—Deberías de habérmelo dicho —le espetó Zaid a Enzo. La tensión en el campo militar cada vez se hacía más pesada, y todo por sucesos que ni los propios líderes podían manejar. A zancadas, ambos élites se dirigían al campo de entrenamiento.
—¿Qué hubieras hecho? —preguntó Enzo con el ceño fruncido. Cada vez que se acercaban, el bullicio se hacía más y más presente. Zaid chasqueó la lengua en forma de protesta.
—Ayudarte. Soy tu mejor amigo, además de uno de los Cuatro de Élite. Sirvo más que ningún otro...
—No te necesito a ti, necesito al Comandante —dijo Enzo, viendo como el Comandante dictaba reglas desde un pórtico.
—Aún así debiste de habérmelo dicho... —susurró Zaid. Nada le iba a poder quitar la pena por no enterarse de que el campo militar estaba advirtiendo movimientos enemigos... podría ser una disputa, o una guerra. Dependía de ellos dos y de sus aliados; totales ignorantes en el conflicto.
Ya en el campo, ambos élites se posicionaron a un costado del Comandante, escuchando claramente y lanzando miradas feroces a todo hombre que rodee los ojos. 'Que trabajo tan de mierda...', pensó Enzo al son de los gritos de su superior.
Ese hombre que parecía furioso cada vez que una palabra salía de su boca era el que estaba al mando del orden y las reglas. El Comandante tenía una apariencia regia que pasaba desapercibida bajo sus arrugas y cabellos canosos, pero al observar bien, sus ojos verdes oscuros y rasgos afilados le daban un brillo atractivo.
—¡Novatos, están aquí para cumplir órdenes! —gritó el Comandante a las decenas de hombres quienes estaban empezando con su servicio militar. Nada más que una digna bienvenida—. ¡No esperen dormir ni respirar. Están aquí para cumplir órdenes! —repitió—. ¡Hagan lo que les decimos, y los trataremos como hombres! ¡Desobedezcan, y no serán más que un insecto debajo de mi bota!
Muchos novatos retrocedieron intimidados ante el repentino "odio". Los murmullos no tardaron en sonar, mientras que los Cuatro de Élite a un costado del Comandante se encargaban de hacerlos callar. El Comandante carraspeó irritado.
—¡Deberán de estar aquí a las seis de la mañana en punto. Podrán descansar solo hasta las ocho de la tarde. Después de las diez de la noche, se les prohíbe salir de sus habitaciones! —Suspiros agonizantes irrumpieron al Comandante. Volvió a carraspear—. ¡Se le castigará a todo aquel que llegue tarde e incumpla las reglas!
Con un 'pueden irse' escondido en los ojos del Comandante, los novatos se dispersaron para ir a sus respectivas habitaciones. Desprovistos de todo privilegio, cada hombre debía de compartir cuarto con dos aliados más. Mientras que los élites y superiores gozaban del placer de contar con una habitación propia.
A las afueras, en el campo de entrenamiento, los novatos se dispersaron como moscas, dejando el lugar más solitario de lo que esperaban. Enzo suspiró agotado.
Estaba rodeado por Zaid y un élite más (extrañamente, su cuarto compañero no estaba con ellos). El Comandante se bajó del pórtico, y caminó a zancadas hacia su oficina; solitario y orgulloso, como si hace minutos no le hubiese destruido el sueño a hombres inocentes.
Enzo rio por tal ocurrencia.
Cuando el Comandante desapareció, Zaid se permitió soltar suspiros profundos; pero los quejidos no tardaron en salir.
—Siempre es lo mismo cada vez que recibimos a novatos —protestó. Jadeó tras estirarse, y Enzo aprovechó el momento para pellizcarle un pezón en forma de broma, siempre con una mirada pícara. Zaid se cubrió sorprendido y ambos rieron.
—Cierto... —dijo otro élite, Clain, quien se llevó una mano a la barbilla, pensando—. Curiosamente, siempre que recibimos a hombres que quieren cumplir con su servicio militar, el Comandante se pone de mal humor durante toda la semana...
Los élites rodaron los ojos al recordar que tendrán que lidiar con el temperamento del Comandante por siete días. Sin excepción alguna, se quejaron en susurros.
—¿Qué hay con las recientes noticias? —cuestionó Clain. Enzo y Zaid se miraron el uno al otro—. Corre el rumor de que un bando de mafiosos quiere infiltrarse al campo y matar a los nuestros.
—Es solo un rumor —Se adelantó Enzo—. Si el Comandante no ha dicho nada, es porque no ha pasado nada. —Con la mano se sacudió sus cabellos plateados. La situación era muy confusa. Y Enzo quería esperar por una respuesta.
Zaid miró a sus espaldas y por momentos se perdió en el atardecer que se pintó en el cielo. Miró a sus aliados y sonrió.
—No hay que estresarnos por eso —dijo, tomando a Enzo por el codo y arrastrándolo lejos—. Debemos que comer, casi son las diez —Enzo asintió y se escapó del amarre de Zaid cuando comenzó a tropezar—. ¡¿Vienes con nosotros?! —le gritó a Clain. El élite negó con la cabeza y se despidió.
Enzo y Zaid siguieron su camino al comedor.
—¿Por qué la cara larga? —cuestionó Zaid, mientras que con los dedos de su mano manipulaba los labios de Enzo, tratando de formarle una sonrisa, y eso consiguió cuando su mejor amigo comenzó a reír por los gestos que hacía.
Sin desearlo, Zaid se perdió en esa sonrisa.
—Tenemos que hacer mucho papeleo. Los novatos siempre traen problemas —dijo Enzo. Cuando entraron al comedor, ambos élites tomaron un plato y se formaron en una fila—. Deberías de estar tan irritado como yo.
—No lo creo —respondió Zaid mientras que llenaba su plato con espaguetis y pan tostado. Enzo tomó la misma comida—. Tu solo necesitas dormir y verás como el trabajo no es nada. Después de todo, eres de los que tienen éxito a la primera.
Enzo soltó una risotada y Zaid rio con él. Se dirigieron a una mesa y se sentaron junto a algunos novatos.
Mientras que el tiempo pasaba, hablaban de todo; trabajos, amistades, muerte, futuro, pasado... Terminó dando las nueve y media, así que todos abandonaron el comedor, directo a sus habitaciones. Enzo y Zaid hicieron lo mismo.
N.R. — FuegoFatuo