Aquella tarde tan fría, el viento provocaba revueltas en el cabello de las señoritas, Romel acompañó a Jarrieta a aquel edificio de tres pisos de colores cálidos donde se encontraba la maestra de lengua, licenciada en letras y literatura clásica, Nora Sánchez, una amateur escritora que no ha podido salir de su ciudad, graduada con honores de su alma máter, con una tesis laureada, lastimosamente tanto éxito en su vida académica no fue equiparable a su vida laboral, donde quedó estancada como una maestra de secundaria y dueña de una biblioteca gigante de la ciudad, donde varios chicos van a hacer sus tareas.
Luego de haber tocado la puerta por dos ocasiones, está se abrió, dejando ver a una mujer de cabello teñido de un rubio claro, de marcadas arrugas y de una miopía casi segura por las desveladas que se ha dado por está consumiendo millones de libros.
—¿Señorita Castellanos? —pregunta con una resplandeciente sonrisa, a lo que la menor afirma con la cabeza, la mujer extiende su mano, dejándola pasar—. Pase, sea bienvenida.
Hace varios días, Romel animó a Jarrieta en mandar uno de sus borradores a la licenciada, con la finalidad de que ella pueda guiarla en el mundo de la escritura, y que de alguna forma pueda crecer en ese mundo tan complejo.
La llevó a un despacho amoblado, donde se percibe el olor a madera, con luces tenues de lado y lado, sentada frente a una respetable dama que tiene un encuadernado admirando el título de su historia, «Hermosa Prisionera».
—Señorita Castellanos, su obra en cuestión… —menciona sin darle aun la vista a los ojos de la chica que se siente muy nerviosa en aquel banquillo—. ¡Me pareció muy buena!
El rostro de emoción de la chica se inunda de satisfacción y agradece reiteradas veces, a lo que la maestra se apoya más al escritorio—. Eso no quita que debe de trabajar arduamente en su material. Tienes varios errores ortográficos y gramáticas, sin dudar que los personajes secundarios los siento muy acartonados.
—Estoy dispuesta a hacer cambios, si es lo que me conviene —responde, tocándose reiteradas veces el mentón.
La mujer casi puede sentir la envidia que tiene en sus adentros debido a que la jovencita había logrado algo muy increíble sin estudios académicos y sin menciones honorificas que distingan su gran don. Aquello a Nora, sin duda la frustra por completo.
—Un escritor no debe de tener la única visión de ser publicado —comenta, poniéndose de pie y caminando por todo el despacho haciendo sonar sus finos zapatos—. Debe de ir a la profundidad, a la inteligencia de la escritura, de lo que queremos relatar y a quienes queremos llegar. Ese debe de ser nuestro afán.
Secunda la maestra Nora cuando Jarrieta le informa su deseo descomunal de querer ser publicada por alguna editorial o llevada por un agente a publicar sus escritos.
—La vida de una escritor es pálida y gris, en sus taciturnas tardes lo único que se puede escuchar es el ligero sonido de las gotas resbalando por el cristal de las ventanas… —se pone de pie y se acerca a la entrada de luz, mostrando un poco más de su miseria, dejando ver bajo su temple y refinado movimiento que esconde deudas, pobreza y relaciones amorosas que la dejaron acabada—. Mi primera obra fue «La Sombra Del Desconocido», un impertinente suspenso que no llegó a vender ni mil copias, ni mi familia me apoyó en mi primer trabajo.
Jarrieta incomoda, se mueve en la banqueta que está sentada y la mira con un ligero toque de lástima.
—Bueno…, yo siento que su prosa es delicada y ordenada, tampoco cuestiono muchas cosas, pero si recalco la belleza de su atrevimiento en la escritura —Jarrieta había sido una de esas mil personas que había comprado aquel libro y que lo terminó con ímpetu, jamás se había sentido tan envuelta en bellas letras.
—El público jamás acepto mi modelo homoerotico de escritura, y el atrevimiento con el que trataba de llegar a mis escritores —mueve su cabeza como si en aquella sección tuviera sus músculos presionando, la mujer le da una giro a su pasado con el ligero movimiento de su ojo—. Me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad, ese deseo por lograr un sueño… al ver tu obra en las manos.
Es inevitable para aquella mujer de edad ver a aquella chiquilla de ojos grandes, en aquellos donde hay un brillo gigante que la hace sentir fuerte, gigante y grandiosa. Esa fuerza, aquella energía magnética que hace años tenía antes ella.
—Me encanta escribir, es mi vida —añade Jarrieta quien tiene los ojos como los de un gato angora.
Nora, la maestra, esa bibliotecaria de mirada fuerte, esa mujer que parece haber sido consumida por las decepciones lanza un consejo destinado que deseó que alguien se lo diera cuando fue joven.
—Te doy un consejo, no lo hagas —se apoya sobre el escritorio al ver el rostro de sorpresa de Jarrieta—. Búscate un mejor pasatiempo, trata de caminar en otro terreno. Aquí no llamas la atención de nadie, tus obras quedan prendidas junto a otros más ejemplares a quién quizá nadie le interesó —apunta el librero con varios libros que ha coleccionado—. Muchos no van a fijarse en ti.
Jarrieta queda tendida en un pensamiento negativo donde cae con miles de hojas escritas que un desconocido lo lanza de un quinto piso. Que triste forma de darse cuenta que a veces la vida depende de personas a las que no les interesa tus sentimientos y no está dispuesta a comprender tus sueños.
—¿Habla de los lectores?
—No, de los hombres —responde Nora, moviéndose hacia una lámpara de colección antigua—. De todos esos que escriben críticas en periódicos o revistas de interés, de los editores, de aquellos que están a cargo de editoriales, publicistas. No serás nadie sin ellos. El concepto de ser una buena escritora es estar en el pedestal vanagloriado de muchos hombres. Una escritora atrevida es como una mujer vista en minifalda por la calle, debemos ser románticas, ordenadas y minuciosas, pero no osadas y encendidas. En cambio los escritores, ellos pueden ser incluso alcohólicos y poco fiables, pero son hombres y los aceptamos. Los editores van a ser más duros con nosotras por ser mujeres, que por ellos al ser unos desastres y no importa. A ti te pondrán el listón más alto y no importa cuánto te esfuerces. Y es una bazofia, pero es lo que hay.
Antes de poder ingresar como cajera en aquel banco que fue el sustento de Romel y de Jarrieta, la joven pareja se aventuró a perseguir el sueño de la joven chica, que por todos los medios buscaría la forma de ir tras de aquellos grandes publicistas o editores. Una de esas tardes, fue a la primera editorial a la que había mandado con antelación su trabajo.
Esa oficina estaba cerrada, pero desde adentro se escuchan las carcajadas y malas palabras sueltas en aquel lugar.
—…Hay dos historias, señor Colina, una es de una joven escritora con poca experiencia en este mundo, pero con una escritura muy delicada. Su obra está perfectamente escrita. Solo tengo un problema con la profundidad y con la poca conexión que tuve con ella.
—¿Y que tal la otra obra, la del desadaptado…? —menciona otro de los hombres que estaba dentro de aquella oficina.
Aquella oficina repleta de humo de cigarros y de risas escandalosas, provocaron un miedo gigante en la joven Jarrieta, que todavía no comprende muy bien el andar de ese mundo. Tan solo escuchaba los comentarios despectivos de aquellos hombres que están buscando a una joven promesa masculina que enamore a las señoritas.
—… Contratemos a ese desadaptado de Luis Bramos, seguro se suicidará en unos años. Al menos que quede una obra antes de que lo perdamos.
Antes de que pueda sentarse y decir algunas palabras o tener una bienvenida clara, esa tarde fue descartada antes de tiempo, había enviado muchos correos, pero los pocos que fueron aceptados la llevaron a ser descartada personalmente. Hasta que una mañana llegó a la capital vecina de su pueblo, sedienta de una ambición literaria, y su visto bueno llegó.
Esa tarde, Jarrieta llegó gritando de la alegría a una habitación de hotel rentada en la que Romel la había arreglado especialmente para ambos. Una mesa simple que la movió de la esquina, unas sillas demasiado viejas, una vajilla simple que el encargado de servicio a habitación les dio, unos vasos donde fueron llenados con un vino maltes.
La puerta se abrió con una roja Jarrieta que parecía estar en la nebulosa, pérdida en sus ilusiones.
—¿Qué te ha dicho, mujer? —interroga, con un fuego interno que lo obliga a querer saltar—. ¡Anda, dime!
Ella tan solo salta de alegría y suelta con felicidad.
—¡Le ha encantado, Romel! ¡Le ha encantado!
Esa noche Jarrieta se soltó aquel abrigo doble que usó para la entrevista y comenzó a dar más brincos de los que ya había dado.
—¡¿Te van a publicar?! —insiste, deseoso de saber la respuesta que ella tiene metida en su boca y que es seguro que la quiso gritar a los cuatro vientos, pero debido a su etiqueta y guardando la compostura no lo hizo.
—¡Síiiii! —chilla de felicidad, siendo abrazada por aquel hombre robusto de piel morena—. No dijo que será inmediatamente, va a demorar, pero me ayudarán a publicarla.
Esa noche ambos amantes saltaron abrazados en aquella habitación de hotel, ilusionados con lo que la vida le estaba regalando. Jarrieta pensó en la dulce miel de ser conocida por miles de personas tan solo por sus letras. El tener el don de llegar a otros mundos con la facilidad con la que solo ella pueda llegar, deseando acariciar el éxito, perfilarse como una simple mujer escritora, dispuesta a deleitar el más exquisito paladar literario de aquellos hombres que le han afirmado ser arruinadores de grandes historias. De demostrar que el nombre de una mujer puede estar escrito con letras de oro.