. Lo quiero todo, y eso incluye el ser un ente admirado por los humanos, por alguna razón gracias a esto he recibido el don de leer mentes y escuchar plegarias ajenas para adquirir más y más conocimiento. Así que ni te molestes en creer que tu ángel guardián vendrá por ti.
—Entonces supongo que vienes a acabar conmigo...
—Por el contrario, te necesito con vida, al menos la esencia de tu existencia.
—¿De qué diantres hablas ahora?
—Esa espada tuya que tengo arriba me genera un ansia gigante porque sea mía, me encantaría estudiarla a fondo y descubrir sus habilidades, el problema es...
—Que solo puede ser empuñada por alguien digno. —Sonrió sarcásticamente—. Cosa que obviamente no eres.
—Y al parecer eso de ser digno va con tu forma de ser y tu alma, por lo que arrancarte la mano y usarla para empuñarla no resultaría.
—Pues será mejor que te rindas y no hablo solo por la espada...
—Ya veremos eso... tenemos mucho tiempo antes de que mi compañero regrese —dijo dibujando una sonrisa siniestra en su rostro.
Por otro lado, Angel apenas esquivaba los ataques constantes de las garras de Gula. No parecía una pelea real, sino una especie de juego para el Pecado, no se lo estaba tomando enserio y aun así estaba resultando difícil. Gula, con la mano acorazada con huesos, le acertó un gran puñetazo del que logró cubrirse en último segundo, pero de igual forma lo hizo retroceder unos metros y escupir un poco de sangre.
El chico conocía bien la forma de ser de los Pecados, limitan su fuerza al considerarse superiores a sus oponentes, pero poseen mucho más poder en su interior. Cerró los ojos y concentró energía divina para conjurar un milagro sobre sus bastones y transformarlos en pequeñas espadas para provocar mayor daño. Se limpió la sangre del labio y le lanzó una mirada y una sonrisa desafiante a su oponente.
Este por su parte se rio levemente de la confianza del joven y dirigió su mirada hacia él con una confianza e intimidación altamente superior. Angel sabía bien que, aunque estuviera limitando su poder, no tenía oportunidad alguna contra él, lo único que le quedaba era combatir y combatir con todas sus fuerzas y así no quedar como un debilucho nuevamente. Pensó en que posiblemente si lograse convocar aquella fuerza que le otorgó esas alas alargadas y grises lograría igualar un poco la situación, pero no tenía ni la menor idea de cómo desatar aquel poder.
En una milésima de segundo Gula apareció en su espalda y golpeó el suelo con las palmas de sus manos, de estas creció un hueso afilado hacia arriba, Angel escuchó muchos crujidos provenientes del cuerpo de Gula. Luego el Pecado pateó al chico hacia arriba, lanzándolo al aire y nuevamente en un abrir y cerrar de ojos apareció volando frente al chico. Le sujetó del cuello y a gran velocidad descendió y lo clavó a la estaca de hueso que había dejado, atravesando su torso y sobresaliendo por su abdomen.
—Ahora que lo pienso —dijo Gula mientras su cuerpo se recuperaba—. ¿Qué no habías sido derrotado ya por Soberbia una vez?
—¡Ah...! —exclamó el chico gritando con inmenso dolor.
—Primero Soberbia y ahora yo, Gula. Comienzo a creer que deberías escapar de los Pecados en lugar de correr hacia ellos. —Extendió su mano y la movió en círculos, entonces, el hueso que atravesaba al chico se comenzó a mover al unísono, causándole aún más dolor a Angel—. Eso... sufre... la carne de los ángeles sabe aún mejor cuando está llena de endorfinas liberadas por los gritos.
El Pecado volvió a colocar sus manos sobre el suelo y desde él, debajo de Angel, crecieron otros dos huesos hacia arriba, atravesando los hombros del ángel, elevándolo un metro sobre el piso y provocando que desahogue el dolor en un grito desgarrador. Gula, con el cuerpo todo atrofiado, comenzó a reír como lunático mientras se saboreaba con su extensa lengua.
—¡Vaya! Eres tan grotesco como te describió ese arrogante arcángel —dijo una voz femenina desde atrás de Gula.
—¿Arrogante? ¿Por qué todos siguen llamando así a mi hermano? —añadió una segunda voz masculina riendo.
El Pecado volteó serio a la par que enojado, como si se tratase de un niño al que le prohíben un helado. Al llegar al origen de las voces apreció a una joven chica con alas y aura oscuras, sin duda un demonio, y a su lado nada más y nada menos que el mismísimo arcángel Sariel. Ambos con una sonrisa confiada en sus rostros.