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«Déjame darte un consejo, bastardo. Nunca olvides lo que eres. El resto del mundo no lo hará. Llévalo como una armadura y nunca podrá ser usado para herirte.»
— Tyrion Lannister.
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«Pueden ser sus últimos días, te arrepentirás si no le ves antes y no tomas tus responsabilidades de nacimiento» con aquellas palabras el Rey Bran había terminado toda discusión que ella quería empezar. No le había quedado de otra, nada más que hacer su equipamiento y salir lo antes posible con su caballo. No había tenido tiempo ni de despedirse en condiciones de sus compañeros ni ver el estado en el que había quedado el Lannister. Aunque uno de ellos si se había despedido al ser uno de los primeros en enterarse, Podrick. Él sería una de las personas que más echaría de menos, en algún momento había pasado de ser su escudero a ser como de su familia.
Durante el camino empezó a pensar en su familia y en su infancia, no había sido fácil pero gracias a todo por lo que había pasado, ahora estaba aquí. No quería perder nada de lo que había conseguido con esfuerzo y trabajo duro, no quería tomar eso que le pertenecía por su apellido.
Por el cansancio de su caballo, se detuvo junto al río para que esté bebiera y así ella pudiera estirar las piernas. Aún tenía que pensar en alguna forma en la que librarse de aquello, pero ni el propio Rey le había dado otra opción.
«Chica, será mejor que no te resistas. Será peor para ti, porque nos da igual que grites o te muevas, te tomaremos igualmente» caminando empezó a escuchar unos gritos infantiles y unas risas masculinas. Conocía aquella historia de sobra.
Se acercó por detrás y vio la escena desde cerca, tosiendo para llamar su atención consiguió solo la de uno de los cuatro. «¿A quien tenemos aquí? ¿Te quieres unir a nosotros?» cuando él habló por fin el resto se giró. Todos empezaron a reírse. Ya sabía por dónde iban, era la historia de su vida.
«Será mejor que te marches si no te vas a unir» el más joven habló pero el de la barba replicó con una risa. «Mejor se une a nosotros» este se tomó mucha libertad al acercarse a ella pero no fue mucho esfuerzo dejarlo fuera de juego. Podía notar que iban borrachos. «¿Quién es el siguiente? Os doy dos opciones, os vais ahora con vuestro amigo o sufrís el mismo destino que él» el más joven parecía el valiente que iba a dar el primer paso adelante pero salió corriendo sin decir palabra, a lo que les siguió los otros dos. Brienne negó con la cabeza dirigiéndose hacia la chica.
«¿Estás bien? No temas, ya no te harán daño» la chica levantó la mirada, no parecía tener más de once años. Parecía temerosa y tenía la cara llena de lágrimas. En cuanto que la vio, se tiró a sus pies abrazándola. Le tomó por sorpresa pero no la separó. Algo incómoda le revolvió el cabello. «Ellos no volverán» no sabía que decirle más, debía volver a su camino pero la chica no parecía querer separarse por nada. «Veras, tengo que irme. Si pudiera...» hizo el intento de soltarse y andó hacia atrás pero la chica le siguió negando con la cabeza. «Chica, necesito seguir» por fin la niña levantó la mirada y habló por primera vez. «Pues llévame contigo, no me separes de ti. Por favor» puso una cara de cachorrito abandonado. Pero eso no fue escusa, el camino que iba a tomar era peligroso y no era el de una niña. «No puedes venir conmigo, tengo asuntos de los que encargarme» la niña aún así no parecía muy convencida. «Seguro que tu madre te está buscando» tomó el tema de la familia para persuadirla. «Eso lo dudo, murió hace unos meses con unos hombres como los de hoy» Brienne perdió su fuerza en ese momento. «¿No tienes a nadie más?» la niña negó con la cabeza. «Por favor, llévame contigo y enséñame a pegar a esos hombres como tú le has hecho a ese. Sé cazar y cocinar, no te daré problemas» desde luego ya sabía más cosas de las que Podrick sabía cuándo lo tomó como escudero. No terminó muy convencida pero asintió con la cabeza, si la dejaba allí sola era incluso más peligroso que su camino. «Me llamó Lu» la niña aún así no le soltaba aunque si se desbrazó de ella. «¿Es algún disminutivo?»
En el norte. Al otro lado del muro.
Un niño de unos siete años corría por el campamento. Detrás de él, un lobito de pelo blanco corría siguiéndolo. Las personas se giraban a verlo y a regañarlo por correr así sin cuidado pero el niño no parecía percibirlo.
«Jefe, dígale a su hijo que no corra así por todo el campamento. Ya ha tirado dos cestas de comida» una voz incriminatoria se chivo a su padre. «Ned, ¿qué te he dicho de molestar en el campamento?» su madre le regañó intentando cogerlo pero el niño más hábil se tiró al suelo pasando entre sus piernas, dispuesto a correr hacia el árbol más cercano para subirse ahí pero una mano lo tomó desde atrás subiéndolo a unos hombros anchos. «Ned Stark. Escucha a tu madre» una voz masculina y algo risueña intentó regañarlo y lo soltó al suelo dejándolo frente a sus padres. «Jon, si siempre le ríes las gracias no te va a escuchar cuando le regañes de verdad» su madre regañó al Stark mayor también. «Papa, es culpa de Nieve. No me dejaba que lo cogiera» el niño le echó la culpa a su lobo pero este aulló intentando defenderse. «Seguro que Nieve tiene mucho que defenderse ahora, pero es hora de tu lectura» su padre lo agarró por los hombros y le dio la vuelta dándole un empujoncito hacia la tienda donde le esperaba su profesor, él no caminó muy feliz. «Aun no entiendo para que quiero saber leer» refunfuñando y seguido por su lobo dejó a sus padres solos.
«¿Qué ha pasado con la carta?» la mujer le preguntó seriamente. «No hemos recibido ninguna respuesta todavía, sabía que era mala idea dejarla marchar sola» la castaña le abrazó intentando confortarlo. «Ella estará bien, ya hemos mandado unos hombres al muro. La señora del norte tendrá más recursos que nosotros» Jon se separó suspirando. No quería perder a otro de sus hermanos «Fanie, tendría que haberte escuchado antes. Dejarla marchar a esa isla maldita sola fue mala idea pero no pude detenerla, sabes cómo es»
Unas risas desde dentro de la tienda de su hijo les llamó la atención. El niño no era fan de aprender a leer, solo le gustaba cazar y pelearse con los mayores. Así que entraron encontrándose con la fuente de diversión de su hijo. «Tormund, esta es su hora de lectura. Eres peor que el niño» el mayor estaba sujetando al pequeño por la pierna dejándolo colgado boca abajo y el niño parecía reírse como si fuera muy divertido. «Él me citó aquí para otra revancha, ¿no es así diablillo?» el niño le respondió con otras risas. Su madre salió suspirando rendida por las pasiones de su hijo.
Al sur del muro. Invernalia.
Un joven apuesto, de cabello negro y una melena larga se encontraba tumbado entre las piernas de una rubia. Empujando y penetrándola al son de los gemidos que esta soltaba. «Ro. Sigue así, ya casi llego» los gemidos de la chica perecían querer llevarlo a la locura y ambos terminaron gritando el nombre del otro. «Lyla» como siempre de terminar se quedaba encima de ella besándola y mamándola de sus pechos, parecía algo enfermizo. «Robert, quítate. Has dicho que iba a ser rápido. Tengo que trabajar en el vestido de tu futura esposa» el joven se levantó y se subió el pantalón dejando a la chica libre al fin. «No debes estar celosa. Sólo será mi esposa por nombre» la chica no parecía muy convencida. «Al menos será tu esposa de alguna forma, yo no seré ni eso, ni nada» la rubia se dirigió hacia la puerta ya vestida y el chico la detuvo abrazándola desde atrás y dándole pequeños besos en el cuello. «Ella nunca tendrá lo que es por derecho tuyo» ella se rió golpeándole la mano y soltándose de él. «Déjate de las tonterías de corazón, tengo trabajo»
La chica salió de la habitación del señor Arryn, ya había sido nombrado de aquella forma. Era tan raro tratarlo de esa forma fuera de sus aposentos. Aún no se acostumbraba a verlo en Invernalia y tratar con él después de tantos años. En su reencuentro creía que volverían a ser amigos como pequeños, sin los derechos a algo más pero no fue así. Ni siquiera después de que su compromiso con la señora del norte fue anunciado.
"Su majestad, su sastre la espera para tomarle las medidas» agachó la mirada al encontrarse frente a ella. «En un momento voy, estoy terminando de escribir» la señora siempre escribía, nunca le había permitido leer aquello que hacía pero pasaba mucho tiempo haciéndolo.
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