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«Los dioses no tienen piedad, por eso son dioses.»
— Cersei Lannister.
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«El invierno se acerca» se escuchó a un guardián de la puerta del rey. Era cierto, el famoso lema de la familia Stark no era utilizado solo para hacerse oír, también era un hecho. Según las predicciones de los maestres este invierno se acercaría al frío que hizo en el famoso invierno de hacía ya diez años. Al Rey no le había gustado aquellas noticias pero al menos así podría ser cuidadoso y todos podían prepararse para lo que se avecinaba.
«Ser Brienne» ambos guardias la saludaron nada más verla. Ya no le era raro ser tratada de aquella forma, al final del día ella era una de las personas más cercanas al Rey Bran y quién mejor cuidaba de él, como si hubiese sido su propio hijo. Aún no podía olvidar la promesa que le había hecho a su madre y de cierta manera se había convertido en la defensora oficial de la familia Stark. Cada vez que uno de sus miembros necesitaba de ella, incluido Jon que no fue muy querido por la señora Stark, no dudaba en presentarse ante sus hogares o el lugar que ocuparan en ese momento y sin duda era el hombro que ellos necesitaban.
«Ser Brienne» al entrar a los aposentos del Rey se encontró con uno de sus queridos amigos. Tyrion Lannister, quién al tener que verle la cara día sí y día también, se había convertido como un hermano para ella. «Lord Tyrion» le devolvió el saludo con un asentimiento de cabeza y se sentó frente a él en la mesa que ocupaba el Rey para sus más allegados. «¿Dónde está el Rey?» su lado preocupante y de madre salió de ella sin poder remediarlo. «Creía que tú sabrías decírmelo. Cuando he llegado no había nadie». Aquello sí que fue extraño.
"El Rey no sale de aquí al menos que Podrick lo haya movido de aquí. No hay tampoco ningún compromiso oficial, si lo hubiese habido yo lo hubiese sabido al instante y no lo dejaría ir solo." pensó para sí misma intentando no mostrar su preocupación pero el silencio la traicionó.
«No te preocupes, ya es mayorcito y va acompañado de un buen escudero» a ella no le preocupaba su compañía, sino la razón por la que lo había llevado a salir. «Brienne, sé que te preocupas por él como si fuera tu hijo pero ya tiene los huevos negros. No necesita que te le pegues como una lapa» ahí salía el amigo contestón y sin censura que salía rara vez últimamente. «¿Estás borracho?» fue lo que salió de su boca al verlo en tal estado. Conocía los hábitos de su amigo, pero emborracharse era cosa del pasado. Ya solo le veía beber en ocasiones especiales o cuando estaba muy jodido. «Puede ser» ella levantó una ceja incrédula de lo que escuchaba. «Un poco quizás» no tenía pinta de que lo fuera a reconocer. «¿Nunca has pensado en casarte o en tener hijos?» su voz sonaba triste e incluso nostálgica. «Mi deber está en el Rey, soy miembro de la Guardia Real y como tal no puedo estar con nadie. Ni mucho menos casarme» el Lannister se echó a reír escandalosamente. Casi se cae de la silla. «Ya me esperaba esa respuesta de ti. Brienne de Tarth tiene su honor y su orgullo por delante» su amigo no parecía cuerdo. «¿Por eso dejas que esos estúpidos rumores corran por todos los reinos?» ya sabía a qué rumores de refería. Algunos cantares de las tierras de tormenta habían hablado de ella en sus orales y la gente se había creído aquello, al menos los miles de combatientes que se presentaban ante ella con tal de batallarla. Según aquellos cantos ningún hombre era capaz de vencerla y su cabello era comparado con el mismísimo sol, diciendo que todo aquel que lo tocará sería petrificado o convertido en cenizas si lo tocaba durante mucho tiempo. Ella no tomaba mucho en cuenta a aquellos cantos pero tampoco le desagradaba, desde que empezaron a extenderse por los seis reinos y los siete antiguos, miles de hombres la combatían y le servía de entrenamiento. Cada día debía combatir a al menos veinte de ellos. «Yo no empecé esos rumores» se defendió por una acusación tan injusta. «Pero tampoco los terminas. Dime, ¿aún mantienes aquella promesa con tu padre? ¿El hombre que te venza podrá casarse contigo?» Tyrion le recordó aquella promesa, hacía tanto tiempo que la había hecho pero aún la tenía vigente. Sería una promesa que no podría cumplir así que entrenaba todos los días para que aquello no ocurriera.
«Tyrion, ¿qué ha pasado?» preguntó sin importarle mostrar su preocupación ya. Su amigo sonaba muy dolido y parecía tan triste. «El Rey nos ha llamado a los dos por una razón, ¿no crees?» por supuesto, no lo dudaba. Pero algo le decía que Tyrion ya sabía lo que el Rey debía decirles.
La puerta de los aposentos del Rey se abrió haciendo que Brienne se levantara, y que Tyrion se cayera hacia atrás con la silla en un intento por levantarse. «Su majestad» le saludó la rubia con la suficiente confianza para acercarse a ver si no tenía ningún rasguño. «Brienne, vienen lunas nuevas desde el Castillo del Atardecer» el Rey fue colocado en su lado de la mesa por Podrick, quién como siempre se sentó junto a Brienne. Tyrion no parecía querer moverse, o poder. «Tyrion, ¿ya sabes lo de Sansa?» la única mujer en la sala se removió incómoda.
"¿Qué le ha pasado a Sansa? ¿Por qué no sabía nada? Debería haberme mandado un cuervo nada más pudiese."
«Tranquila, Brienne. No se está muriendo» el Rey intentó tranquilizarla al saber cómo se comportaba hacia ellos. Bran sacó una carta de su bolsillo y lo puso sobre la mesa. Brienne lo cogió nada más pudo.
«La Reina del norte, Sansa Stark y el Señor del nido de Águilas, Robert Arryn les invita a su boda que tendrá lugar en una quincena» Brienne fue bajando el volumen de su voz conforme iba leyendo. «Su majestad, ¡no puede permitir esto! Es su hermana y su primo» le reprochó levantándose exaltada. «Por eso mismo debe pasar. El norte necesita un heredero y Sansa ha elegido a su pretendiente» la rubia empezó a dar vueltas por la habitación. «Por supuesto, ha elegido entre la lista de nombres que le han dado. Mas no se casa por amor» se detuvo en silencio incapaz de mirar a Bran. Pero valientemente se giró con una mirada de disculpa. «Lo siento, no debí hablarle así» Bran se movió hacia ella con una sonrisa en su rostro. «Brienne, deja de tratarme con tanta formalidad. Entiendo cómo te sientes pero no podemos entrar en una guerra por esto, no tengo poder sobre el norte. Además, mi hermana no ha estado con nadie en años así que no debe amar a nadie» la rubia, ahora más tranquila, sacó su espada y la puso en el suelo arrodillándose ante su Rey. «Su majestad, sé que usted nunca ha querido a nadie de esa forma pero yo si» Tyrion se levantó por fin, parecía más despejado tras su desmayó pero el discurso de la guardiana lo mantuvo con curiosidad. «Porque pases el tiempo sin él, no quiere decir que dejes de amarlo y le confirmo que la Reina ama a alguien más, déjeme ir al norte con ella» Tyrion sabía que hablaba por él y por ella misma. «No puedo, tengo otra misión para ti» en ese momento Brienne levantó la cabeza para mirar al Rey sin miedo alguno. «Te destituyo como mi guardiana y te ordeno que vayas a las tierras de la tormenta»
Bran no era un Rey de ordenar, era un Rey que les escuchaba y les comprendía y seguía los consejos de sus más allegados. Por eso Brienne supo que algo andaba mal.
«Tu padre desea verte»
En el norte. El muro.
Uno de los vigilantes en la cima del muro estaba sentado en una silla apoyando los pies sobre otra, descansado. «Oye, no es momento de dormir» su compañero de guardia lo despertó. «Déjame dormir, siento que hace mil años que no pasa nada aquí» el guardián volvió a cerrar los ojos pero el grito de su compañero lo levantó enfurecido. «¡Quiero dormir!» miró a su compañero quien estaba muy ocupado mirando hacia un punto en concreto, siguiendo su mirada se encontró con lo que tanto lo había sorprendido. Una luz en el cielo. «No puede ser, es como la que salió aquella vez» su compañero se echó hacia atrás asustado. «¿De qué hablas?» no tuvo respuesta pues había echado a correr. Se asomó de nuevo y vio que unos calbagantes se acercaban al muro.
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